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Lorca, de Nueva York a la escuela

Por 9 de enero de 2011 Sin comentarios

Javier Rioyo

 

 

Después de días, con sus noches, en los que no cumplimos ese leve deseo de dejar los excesos en comidas y bebidas, felices días cerca del diluvio y lejos de Internet,  me encuentro con el manuscrito de Lorca, "Oficina y denuncia", uno de los más terribles y hermosos de "Poeta en Nueva York". Un nuevo final al poema, un manuscrito que se encontraba olvidado en la Biblioteca del Congreso de Washinton, que ha sido recatado por el profesor Chirstopher Maurer: admirado hispanista, destacado profesor bostoniano, elegante en la vida e inteligente en sus viajes reales, virtuales y sabio en  elegir mujer. En fin, alguien en quién confiar.

Agradezco a una de las habituales de esta barra, de las resistentes, de las veteranas que todavía no se han rendido, no se han fugado para liberarse de los insultadores. No me  importan, no los leo, ni escucho, ni veo. El menor de mis desprecios, la mayor de las ignorancias mientras no tengan pistolas, ni sean exaltados de Arizona o del "ala armada" del Tea Party. Contra ellos, contra esos, ni un pase, ni un perdón. Pero prefiero volver a la sorpresa lorquiana. Al final diferente de su poema. A la capacidad que sus poemas, corregidos o en su primera versión, tienen de conmovernos.

Ya sabemos la impresión que recibe Lorca en Nueva York, algo que hace cambiar su poesía, su forma, su estilo. El encuentro con la ciudad, con las masas- eso tan orteguiano que en Madrid no se vería en las calles hasta la llegada de la República- con la multitud urbana, como dice Maurer, le hacen sentirse perdedor, abrumado, pequeño y redentor.

Curioso Lorca, como tantas veces lleno de contradicciones. Por un lado el solitario, solidario; por otro, el mundano, el sociable, exquisito, moderno y un poco pijo. El que se emborracha con Hart Crane, el que se escapa por los muelles, por los barrios pobres, que liga con chicos de barrio; por otro, el centro de las fiestas, el amigo de los elegantes, el mimado por su familia, por sus amigos, el disfrazado de Tintín, antes de que Tintín recorriera el mundo. Siempre interesante. Por encima del clima. Ni frío, ni calor: hace Lorca.

Yo conocí las escuelas españolas, las escuelas nacionales. Conocí aquellos tiempos en que Lorca no existía. No era carne para las escuelas, ni para los niños, ni para los maestros. Mi padre, mis profesores, que sí habían leído a Lorca, que sí sabían quién era, cómo vivió y porqué murió, tampoco nos hablaron de Lorca. Pero fue imposible el silencio, Fue imposible querer inventar su vida y su muerte. Y llegaron en la adolescencia, en la juventud. Llegaron sin que supiéramos mucho. Llegaron con sus poemas, con sus verdades. Y llegaron arrasando, Juan Ramón, Antonio Federico, Rafael, Luis, León, Manuel, Miguel…y los otros, los de el otro español de América. Y los del silencio interior. Los hijos de la ira, los vencedores y los vencidos que disimulaban. Y la poesía, sus poemas, nos hicieron como somos.

Gracias a los Maurer, a los otros profesores, estudiosos, lectores, gentes libres de "escuelas nacionales" pero no de matones que beben el té, que hagan llegar esas voces, esos ecos hasta nosotros los hartos de excesos. Y de algunos no civilizados de nuestra civilización.

Querido Maurer, no se si será más eficaz el final definitivo, ese que leímos de su poema, pero me emociona el encontrado en una biblioteca de Washinton, ese que leyó otro poeta al que mucho quisimos, José María Millares Sall.

Los versos finales que borró, esos que ya no se me borrarán:

"…yo me ofrezco a ser devorado por los campesinos españoles

 en las escuelas nacionales para sabiduría y ejemplo de niños"

 

Ni los campesinos españoles lo querrían devorar, ni los niños de las "escuelas nacionales" se enteraron de quién y qué escribía este niño de un pueblo de Granada.

 

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Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

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