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Cliteratura

El mercado del best seller ha encontrado un nuevo palo y un nuevo nicho: erotismo para mujeres. Después de las catedrales, los cálices medievales y los crímenes escandinavos tocaba escribir de sexo, aunque no hubiéramos podido predecir su poder evasivo. El fenómeno, a pesar de mantenerse fiel a los tópicos de género – la sexualidad perversa es la coartada para el amor absoluto-, ha sido tan explosivo que incluso se ha merecido una etiqueta juguetona: cliteratura. Así lo evidencia el éxito de Cincuenta sombras de Grey y su prole de sucedáneos. Nada que ver con aquella delicatessen en rosa chicle que una visionaria Beatriz de Moura junto al erotómano Berlanga se inventaron en plena transición, La Sonrisa Vertical. Erotismo y filología liberados de cualquier sonrojo con las reediciones de Sacher Masoch, el Divino Marqués, Laclos, la Duras y los noveles. Pero la desidia se fue apoderando del invento en pleno estrellato del sexo on line y acabó por languidecer el descorche de un género maldito. No hubiera podido ser de otra manera: ahora, un cuento de hadas con látigos, zurras y fustas triunfa en todo el mundo cuando las mujeres son mayoría en las universidades y han adquirido un elevado dominio en la expresión social. Porque aquí no se habla de liberación, sino de satisfacción, habida cuenta de que ya casi nada queda por transgredir y conviniendo en que el sexo es un microclima y ¡ay de quien pretenda sublimarlo o censurarlo! Hoy, las prácticas libertinas cohabitan en los dormitorios con galán y tocador y las múltiples ofertas de la tecnosexualidad han modificado los Epitelios tiernísimos. Es ocioso insistir en que el llamado porno para mamás rezuma, además de infantilismo narrativo, un código moral propio del Tea Party. Y que el masoquismo light es la excusa para buscar el viejo amor, desde tiempos de Tristán e Isolda. Aún y así, hay que atender al espejo en el que se refleja este boom de erótica couché: ellas son nicho de mercado, sujetos de deseo. Terminó el año con elevados porcentajes de excitación y plenitud femenina: según la encuesta HabitS, un 95% de las españolas se declaran muy satisfechas. Y o bien el listón está muy bajo o el triunfo del autoconocimiento ha aniquilado los últimos vestigios de mojigatería sin demasiada ostentación, sabiendo que entre pacatas y depredadoras existe amplia gama de grises en la que los Grey de turno son objetos tremendamente útiles para tomar la temperatura. PD. Conversación entre dos dependientas: -Oye, me pasarás otro libro de Grey. ¿Te los has leído todos? -No, ahora estoy con los de crímenes, que también me gustan mucho -Claro, es que tanto sexo cansa.

(La Vanguardia)

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2 de enero de 2013
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Lecturas: La máscara sarda

I. La identidad como mito.

El mito de Juan Domingo Perón y el de su esposa Eva Duarte han atravesado la frontera del siglo veinte y siguen incólumes, vivos en el imaginario colectivo de millones de argentinos, y el estilo populista de poder, sin ideología precisa, de aquella pareja que gobernaba las conciencias desde el balcón de la Casa Rosada, entre la mano dura y las dádivas, ha logrado, sin que importe el paso de los años, una cauda de seguidores e imitadores en América Latina.
Los mitos, que desembocan en novelas se alimentan de la historia, que a su vez surge no pocas veces de los mitos. Los que rodean al general Perón son muchos, el primero de ellos, el cadáver de Evita, multiplicado en varias copias, y que dio como fruto la espléndida novela de Tomás Eloy Martínez, Santa Evita, un entresijo entre historia e imaginación de tal calibre, que hoy es imposible saber si el escritor tomó el caso de los cadáveres fugitivos de la historia, o la historia los ha tomado de la novela de Tomás.
Y está el mito del origen del general Perón, que es el que Luis Valenzuela expone en su novela La máscara sarda (Seix Barral, 2012), ya cuando parecía que acerca de la pareja no quedaba nada por contar. Quedaba. Y Luisa explora este filón con argucia y sobrada inteligencia narrativa, volviendo a lograr que la frontera entre historia real e historia ficticia se borre, y que la novela cobre su imperio sobre la realidad, para crearla, al recrearla.
 

