Eduardo Gil Bera
La Noche, dice Hesíodo en su Teogonía, fue madre de la Discordia (Eris) firme de ánimo, y ésta engendró la penosa labor, el olvido, las hambres y dolores que hacen llorar, la guerra, la matanza y la destrucción, los odios, las mentiras, las palabras y los embrollos, el desorden civil y la ruina.
Pero Hesíodo vivió más allá de ese poema, e hizo otro titulado Trabajos y días. Y en éste concedió que existe además otra Discordia buena, ingénita en la tierra que nos nutre, y quien la conoce la aprueba como benefactora porque incita al envidioso a trabajar y perfeccionarse. Esta Discordia suscita los celos de emulación que hacen que se detesten los iguales. Y, por ella, “el ceramista detesta al ceramista, y el artista, al artista; y el mendigo envidia al mendigo, y el aedo, al aedo.”
Pare cerrar su observación poética sobre la Discordia, Hesíodo hace compartir verbo a mendigos y aedos. Y él queda como un aedo mayor que da gracias al destino por haberle concedido participar en el gran campeonato épico.
Notemos que Hesíodo no conoce la Ilíada, pero sí la Cipríada. Que el poeta de la Ilíada no conoce a Hesíodo, pero da por sabida la Cipríada. Y que el poeta de la Odisea se sabe de memoria a Hesíodo, y lo admira casi tanto como al poeta de la Ilíada.
Así que son cuatro poetas, el de la Cipríada, el de la Teogonía, el de la Ilíada, y el de la Odisea. Y la competición consiste en quedar como campeón famoso de la épica griega antigua. Lo consiguen en la posteridad, por este orden, el poeta de la Ilíada y el de la Odisea, aunque con cierta confusión en los dorsales; Hesíodo, gran poeta, queda tercero; por su parte, el cuarto, que fue el primero, el poeta de la Cipríada y padre de todos, queda en manos del olvido.
Y de Eris cuenta el poeta de la Ilíada que a lo primero, cuando echa a andar, Discordia la chillona es una diosa muy bajita, que no levanta una cuarta del suelo, pero enseguida toca con la cabeza el cielo, y camina por encima de la tierra.