
Eder. Óleo de Irene Gracia
Eduardo Gil Bera
Mary Shelley decía haber tenido la inspiración de su Frankestein en una ensoñación en el lago Lemán, un día de junio de 1816, “el año sin verano”, como se conoció en Europa y América. Byron y Polidori también paraban por allá y parece que escribieron por los codos. Hizo un tiempo tan infame, que no se podía salir de excursión, y los plumíferos ingleses tuvieron que dedicarse al aburrimiento y la creación (de hecho hay quien sostiene que Frankestein es Byron apenas maquillado, o sea que Shelley lo retrató sin que él se diera cuenta). Igual que la peste en Bocaccio, el mal tiempo propició el cuentismo.
El año sin verano, pero con invierno glacial, fue un fenómeno frecuente entre 1500 y las primeras décadas del 1800: una época heladora. Hoy se sabe que el sol tuvo entre los siglos XVI y XIX una fase de baja actividad, con poco viento solar, lo que propició la formación de nubes y la bajada de dos grados en la temperatura media. Esto fue un cambio brutal para los europeos, sobre todo, después de lo soleada y cálida que fue la Edad Media, cuando Groenlandia estuvo habitada y en Noruega maduraban los viñedos.
Quizá haya que hacer un estudio de la influencia del frío reinante en todo ese lapso temporal que llamamos Edad Moderna. Influencia y condicionamiento medular en la creación literaria y, en general, las artes, los inventos, y la civilización occidental. Nuestro fondo cultural más macizo proviene del mal tiempo, las cosechas fallidas, las pestes, las guerras, la mala alimentación, la tuberculosis y el resto de distracciones que, contra la convención en vigor, fueron mucho más acuciantes a lo largo de la modernidad que en el medioevo.
Hacia 1500 vino el frío. Montaigne habla de la frecuencia con que se hielan las viñas en Burdeos. Brueghel pinta la matanza de los inocentes con fondo de helada siberiana. Mientras se festejan el Barroco y la Ilustración, desciende más que nunca la población europea por pura miseria. Y entretanto se pendolean los siglos de Oro, y se alcanza el cénit de la llamada música clásica.
Creaciones, modas, filosofías que vinieron del frío y la necesidad de estar a cubierto. El romanticismo, en cambio, con su descubrimiento del paisaje, vino de que por fin se pudo salir.