Eduardo Gil Bera
La historia de la promoción de la humanidad, o de cómo el hombre elevó al hombre hasta su status más noble, como si la condición humana implicara estar dotado de razón y dignidad, se puede resumir en dos pasos. El primero sucedió en Mesopotamia: mediante la domesticación de plantas, se pasó de la estepa al regadío, y de recolectar a producir, con lo que se proveyó de casa y pan a un altísimo número de gente por primera vez desde que el hombre se irguió y vaga sobre la tierra. Fue el dominio de los cereales lo que produjo el excedente que permitió hacerse ilusiones sobre la dignidad y la razón.
El segundo paso fue la emergencia de la polis (plural poleis) griega. Este suceso acompañó a la difusión del alfabeto, y tuvo lugar durante el llamado Período Geométrico (900-700 a. C.), más en especial, a lo largo del siglo VIII a. C. Este segundo fenómeno ha conformado la condición humana tanto como el primero, e incluso más en lo tocante a la razón y la dignidad.
Mientras escribo esto, tengo de cuerpo presente sobre la mesa los dos kilos y cuarto de An Inventory of Archaic and Classical Poleis, edición de Hansen y Nielsen, publicado por Oxford University Press en 2004, con 1400 páginas, 27 introducciones, otros tantos índices, y 1035 entradas a cargo de una cincuentena larga de colaboradores. Tras lectura piadosa, no se detecta en el volumen atisbo de barrunto, ni siquiera olfateo cauteloso, de qué cosa era una polis. Se podrá avanzar la suposición caritativa de que es algo sobreentendido, o sea que todos sabemos que polis es ciudad y arreando. También se podrá sostener que una obra que presenta estadísticas de extensión de las diversas poleis, disquisiciones sobre el significado urbano y político del término, cronologías y otras particularidades, profundiza como nunca en la materia. Pero esa profusión no hace más que agravar la ostentación de la gran mácula ciega en el centro de su propia investigación, que ignora cuál era la característica definitoria de la polis y por qué era tan importante para los griegos vivir en una.
Polis no quiere decir ciudad-estado, algo que, por otra parte, se inventó en Mesopotamia milenios antes. La esencia de la polis griega consiste en ser una unidad legislativa. Eso quiere decir que la polis posee un corpus legal propio, y que se lo concede, mantiene y aplica ella misma. Una polis puede estar gobernada por un tirano, un rey, una oligarquía o cualquier otra variante mandona, que incluso puede residir en otra polis; también puede poseer mucho o poco territorio y albergar una o muchas etnias; pero nada de eso afecta su esencia de polis, que consiste en ser unidad legislativa y primar el procedimiento legal en todas las interacciones humanas que tienen lugar en su seno. La polis puede adquirir su legislación de muchas maneras, puede contratar escribanos y gentes de leyes (como el caso del fenicista Espesintio, contratado por la polis de Datala), puede fichar a legisladores famosos (como Tales, fenicista de la polis de Gortina, fichado como legislador y árbritro de la polis de Mileto), puede importar y adaptar códigos (como hicieron Atenas y Esparta por medio de Solón y Licurgo inspirados en la legislación cretense), o puede delegar en un consejo de ciudadanos, todo eso es secundario respecto a lo principal, que es la ley y su categorización por encima del individuo.
La polis griega nació al mismo tiempo que el alfabeto griego a partir del fenicio. El dato es crucial, porque el cargo legislativo más antiguo de la polis es precisamente el de fenicista o “hacedor de signos fenicios”, sucesor y sustituto del mnemon o “memorador”, que era el archivo y código viviente de la comunidad. El empleo escrito más antiguo conocido del término polis como abstracción que decide por encima de los ciudadanos se lee en el código mural de Dreros, en Creta, que data de mediados del siglo VII a. C., algo anterior al código también mural de Gortina, fechado a finales del mismo siglo.
Lo que la modernidad debe a los griegos es justo esa unidad legislativa y primacía del procedimiento que salvaguarda al hombre, al estar por encima de él en la creación y aplicación y de las normas que rigen su relación con los demás.
