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El dilema Sarrazin

Por 6 de septiembre de 2010 Sin comentarios

Eduardo Gil Bera

 

Toda la semana monologan los medios alemanes sobre el señor Sarrazin, destacado miembro del partido socialdemócrata y alto cargo del Bundesbank, que presentó el lunes pasado “Alemania se suprime: cómo nos jugamos el país”. Su editor se gloria de que, en menos de una semana, va por la sexta edición y el cuarto de millón de ejemplares.

Sarrazin teme que los musulmanes supriman Alemania en un par de generaciones, dice que la política de integración fracasa por culpa mahometana y, embarcado en ese Pisuerga, se lanza a la genética. Habla de que el 80 % de la inteligencia es hereditaria, del “gen” que la transmite, del particular gen de los judíos y de los vascos que los hace diferentes al resto de la humanidad. Y, claro, al oír tan delicada materia, los expertos han clamado como un solo hombre: “¿Por qué ha nombrado usted a los judíos en primer lugar?” Sarrazin ha contestado: “¡Qué sé yo! Me ha salido así. La verdad es que tenía que haber dicho frisones orientales o islandeses, entonces no habría problema.” Como se ve, Sarrazin posee un don para agravar su caso. Y hay que reconocer que su aserto sobre el gen vasco quedará como marca histórica: “Hasta aquí llegó la melonada”.

El presidente de la república Christian Wulff ha urgido al Bundesbank que expulse a Sarrazin “para que la la discusión no perjudique a Alemania, sobre todo a escala internacional”. También el ministro de exteriores Westerwelle ha hecho saber que está preocupado por el qué dirán en el extranjero. Con disciplina y diligencia ejemplar, el consejo del Bundesbank ha obedecido y solicitado por unanimidad al presidente Wulff que destituya a Sarrazin. Los miembros del consejo del Bundesbank sólo pueden ser cesados por el presidente de la república —y por lo visto, a petición del mismo—, un barullo sin precedentes que ya ha sumido a la institución en una crisis mayor que la provocada por la inflación. Y todo por un libro del que todavía está por demostrar que contenga más tonterías que la media.

En el partido socialdemócrata SPD, y en la opinión pública, hay una fuerte corriente que está de acuerdo con Sarrazin, más allá de sus desbarres genéticos. Con todo, el SPD le ha abierto un expediente y mandado una circular a los militantes donde se explica que, al meterse en genética y sostener sus “opiniones abstrusas”, Sarrazin se ha pasado de la raya innombrable.

La cancillera Merkel también quiere echar a Sarrazin, y actúa de momento como censora suprema animando al Bundesbank a tomar su “decisión independiente”. No se sabe si lo hace por el libro, que seguramente no ha leído, o para situarse temprano en el lado bueno. En el gremio librero festivalero han surgido menos dudas, quizá porque se han creído las cifras ofrecidas por el editor, lo cual les ha sumido en una comprensible indignación. Así que el Festival Internacional de Literatura de Berlín ha borrado a Sarrazin de la lista de autores, y le ha retirado la invitación para participar en un debate con una esmerada selección de sus críticos. 

Algunos políticos como el ministro bávaro de Interior Joachim Herrmann del CSU aseguran compartir la postura de Sarrazin respecto a la integración de los extranjeros musulmanes. Para él, todo es consecuencia de la “Multi-Kulti-Politik” de verdes y socialdemócratas.

Mientras tecleo estas trapisondas góticas, lo que me llama la atención es la curiosa semejanza del debate Sarrazin con el sofisma de Epiménides el cretense, quien dice que los cretenses mienten, pero él es cretense, luego miente, y no es entonces cierto que los cretenses mientan, por lo que él no miente, luego es verdad que los cretenses mienten, luego él no miente, y así infinitamente.

Sarrazin, ocupado en asuntos de genética financiera, no lo sabrá, pero su apellido significa “sarraceno” que, como no ignoran los expertos, quiere decir, por lo menos desde los tiempos de Amiano Marcelino y Eusebio de Cesárea, primero árabe, y luego moro y musulmán en general. Los “sarkenoi”, de donde procede el latino “saraceni”, eran “los que viven en tiendas”. Esta etimología griega ha sido puesta en duda por exhibir sin pudor un occidentalismo poco respetuoso, y se ha propuesto una etimología árabe (charqiyin) con el significado de “orientales”, que agrava su caso —como cuando Sarrazin se explica en la tele—, porque los árabes del siglo III sólo podrían ser llamados “orientales” desde el punto de vista del imperio romano.

En el apellido Sarrazin hay una bonita porción de historia de Europa. Los Sarrazin prusianos proceden de los calvinistas recalcitrantes que emigraron porque los encorría Luis XIV. Aquellos calvinistas eran antiguos cátaros reciclados que procedían de moros afrancesados en los tiempos de los juglares. De modo que, aparte del gen financiero y del escandalero, Sarrazin posee uno más, bastante “Multi-Kulti”: el gen sarraceno-cátaro-hugonote-prusiano-socialdemócrata. Alguien tan genéticamente dotado no debiera encontrar aberrante el concepto de sarraceno berlinés que, por lo visto, tanto susto le da, pero que representa una bonita síntesis de su propio gen.

Sarrazin dice que los sarracenos no se integran en Alemania por razones genéticas, pero él mismo es portador del gen, ¿se trata entonces de un sarraceno ignorante de su sarracenidad, y apalancado en el cogollo del partido y del Bundesbank, y que por lo tanto se habría integrado, que denuncia a los sarracenos desintegrados y según él no integrables, y en la misma se pisa el capote refutando su tesis de la falta de integración de los sarracenos? Si ahora lo botan, será un sarraceno desintegrado y cargado de razón.

Nadie le ha mencionado nada parecido, porque en alemán “sarrazin” no suena a nada, y meterse con él por semejante motivo siempre sería un  argumento ad nomen, que vale como decir indigente y grosero. Ahora, ¿qué es el racismo sino el más bajo argumento ad nomen jamás inventado?

 

 

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Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

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