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Estados Unidos y el fútbol: una curiosa desconexión

Por 11 de junio de 2010 Sin comentarios

Edmundo Paz Soldán

Hacia 1994, fui a ver un partido de fútbol en Texas entre los Estados Unidos y Bolivia. Al llegar al estadio, me sorprendió que no hubiera aglomeraciones, que los autos circularan como si nada importante estuviera ocurriendo, que no hubiera gente vendiendo banderas. El día seguía su curso, el tráfico fluía, la televisión seguía con su programación normal. Entendí que lo que veía era un buen símbolo del estado del fútbol en los Estados Unidos: la selección podía jugar, pero eso le era indiferente al ciudadano medio. Después de todo, no se trataba de un partido de fútbol americano, ni uno de baloncesto o béisbol.

Una vez en el estadio, descubrí que la mayoría de los espectadores eran inmigrantes bolivianos. También había otros inmigrantes hispanos (mexicanos, salvadoreños, etc). El resultado de todo esto era que, esa tarde en Texas, Bolivia jugaba como si estuviera de local y los Estados Unidos era un equipo visitante en su propio país. No debía haberme sorprendido, de hecho había visto jugar a los Estados Unidos contra México en Los Angeles, y el clima en el estado era incluso agresivamente ofensivo contra los Estados Unidos.

Más de quince años después, las cosas no han cambiado. El ciudadano medio sabe quién es David Beckham, pero si le preguntan por Landon Donovan pondrá una cara de desconocimiento total. Estados Unidos sigue jugando de visitante en estados como California, Texas y la Florida. La liga de fútbol nacional (MLS) se ha consolidado, los equipos tienen sus seguidores fervorosos, pero esto se debe sobre todo a que el país es tan grande que hasta una liga de cricket podría funcionar sin problemas: hay suficientes inmigrantes como para respaldar los deportes más exóticos. Eso de el fútbol como pasión de multitudes no termina de cuajar aquí.

Hay, entonces, una curiosa desconexión entre lo que sucede en las calles (y en las pantallas) y en la cancha. Estados Unidos juega cada vez mejor, y la FIFA lo considera uno de los quince mejores equipos del mundo. La última vez que perdió España, el gran favorito de este mundial, fue contra Estados Unidos (el año pasado, en las semifinales de la Copa Confederaciones). A su acostumbrado despliegue físico, los norteamericanos le han ido añadiendo, con los años, disciplina táctica y tranquilidad a la hora de salir jugando; nada de los pelotazos y el correr como gallinas sin cabeza de hace apenas dos décadas.

Incluso el futuro está del lado de los Estados Unidos: en Soccernomics, Simon Kuper y Stefan Szymanski llegan a la conclusión de que hay ciertos factores que influyen mucho en el resultado de un partido, entre ellos tener un PIB impresionante y una población enorme. Debido a eso, Kuper y Szymanski pronostican que entre las grandes potencias del fútbol de este siglo estarán Japón, Australia, Turquía y… los Estados Unidos.

Un equipo sólido con un gran futuro, un mundial con suficientes fanáticos como para llenar los principales bares de Boston, Nueva York y otras grandes ciudades… ¿Qué más se puede pedir? Si al país le va bien, no habrá despliegues apasionados en las calles, pero digamos que nadie es perfecto. En cuanto a mí, para el partido de este sábado contra Inglaterra esperaré con ansias una victoria de los Estados Unidos. ¿Y cuándo a esta selección le toque jugar contra un equipo latinoamericano o España? Mejor no digo nada por ahora. Yo, argentino.  

(Blog Papeles Perdidos, Babelia, El País, 11 de junio 2010)

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Edmundo Paz Soldán

Edmundo Paz Soldán (Cochacamba, Bolivia, 1967) es escritor, profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Cornell y columnista en medios como El País, The New York Times o Time. Se convirtió en uno de los autores más representativos de la generación latinoamericana de los 90 conocida como McOndo gracias al éxito de Días de papel, su primera novela, con la que ganó el premio Erich Guttentag. Es autor de las novelas Río Fugitivo (1998), La materia del deseo (2001), Palacio quemado (2006), Los vivos y los muertos (2009), Norte (2011), Iris (2014) y Los días de la peste (2017); así como de varios libros de cuentos: Las máscaras de la nada (1990), Desapariciones (1994) y Amores imperfectos (1988).Sus obras han sido traducidas a ocho idiomas y ha recibido galardones tan prestigiosos como el Juan Rulfo de cuento (1997) o el Naciones de Novela de Bolivia (2002).

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