Eduardo Gil Bera
En 1926, cuando ya era una celebridad, Yeats publicó el poema Among School Children, donde figura el nunca bien ponderado verso Soldier Aristotle played the taws (El soldado Aristóteles jugaba a las canicas). Así se leyó en las sucesivas ediciones y reimpresiones de los poemas completos que se publicaron en vida de Yeats —reputado corrector compulsivo— quien, según toda evidencia, decidió que podía vivir muy bien con dicho “soldado”. En 1947, ocho años después de la muerte del poeta, el soldado Aristóteles fue licenciado y sustituido por Solider Aristotle (El más sólido Aristóteles). Los editores decidieron que, por más acogedor y garante que se hubiera mostrado Yeats con el soldado Aristóteles, ellos, por su parte, no podían soportarlo ni una edición más. A favor de su rectificación figuraba el preterido manuscrito original y la convicción de que el más sólido Aristóteles hilaba mejor con los versos anteriores Plato thought nature but a spume that plays / Upon a ghostly paradigm of things (Platón pensaba que la naturaleza no era más que una espuma que juega con un paradigma fantasmal de las cosas). Se desestimó el parecer de algunos entendidos que sugerían la posibilidad de que Yeats hubiera pensado —no importa si fue a posteriori— que Aristóteles fue efectivamente soldado cuando, según la leyenda, acompañó a su discípulo Alejandro Magno. La contumaz presencia del soldado Aristóteles en versiones online insiste en mantener abierta la cuestión de si Yeats querría una cosa, pero luego otra, y si sería pertinente dirimir cuál de ellas es “mejor”.
A Montale también le hizo dudar el redactor de su poema Falsetto. El poeta había escrito Esiti a sommo (Dudas en lo alto) y quien picó el texto transcribió Esisti a sommo (Existes en lo alto). Se trataba de una nadadora en el trampolín y, hasta donde manda la preceptiva, no hay mayores indicios poéticos a favor de la duda frente a la existencia. Muchos lectores, recordaba Montale, prefirieron la forma existencial.
En cambio, Mallarmé, celebrado paladín de ambigüedades, desató un tomo de certezas con su soneto Le vierge, le vivace et le bel aujourd’hui. El profesor Agosti publicó en 1969 El cigno de Mallarmé, una detallada guía donde explicaba a diez páginas por verso lo que Mallarmé no quiso nombrar pero quiso decir. El cisne no era tal, sino un poeta; tampoco el lago era un lago, sino una tumba (bastaba fijarse en que el poeta Prudencio utilizó lacus con el sentido de foso a finales del siglo IV). La escarcha, le givre, se refería a la losa tumbal, como era de prever. Esto último se basaba en que Mallarmé fue profesor de inglés y no podía ignorar que grave en inglés es tumba. Otras claves interpretativas eran incontestables: no había duda que el cuello del cisne era el orgullo intelectual. El resultado aleccionador es que Mallarmé no era ambiguo ni por el forro, bastaba el diccionario Agosti para entender que en realidad ejercía una claridad meridiana. Solo los filisteos antipoéticos alegarían que para ese viaje no hacían falta esas alforjas, y que cualquier otro explicador podría despachar otras tantas interpretaciones igual de convincentes.
Si se descubriese la carta donde Mallarmé revelaba que el cisne se refería a una novia suya de Logroño, ¿qué sería del cisne de Agosti? Se podría pensar que la mayor objeción a la poetería es que el poeta sabe lo que su poema quiere decir, y que él mismo pone así sus alforjas en cuestión. Pero eso no sería más que otro cisne. Porque no se trata de que la poesía sea un hecho lingüístico, sino de que el lenguaje es el hecho poético. Hay lenguajes donde no rige el código lingüístico —por ejemplo, la música— pero no dejan de ser casos del hecho poético. Ahora, el soldado de Aristóteles y la nadadora existencial, ¿de dónde son? Si por poesía se entiende cierta virtualidad emanante del texto patentado y autorizado, acaso no fueran de la poesía, pero siempre serían casos del hecho poético.
Un caso de conjunción de lenguajes que supera las virtualidades del código lingüístico es la canción. En 1896 se creó una de las más célebres de Austria. Según la leyenda, el letrista Josef Hornig se dirigió al músico Ludwig Gruber con un letra de canción que tenía este estribillo:
Es wird a Wein sein, und mir wer’n nimmer sein,
(Habrá un vino y nosotros ya no estaremos,)
D’rum g’niaß ma ‘s Leb’n so lang’s uns g’freut.
(Por eso saboreamos la vida, y tanto gusto.)
‘S wird schöne Maderln geb’n, und wir werd’n nimmer leb’n,
(Habrá chicas guapas y nosotros ya no viviremos,)
D’rum greif ma zua, g’rad is’s no Zeit.
(Sus y a ello, que luego es tarde.)
Ambos acudieron adonde el editor musical Blaha, le propusieron la canción y solicitaron un anticipo. El astuto Blaha dijo que sí, pero que lo daría por una canción ya compuesta, de modo que Gruber se sentó al piano e improvisó allá mismo la melodía. Así se dice que se alcanzó una insuperada cumbre de la canción vienesa, el mejor testimonio de aquella época de la vieja Austria fluctuante entre el irreprimible placer vital y la melancólica atmósfera de decadencia.
Este canción (me permito sugerir, entre las muchas versiones, esta interpretación a dúo por una tiple y un característico, como se decía entonces):
ha sido la favorita de muchos austriacos, a cuyo deseo se ha cantado en despedidas fúnebres y en toda suerte de ágapes. El poeta Peter Altenberg dijo que era el mejor, más conmovedor y profundo cuplé nunca cantado, porque aunaba la más dulce, cordial y frívola alegria vital de los vieneses con su honda desesperación por tener que estirar la pata.
Es notable que toda la gracia de esta canción, que no deja de tener una letra admirable, esté más allá del código lingüístico, porque yace justo en su conjunción con la música, que confiere a la adversativa un tono indeciblemente cantabile.