Edmundo Paz Soldán El libro de relatos de Edmundo Paz Soldán, Billie Ruth, editado por Páginas de...
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Edmundo Paz Soldán El libro de relatos de Edmundo Paz Soldán, Billie Ruth, editado por Páginas de...
Es clásica la diferenciación entre guerras necesarias y guerras de elección. Las primeras se definen porque no hay otra opción: la guerra es el único camino para evitar un mal mayor que está perfectamente garantizado en caso de no hacer nada. Las guerras optativas responden a una decisión política que conduce a preferir la guerra a la diplomacia, las sanciones o la negociación.
La que ha emprendido Francia en Malí pertenece al primer tipo, las guerras necesarias, aunque buena parte de los países europeos y de la comunidad internacional parecen comportarse como si fuera del segundo, una guerra opcional francesa en la que no se juegan sus intereses. No es así. El presidente francés ha mandado sus aviones y sus soldados a Malí porque no había otra respuesta posible al avance de las columnas insurgentes. Nada se podía negociar ni nadie había con quien negociar. Ningún papel puede jugar la diplomacia, ni nada puede disuadir a las katibas islamistas de que sigan cometiendo crímenes de guerra y de lesa humanidad, atacando y expulsando a la población e imponiendo la sharía islámica más rigurosa como método de dominación.
La guerra cuenta con la cobertura legal interna del Gobierno de Bamako, que ha pedido la intervención militar urgente para evitar que los rebeldes islamistas del norte lleguen a la capital y se apoderen del país entero. También con cobertura multilateral internacional, a través de la resolución 2085 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, aprobada por unanimidad el pasado diciembre, con los votos de Rusia y China. La guerra necesaria es una guerra justa. Lo es la causa, bien delimitada por la propia resolución de las Naciones Unidas, de restaurar la integridad territorial de Malí y evitar así que el país saheliano se consolide en un Estado terrorista. Cabe calificarla de defensiva, tanto para los malienses que sufren el régimen de terror islámico implantado en el norte y la amenaza de su extensión al sur, como para los países vecinos e, incluso, los europeos, tal como ha demostrado su extensión a Argelia por la acción sangrienta de la banda de Mojtar Belmojtar en la planta gasista de In Amenas. No es una guerra por la energía, tal como reza un típico reproche antibelicista, sino una guerra en la que está en juego la seguridad energética de los europeos.
La mayor paradoja de esta guerra es que sea Francia sola quien la libre, como si esta crisis fuera un tema regional, de calibre menor para Estados Unidos y para la Alianza Atlántica, comprometida en cambio en el lejano Afganistán. No lo es en absoluto para la Unión Europea, que se enfrenta a ella cuando todavía no ha terminado de salir de la crisis del euro y tiene evidentes dificultades para reconocerse y actuar como agente de estabilidad y seguridad, no ya en el mundo, sino meramente en el entorno regional donde se hallan los grifos del petróleo y del gas que llega a los hogares europeos.
Poe Toaster.- Desde hace tres años, desapareció el llamado Poe Toaster que aparecía cada 19 de enero, día del cumpleaños de Edgar A. Poe, en la tumba en Baltimore -vestido de negro y con un pañuelo blanco- llevando una copa de coñac y tres rosas que luego dejaba sobre la lápida. La célebre ceremonia del hombre misterios quizá tampoco se repita este año, pero los turistas no dejan de ir a la tumba y rendirle honores a Poe e, incluso, al desaparecido Poe Toaster.
