Eduardo Gil Bera
El reclamo de “preindoeuropeo” ha seducido a teóricos del arte y el pensamiento, que han despachado efusiones de rango poético y filosófico sobre el vasco. Ahora, llamar preindoeuropea a una lengua idealizada, basándose en hechos históricos inexistentes, y adquirir así una ventana con magníficas vistas al pensamiento poético y la cosmovisión imperante siete mil años atrás, es un tanto alegre, porque el vasco no sólo es posterior al latín, sino que debe su formación a la influencia del latín, o sea, tiene la misma edad que sus hermanos romances. Y de los millares de lenguas no indoeuropeas del mundo, la vasca es la más indoeuropea.
La llegada de los celtas al sur de los Pirineos hacia la mitad del primer milenio a. C., constituye un terminus ad quem para la formación de dos lenguas hispánicas de relieve, el celtibérico y el paleovasco.
Eso no quiere decir que estas dos lenguas vinieran entonces al mundo armadas de su propio vocabulario, giros y flexiones. Pero sí indica que a partir de esa fecha, los celtas y los aquitanos que cruzaron los Pirineos iniciaron de modo gradual la formación del celtibérico y el paleovasco a partir de lenguas anteriores.
En el caso del paleovasco (que es una lengua anterior al contacto con el latín, y por lo tanto con una morfología, sintaxis y vocabulario muy diferentes del vasco) los ingredientes básicos eran hablantes aquitanos, con relevante impronta cultural celta, mezclados con lusitanos autóctonos.
La incidencia del celta en el aquitano y luego en la formación del paleovasco representó la influencia civilizadora indoeuropea en una lengua de covada. En otras palabras, introdujo el nuevo concepto de padre, fundamental en las familias lingüísticas, religiones y civilizaciones indoeuroepea y semítica, llamadas a dominar el mundo.
El aquitano que se estaba convirtiendo en paleovasco al sur del Pirineo se hallaba sometido a leyes que aún hoy siguen vigentes en la evolución del vasco, como por ejemplo la tendencia a que /mb/ sea /m/, que determinó el paso del aquitano sembe al vasco seme “hijo”, una tendencia que se mantiene en el habla popular de la cuenca del Bidasoa donde denbora (“tiempo”) se pronuncia “demora”, y lehenbiziko (“primero”), “lemizko”.
Entre la multitud de préstamos celtas en vasco, figuran atta “padre”, andere “señora”, haltza “aliso, sei “seis”, zazpi “siete”, oker “torcido”, ezker “izquierda”, erreka “arroyo”, la copulativa eta que deriva de uta, y egi, muy frecuente en toponimia con el significado de “cordal de un monte” o “prolongación de una cresta”, y viene del celta gyo “valladar” o “alineación”, todavía perceptible en el nombre del Moncayo. En la poesía de Marcial (Ep. 25, 5: senemque Gaium nivibus), se ve que el gyo celtibérico sonaba gaio a oídos latinos.
Pero aún más llamativa es la importancia de la toponimia celta en el territorio consierado vasco. El río Deba, que discurrre por la parte occidental de Guipúzcoa, tiene nombre celta. El Bidasoa y el Bidousse fluyen bajo teónimos celtas. De los afluentes pirenaicos del Ebro, sólo el Cinca presenta nombre vasco (Cinga > Txinga “terreno pantanoso” cfr. Txingudi, marisma del Bidasoa) mientras Ega, Arga y Aragón, llevan nombres celtas. Deio, que es monte y región enblemática en el nacimiento de la monarquía navarra, y se extiende desde la fortaleza de Monjardín hasta el río Ega, es nombre celta, así como Ultzama, valle al norte de Navarra, y Segia (Ejea).
También Nemanturista, antigua población cerca de Eslava, al sureste de Pamplona, presenta un superlativo celtibérico relacionado con las inscripciones celtas Menmandutiae, en la Galia Narbonense, Minmantii, en la Aquitania Céltica, Mermandios, testimoniado en Lusitania, Mermandiceo, descubierta no lejos de Lisboa, y Mirmanos, junto a Tudela. Todos estos nombres derivan de un antiguo término celta que se podría reconstuir como Menmandios “divinidad de la memoria”.
Y también los bardyetas, que ocuparon casi toda Gipúzcoa y la parte oriental de Álava, llevan un nombre celta, que pasó a ser varduli, con diminutivo latino, en época histórica.
Se hace patente que la lengua y la cultura superiores y referenciales en el territorio vasco eran célticas, y la población paleovasca servía a una élite de régulos y guerreros celtas, hasta la llegada de los romanos.
Todo esto sugiere que la relación de los celtas con los aquitanos, sobre quienes ya ejercían presión e influencia antes de pasar los Pirineos, y, en particular, con los aquitanos que se asentaron en el sur pirenaico, fue la que corresponde a un pueblo satélite, que les acompañó o fue empujado por los propios celtas en su marcha hacia el sur, y se quedó a unas pocas jornadas de su patria.
¿Qué nombre tenía para los celtas aquel pueblo inferior? La forma más antigua, o al menos anterior a las fuentes literarias, es la que aparece escrita con grafía ibérica en monedas aparecidas con frecuencia en Navarra, y datables sobre el siglo II a. C.: Barscunes y también Bascunes. La palabra es celtibérica, aparece en nominativo plural, y resulta llamativa la vacilación entre las dos formas.
El nombre de los vascos no se ha conseguido explicar desde su lengua —sólo Humboldt aventuró un basoko “del bosque”—, ni desde el celtibérico —salvo la propuesta de Tovar, que partía del radical bhar– que aparece en el nombre de los bardyetas-várdulos—. La dificultad mayor estriba en el grupo interno /sk/, que en la jerga lingüistica se llama infijo, y no se sabe qué pinta ni puede querer decir.
La solución podría no ser complicada. Si se toma guhaurek, “nosotros mismos” en vasco actual, se puede reconstruir la forma plena guhauresek (cfr. behauresek “ellos mismos” y hauresek “estos mismos”), que en celtibérico daría (g)uarsk > barscunes y (g)uask > bascunes; en latín (g)ausk > auscus —los ausci eran un pueblo aquitano con capital en Auch, antiguamente llamada Ilimberri— y (g)uascones; así como (g)ouaskonoi en griego. El acento en la /a/ de guháurek explicaría la antigua pronunciación váscon y váscones, o sea (g)uásk, así como la pronta caída de la /g/ inicial, y la vacilación celtibérica barscunes/bascunes.
Hasta los vascos adaptaron a partir del celtibérico el término “basco” para nombrarse a sí mismos en su lengua. El culterano “heuscalduna” es una invención posterior.