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El mapamundi de Mileto

Por 26 de agosto de 2010 Sin comentarios

Eduardo Gil Bera

 

Hace tres mil setecientos años, unos colonos minoicos de Creta fundaron la ciudad de Mileto al suroeste de la península anatolia, sobre una península en la desembocadura del río Maiandros. El lugar era la juntura de dos mundos: la civilización del Egeo y Oriente Próximo. Más tarde, los micénicos cretenses siguieron apreciando las ventajas del emplazamiento, y Mileto fue la cabeza de puente de los griegos de la edad de Bronce ante el gran imperio hitita. Desde su situación en la costura del mundo, Mileto  prosperó, y promovió la fundación de más de cincuenta colonias, desde el mar Negro hasta África.

Pero en 625 a. C., Mileto no sólo se encontraba en la juntura serrátil de dos mundos, sino que también estaba a punto de descoyuntarse: sufría una guerra civil y se hallaba al borde de la escisión. En ese trance, los milesios recurrieron a los de Paros, para que arbitrasen el cierre de la disputa interna. Los árbitros estadistas (καταρτιστῆρες) acudieron de Paros a Mileto, vieron y oyeron a las partes, y propusieron que gobernasen la ciudad dos hombres: el ciudadano de Mileto que mejor administraba y mantenía su propiedad, y un juez supremo especializado en el establecimiento y aplicación de las leyes. Como tirano, propusieron a Trasíbulo, y para árbitro de la ciudad (αἰσυμνήτης), a Tales, que no era de Mileto, sino cretense. Fue la primera vez en que se instituyó una separación de poderes, dos mil trescientos setenta años antes de Montesquieu.

Bajo la tiranía de Trasíbulo arbitrada por Tales, un período que duró unos cuarenta años, la ciudad de Mileto alcanzó su máxima prosperidad, riqueza e influencia. En aquel tiempo, hacían furor los poemas homéricos interpretados por un elenco singular, los homéridas, que se jactaban de poseer el legado literario de Homero, de quien decían proceder.

Un pasaje notable de la Ilíada era la descripción del escudo de Aquiles, en el canto XVIII, donde el poeta narra cómo Hefaistos “creó numerosas imágenes con mente ingeniosa”. La enumeración y reseña de las figuras cinceladas en el escudo se dilata durante más de cien hexámetros. Empieza con “la tierra, el mar, y el cielo, más la luna llena y el sol infatigable, y todas las estrellas que coronan el cielo…” Sigue la descripción de dos bellas ciudades habitadas por hombres mortales. En una hay paz, en la otra, guerra. Se pueden divisar también los campos cultivados, los rebaños, y la gente que celebra la cosecha. La descripción se cierra con “el poderío de la corriente del Océano en torno a la franja más exterior del escudo sólidamente forjado”.

Era llamativo cuánto se parecían aquellas imágenes cinceladas en el escudo de Aquiles a los avatares de la propia ciudad de Mileto, que había sufrido la guerra con Lidia durante más de una década, desde 613 hasta 602 a. C., y por fin celebraba la paz. 

El milesio Anaximandro apreciaba en particular cómo el poeta había resumido en la imaginería del escudo el universo entero circundado por la corriente del océano. Había en el pasaje una singular fuerza de abstracción que conjugaba la enumeración de detalles con la forja de una perspectiva vertiginosa que abarcaba la totalidad. Esa particular fuerza también radica en la cartografía que, como se ve, nació de la poesía, porque Anaximandro fue, según testimonio del geógrafo Agatémero, “el primero que se atrevió a inscribir en un mapa el universo habitado”. Ese mapamundi era circular, como el escudo de Aquiles, y estaba igualmente rodeado por la corriente del océano, mientras la ciudad de Mileto ocupaba el centro.

El mapamundi de Anaximandro inspirado en el escudo de Aquiles descrito en la Ilíada, fue corregido y mejorado por Hecateo, otro milesio dos generaciones posterior, que mantuvo el diseño original, con Mileto en el centro, y la corriente del océano en el borde exterior. Heródoto, que conoció esos mapamundis, criticaba su problemática exactitud porque (IV, 36) “representaban al océano fluyendo en torno a la tierra en una circunferencia perfecta, como si estuviera trazada con compás, y ponían Asia del mismo tamaño que Europa”. El mapamundi de Hecateo era simétrico, lo formaba un círculo con dos masas continentales iguales, que eran Europa y Asia, la cual incluía Egipto y África. El continente europeo se extendía desde las columnas de Hércules hasta el Cáucaso, y el asiático, desde el mar Negro hasta el río Indo.

Entretanto, los milesios quedaron tan satisfechos con la forma de gobierno que les había traído la prosperidad y la paz, que siguieron sujetándose al régimen de tiranía arbitrada. Después de Tales y Trasíbulo, vinieron Toas y Damasenor, y el importante cargo de árbitro de la ciudad que atempera la tiranía se mantuvo sin interrupción durante siglos. También surgió entonces el primer bipartidismo. El consejo de la ciudad de Mileto estaba dominado por dos facciones de nombres tan gráficos y sempiternos como “Riqueza” (Πλουτίς) y “Trabajo” (Χειρομάχα). 

Hacia 500 a. C., Aristágoras, el tirano de Mileto,declaró la igualdad de los milesios ante la ley y, un tanto achispado por el aplauso, decidió derrocar el dominio persa. Empezó por llevar el mapamundi de Hecateo a Esparta, para negociar con el rey Cleomenes una alianza, en su designio de sublevar a las ciudades jonias contra los persas. El mapa, según Heródoto, contenía en una placa de bronce (V, 49) “todo el contorno de la tierra, todos los mares y todos los ríos”. También estarían las provincias del imperio persa, las tierras conquistadas y las ciudades jonias. Con ayuda del mapamundi, Aristágoras podía dar noticias de riquezas en frutos y rebaños, metales y selvas, hasta llegar la residencia del gran rey persa en Susa, ¡a tres meses de camino desde Mileto! A la vista del mapamundi, y contra lo esperado, el rey espartano Cleomenes quedó muy confuso, y se inhibió en el proyecto de sublevación contra los persas.

Por su parte, Hecateo intervino en la asamblea celebrada en Mileto para el asunto de levantarse contra los persas. Y discrepó frente a la mayoría. Su conocimiento le permitió enumerar los pueblos sobre los que dominaba Darío el persa y las fuerzas de que disponía. En su opinión, la sublevación sería un desastre para la ciudad. La revuelta fue en efecto catastrófica para Jonia, y en especial para Mileto, que la encabezó.

En la batalla naval de Lade, la isla frente a Mileto, los persas se presentaron con seiscientas naves, mientras los jonios reunieron unas trescientas cincuenta. Antes de empezar, los aliados de Samos se dieron la vuelta y huyeron; lo mismo hicieron después los de Lesbos, y el frente jonio colapsó. Sólo el contingente de Quíos aguantó con los de Mileto hasta el final. Quíos, la patria de los homéridas, se portó con la misma lealtad que poco más de cien años antes, cuando sostuvo a Mileto en su guerra con Lidia.

Una vez deshecha la flota jonia, los persas ocuparon y arrasaron el centro del mapamundi. Los hombres y viejos fueron pasados a cuchillo, y las mujeres y niños, deportados como esclavos a Mesopotamia. La destrucción de Mileto en 494 a. C. fue la gran noticia que conmovió al mundo griego.

 

 

 

 

 

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Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

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