
Eder. Óleo de Irene Gracia
Eduardo Gil Bera
Machado escribió a Baroja una carta postrera tan triste, que a éste le hizo mal efecto, y la tiró. Así lo cuenta. Sin duda se sintió comprometido, afeado, esas cosas tan ingrávidas y sutiles de la susceptibilidad literata. Y el pobre Machado quizá convencido, allá en las últimas, de que legaba un documento conmovedor a la posteridad.
Ahora La Junta de Andalucía, inspirada y enardecida con el jolgorio fúnebre dispensado al cajón de Paco de Lucía, quiere montar una procesión de cultureta y jipío con los restos de Machado. Estará bonito, seguro. En España hay tradición de líos sepultureros y tumbales. Cuando el ayuntamiento de Madrid quisó trasladar los restos del músico Gaztambide al panteón de ilustres, el ayuntamiento de Tudela reclamó la fiambrera como propia y decidió levantarle un mausoleo en el cementerio. Llegó el cajón en tren, con gran séquito de diputados y altos cargos, lo pasearon en medio de un gentío hasta el cementerio, y lo dejaron allá, en un panteón prestado, mientras la comisión cultural pertinente se constituía, cosa que tardó treinta años. Cuando la comisión hizo abrir el cajón, se encontraron con metro y medio de señora mayor, bastante desmejorada, y ni rastro de Gaztambide. Se ve que, en el desbarajuste madrileño del desentierro se traspusieron los restos y se envió como Gaztambide a su suegra, o cualquiera sabe a quién. ¡Qué español es todo eso! Ahora ni cenotafio, ni mausoleo, ni panteón de ilustres, españolito que te vas del mundo, te guarde Dios, ninguna de las dos Españas te hará el panteón.