Edmundo Paz Soldán
De paso por Madrid, en un restaurante cerca de la plaza Santa Ana, John Banville habla como si la mayor parte del tiempo fuera Benjamin Black, el escritor de novelas policiales que creó hace un par de años. Es decir: las cosas que dice no tienen la sofisticación que uno podría esperar del mejor escritor irlandés vivo, y van más a tono con el muy buen escritor de policiales en que se ha convertido. Black habla de la Eurocopa, del reciente voto negativo irlandés a la Comunidad Europea, del desconocimiento que se tiene en el Reino Unido de la mayoría de los buenos escritores que escriben en castellano, y lo suyo es muy sensato, nada digno de anotar como las opiniones de un candidato al Nobel. El único rato en que Banville aparece es cuando dice que a su edad los escritores ya no leen, sino releen, y que ahora se ha embarcado en la relectura de Emerson.
La división de personalidades no es una broma: a veces Banville habla de uno u otro autor como si fueran no sólo dos escrituras diferentes, sino dos personas diferentes. Sí, Black escribe en una laptop, sus novelas le tardan tres meses en promedio y también puede dedicarse a ellas en hoteles y aeropuertos, mientras que Banville escribe a mano, sólo en un estudio en Dublin, y sus libros le tardan entre tres y cuatro años. Pero ése es sólo el principio.
Banville se muestra feliz con la tercera novela de Black, The Lemur, que acaba de publicarse en los Estados Unidos. Es una novela corta, escrita gracias a un pedido del New York Times: quince capítulos, cada uno de mil quinientas palabras, para la revista dominical. Banville habla maravillas de la portada ("los norteamericanos están obsesionados con el humo, ya que los pobres allá ya no pueden fumar"), está fascinado porque ambientó todo en Nueva York con gran precisión gracias a los mapas de Google ("podía hacer que mi protagonista paseara por Central Park y sabía qué estatuas aparecerían en su recorrido") y se muestra sorprendido por la cantidad de cosas que no se pueden publicar en el New York Times ("son muy cuidadosos con la homosexualidad y el racismo, es que en el fondo son un periódico de familia tradicional"). Igual, dice Banville, todo lo que tuvo que dejar afuera cuando The Lemur apareció en el periódico, lo ha vuelto a poner en el libro.
Banville admira mi plato. Pienso que es por el cordero, sin saber que él es vegetariano. No: son los pimientos. Me pide un par. Le gustan, y pregunta si puede pedir toda una ración. Por supuesto, dice uno de sus editores de Alfaguara (la editorial que publica a Black en España; a Banville lo publica Anagrama). "Están muy buenos los pimientos del Padrón", digo. Jesús Ruiz Mantilla, que se encuentra al lado de Banville, me corrige: "son de Güernica". Acabo de demostrar mi falta de sofisticación culinaria. Pienso: seguro que Banville se dio cuenta, pero Black no. O quizás sea al revés.
(en abril del 2007 reseñé la primera novela de Black).