 

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2 de enero de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Tierra de caimanes

Ahora que los empleados de los ferrocarriles y las líneas aéreas han tomado por costumbre llevar a cabo huelgas estratégicas que obligan a los usuarios de ambos sistemas de transporte a malgastar una parte notoria de sus vacaciones en algún aeropuerto o estación de mala muerte, libros como este de Karen Russell, frescos, amenos e intrascendentes pero bien escritos y fáciles de leer, deberían ser declarados bienes de interés social y comprados a miles por algún organismo oficial para ponerlos a disposición de unos frustrados viajeros que así podrían hacer algo más útil que ir de mostrador en mostrador tratando inútilmente de averiguar cuándo podrán hacer uso de los billetes rigurosamente pagados con antelación y que ahora les queman en los bolsillos.
Una vez rotas sus defensas naturales, y sumido en la dolorosa conciencia de estar siendo injustamente tratado, el lector se adentrará en la lectura de un libro como Tierra de caimanes en un estado de ánimo curiosamente alterado pero favorable a cualquier estímulo imaginativo y simpático. El trasunto de este libro no puede ser más sencillo: en una de las Diez Mil Islas situadas frente a las pantanosas costas de Florida la familia Bigtree se gana la vida domesticando caimanes con los que luego montan espectáculos para los turistas que visitan su curioso y precario parque temático. Como bien explicitaban los carteles publicitarios colocados en las autopistas cercanas, la estrella máxima, la "Centauro de la Ciénaga", es Hilola Bigtree, la grácil y arrojada india seminola que atraviesa a nado un estanque repleto de monstruosos caimanes de varios metros y armados con unos colmillos que fácilmente podrían partirla en dos. El Jefe Bigtree es el encargado de ilustrar con un potente chorro de luz el duelo desigual entre la bella y las bestias, al tiempo que les pone el alma en un puño a los espectadores valiéndose de unos atronadores altavoces. Kiwi, el hijo mayor, Osceola, la hija mediana, y Ava, la pequeña destinada a ser la futura domadora de bestias, son los encargados de vender las entradas, atender el museo familiar, servir en la cafetería y atiborrar de bebidas azucaradas a la clientela. Pero por descontado que allí, salvo los caimanes, todo es un montaje de cara al negocio: la familia Bigtree se llama en realidad Schedrah y no es de sangre seminola sino oriunda de Ohio; el Jefe Bigtree es un pluriempleado que está cargando de deudas el parque temático y la arrojada sirena de los carteles es una pobre mujer enferma de cáncer cuya muerte provocará que todo el tinglado se venga abajo.
A partir de ese momento la narración, a cargo de la pequeña Ava, se dedica a seguir la pista a cada uno de los miembros de la falsa familia Bigtree en su búsqueda de una solución para sus respectivas vidas una vez que el espectáculo circense se demuestra inútil sin su atracción principal. Y es en ese doloroso viaje de los Bigtree hacia sus respectivas realidades donde surge el principal escollo de la novela, motivado por un fallo narrativo por otra parte bastante fácil de subsanar: de todos los personajes el más difícil el de Osceola, la hermana intermedia, que en respuesta a la abrumadora realidad parece buscar una escapatoria por la vía del espiritismo y su progresivo adentrarse en el más allá. Es muy meritorio por parte de Karen Russell, la autora, su esfuerzo por mantener la disparatada atmósfera inicial, mitad universo mítico surgido de los manglares y los paisajes fantasmagóricos poblados de monstruos y mitad engañifa de feria provinciana. Un doble plano muy bien mantenido hasta el final. Sin embargo, el empeño en dar verosimilitud al mundo de los espíritus que pueblan el más allá -Osceola incluso se llega a fugar con el fantasma de un muchacho muerto durante la Gran Depresión de los años Treinta - termina por provocar un bache narrativo en el fondo inútil porque el lector (sobre todo un lector previamente derrotado por las huelgas aéreas o ferroviarias) estaría dispuesto a aceptar sin más lo del inframundo con tal de avanzar en los avatares de los restantes personajes. Y en efecto: una vez pasado el bache espiritista la narración recobra su ritmo alegre y desenvuelto y es posible interesarse de nuevo por el paradero del padre desaparecido, centrarse en los intentos del primogénito por recuperar el negocio familiar o seguir a Ava en su búsqueda de la desaparecida hermana fugada con un fantasma.
Viendo en las páginas de agradecimientos que últimamente se acostumbra incluir en las novelas americanas, la enorme lista de editores, profesores y amigos que han leído previamente manuscrito, uno se pregunta cómo es posible que ninguno de ellos le haya hecho comprender a la autora la inutilidad de malgastar setenta u ochenta páginas en dar verosimilitud a una cuestión perfectamente irrelevante en comparación con el divertido disparate que es el resto del libro.

Tierra de caimanes
Karen Russell
Tusquets editores



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1 de enero de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Aznar internacional

La publicación de las memorias de los políticos españoles suelen ser acontecimientos grises y menores, en buena sintonía con su escasa calidad y su interés público limitado o nulo. Solo recuerdo las muy breves de Leopoldo Calvo-Sotelo como un ejercicio intelectual de valor, entre otras razones por la ironía y la sutilidad de su autor.

Acabo de leer el primer volumen de las que ha escrito, o le han escrito, a José María Aznar, que abarca o data desde su nacimiento en 1953 hasta 1999, cuando termina su primera legislatura. Son poco más de 300 páginas, pulcramente organizadas y escritas, fruto de la extraordinaria profesionalidad de los editores de Planeta, que se han visto precisados a añadir en anexo unos discursos para engordarlas y dar así con un volumen de suficiente prestancia.

