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Los motivos del historiador

Por 2 de septiembre de 2010 Sin comentarios

Eduardo Gil Bera

 

“Una idea cara al profesor Kant es que la meta del género humano  consiste en alcanzar la constitución política perfecta. Él desearía que un historiador filósofo se decidiera a emprender una historia de la humanidad escrita desde esa perspectiva, y mostrara en qué medida la humanidad se aproxima o aleja de esa meta en diferentes épocas, así como lo que aún le falta para alcanzarla.” Así lo explicaba una gacetilla del nº 12 del Gotaische Gelehrte Zeitung de 1784, que era un avance promocional del ensayo de Kant “Idea de una historia universal desde el punto de vista cosmopolita” que apareció ese mismo año en la revista Berlinische Monatsschrift, y se resume así:

Las disposiciones naturales de toda criatura están destinadas a desplegarse un día de manera exahustiva. En el hombre, esas disposiciones que apuntan al uso de la razón deben ser desarrolladas en la especie, no en el individuo. El medio natural para llevar a cabo ese desarrollo es su antagonismo en la sociedad. El mayor problema de la especie humana es llegar a una sociedad que administre universalmente el derecho. La dificultad consiste en que el hombre es un animal que, cuando vive entre otros de su especie, necesita un jefe que, a su vez, es otro animal que también precisa jefe, y esa sucesión de jefes debe culminar en uno que sea justo por sí. La naturaleza nos obliga a no pasar de una aproximación a esa idea. Se puede considerar la historia de la especie humana como el cumplimiento de un plan oculto de la naturaleza para producir una constitución política perfecta. La filosofía podría tener así su propio milenarismo de modo que la idea que se haga de él favorezca su advenimiento y, por lo tanto, no tenga nada de fanático. La tentativa de tratar la historia universal según un plan de la naturaleza que apunta a la unificación política perfecta de la especie humana debe ser considerada posible e incluso favorable a ese diseño de la naturaleza o, mejor dicho, de la Providencia.

La historia antigua, según asegura Kant en el mismo artículo, está avalada por un “público sabio” que ha existido sin interrupción desde su aparición hasta nuestros días. El primer miembro de ese público sabio fue Tucídides.

Voltaire, que fue un historiador providencialista de tipo kantiano, pese a no haber saludado al profesor, fue también defensor de la idea de que la historia universal empezó a escribirse con Tucídides. Todo lo anterior era una pérdida de tiempo. Lo mismo decía Hume. Era un lugar común de la época.

Cabría preguntarse por qué los historiadores dieciochescos denigraban a Heródoto y lo ponían como ejemplo de cómo no debe escribirse la historia, en contraposición a Tucídides. 

La fama de Heródoto ha tenido altibajos. De padre de la historia, pasó a cuentista, para ser luego vitoreado no sólo como padre de la historia, sino también de la antropología. Con todo, Heródoto cumple la preceptiva kantiana de una historia universal desde el punto de vista cosmopolita: 1. Cree en la existencia de un destino y orden universal. 2. En su historia, el crimen y el exceso político son castigados, porque la divinidad ha impuesto al hombre una medida justa que no debe pasar. 3. Hay un progreso continuo, aunque limitado, en las esferas de la ciencia, las artes y las constituciones, no tanto en las acciones morales y políticas.

La razón de la adversa acogida por parte de los historiadores de la Ilustración está en la malicia burlona con que Heródoto incluye noticias y leyendas de todo pelaje. Tucídides, en cambio, es un historiador técnico que despacha una monografía donde recalca la convicción prehistórica de que el acontecimiento más importante es la guerra. La pobreza y sequía de Tucídides para todo lo que no sea militar o político han sido modélicas en el oficio.

Todos los historiadores, prescindiendo de su especialidad en tal o cual época, escriben sobre hechos del pasado inmediato, como consecuencia de la necesidad de saber lo último que se ha escrito sobre aquello que uno va a escribir. Como los novelistas y los periodistas, los historiadores no pueden evitar autoelogiarse como escritores dignos de la confianza de su propia época. Alejandro Magno observó que se adula a los vivos, no a los muertos.

El providencialismo histórico siempre ha tenido fans desde su invención por los estoicos, quienes sostenían que el hombre es bueno, sólo que acostumbra a estar mal informado. En esa misma vaina, Lutero decía que lo importante era que cada cristiano creyera que estaba salvado, y se salvaría. Y Kant estaba persuadido de que el modo de conseguir que cada cual sea razonable es tratarlo como si lo fuera. Imbuido de esas verdades bondadosas, Marx redactó su historia providencialista en la que los obreros llegan fatalmente al cielo proletario, donde reinará la holganza y sólo habrá que levantar el puño y cantar en horarios que ya se harán saber.

La demostración de que en efecto avanzamos en la kantiana historia universal desde el punto de vista cosmopolita se puede ver ahora en Francia, donde la constitución política corre con tal entusiasmo hacia la perfección que expulsa de la constitución a los que se retrasan.

 

 

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Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

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