Edmundo Paz Soldán
En la aparente sencillez de su prosa (insisto: solo aparente), en su magistral capacidad para captar atmósferas, esta nouvelle recuerda a Hemingway. En su evocación elegiaca de un país que ya no existe, uno piensa en el Cormac McCarthy de No es país para viejos; sin embargo, al menos aquí, el espíritu de Johnson se halla lejos del de McCarthy. McCarthy lamenta un mundo que ha desaparecido, se enfrenta al mal que se ha instalado en el presente, y tiene razones concretas para explicar el por qué de la decadencia (las drogas, la violencia); Johnson persigue una visión más poética, quizás más pura. Se trata solo de celebrar aquel Estados Unidos más simple, más inocente que se fue; hay otras novelas para narrar la decadencia del país (por ejemplo, Árbol de humo).
El protagonista de Train Dreams se llama Robert Grainier. A principios del siglo XX, en el oeste de los Estados Unidos, es un obrero más en la construcción de los puentes por los que va a pasar el ferrocarril. Trabaja duro y solo sueña en ahorrar algo de dinero y volver a casa para encontrarse con su esposa y su hija. Carece de genealogía: no sabe quiénes han sido sus padres -lo ha criado un tío–, y ni siquiera está seguro de dónde ha nacido (puede ser Utah o Canadá). Rudo, primitivo, de pocas palabras, Grainier representa a esos hombres anónimos que "cambiaron el rostro de las montañas" e hicieron trabajos parecidos a los constructores de las pirámides del antiguo Egipto: en sus hombros descansa el monumental imperio americano del siglo XX.
Grainier no ha conocido el mar y nunca ha hablado por teléfono, aunque sí ha le gusta la televisión y ha viajado una vez en avión. Su muerte le llega como su nacimiento: en pleno anonimato (no dejará herederos). Es una cruel paradoja que sea conocido por todos en la región pero que, a su muerte pacífica en su cabaña, con más de ochenta años, nadie lo extrañe: su cuerpo se descubre seis meses después. Su vida se perderá como la de tantos otros, que no han dejado registro de su nombre en la historia a pesar de que esta avanza gracias a ellos. Johnson quizás exagera en la sencillez y pureza de la vida de Grainier, pero sus intenciones son claras: la literatura sirve aquí para revelar eso que está delante de todos pero que pocos ven, para dar cuenta de aquello que ya no es más y, a su modo, celebrarlo. Así, cuando se llega a las dos frases finales de Train Dreams, impacta toda la inmensidad de la ausencia: "Y de pronto todo se volvió negro. Y esos tiempos se fueron para siempre".
(La Tercera, 10 de septiembre 2011)