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Lectura incrédula de Dante

Por 10 de abril de 2012 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Eduardo Gil Bera

   El sábado de gloria caí sobre la Divina Comedia cuando quitaba el polvo al lucernario de la biblioteca y fui derecho al Infierno. Paré en el canto IV, donde Dante se asoma al primer redondel de “la val del abismo, la dolorosa, oscura, profunda y nebulosa”, y Virgilio —aquí no llamado por su nombre, sino il poeta tuto smorto, o sea, el poeta que ha perdido la risa, que ha perdido el color, cosa que pasa a los poetas a la vista de un laureado de su misma especie— le dice: “yo seré el primero, y tú serás el segundo” (Inf. IV, 15). Los comentaristas dicen que se refiere al orden de marcha, porque Virgilio hace de guía. Explicación prosaica y argumento peatonal. A ver: la cosa va de poetas, por lo tanto, se refiere a quién tiene la gloria mayor. Para la preceptiva de entonces, que ignoraba los poemas homéricos tanto como los mesopotámicos, Virgilio había sido el primer poeta en crear un descenso hexamétrico al infierno y, como tal, era un venerable precursor; pero ahora esplendía el segundo poeta, Dante, que hacía el descenso infernal en tercetos que daban gloria. Bien que se da cuenta Virgilio se da cuenta y de ahí su languidumbre.
 
   Memora Dante que en el primer círculo infernal no se oía llorar, y no más se sentían suspiros de duelo sin martirio que estremecían el aura eterna (Inf. IV, 27-28). Los nombres propios de esos suspirantes, luego se ve, pertenecen a poetas. Se trata de Homero, Horacio, Ovidio y Lucano. Y los cuatro pronuncian el nombre de Dante con una sola voz (Inf. IV, 92), así de claramente lo adoran y veneran. Homero lleva una espada en la mano, símbolo, dicen, de su primacía en la épica. Pero lo que Homero tendría que empuñar, según la preceptiva, sería un cetro (Lucrecio III, 1037-38: unus Homerus Sceptra potitus). Esta espada dantesca pertenece más bien al atrezo de la doctrina de las dos espadas, que inventó el papa Gelasio, pero que tuvo su más señalado razonador en Bernardo de Claraval, ese viejo que aparece en el Paraíso (XXXI, 59) como director de tesis y patrono de la Comedia. La doctrina en cuestión trata de la supremacía del poder espiritual sobre el temporal, pero en la Comedia se refiere a la supremacía de Dante sobre la tropa poética de la antigüedad. Homero lleva la espada como soberano de todos aquellos soberbiamente censados —(IV, 132-144): Sócrates y Platón, Demócrito, Diógenes, Anaxágoras y Tales, Empédocles, Heráclito y Zenón, Dioscórides herborista, Cicerón, Lino hijo de Apolo, Orfeo, Séneca moral, Euclídes geómetra, Ptolomeo, Hipócrates, Avicena, Galeno y Averroes— que habrían sido todo lo sabios y poetas que se quiera, pero están condenados a no salir del limbo infernal, y a permanecer en la tiniebla exterior de la gloria, todos aquellos que quedan por debajo de Dante y uno de los cuales “soy yo mismo”, confiesa Virgilio, y añade (IV, 19-39): “estamos perdidos y tan afligidos que sin esperanza vivimos en deseo”. En deseo incumplido de gloria. Y es que la Comedia trata del ascenso a la gloria  mediante la escritura de la Comedia, y censa a toda la gente de molto valore relegada de la gloria (IV, 43-45) para realce del poeta de la Comedia. Siguiendo la doctrina de las dos espadas, a Homero le corresponde la espada como soberano temporal —y pretérito— de todos aquellos; en cambio, a Dante, una vez inhabilitados para la gloria todos los demás versificadores comparecientes en la Comedia, le corresponde la espada de la supremacía espiritual, que es eterna y está por encima de todos.
 
   Dante juega, claro, con el equívoco salvación teológica / salvación canónico-literaria,  y gloria teológica / gloria famosa, para ponerse ciego de más allá y, con aquello de la teología, hacerse adorar por toda la poetería de la antigüedad.
 
   Pero el efecto más logrado de la Comedia es aparentar que la acción consiste en pasear por los redondeles donde se almacenan célebres difuntos que callan como muertos o solo hablan para mayor gloria dantesca. Bajo esa acción aparente, corre la verdadera acción consistente en componer el poema total y de gloria insuperable que será la Comedia. Que la acción principal es la factura de un poema que compite y supera a todos los grandes poemas conocidos se ve en la narración que Ulises hace de su propia muerte, mientras se quema en el foso de los que cometieron fraude. ¿Qué podía saber Dante de Ulises? Lo que cuentan Virgilio y Ovidio, o sea, que era un falsario. De la Odisea no podía tener mayor noticia que su redacción en un lenguaje indescifrable y, detalle crucial, que trataba de un famosísimo viaje. Dante hace que Ulises narre otro viaje posterior al famoso, una singladura postrera donde llega a columbrar a lo lejos una montaña oscura, justo antes de ser tragado por el mar. La montaña oscura es la del Purgatorio, un lugar prohibido a los mortales, con la excepción de Dante, que inicia allá mismo su periplo, después de hacerse coronar por Virgilio (Purg. I, 133). De modo que Ulises perece y es castigado por ambicionar aquello que Dante consigue: divenir del mondo esperto (Inf. XXVI, 98). La superioridad es manifiesta: en la ruta a la gloria, el protagonista de la Odisea no llega, ni de lejos, allá donde el poeta de la Comedia empieza.
 
   El Virgilio y la Beatriz son de usar y tirar. Se le pierden por ahí. El uno, al llegar a la cumbre del monte que solo vio de lejos Ulises, la otra, en la primera esquina del empíreo. Dante compone entonces (Par. XXXI, 79 y ss.) su oración a la gloria, arrimado al equívoco de la dama volátil: “Oh mujer, donde mi esperanza está vigente […] y ella, tan lejana como parecía, sonrió y me miró; luego, regresó a la eterna fuente.” La gloria, tan esquiva e inalcanzable que parecía, por fin es mía de mí.
 
   Porque el tema dantesco no es, como se ha dicho, el estado de las almas después de la muerte en lo concerniente a su salvación o condena, sino el de los nombres propios en lo tocante a su fama. Este matiz esencial recorre toda la obra como un dobladillo.

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Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

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