En la Odisea IX, 112-115 se puede leer el ejemplo de cómo viven los cíclopes, que no tienen polis y carecen de legislación: “no tienen asambleas del consejo, ni leyes […] cada cual manda sobre sus hijos y mujeres, y no se ocupan los unos de los otros.” Los cíclopes son athemistoi o sea, “sin leyes”. Palabra de Tales, el mayor legislador de su tiempo. En el tiempo de la guerra con Lidia, el mismo Tales propuso establecer un consejo en Teos, que pasaría a ser la sede de la polis de Jonia, mientras las demás poleis pasarían a ser demoi (distritos territoriales o comarcas). No hay noticias de que la propuesta, descrita en Heródoto I, 170, se llevara a efecto; pero da una idea del prestigio y consideración del legislador el hecho de que, más adelante, ya en época de paz, Tales fuera nombrado ciudadano de todas las poleis jonias.
Cuando Tucídides (2, 16) narra el traslado forzoso de algunos atenienses desde la zona rural a la urbe de Atenas en 431 a. C., enfatiza que al dejar sus casas se sentían casi “como si dejaran su polis”. Donde se muestra que la polis era para ellos un elemento protector, dignificante y esencial casi del rango de la casa. Heródoto (8, 61) refiere que, unos cincuenta años más tarde, antes de la batalla de Salamina, el general corintio Adeimanto se permitió ordenar callar a Temístocles por ser alguien apolis (carente de polis), queriendo decir que Atenas ya estaba tomada por el enemigo. Temístocles replicó que los atenienses poseían, con mejor título que los corintios, polis y tierra, y la mejor prueba era que habían armado doscientas naves con sus correspondientes tripulaciones. Al dejar Atenas, los atenienses no dejan su polis, sino que la trasladan a Salamina.
De ahí la costumbre impuesta y extendida por los griegos de añadir el nombre de su polis al suyo propio, con lo que indicaban su status de ciudadano. Que la formación de la polis fue un avance de suma relevancia en el progreso que va de la bestialidad a la humanidad y un paso decisivo hacia la civilización es algo consabido en los textos griegos clásicos desde Sófocles a Platón y Aristóteles. Es famosa la definición de este último (1253a, 2-4): “El hombre es por naturaleza un animal de polis, y el que es apolis por naturaleza y no por circunstancias queda por debajo o por encima del hombre.” La idea está ratificada por la expresión griega andrapodismos conectada con la conquista de una polis, que significa literalmente “entrabar los pies de los hombres”, y quería decir que los hombres supervivientes a la conquista de la polis eran esclavizados junto a sus mujeres e hijos, como pasó en Mileto en 494 a. C., aunque también podía indicar que sólo eran esclavizadas las mujeres y los niños, y se mataba a los hombres adultos. Pero se ve que había muchos grados en la diferencia entre vencedores y vencidos, porque contando desde los primeros testimonios hasta el 323 a. C., se registran cuarenta y seis aplicaciones de andrapodismos, pero solo en cinco casos acarreó la desaparición de la polis, el resto siquieron floreciendo igual o más que antes, y hay incluso casos de poleis rehabitadas por supervivientes de andrapodismos.
El poeta Foquílides, que floreció en Mileto en el siglo VI a. C., dejó escrito que: “una pequeña polis bien situada en lo alto de una colina es mejor que la insensata Nínive”. En efecto, Nínive fue la mayor ciudad de su tiempo, de una población y dimensiones ingentes, incluso para la actualidad. Foquílides emplea el adjetivo “aphrainouses”, que remite al verbo “phrazo”, que a su vez significa deliberar, idear, pensar. Es decir, la polis, prescindiendo de su tamaño y poderío, era un consenso, y la gran Nínive, no.
Por eso es razonable situar el fin de la polis en el momento del siglo III en que Diocleciano impuso la burocracia centralizada. Menandro de Laodicea (no el dramaturgo) escribía hacia el año 300 que todas las poleis romanas estaban gobernadas por una, que era Roma.
En fin, otro fallo del Inventory, que no desmerece sino que complementa de maravilla al anterior, es haber prescindido de los poemas homéricos y hesiódeos entre las fuentes escritas que tratan de las poleis, que es como escribir la historia de la penicilina prescindiendo de Fleming.