Eduardo Gil Bera
La escritura ibérica fue descifrada por primera vez en 1925 por Manuel Gómez-Moreno (1870-1970). La naturaleza semisilábica de las inscripciones y una primera lectura del plomo de Alcoy, descubierto en 1921, se impusieron como prácticamente indiscutibles, y la confianza en la identidad vasco-ibérica decreció notablemente, pese al prestigio de ilustres figuras, como Menéndez Pidal (1869-1969), que continuaron postulando una remota ecuación ibérico-vasca en la práctica totalidad de la península, y especialistas como Antonio Tovar (1911-1984) que habían mostrado un entusiasmo menor ante la hipótesis vascoiberista, pero que se inclinaban por la aceptación de la existencia de cierto grado de parentesco basado en listas comparativas que revelarían correspondencias notables.
El corpus de las inscripciones ibéricas fue por primera vez susceptible de una lectura sistemática tras la publicación por Jünger Untermann de Monumenta Linguarum Hispanicarum (1975-1997).
A mediados del primer milenio a. C., se escribieron los textos más antiguos conocidos en España. La escritura es semisilábica y sólo se ha descifrado muy parcialmente. La lengua es tartésica, sin relación aparente con el ibérico ni el indoeuropeo, y se desarrolló en una civilización avanzada de tipo mediterráneo situada en Andalucía occidental.
Los textos inmediatamente posteriores son de la segunda mitad del primer milenio a. C. La escritura todavía es silábica en gran parte, procede de la fenicia y la griega, y hoy se puede leer casi en su totalidad. La lengua, por su parte, es ibérica y continúa siendo desconocida. El idioma ibérico se utilizó a lo largo de la costa mediterránea, desde Andalucía hasta el norte del Pirineo, y se extendía hacia el centro peninsular por las cuencas del Ebro, el Júcar y el Segura. Los griegos pusieron nombre a los iberos haciéndolo derivar de la denominación de su río principal, el Hiber, que hoy llamamos Ebro.
A lo largo de los siglos III-I a. C., se escribió en celtibérico en la cuenca del Ebro y alrededores. La escritura es la ibérica levantina, con algunas adaptaciones, y es legible casi en su totalidad. La lengua celtibérica es indoeuropea y puede interpretarse con fiabilidad muy alta. Hay una enojosa semejanza entre celtibérico e ibérico que puede originar alguna confusión: celtibérico es el celta que se habló en la península ibérica y, aunque aparece escrito en signos ibéricos, no tiene nada que ver con el ibérico, que no era indoeuropeo.
Es preciso retener por qué el ibérico o el tartésico, pese a estar escritos, no responden a las exigencias que permiten descifrar una lengua desconocida. La fórmula “escritura ignorada” + “lengua conocida” autoriza todas las esperanzas. El mejor ejemplo sería el Lineal B, descifrado por Ventris y Chadwick: es cierto que el micénico es un griego antiguo, muy diferente del homérico, pero no dejaba de ser una lengua básicamente conocida y la escritura desconocida que la “recubría” acabó por ser leída.
En cambio, la fórmula inversa de “escritura conocida” + “lengua ignorada” es un callejón sin salida que sólo puede producir elucubraciones. De modo que mientras no aparezca una piedra de Rosetta del ibérico o el tartésico, que permita un anclaje comparativo en lenguas conocidas, su comprensión no está a nuestro alcance.
Ahora vamos a tratar de identificar la lengua indoeuropea más antigua de la península ibérica. Durante el primer milenio a. C., la escritura y la civilizacion avanzada se extendieron desde el sur hacia el este y el norte. Sin embargo, el conocimiento y la interpretación de sus lenguas han seguido la direccion contraria por una circunstancia crucial: la romanización empezó en el Ebro y tenemos más noticias históricas de esa zona, y también ahí se escribieron los primeros textos conocidos en indoeuropeo, lengua cuya gramática y vocabulario ya conocemos en alguna medida.
La primera lengua indoeuropea escrita en España fue el celtibérico, la lengua que los celtas desarrollaron en la Península durante más de medio milenio. Pero el celtibérico no fue la primera lengua indoeuropea en la región, porque mil años antes llegó otra.
El lusitano es una lengua prehistórica que recibe su nombre del hecho de haberse hallado sus últimas inscripciones, antes de desaparecer, en la zona de Cáceres y el centro y sur de Portugal.
