Clara Sánchez
Felicidades a todos los que hayan superado este primer tramo de las navidades sin reñir con la familia. Según una estadística publicada estos días, en Nochebuena un treinta por ciento de las familias reunidas en torno al cordero y los turrones acaba mal. ¿Te extraña? Pues a mí no, porque imagínate a esos cuñados que en el fondo no se tragan y que con el vino se les empieza a soltar la lengua, y luego botella viene y botella va de cava, a uno se le ocurre una broma que al otro le sienta como un tiro; y las hermanas, sus esposas, a quienes ya se les están agriando hace rato los langostinos en el estómago, deciden apoyar cada una a su marido porque es con el que más tarde, al fin y al cabo, ha de volver a casa y meterse en la cama y entre todos montan el pollo. O bien una decide ponerse al lado del contrario y entonces la pareja se coloca al borde de la ruptura. O quizá ellos son los hermanos y ellas las cuñadas, que no pueden verse. O puede que uno de los niños pegue a otro y esa sea la gota que desborda el vaso. O puede que…, las posibilidades de encontronazo son tantas cuando la familia se ve forzada a celebrar la dichosa noche todos juntos. Y también ocurre que en otros casos se trata de una reunión redundante que no aporta nada a las relaciones porque hay familias muy pegajosas que siempre están de comilonas y celebraciones y que no necesitan una noche especial para ser felices una vez más.