Edmundo Paz Soldán
Con sus películas y novelas, Ray Loriga ha logrado renovarse y trascender a las preocupaciones de su tiempo y su país. Una relectura de Héroes (1993) nos muestra que sus adolescentes desolados no respondían necesariamente a los años noventa o a España: el chico encerrado en su habitación, dispuesto a vivir en un mundo construido por él mismo en el que hay, sobre todo, música y drogas, una chica y unos amigos, remite tanto a los personajes que encarnó en su momento James Dean como a los de River Phoenix (en el imaginario de Loriga figura como fuerza el cine norteamericano). Tokio ya no nos quiere (1999), la mejor novela de Loriga, ciencia ficción con ecos de Bukowsky y Ballard, muestra la preocupación del autor español por la memoria y sus avatares. Podría decirse que lo suyo es una forma desplazada de lidiar con un tema de la narrativa española de los noventa –¿qué hacemos con nuestra historia más reciente? ¿Vale la pena recordarla, sentimentalizarla, ajustar cuentas con ella, pasar página?–, pero, en todo caso, lo importante es que su lectura en clave local no la agota.
En el centro de la narrativa de Loriga se encuentran personajes románticos y vulnerables. Nunca tanto como en su última novela, Ya sólo habla de amor (Alfaguara, 2008), que cuenta la historia de Sebastián, un hombre que ha perdido a su gran amor y lame y relame sus heridas como suelen hacerlo los enamorados: discurriendo obsesivamente sobre el amor. Ya lo sugirió Barthes: el enamorado tiene algo de psicótico en su compulsión por hablar de aquello que le ocurre. Sebastián lo sabe: "estaba tan enfermo de amor, tan necesitado de amor, tan tercamente apartado del amor y sus sucedáneos, que es de suponer que su cerebro no regía ya con ninguna claridad y que todo su comportamiento se veía sin duda afectado por sus autoimpuestas carencias".
Si bien el conocido aliento poético de Loriga no pertenece al narrador de esta novela, sí existen frases contudentes, epifánicas, que nos dicen algo que acaso no sabíamos antes: "Todo amor es sin lugar a dudas el asalto a un tesoro que no nos pertenece, y de lo que uno se lleva a escondidas, como un cazador furtivo, es mejor no dar cuentas a nadie". El problema de Ya sólo habla de amor es que para que el discurso de Sebastián se haga carne en el lector, necesita de una historia más sólida que lo sustente. Tal como está, hay poco de trama: Sebastián va con una mujer hermosa a un baile en la embajada suiza, pero sabe que no podrá entregarse a ella porque está todavía perdido en la estela del amor fracasado. Quizás ése sea el objetivo de Loriga; mostrarnos que, para un enamorado, hablar sobre el amor es tan importante que incluso la realidad sobre la que se eirge ese amor termina desvaneciéndose. Aun así: esas razones podrá aceptarlas un enamorado, pero no necesariamente esta novela (o mejor: esta lectura de la novela).