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Restaurante Sánchez

 

Cuenta Roberto de Robertis, en su relato “Lamer los costados”, que acostumbraba a detenerse en la ciudad de Albricia cuando viajaba a Puerto Lagos y a otras localidades de la costa. Parece que en Albricia mantenía amistades del colegio y del instituto, de los años en que vivió en casa de sus abuelos al fallecer sus padres en un accidente de tractor. Roberto gustaba de reunirse con sus condiscípulos en el bar de Joe el Maestro y luego comer, de forma reposada y larga, en el viejo restaurante de los hermanos Sánchez. Una de las veces, quizá ya una de las últimas en que paró en Albricia, sucedió que durante la comida alguien encontró un diente de rata en el interior de un ñacle, un tipo de empanadilla de harina de centeno rellena de huevo duro y carne vacuna picada. La vez siguiente, quizá la penúltima en que paró en Albricia, alguien encontró los huesos de la pata delantera derecha de un topillo pero, ante su asombro, la reacción general fue celebrarlo, coger la pata y guardarla en un bolsita de tela que parecía llevaban ya dispuesta. En su último viaje, Roberto fallecería de un accidente de tractor a las pocas semanas, fue invitado a visitar el Museo de Zoología Sánchez, una institución creada con los fondos suministrados por los pupìlos del restaurante Sánchez y cuyo fin era mostrar los esqueletos, perfectamente montados, de las más características especies de la fauna regional.      

 

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3 de diciembre de 2015
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No es una guerra, es una época

Lentamente va tomando forma esta difícil coalición. Reino Unido manda su fuerza aérea. Alemania, 1.200 soldados de apoyo logístico y tareas de reconocimiento, además de aligerar la carga de Francia en Mali con 650 soldados más. Estados Unidos despliega un puñado de militares de élite en Siria, para realizar operaciones especiales contra el califato terrorista y apoyar a las milicias que le combaten, como hacen ya 3.500 de sus militares en Irak.

No es fácil organizarse frente a un enemigo como este, que actúa en un territorio delimitado, pero tiene multitud de sucursales en Asia y África y es capaz dar golpes devastadores en el corazón de los países a los que combate utilizando a ciudadanos reclutados en ellos. Tampoco lo facilitan las contradictorias y nocivas alianzas tejidas en torno a Siria, donde cualquiera de los potenciales socios cuenta con un enemigo al que detesta más que al autodenominado Estado Islámico. Pero donde se produce la mayor avería es en la dirección de esta coalición todavía improbable, vacante desde que Obama empezó su dubitativo repliegue de Oriente Medio.

Las guerras que habíamos visto hasta ahora eran más sencillas. Podían estar equivocadas, --muchas lo estaban-- pero de una forma u otra estaban dirigidas y era posible pedir las cuentas por los desperfectos. De entrada, eran guerras en todo, y solo guerras, que permitían así imaginar otros caminos pacíficos, la diplomacia, la erradicación de las causas reales o inventadas, a quienes se oponían a ellas.

Esta guerra, si acaso es una guerra, es distinta. Basta con leer la resolución discutida y aprobada ayer en Westminster. Ciertamente, tiene su núcleo bélico: la autorización de los bombardeos sobre Siria invocando la defensa propia ante una amenaza terrorista que también se dirige a Reino Unido. Pero hay más: las conversaciones de Viena para conseguir un alto el fuego y un arreglo político en Siria; la ayuda humanitaria a las poblaciones desplazadas; el bloqueo del ISIS para evitar que reciba armas, comercie o reclute terroristas o los mande de nuevo en misión fuera de sus fronteras. Y todavía hay otros frentes civiles de los que nada dice la resolución: la estricta seguridad de nuestras ciudades, perfectamente mejorable a la vista del 13N en París y de la paralización de Bruselas en los días siguientes; o las múltiples y complejas causas de la marginación de los jóvenes candidatos a terroristas.

Comparada con guerras anteriores, las dos de Irak, Kosovo, Afganistán, Libia incluso, eso no es exactamente una guerra, aunque tenga un indiscutible componente bélico. Los bombardeos pueden ser necesarios, pero nunca serán resolutivos. Lo sabe Obama que va poniendo botas sobre el terreno. Sabemos lo que no deben ser: propaganda o escapismo para evitar mayores compromisos. Y menos todavía instrumento de quienes carecen de escrúpulos para recuperar hegemonías perdidas.

Esa guerra, si acaso es una guerra, va a durar años, por mucho que nos esforcemos, cosa que, por cierto, no es el caso de los españoles en campaña electoral. De hecho, no es una guerra, sino una época. Cabe decir no a los bombardeos y no a la guerra, pero no podemos decir no a una época que es toda nuestra.

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3 de diciembre de 2015
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Disparos de belleza

