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Lo que parecen los pobres

Por 31 de octubre de 2011 Sin comentarios

Eduardo Gil Bera

 

El hombre sin dinero es semejante al hombre invisible. Nada ni nadie se dirige a él: prensa, televisión, publicidad, compradores, vendedores… Ningún tema de los que se tratan en los medios de hipnosis masiva tiene que ver con él: la bolsa, los coches, la oferta cultural, el estado de bienestar, el fraude fiscal, las vacaciones, el futuro… Nada es para él: carreteras, casas, ministerios, universidades… A donde quiera que mire, todo es lo mismo, gasolineras, comercios, restaurantes, estaciones… todo forma parte del gigantesco, ubicuo, inviolable, inexpugnable sobrentendido de que los demás cobran. Y es igual que él hable o esté callado: no se le ve, ni se le oye.

Cuentan que un sabio famoso que se paseaba por una calle llena de tiendas tuvo la audacia de decir: ¡cuántas cosas no necesito! Pero nadie parece haber reparado que se basa en el sobreentendido de que quien lo dice podría adquirir esas cosas. Si un indigente hablara así, no se le reconocería ningún mérito. Así pues, incluso para acceder a la virtud estoica es preciso tener dinero. 

Lo que sucede en esa calle de las tiendas y su paseante virtuoso se hace más patente si reparamos en la perspectiva del vendedor de cosas. Este, mirando a la muchedumbre transeúnte, podría decir: ¡cuántos hombres no necesito! En esa calle, la verdadera cara de la gente no empieza a verse cuando uno no necesita cosas, sino cuando los vendedores de cosas no lo necesitan a uno. Es decir, cuando uno, por indigente, se vuelve hombre invisible.

Cuando preguntaron a un colega del virtuoso paseante de la rúa comercial quién era sabio, respondió que el sabio se distinguía de los demás en que seguiría haciendo lo mismo aunque no hubiera leyes. Mientras los demás hombres serían distraídos por la apertura de una nueva vía más expeditiva para vengarse, robar, temer y desear, el sabio dice que él mantendría la pose. Pero una selección más drástica y reveladora, una buena piedra de toque, sería aplicar al presunto sabio la prueba de la invisibilidad. De modo que el sabio sería aquél que siguiera opinando igual y continuara oficiando su pose sapiencial, aunque dejase de cobrar. Considérese cualquier sabio en su perorar, en su actitud docta, en la tele, en la prensa, en la cátedra y supóngase que dejara de cobrar en dinero y especie. Sin sueldo y sin techo, el sabio comenzaría velozmente a deteriorarse y a adquirir invisibilidad. Al poco de iniciar el experimento, al sabio no lo conocerían ni sus más allegados y, pronto, nadie lo podría ver. 

Por otra parte, cuando los ricos, de dinero e ingenio, miran a los pobres, ven visiones: “He ahí que Louvois ha muerto, ese gran ministro, ese hombre tan considerable que tenía tan alto puesto, y cuyo yo, como dice Nicole, era tan extenso que era el centro de tantas cosas […] hay que reconocer que tenemos un yo demasiado extenso, en comparación con quien no se sujeta a nada, que es como un pájaro, que no posee más un espacio necesario, y cuyo espíritu debe ser tan libre como su cuerpo.” Madame de Sévigné veía a los pobres como envidiables seres felices a causa su yo reducido.

Otro sabio que observaba con envidia a los pobres fue Séneca. Desde luego, era una envidia desconfiada. Uno de sus pasajes más divertidos es cuando decide viajar como pobre y a la incomodidad rebuscada se le añade el inconveniente vergonzoso de que lo vayan a identificar. En su Consolación a Helvia, hace una de sus reflexiones sobre los pobres donde anticipa con gracia el moi étendu de Sévigné: Aspice quanto maior pars sit pauperum, quos nihilo notabis tristiores sollicitioresque diuitibus: immo nescio an eo laetiores sint quo animus illorum in pauciora distringitur (“Fíjate cuánto mayor es el número de pobres a quienes en nada notarás más tristes y preocupados que a los ricos. Incluso no sé si son más felices a causa de que su espíritu se sujeta a pocas cosas”).

Mi amigo Pablo Acarreta decía que los pobres parecen locos. Y no decía parecemos, por no presumir.

 

 

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Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

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