Pero el nombre no debe engañar respecto a su antigüedad y extensión. Se trata de una lengua coetánea del micénico y el hitita. Sus restos y huellas, en forma de préstamos en otras lenguas, particularmente el aquitano y el ibérico, la muestran como representante del extremo suroccidental del indoeuropeo, en una comarca que se extendía desde los Alpes al golfo de Cádiz, y abarcaba como mínimo la Narbonense, Aquitania, toda la península ibérica y la italiana, donde dio lugar al osco-umbro y al latino-falisco. Como suele suceder en las lenguas situadas en un extremo de su familia, conserva notables rasgos arcaicos que, en su caso, presentan paralelos mucho más septentrionales y orientales que lo estudiado y esperable hasta ahora por la preceptiva indoeuropea.
La datación de la llegada del lusitano es problemática. Si ya es difícil establecer una fecha para la llegada de los celtas a la Península, mucho más lo es hacerlo con una lengua que debió vivir al final de la edad de Bronce, al menos desde mediados del II milenio a. C.
Desde la época de Oihenart, la correspondencia del ibérico ili con el vasco iri, con significado de “ciudad”, ha sido el caballo de batalla y más firme puntal del vasco-iberismo. La forma original ili se registra en aquitano, que es una lengua desaparecida en el siglo I d. C. En vasco, el término presenta las formas de evolución dialectal (h)iri, iri, uli, uri. Es decir que la correspondencia, si la hubo, fue entre el aquitano y el ibérico.
¿Cuál pudo ser la palabra que tomaron como préstamo el aquitano y el ibérico y de qué lengua procedía? La primera candidata con cierta apariencia es la palagra griega polis, en homérico ptolis, que también significa “ciudad”. Pero en la época donde hubo de suceder el contacto entre la antigua lengua indoeuropa, que llamamos lusitano, y las lenguas no indoeuropeas aquitano e ibérico, el griego aún no se había formado, y su antecesor, el micénico, presenta en Lineal B una forma po-to-ri (ptolis) que se corresponde mal con el “ili” que conocemos en aquitano e ibérico.
Si nos fijamos en el radical indoeuropeo bhergh, con significado de elevación, que es la reconstrucción hipotética de donde parecen provenir todas las formas indoeuropeas, incluyendo el polis y el pyrgos griego, los berg y brig gemano-célticos, el fortis latino, y el púr sánscrito, notamos que las lenguas indoeuropeas occidentales han mantenido la /b/ inicial. En cambio, presentan una /p/ inicial las lenguas más orientales, desde el griego hasta el tocario. Esa observación es más o menos válida para el I milenio a. C., pero el testimonio del lusitano, que conservó la /p/ inicial, muestra que antes no era así. Y también invalida el axioma paleohispanista que consideraba la ausencia de /p/ un rasgo propio de las lenguas prerromanas de la Península.
La forma original que tomaron como préstamo el aquitano y el ibérico hubo de tener esa /p/ inicial. ¿Cómo lo sabemos? Porque el aquitano y el ibérico rechazaban la /p/ como inicial de palabra y, por lo tanto, no la mantenían en aquellas palabras que tomaban como préstamo. En cambio, si hubiera sido /b/, la habrían mantenido de algún modo. La forma ili que asimilaron el aquitano y el ibérico tuvo que sonar pilis en lusitano.
En baltoeslavo, que es una rama indoeuropea que tiene aproximadamente la misma edad que el lusitano, y presenta con éste llamativos paralelos, existe en efecto la forma pilis, con significado de “ciudad”, y preservada en lituano.
Eso no quiere decir que gente baltoeslava bajara hacia el suroeste europeo y contactara con aquitanos e íberos, sino más bien que el baltoeslavo y el lusitano proceden del mismo lugar eurasiático entre el mar Negro y el Caspio, y se desplazaron por la misma época en dirección al oeste europeo. A la altura aproximada de los Alpes, aquel movimiento masivo de hablantes indoeuropeos se separó en dos, unos fueron hacia el Báltico, y originaron la rama baltoeslava, y otros se encaminaron hacia el suroeste, para establecerse en toda la región comprendida entre los Alpes y el golfo de Cádiz, o sea, la Galia Narbonense, Aquitania, y las penínsulas ibérica e italiana. La lengua de estos últimos hablantes indoeuropeos era la que llamamos lusitano. Como vivió unos mil años, hay que dar por hecho que en ese tiempo el lusitano cambió y se derramó en dialectos.