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Una vez fui una chica de provincias, una catalana recién llegada a Madrid, con falda corta y negra, media melena y un bolso demasiado lleno. No tenía miedo, mi padre me había enseñado que en la vida te puedes permitir algunas debilidades, pero nunca la de ser cobarde. Aun y así, conocía las servidumbres del respeto y a pesar de mi juvenil determinación estaba obligada a entrar de puntillas en la cabina de mando de una cabecera mítica, Marie Claire. Nunca tuve la sensación de aterrizar en un templo del glamour, una jaula extravagante o la meca del posfeminismo. Cierto es que de todo ello había un poco en aquella casa donde la moda era una coartada para apartar como zarzas los tópicos sobre mujeres y no caer en la petulancia de hablar en nombre de todas. Me encontré con un equipo aventajado en cortar el aire para cerrar páginas. Con un pozo sin fondo de reporterismo, buenas historias, fotógrafos de moda, y un reino de abejas laboriosas capaces de convertir un estudio fotográfico en la vía láctea. A día de hoy, solo puedo ser indulgente con aquél vértigo alimentado por el lápiz de mi imaginación escribiendo historias imposibles. Siguieron años felices, números de baño y números antifrío, los especiales de sexo y los de pasarela, el premio contradiction, las campañas contra los malos tratos. Los años difíciles, los equilibrios mantenidos, el 25 happy birthday con Karl Lagerfeld. Mientras escribo mi editorial número 189, mi último editorial, pasan en moviola los rostros de quienes después de aquilatar, uno por uno, ciento ochenta y nueve números de Marie Claire, nos hemos ido a casa, ya cerrada la noche, satisfechos y locuaces como si hubiéramos salido a cenar. Tantos compañeros en el arte de compartir, discrepar y construir, con el orgullo de que muchos de quienes me acompañaron sean hoy profesionales de éxito al frente de publicaciones y grandes proyectos. Dieciséis años es algo más de la media de duración de los matrimonios españoles, por ello la biografía compartida con quienes estáis al otro lado, leyendo esta página, no es residual. Las lectoras. Esa es la verdadera razón por la que dirigir Marie Claire ha sido algo más que un trabajo. Una vocación. «Demasiado joven», me contaron que fue la única objeción a mi fichaje, hace dieciséis años. Pero acabé siendo merecedora de tal confianza. Pura serendipity que este número de Marie Claire esté dedicado a los jóvenes. A su desnudez existencial, que tan magistralmente capta la cámara de Ryan McGinley, y a la incertidumbre que los acecha en un territorio desconocido donde deben tomar impulso para plantar su árbol. A pesar de que el futuro se escriba en precario y de que las salidas se hayan ido cerrando ?sin manual de instrucciones?, la generación que nació en los ochenta tiene hoy una llave en sus manos. Ignoro si es la «generación yo» o la «generación Facebook», los ni-nis o los no-nos. Las etiquetas limitan y ensucian la originalidad. Por ello, como habitantes de unos tiempos donde no hay otra pedagogía que la de la perseverancia, saben que deben revestirse de nuevos lenguajes que puedan sostener el nuevo mundo. Tan solo necesitan una oportunidad. Y hoy no nos queda otra opción más sensata que la de aprender de ellos. Porque sería presuntuoso creer que es nuestra huella la que importa. No, es el pálpito de quienes edificarán castillos entre la vigilia y el sueño bajo los pliegos de este papel couché. Gracias. (Marie Claire)
vintage.- Las carátulas vintage de la obra de Ralph Ellison están entre las 16 carátulas favoritas de Peter Mendelsund, elegidas para el blog Flavorwille.
tweets Las cuentas de Twitter de los escritores muertos tienen, a veces, muchos más fans que la de...
Es como la amenaza de una invasión silenciosa de extraterrestres que poco a poco van tomando posesión del cerebro humano para terminar banalizándolo, igual que en las viejas películas de marcianos que invaden la tierra y se adueñan de las mentes, hasta volver zombis a todos los desprevenidos terrícolas.
En una pantalla, la mente no es capaz de leer libros completos, se nos advierte, porque el usuario sólo entra a buscar el dato que necesita en el momento, y luego sale del sitio donde se encuentra el libro. Entonces me viene el recuerdo de que es lo mismo que yo solía hacer con las enciclopedias de numerosos tomos alineados en un estante cuando buscaba alguna información. Nunca me leía la entrada completa, buscaba el párrafo, y adiós. Hoy las enciclopedias están desapareciendo por razón de que, además de lo tedioso de manipularlas, debía pasar un año o dos para que estuvieran al día, y por eso es que ya no se imprimen. La red, en cambio, es una gran enciclopedia de tamaño borgiano.
¿Qué desaparezcan en su forma impresa las enciclopedias, los diccionarios especializados, las revistas científicas, debe llevarnos necesariamente a la conclusión de que los libros están también condenados a desaparecer? El mismo Carr nos dice todo lo contrario en un artículo publicado este mismo mes de enero en The Wall Street Journal bajo el sugerente título No queme sus libros, el papel impreso está aquí para quedarse.