Clara Sánchez
En el extraño mundo económico en que nos ha tocado sobrevivir tal vez resultaría útil que nuestros hijos tuvieran una asignatura completamente práctica en que debieran mancharse las manos de tierra para que cuando no se puedan comprar pollos los sepan criar. Quizá podría entrar como parte de la polémica "Educación para la ciudadanía", asignatura que me parece imprescindible porque si algo necesitamos los ciudadanos es educación en todos los sentidos. Desde dar los buenos días por la mañana y no ir por el mundo en plan grosero hasta ser conscientes de que es repugnante pegarle una paliza a un compañero para grabarlo en vídeo. El colegio es ese lugar donde uno se relaciona con la gente que se va a ir encontrando a lo largo de su vida y está bien que aprendamos a conocerla mejor y a no tenerle miedo ni rechazo. Resulta incívica la pataleta de la Iglesia y otros sectores católicos contra esta materia porque es algo que compete a los alumnos de todas las creencias, a la sociedad en general. Mientras que las iglesias disponen de recursos, como la catequesis, para enseñar la doctrina a sus fieles.
Llevamos hablando de esto demasiado tiempo, es una pesadez, cuando el problema de la escuela no es ese, sino otros mucho más profundos que tienen que ver con la capacidad de alumnos y profesores y sobre todo del sistema educativo para hacer atractiva una clase y que no esté todo el mundo deseando salir corriendo de allí. El problema de fondo es que cada chaval tiene una mente distinta, con diferentes necesidades que sus compañeros, y que la mayoría de las veces el fracaso escolar no consiste en que sea torpe sino en que no recibe los estímulos adecuados. El problema es que los profesores se las ven y se las desean para lidiar con ese montón de molleras en desarrollo, cada una de su padre y de su madre, y poder meter en ellas matemáticas, lengua, historia. El problema es serio.