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Cuestión de libertad y cultura

Por 22 de septiembre de 2013 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Eduardo Gil Bera

El otro día tuvo una reencarnación esperanzada el viejo brindis de catalanizar España y viva Cartagena. Hasta donde tengo apuntado, el primero que lo entonó fue Unamuno, en el artículo La crisis actual del patriotismo español, publicado en la revista “Nuestro Tiempo” de Madrid, en diciembre de 1905, justo un mes después del avance electoral de los concejales de la Lliga. Decía Unamuno:
Aquí entra el examinar lo que, tanto el catalanismo, como el bizkaitarrismo, tienen de censurable.
Lo malo de ellos es su caracter de egoísmo y de cobardía. En vez de ser defensivos debían hacerse ofensivos.
“España se hunde —me decía un catalán catalanista— y nosotros no queremos hundirnos con ella, y como no queremos hundirnos, hemos de vernos precisados a cortar la amarra.” Y le contesté: “No; el deber es tirar de ella y salvar a España, quiera o no ser salvada. El deber patriótico de los catalanes, como españoles, consiste en catalanizar a España, en imponer a los demás españoles su concepto y su sentimiento de la patria común y de lo que debe ser ésta; su deber consiste en luchar sin tregua ni descanso contra todo aquello que, siendo debido a la influencia de otra casta, impide, a su convicción, el que Españaentre de lleno en la vida de la civilización y la cultura.”
Entre Castilla y Cataluña ha habido un lamentabilísimo y vergonzoso pacto tácito. La primera ha sido tributaria económica de la segunda, a cambio de que ésta sea tributaria política de ella, y siempre que los Gobiernos radicantes en Castilla e influidos por el ambiente castellano, han cedido a las exigencias económicas de Cataluña, o más bien de Barcelona, los catalanes, distraídos en su negocio, no se han cuidado de imponer en otros órdenes de la vida su manera de sentir ésta. Han vendido su alma por un Arancel.
Cada hermano tiene el deber fraternal de imponerse a sus hermanos, y, cuando se siente superior a ellos, no debe decir: ‘¡ea! Yo no puedo vivir con vosotros y me voy de casa’, sino que debe decir: ‘¡se acabó! Aquí voy a mandar yo”, y tratar de imponer su autoridad, aunque por tratar de imponerla le echen de casa. Cada una de las castas que forman la nación española debe esforzarse porque predomine en ésta y le dé tono, carácter y dirección el espíritu específico que le anima, y sólo así, del esfuerzo de imposicion mutua, puede brotar la conciencia colectiva nacional.
Pero cuando, en mayo de 1906, fue Unamuno a Barcelona a brindar in situ por la catalanización española, no le debieron de hacer caso y volvió disgustado al yermo salmantino. A su fiel discípulo Zulueta le escribió mencionando la “jactancia insultante y provocativa” de los catalanes y le explicó: “Mi viaje a Barcelona ha contribuido a entristecerme. Me ha arrebatado una última ilusión. Hoy creo en Barcelona menos que en Madrid, y cada día que pasa, menos. Aquello no es serio. Y luego no toleran la contradicción, y al que no les dice lo que querían que se les dijese lo declaran memo o poco menos.”
El 19 de marzo de 1910, Baroja probó a lanzar el brindis en los discursos de un banquete-homenaje a Lerroux que se celebró en un tinglado del muelle, al lado de Sota Muralla. Baroja se presentó como embajador de los radicales madrileños, llegado en adhesión y pleitesía a Lerroux, su señor natural. Elogió Barcelona como urbe del porvenir y la voz de Cataluña como la más autorizada para guiar las esperanzas españolas, siempre y cuando no cantase ideales de exclusivismo ruin sino, como lo hizo en el tiempo de Prim y Pi y Margall, de expansión generosa. Era una paráfrasis mitinera de la idea redentora de catalanizar España que Unamuno expresó cuatro años antes. 
 
Después, Baroja se sintió retado por la las reseñas que hizo del acto la prensa catalanista, en especial por el artículo Demanda de Màrius Aguilar, que apareció el 23 de marzo, en "El Poble Català", donde se hacía alusión al artículo de Baroja El problema catalán. La influencia judía, publicado en "El Mundo" el 15 de noviembre de 1907, que culminaba:
El catalanismo es un problema de sentimiento más que un problema político. Tiene el carácter judaico que se encuentra actualmente en la política de casi todos los países por el triunfo de la raza israelita, que ha salido de todas las prenderías, traperías y casas de préstamos a conquistar el mundo. 
 
 Aguilar se refería a ese artículo al decir:
En Baroja, com no s’assembla a ningú literariament, també es distint en els seus atacs a Catalunya. No cerca una esquerda ont clavar la ploma, no garbella virtuts y defectes. Ens nega en bloc. Som jueus. No servim més que pera vegetar darrera els taulells, despatxant a la menuda. Si fem art o política o ciencia, són com els dels jueus un art, una política, una ciencia hàbils, molles, lucratives. En Baroja, agfant el mall preconisat per en Nietzsche, copeja sobre Catalunya y la troba buida. Un esperit així, puntxant, negre, negre mate, malabarista, d’un "je m’en fichisme" agresiu, pot trencar la nostra quietut espiritual, encara que no sigui m’es que durant una setmana. Ell, desde’l lloc de les definicions catalanistes, que’ns negui, que’ns maltracti, que’ns burxi en l’ànima. ¿Massoquisme intelectual, dieu? No, no, res d’artificialitats snobistes. En Baroja hi posaria verí en la seva paraula. Jo li demano que n’hi posi. Perqué estem mancats de passió, de verí. Y es el verí lo que fa marxar a la vida.
 
Baroja se negó a conferenciar en el Ateneo, conforme le invitaron el propio Aguilar y Oriol Martorell, porque creyó que allá le prepararían una encerrona, y escogió para su respuesta la Casa del Pueblo —"siendo yo radical, es más lógico que estas cuartillas se lean en la casa del partido, en la Casa del Pueblo"—, donde en efecto una semana después del mitin, el 25 de marzo de 1910, Baroja leyó sus Divagaciones acerca de Barcelona:
Yo dije que en Cataluña había espíritu judío, y es verdad, yo lo sigo creyendo; este espíritu judío está en muchos comerciantes ricos catalanes, está en muchos hombres que han empujado a España a una guerra imbécil en Melilla; está en los que, después de explotar a rincones desgraciados de nuestro país, han tenido la estupidez de desear que España desaparezca y de gritar muera España, como si se pudiera desear la muerte de un país noble y desgraciado […]
Yo veo aquí una porción de mentiras acumuladas con intenciones más o menos piadosas, acerca de Cataluña en sí misma, y de Cataluña con relación al resto de España.
Yo no veo aquí la acomodación espiritual entre lo que es Cataluña en sí y lo que es Cataluña representada por su docena y media de escritores y periodistas.
A mí, Cataluña me da una impresión de ser casi más española que las demás regiones españolas.
[…] Es muy posible que no haya problema y que todo el problema catalán sea como el problema español: una cuestión solamente de libertad y de cultura.

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Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

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