Edmundo Paz Soldán
Una hora antes de que comience el partido entre Estados Unidos y Eslovenia, la gente en los cafés de Ithaca no parece haberse dado por enterada. Algo muy opuesto a lo que se acostumbra en América Latina y España (bueno, en el mundo entero) cuando juega la selección nacional: las calles desiertas, la sensación de que algo importante está por ocurriendo, la efímera unión de los contrarios. Compro USA Today, y me sorprendo: no sólo un titular en primera página ("No room for error"), también cuatro de las doce páginas de la sección de deportes están dedicadas al mundial. Dos de ellas son un perfil del entrenador, Bob Bradley, cuyo detalle más importante, según el artículo, es que no es ni Dunga ni Maradona ni Capello, sino, simplemente, un hombre común al que le gusta la música de Bruce Springsteen. Su hijo Michael, que juega de titular en la selección sin que nadie cuestione favoritismos, declara, redundante como buen futbolista: "Él es el seleccionador, es mi padre. Yo soy un jugador, su hijo. No hay nada más que decir". Pues sí.
Las cámaras de Univisión -el canal más grande de televisión en español en los Estados Unidos– muestran bares atestados en Nueva York y Boston, gente con banderas y sombreros con los colores de la bandera norteamericana. El periodista entrevista a un grupo, y resulta que uno es salvadoreño y otro panameño y así sucesivamente; les pregunta, entonces, por qué apoyan a los Estados Unidos. "Porque todos somos americanos", dice un boliviano, también redundante. El que no parece entusiasmado por esto es el locutor del partido en Univisión, que ayer relataba México-Francia con un claro apoyo al equipo del Vasco Aguirre, pero hoy no está dispuesto a que los eslovenos lo acusen de parcializado.
Del partido se puede decir que fue de ida y vuelta. Estados Unidos no brilla, pero siempre está dispuesto a entregar 90 minutos de emoción. Para hacerlo más interesante, el equipo norteamericano suele dejarse meter un gol en los primeros minutos. Y luego, a correr se dijo, a remontar, tan metido en el ethos de sus jugadores el espíritu de la épica. Alguien escribe en Twitter: "Los gringos son los nuevos alemanes del fútbol: tenaces, seguros". Sí, un equipo que no se da por vencido ni aun vencido. Y con dos en contra, apareció Donovan, que se inventó un golazo casi sin tener ángulo para el disparo, y luego el hijo del seleccionador, para que nadie dude de que está aquí por méritos propios, puso el segundo, e incluso hubo tiempo para un tercero, que el árbitro anuló equivocadamente.
La innata incapacidad para aceptar la derrota, la fe (no ciega) en ellos mismos, el funcionamiento de la meritocracia, la presencia natural de inmigrantes o hijos de inmigrantes en la selección (Donovan, Altidore, Onyewu, Howard, Torres, Bocanegra, Cherundolo…): el fútbol como mensajero de algunos de los valores más importantes de la sociedad norteamericana. Una lástima que, una vez más, al menos en los Estados Unidos, esta prédica magnífica haya sido sólo para los conversos.
(Blog Papeles Perdidos, Babelia, El País, 18 de junio 2010)