Edmundo Paz Soldán
Una de las decisiones más importantes y complejas que tomo antes de embarcarme en un largo viaje tiene que ver con el material de lectura. Me puedo pasar un par de horas escogiendo qué debo leer durante un par de horas. Trato de asegurarme de que la cantidad sea la correcta, aunque prefiero excederme, pues más vale que sobre a que falte: quedarme sin lectura encerrado en un avión, en medio de un vuelo transatlántico, es una invitación a la claustrofobia. Intento que no haya ripio, que lo que me acompañe sea de primer nivel: nada de lectura de aeropuerto (he leído a Vila-Matas en un Madrid-Filadelfia, a Benavides en un Barcelona-San Pablo). Trato de diversificar el material, de que haya textos cortos y largos: novelas, revistas, periódicos.
Para este Ciudad de México-Amsterdam, me llevé varios Gatopardos, un Nexos, muchos periódicos (Reforma, Financial Times, The International Herald Tribune), el manuscrito de un libro de cuentos de un escritor boliviano, y libros: una novela de Joseph O’Neill (Netherland), la primera de Lem (El hospital de la transfiguración), una antología de cuentos de la nueva narrativa mexicana (diré más sobre esto en otro post). Mi maletín pesaba.
Lo mejor de los periódicos: los editoriales del Herald Tribune sobre el inicio de la batalla Obama-McCain. Lo mejor de las revistas: una crónica de Leonardo Haberkorn el el Gatopardo de este mes, sobre la extraña saga de Lestat Claudius de Orleans y Alda Ribeiro, una pareja dispareja (él, norteamericano de veintitantos; ella, uruguaya de cuarentaitantos) que llegó a Bolivia a fines del 2005, y que en marzo del 2006 puso bombas a dos hoteles en La Paz, causando la muerte de dos personas. Lestat y Alda fueron arrestados, y en enero de este año condenados a treinta años de cárcel. Poco después, Lestat se suicidó.
Esta crónica fascinante fue una de mis oportunidades perdidas. Hace un par de años, cuando Daniel Alarcón preparaba el número especial del Virginia Quarterly Review y Etiqueta Negra sobre Sud América, el escritor peruano/norteamericano me sugirió que escribiera sobre Lestat. La idea me tentó, pero al final decidí pasar y escribí sobre Santa Cruz, "la otra Bolivia". Me alegro: lo mío hubiera palidecido ante el trabajo de sabueso de Haberkorn. Un dato que vale toda la crónica: Lestat quería cortar vínculos con su país y se negaba a utilizar el pasaporte de los Estados Unidos; tenía un pasaporte sin validez legal del World Service Authority, y trataba de entrar con él a los países. Por supuesto, era rechazado, y debía, a regañadientes, usar el pasaporte norteamericano. Sólo una vez se dio el gusto de ingresar a un país con el "pasaporte de un país imaginario llamado Autoridad Mundial de la Luz". ¿Adivinan dónde? Sí: en Bolivia. Rafael Puente, entonces viceministro de Régimen Interior de Bolivia, declaró: "el funcionario de Migración era un tipo tan inepto o tan corrupto -yo imagino que más bien inepto- que no se dio cuenta de que ese pasaporte era de un país inexistente".
Entre la ineptitud y la corrupción: ah, mi país, cómo duele algunas veces.