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El sol es más grande que el Peloponeso

Por 12 de junio de 2012 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Eduardo Gil Bera

El mito literario del perdedor ha encontrado patrocinadores entre los teóricos de la historia y autores como Heródoto, Tucídides o Polibio han sido galardonados con el título de innovadores a causa de su situación personal de perdedores que, se pretende, les confería una perspectiva metodológica distinta. Pero la característica de esos historiadores antiguos no era haber perdido nada, sino el tener acceso a élites diferentes de aquella donde nacieron. Heródoto, por ejemplo, fue exiliado, pero como miembro de la élite de Halicarnaso tuvo puertas abiertas en Samos, Atenas y entre los griegos occidentales. Polibio pertenecía a la élite griega y él mismo fue rehén en Roma, pero como invitado especial de los Escipiones, de modo que poseyó una visión verdaderamente estereoscópica de la sociedad romana. De modo que la independencia material y el acceso a las élites intelectuales y políticas de la época fueron las condiciones cruciales de su labor como historiadores.
 
Anaxágoras poseyó la preciosa y siempre rara inteligencia de ver vínculos mejor que los especialistas. Estamos acostumbrados a descomponer el saber en ciencias y éstas, a su vez, en asignaturas que, con sus límites y fuentes, lastran funestamente toda especialización. Pero la idea de que el saber es de índole total era básica en las inteligencias enciclopédicas que dieron lugar a la modernidad. Según Vitruvio (VII, 1, 11) Anaxágoras fue, con Demócrito, el inventor de la perspectiva. La ordenación racional de la visión humana utilizando líneas rectas que convergen en el centro de un círculo y que, al cortarse en distintas partes, dan lugar a imágenes en perspectiva es un asunto filosófico y antropológico de primera magnitud. Pero Anaxágoras y Demócrito comprendieron algo superior: la ordenación visual del mundo exterior tiene la misma base que la construcción de las concepciones vitales individuales y colectivas. Anaxágoras era apodado “Intelecto” por su famosa aseveración: “todas las cosas estaban confundidas, pero vino el intelecto y las ordenó cósmicamente”. 
 
Los historiadores que por primera vez mostraron ser conscientes de la existencia de la perspectiva aplicaban la misma sabiduría anaxagórica: Polibio asegura en su memorable preámbulo (I, 3, 3-4): “Antes, los acontecimientos del mundo no tenian casi conexión alguna entre sí. En cada uno de ellos se nota gran diferencia, precedida de sus causas y fines y de los sitios donde sucedieron. Pero de ahora en adelante parece que la Historia se ha reunido en un solo cuerpo”.
 
No se ve por ninguna parte la calidad de “perdedores” de Heródoto, Tucídides o Polibio; al contrario, son los pioneros de una ganancia imponderable, comprendieron y aplicaron la perspectiva, y llevaron al pie de la letra la escandalosa tesis de Anaxágoras: el sol es más grande que el Peloponeso.

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Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

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