El motivo literario de los cedros
En Mesopotamia no había árboles de talla para ser objeto de labra y emplearse en la construcción. Las grandes coníferas constituían un material de lujo que era preciso traer de lejos, de lugares que debían ser conquistados. En las estatuas de Gudea, en la llamada B, col. V, se habla de la conquista del monte de los cedros, del cubicaje de la madera lujosa traída por el río y de la labra de una gran puerta. También en la estatua D se habla de traer árboles en barcos. Ya antes de la época de Gudea, Naram, el nieto de Sargón, cuarto rey de la dinastía acádica (2.300-2.200 a. C.) se jactaba de haber derribado los cedros.
Son hazañas que se repiten en el poema de Gilgamés, cuando el héroe corta el gran cedro que atraviesa los cielos, fabrica con él una puerta gigantesca y, para transportarla, se embarca sobre ella y navega aguas abajo del río Éufrates hasta la ciudad de Nippur. Así entra el héroe en su ciudad, y adquiere un nombre duradero, recordado por la posteridad y los dioses. En un poema sumerio muy anterior, Gilgamés marchaba al bosque de cedros para matar al gigante Humbaba.
Como influencia del poema de Gilgamés, la tala de los cedros pasó a ser una atribución regia en el imaginario del ámbito mesopotámico y mediterráneo. En tumbas egipcias de la XVIII Dinastía (siglo XV a. C.) se ve representada la hazaña de los cedros, lo que de momento los egiptólogos leen de manera literal, como si hablase de una expedición de compraventa, pero que mejor harían en leer como emulación del célebre motivo de la literatura mesopotámica.
Por su parte, la Biblia está plagada de cedros gilgamésicos. En el libro de Isaías (37, 24) se habla de la arrogancia del rey Senaquerib, quien se vanagloria así de su dominio sobre Israel: “yo derribo la altura de sus cedros…” En el mismo libro (14, 8), los cedros del Líbano celebran así la caída de Nabucodonosor: “ya no sube el talador a nosotros”. En Job (40, 17) sale el monstruo Behemot que “levanta la cola alta como un cedro”. También en Daniel (IV, 8) se vislumbra un árbol gilgamésico que llega al cielo.
La Cipríada, primera gran epopeya griega, escrita en la segunda mitad del siglo VIII a. C., no se desarrolla por casualidad en once libros. Recordemos los “once cantos” o las “once tabletas” , luego ampliadas a doce en la recensión ninivita hallada en la biblioteca de Assurbanipal. Hoy sabemos que la tableta XII, el final feliz y edificante, fue añadido con posterioridad a la redacción de las once que constituían el Gilgamés “original”. En el contexto de ese clima de emulación literaria, vemos que el tema de los cedros reaparece en esta obra pionera de la épica griega y la literatura occidental. En la Cipríada, Alejandro derriba los cedros siguiendo instrucciones de Afrodita y con ellos construye las naves que servirán para viajar desde Anatolia hasta Grecia continental.
También en la Odisea, compuesta un siglo más tarde que la Cipríada, aparecen con profusión ecos del poema de Gilgamés. El lance de los cedros es memorado en un particular homenaje en el canto V, donde Ulises derriba “el cedro que toca el cielo” para construir la balsa con la que inicia su navegación famosa.