Clara Sánchez
Recibo un libro estupendamente editado por Maeva, de Stefan Bollmann, titulado Las mujeres que escriben también son peligrosas y que es la otra cara de la moneda de su anterior éxito, Las mujeres que leen son peligrosas, que hacía un recorrido por las obras de arte inspiradas en una mujer leyendo. He de reconocer que este último aún no ha caído en mis manos, pero sí que tengo ante los ojos el de las escritoras. En la portada, la cara afilada de Virginia Woolf, que francamente no es la que más me interesa, o puede que me interese, me interesa mucho su compromiso con la cultura de su tiempo, su labor editorial, su visión rompedora de la literatura, me interesa como mujer que les dijo a las demás lo necesario que era tener "una habitación propia", me interesan sus problemas psíquicos, me interesa su biografía en general, pero no es la que más me gusta. No es la que, por mucho que lo intentase, llega al meollo de la vida por mucha vida que pusiera en lo que escribía. Siempre que pienso en Virginia Woolf me digo que seguro que en otro intento ya estaré preparada para arrancar la esencia que seguro hay en sus páginas. Por supuesto la culpa es mía, así que en cuanto termine estas líneas volveré a la carga para no marginarme yo sola de su inextinguible influencia.
Como Virginia Woolf también se nos suicidó Sylvia Plath, pero mucho más joven, a los treinta años. Se quedó inmortalizada para siempre con su cara de chica aplicada y la mirada lejana. Es sencillamente maravillosa. Lo supe desde que leí La campana de cristal, ¿cómo se puede escribir algo tan bueno, tan profundo y tan ligero a la vez, que te haga sonreír sobre un fondo de sufrimiento humano? Carson McCullers es otra de mis preferidas. Hay escritoras de una luminosidad y un talento apabullantes, que te hacen preguntarte con qué se tropezaron en la vida para tener esa fuerza. Algunas están en este libro y otras como la italiana Natalia Ginzburg (a quien leo una y otra vez a ver si le arranco su secreto), Willa Cather (admirada por W. Faulkner y Truman Capote), Flannery O’Connor o Alice Munro tendrán que estarlo en otra ocasión. Esto no tiene nada que ver con ningún tipo de militancia feminista, sólo tiene que ver con la literatura porque son espléndidas y tan inteligentes…, poseen la magia de haber sabido prescindir de la solemnidad, el remilgamiento, la impostura y también de la ramplonería, después de retorcer la literatura una y otra vez ellas conservan una libertad de tono que las hacen envidiables. Tienen tanto que enseñarnos, por lo menos a mí.
Esta semana Ana María Matute ha sido galardonada con el Premio Nacional de las Letras. ¡Muchas felicidades, Ana María! y Doris Lessing ha sido Premio Nobel. Lo que no significa que me dé por contenta porque se vayan sumando muchas mujeres al mundo de las letras, me doy por contenta si son buenas.