Con la aparición del testimonio lusitano, la ecuación aquitano = ibérico, también acogida y mantenida con cariño hasta hoy por los más modernos vascoiberistas, se revela como de nula consistencia. En ibérico aparecen las variantes il(t)ir, il(d)ur, il(t)u, il(d)u… donde la /t/ y la /d/ eran mudas para el oído latino, que transcribía ili-, ilu-… pero sin duda no lo eran para el ibérico, donde tenían un valor que se nos escapa. Sólo en la adaptación de un préstamo tan simple como “pilis”, el aquitano y el ibérico demuestran haber sido lenguas muy diferentes entre sí.
El significado original de polis, pilis, pyrgos, púr, brig, burg y el resto de formas indoeuropeas emparentadas no es ciudad, ni comunidad política, sino elevación fortificada.
La fecha en que este préstamo entró en el aquitano representa, al mismo tiempo, un terminus post quem para la formación de la lengua vasca. Es decir, el vasco aún no existía cuando el aquitano contactó con el lusitano. Mientras en la lengua aquitana, que despareció en el siglo I d. C., se mantuvo ili, en la vasca, que procede de aquélla, se registran las formas iri, uri, uli y otras, que se han formado en época histórica.
La segunda ecuación más frecuentada por el vascoiberismo es la correspondencia entre el ibérico beles, -bels y el aquitano belex, -bels, que está apoyada por el vasco beltz , que significa “negro”.
En el radical indoeuropeo bel- que significa “fuerte, pavoroso” está el evidente origen del término que ha engendrado los superlativos balista y beltistos, en sánscrito y griego —que significan “el más fuerte” y también “el más temido”—, el término latino belua, que quiere decir “cosa monstruosa”, y el frigio beleya, epíteto de la diosa madre. Un grupo muy importante de los celtíberos se llamaban los Beli y también Belici “los fuertes”, y son muy significativos los dioses celtas Belistos y Belisama.
En vasco, beltz significa en efecto “negro”, pero también es muy patente su significado acromático de terrible o desmesurado. Itsaso beltza quiere decir “mar arbolada”, y se llama horma beltza a la helada fuerte que se prolonga bajo cielo nublado. También es notable la afición al uso de ese radical para la formación de nombres propios en vasco, con inveterada intención jactanciosa e intimidatoria. Baste como ejemplo el término beldur “miedo”, procedente de la misma raíz.
No hay, hasta ahora, medio de saber qué significaban beles y -bels en ibérico, pero no cabe duda que el préstamo procedió del lusitano.
Hay otros vestigios lusitanos en las lenguas prerromanas de la península ibérica. Por ejemplo, Perkunetae, que figura en la primera línea del primer bronce de Botorrita, escrito en celtibérico, y que es uno de los textos más largos e importantes conservados en esa lengua. La palabra deriva de un dios Perkuno (cfr. en lituano el dios Perkunas o las antiguas Nymphae Percernae en la Galia Narbonense), es decir, “de las encinas”, cuyo santuario estaba en un trescantos o trifinium, o sea, un lugar que marcaba la frontera entre tres territorios, ya desde la edad de Bronce. Como testimonios inconfundibles perduran los nombres del Val de Percuñal y la localidad de Percuñar, en la margen derecha del Ebro, a la altura de Caspe, en la provincia de Zaragoza.
Con el mismo origen lusitano figura en vasco la palabra ezkur, que significa “árbol” en general y también “bellota”, y es matriz de numerosos topónimos como Ezkurdi, Erkuden o Eskurtsa.
También el radical narb-, que significa “terreno pantanoso” y es visible en Narbarte o Narbona, pertenece al estrato indoeuropeo más antiguo registrado en el extremo suroccidental de la familia lingüística.
Así como la raíz ken-, con el significado de “vacío”, que aparece en el armenio sin “vacío”, el griego kenoo “vaciar”, y el vasco ken “quitar”, “sustraer”.
Los vestigios lusitanos en las lenguas hispánicas prerromanas, y también en las posteriores, han de ser numerosos y no cabe duda que estudios sistemáticos revelarán otros muchos paralelos con el indoeuropeo precéltico, más antiguo y oriental.