Luces que cabalgan las sombras?. Me hubiera gustado escribirlo originalmente, pero pertenece a Junichiro Tanizaki, quien en su extraordinario Elogio de la sombra explicaba que la belleza, para los japoneses antiguos, no era en sí misma un hecho sino resultado del encuentro de lo claro y lo oscuro. Es lo primero que siento al acercarme a la fotografía de moda: luces avanzando como jinetes briosos para iluminar el mentón de la modelo o perseguir el rayo débil que atraviesa la estancia hasta posarse sobre el abrigo de pata de gallo. La fotografía de moda ha proporcionado una piel sumamente atractiva a la historia de las sociedades contemporáneas. Relata una posición estética ante el mundo que ha ido absorbiendo del devenir de los tiempos y ha transformado la mirada. Después de la I Guerra Mundial, las revistas de estilo empezaron a sustituir a los ilustradores por fotógrafos que abrieron un diálogo con las vanguardias artísticas. Perseguían composiciones que inspiraban una realidad idealizada, a veces rozando lo sublime, otras transgresora, desde el neorrealismo a las fantasías oníricas. Gran parte de los mejores fotógrafos de la historia, de Man Ray a Avedon, han participado en el sistema llamado ?editorial de moda?: una ficción creada a partir de una tendencia, una escena y una modelo, y cuya consecuencia puede llegar a traducirse en más de 300.000 millones de dólares, como ejemplificaba el documental The september issue. A primeros de siglo, Gustav Klimt, acompañado de su pareja Emilie Flöge, o Mariano Fortuny i de Madrazo y Pere Casas Abarca, inauguraban los vasos comunicantes entre cambio social y estético, así como entre el arte y la moda. La obra de Casas Abarca (1902) es la primera datada en la colección que ha creado el Museu del Disseny de Barcelona: 464 fotografías de 38 autores, y que se presenta con la muestra Distinció, un segle de fotografia de moda. No es una exposición más, sino que viene a reparar un vacío incomprensible: que en España no hubiera ninguna colección pública del género. La fotografía de moda ha sido tan subestimada y esquinada que nunca ha formado parte de archivos ni museos, ni tan siquiera ha conseguido una casilla en la historia de la fotografía. Pero ante las imágenes de Ramon Batlle ?pura Bauhaus?; Geynes, Pomés ?absolutamente moderno?, Oriol Maspons (no se pierdan el audio de su foto de una modelo vestida de alta costura en el Born, explicada para personas con discapacidad visual); la aguerrida Juana Biarnés, Antoni Bernad ?siempre exquisito?, Ferrater, ahora poeta; Outumuro ?tan cinematográfico?, o los vigorosos Txema Yeste y Dani Riera, la realidad cabalga entre sombras a fin de convertir lo ordinario en extraordinario; incluso al revés. (La Vanguardia)

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2 de diciembre de 2015
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Un célebre vago

Se aproxima el centenario de la muerte de Rubén Darío, y habrá mucho que decir sobre su vida y su obre, desde ahora hasta las celebraciones del 150 aniversario de su muerte en el 2017. En nuestra tradición literaria es el poeta, no el prosista, ni menos el periodista, campos los tres en que fue el fundador de un nuevo lenguaje y de una manera diferente de ver el mundo.
Desde su infancia fue tenido por un extraño prodigio que componía versos con una facilidad inaudita, un especie de fenómeno de feria de cabeza desproporcionada, como se le ve en algunos retratos borrosos, que asombraba a los gramáticos, profesores de primeras letras, versificadores y militares en retiro de las campañas liberales, aquellos "licenciados confianzudos o ceremoniosos, y suficientes, los buenos coroneles negros e indios", evocados luego en Oro de Mallorca, que se reunían en las tertulias de la casa solariega de su tía abuela doña Bernarda Sarmiento, en la calle real de León, donde creció como huérfano.
Pero también asombraba a los clérigos, matronas, viudas y madres de hijas casaderas, que llegaban hasta su casa a solicitar al "poeta niño", como comenzó a llamársele ya no sólo en León sino en otras partes de Nicaragua, alabanzas en verso a la Virgen María, novenas y jaculatorias, madrigales y sonetos para quinceañeras, y elegías en honor de caballeros difuntos:
"Acontecía que se usaba entonces -y creo que aún persiste- la costumbre de imprimir y repartir, en los entierros, «epitafios», en que los deudos lamentaban los fallecimientos, en verso por lo general. Los que sabían mi rítmico don, llegaban a encargarme pusiese su duelo en estrofas...", recuerda en sus anotaciones de La vida de Rubén Darío escrita por él mismo. 
La poesía ha acaparado este prestigio suyo de la precocidad, sustento de la creencia popular en su genio, y la fama no se lo ha otorgado a sus dones no menos precoces como periodista, como empecé diciendo. Su primer artículo de prensa conocido, "El último suplicio ofende a la naturaleza", un hervor de ideas liberales aún mal digeridas, lo escribió en 1880, a los catorces años, y se publicó en el semanario de León La Verdad. Y otros, de la misma naturaleza, provocaron que las autoridades de policía del gobierno conservador lo mandaran a procesar bajo la acusación de vagancia. 
El proceso tuvo lugar en 1884, y el acusado tenía entonces 17 años. El Prefecto Departamental escondió la verdadera intención de la represión bajo el argumento de que el acusado no tenía oficio conocido. Buscó testigos amañados, y uno de ellos declaró: "no conozco al joven Darío. He oído decir que es poeta, y como para mí poeta es sinónimo de vago, declaro que lo es".
El juez de policía, actuando bajo órdenes oficiales, lo condenó a la pena de ocho días de obras públicas conmutables a razón de un peso por día. No le ayudaba mucho su figura esmirriada, su melena larga de poeta romántico, sus zapatos gastados y su pobre vestimenta, ni ayudaba frente a la autoridad cerril que lo juzgaba su prestigio de poeta de salones, funerales y procesiones religiosas; menos el de periodista, un oficio odioso ya desde entonces en América a las imposiciones del pensamiento oficial; se buscaba castigarlo con la ignominia de barrer las calles en cadena de presos, a la vista pública, por ejercer la libertad de palabra. Y a duras penas escapó.
Es, como podemos ver, el vago más célebre de nuestra historia, padre de una nación que puede llamarse dariana; y por muchos años su efigie en los billetes: primero en los 500 córdobas, el de mayor denominación, hasta que el viejo Somoza creo uno de mil y se puso él mismo, pues según sus cuentas valía más que Rubén; y luego en los de cien, de donde ahora ha desaparecido por acto de prestidigitación.
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2 de diciembre de 2015
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El Boomeran(g)
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