El historiador Julián Casanova ya ha señalado que "nada relevante se aprende en ellas sobre la transición o de cómo se construyó la democracia". Y que su mayor sustancia está en que "el lector puede constatar, sin embargo, una y otra vez, de qué está hecha la política: de amigos, fidelidades y favores, que se devuelven según lo recibido".

El país no da más de sí. Y Aznar tampoco. A pesar del fulgor de la transición y de los años buenos, estas memorias no engañan. Este es un país pequeño y mediocre, provinciano y funcionarial y, en el fondo, insignificante, tal como lo revela y trasluce en cada uno de los episodios de este repaso autobiográfico un jefe de Gobierno tan exitoso como fue Aznar en su primer mandato, cuando no tuvo mayoría absoluta. Su publicación en el actual momento depresivo constituye una forma de documentación de la burbuja política y de imagen que ha vivido España y del regreso a la normalidad grisácea que siempre hemos conocido.

El primer dato sobre el nivel político de la rememoración que hace Aznar es la inexistencia en todo el libro de idea, reflexión o visión alguna sobre el mundo en que vivimos. Sí, ya sabemos que los momentos estelares de Perejil, el rancho de Bush en Texas y la declaración de guerra en las Azores pertenecen a la segunda legislatura y merecerán en su día algún tipo de aproximación. Pero por lo visto hasta aquí, poco podemos esperar del próximo volumen que realmente pueda suscitar el interés público y menos todavía de los historiadores y cronistas.

En el período abarcado por este primer volumen hay varios episodios que merecerían un mejor, más extenso y en todo caso detallado tratamiento. Uno de ellos es la reforma promovida por Aznar de la Internacional Demócrata Cristiana, convertida en Internacional Demócrata de Centro, junto al ingreso del Polo de la Libertad de Berlusconi; toda una operación que, a la vista está, merecería algún tipo de reflexión crítica, o al menos analítica. La llegada del aznarismo al Partido Popular Europeo y a la IDC introdujo un facto de dureza liberal y de populismo conservador en la derecha global que pasa totalmente desapercibido, ni siquiera como mérito, en las memorias.

Algo más de espacio, aunque no energías, dedica a su experiencia en Bruselas como recién incorporado a la gimnasia de los consejos y cumbres, pero solo lo hace para documentar su clarividencia y su acierto en las decisiones sobre la incorporación en el euro. En estos cuatro años sucedieron suficientes cosas en la escena internacional como para suscitar la atención del jefe de Gobierno de un país de intensa proyección exterior en aquel momento. Sucedieron en Oriente Próximo, en los Balcanes o en Irlanda del Norte, pero para Aznar todo lo que cuenta pasa entre Madrid y Valladolid.

Aznar coincidió en sus primeros cuatro años con Bill Clinton, Tony Blair, Helmut Kohl, Jacques Chirac, y ya había conocido, según se encarga de subrayar, a muchos otros, como Margaret Thatcher, Giulio Andreotti, Carlos Menem o John Major. Pues bien, estos nombres solo le sirven para su 'name droping', como adorno a sus decisiones y peripecias (Clinton, Blair y Chirac se sorprenden de que no quiera presentarse por tercera vez), pero en ningún caso para explicaciones sobre su carácter, sus conversaciones y relaciones, y mucho menos para dar alguna visión personal del panorama mundial y de sus problemas.

La pasión política de Aznar, que la hay, es localista y sin horizontes. Inspirada, eso sí, por una idea tan grandiosa como indefinida de España y de su lugar en el mundo, y por una identidad española recia y compacta (por eso no necesita definición), quizás inquietante y que probablemente merece un desarrollo específico. Como nada nos dice de sus ideas juveniles, aparentemente falangistas, nada podemos saber de las raíces de su españolismo en el pasado inmediato. Para la memoria selectiva de Aznar, en su biografía no tiene papel alguno el franquismo y por eso calla. O quizás es exactamente por lo contrario. Si se atreviera a escribir sobre todo esto y a contar lo que vivió y lo que ahora piensa de todo ello, seguro que triunfaría como memorialista.



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1 de enero de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Julian Tepper, el primerizo autor de Balls y mesero en un…

Julian Tepper, el primerizo autor de Balls y mesero en un restaurante, comenta para The Paris Review el encuentro que tuvo con Philip Roth 16 días antes de que anunciase su retiro. Cuando le entrega la novela, Roth le dice ?Gran título. Me sorprende no haberlo pensado para mí?. Además, en la nota aparece el consejo que dos semanas más tarde dio la vuelta al mundo sobre la escritura como el horror. theparisreview:

?Great title. I?m surprised I didn?t think of it myself.? In Which Philip Roth Gave Me Life Advice.Watercolor by J.?C. Phillips.



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1 de enero de 2013
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El Boomeran(g)
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