Diana Fernández González
El que viaja tiene mucho para contar, se dice. Y en el origen de la producción literaria de Kapuscinski está el viaje. Efectivamente, en Viajes con Heródoto cuenta cómo fue que dejó por primera vez su Polonia natal. Él le insistía a la secretaria de redacción del primer diario en el que trabajó que lo enviara al exterior. Y la oportunidad llegó cuando el gobierno comunista quiso fortalecer las relaciones con la India de Nehru y el diario, oficialista, envió al joven de 24 años como corresponsal.
Gobierna el espíritu de Kapuscinski la obsesión de franquear las fronteras. Las fronteras de los países, acostumbrado como fue durante su infancia y su adolescencia al encierro dentro de su patria. Las fronteras, también, de la lengua: la palabra es la llave de acceso a las otras culturas, que no alcanza con contactar físicamente. Emprendió su primer viaje, a la India, sin dominar otro idioma que el polaco, pero su hambre de conocer una nueva cultura lo llevó a aprender inglés, incorporando las palabras de a una, leyendo por las noches los diálogos de un libro de Hemingway para acrecentar su competencia.
Finalmente, la obsesión por franquear las fronteras de los países y de la lengua está al servicio de la superación de la frontera que nos da más temor superar: la de los prejuicios. "En mucha gente el espacio crea estados de inquietud, de miedo ante lo inesperado, e incluso ante la muerte", escribe. Por eso la emoción que se pone en juego en las despedidas: quien parte siempre puede no regresar. De ahí que la xenofobia sea una enfermedad de sujetos miedosos.
El viaje amplía nuestro conocimiento del mundo y, por tanto, nuestra responsabilidad sobre él. "¿Y de qué somos responsables?" Se pregunta Kapuscinski. "Del camino" Nosotros lo experimentamos también: no hay viaje del que no se aprenda. Y sobre todo se aprende de los encuentros que se producen en el derrotero. Con frecuencia, en los viajes se dan esas fuertes confidencias entre personas prácticamente desconocidas, quienes quedan, a partir de ese momento, misteriosamente enlazados, como secretos sosías.
Al reflexionar sobre sus viajes, Kapuscinski destaca en ellos su encuentro con el Otro (escrito con Mayúscula, como, por ejemplo, en Encuentro con el otro). El viaje es, así, un método de aprendizaje. Un método que Kapuscinski aprende del libro de viajes de Heródoto, obsequio de su jefa, que lo acompañó en su primer viaje.