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Cuenta Roberto de Robertis, en su relato “Lamer los costados”, que acostumbraba a detenerse en la ciudad de Albricia cuando viajaba a Puerto Lagos y a otras localidades de la costa. Parece que en Albricia mantenía amistades del colegio y del instituto, de los años en que vivió en casa de sus abuelos al fallecer sus padres en un accidente de tractor. Roberto gustaba de reunirse con sus condiscípulos en el bar de Joe el Maestro y luego comer, de forma reposada y larga, en el viejo restaurante de los hermanos Sánchez. Una de las veces, quizá ya una de las últimas en que paró en Albricia, sucedió que durante la comida alguien encontró un diente de rata en el interior de un ñacle, un tipo de empanadilla de harina de centeno rellena de huevo duro y carne vacuna picada. La vez siguiente, quizá la penúltima en que paró en Albricia, alguien encontró los huesos de la pata delantera derecha de un topillo pero, ante su asombro, la reacción general fue celebrarlo, coger la pata y guardarla en un bolsita de tela que parecía llevaban ya dispuesta. En su último viaje, Roberto fallecería de un accidente de tractor a las pocas semanas, fue invitado a visitar el Museo de Zoología Sánchez, una institución creada con los fondos suministrados por los pupìlos del restaurante Sánchez y cuyo fin era mostrar los esqueletos, perfectamente montados, de las más características especies de la fauna regional.
Lentamente va tomando forma esta difícil coalición. Reino Unido manda su fuerza aérea. Alemania, 1.200 soldados de apoyo logístico y tareas de reconocimiento, además de aligerar la carga de Francia en Mali con 650 soldados más. Estados Unidos despliega un puñado de militares de élite en Siria, para realizar operaciones especiales contra el califato terrorista y apoyar a las milicias que le combaten, como hacen ya 3.500 de sus militares en Irak.
No es fácil organizarse frente a un enemigo como este, que actúa en un territorio delimitado, pero tiene multitud de sucursales en Asia y África y es capaz dar golpes devastadores en el corazón de los países a los que combate utilizando a ciudadanos reclutados en ellos. Tampoco lo facilitan las contradictorias y nocivas alianzas tejidas en torno a Siria, donde cualquiera de los potenciales socios cuenta con un enemigo al que detesta más que al autodenominado Estado Islámico. Pero donde se produce la mayor avería es en la dirección de esta coalición todavía improbable, vacante desde que Obama empezó su dubitativo repliegue de Oriente Medio.
Las guerras que habíamos visto hasta ahora eran más sencillas. Podían estar equivocadas, --muchas lo estaban-- pero de una forma u otra estaban dirigidas y era posible pedir las cuentas por los desperfectos. De entrada, eran guerras en todo, y solo guerras, que permitían así imaginar otros caminos pacíficos, la diplomacia, la erradicación de las causas reales o inventadas, a quienes se oponían a ellas.
Esta guerra, si acaso es una guerra, es distinta. Basta con leer la resolución discutida y aprobada ayer en Westminster. Ciertamente, tiene su núcleo bélico: la autorización de los bombardeos sobre Siria invocando la defensa propia ante una amenaza terrorista que también se dirige a Reino Unido. Pero hay más: las conversaciones de Viena para conseguir un alto el fuego y un arreglo político en Siria; la ayuda humanitaria a las poblaciones desplazadas; el bloqueo del ISIS para evitar que reciba armas, comercie o reclute terroristas o los mande de nuevo en misión fuera de sus fronteras. Y todavía hay otros frentes civiles de los que nada dice la resolución: la estricta seguridad de nuestras ciudades, perfectamente mejorable a la vista del 13N en París y de la paralización de Bruselas en los días siguientes; o las múltiples y complejas causas de la marginación de los jóvenes candidatos a terroristas.
Comparada con guerras anteriores, las dos de Irak, Kosovo, Afganistán, Libia incluso, eso no es exactamente una guerra, aunque tenga un indiscutible componente bélico. Los bombardeos pueden ser necesarios, pero nunca serán resolutivos. Lo sabe Obama que va poniendo botas sobre el terreno. Sabemos lo que no deben ser: propaganda o escapismo para evitar mayores compromisos. Y menos todavía instrumento de quienes carecen de escrúpulos para recuperar hegemonías perdidas.
Esa guerra, si acaso es una guerra, va a durar años, por mucho que nos esforcemos, cosa que, por cierto, no es el caso de los españoles en campaña electoral. De hecho, no es una guerra, sino una época. Cabe decir no a los bombardeos y no a la guerra, pero no podemos decir no a una época que es toda nuestra.
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Luces que cabalgan las sombras?. Me hubiera gustado escribirlo originalmente, pero pertenece a Junichiro Tanizaki, quien en su extraordinario Elogio de la sombra explicaba que la belleza, para los japoneses antiguos, no era en sí misma un hecho sino resultado del encuentro de lo claro y lo oscuro. Es lo primero que siento al acercarme a la fotografía de moda: luces avanzando como jinetes briosos para iluminar el mentón de la modelo o perseguir el rayo débil que atraviesa la estancia hasta posarse sobre el abrigo de pata de gallo. La fotografía de moda ha proporcionado una piel sumamente atractiva a la historia de las sociedades contemporáneas. Relata una posición estética ante el mundo que ha ido absorbiendo del devenir de los tiempos y ha transformado la mirada. Después de la I Guerra Mundial, las revistas de estilo empezaron a sustituir a los ilustradores por fotógrafos que abrieron un diálogo con las vanguardias artísticas. Perseguían composiciones que inspiraban una realidad idealizada, a veces rozando lo sublime, otras transgresora, desde el neorrealismo a las fantasías oníricas. Gran parte de los mejores fotógrafos de la historia, de Man Ray a Avedon, han participado en el sistema llamado ?editorial de moda?: una ficción creada a partir de una tendencia, una escena y una modelo, y cuya consecuencia puede llegar a traducirse en más de 300.000 millones de dólares, como ejemplificaba el documental The september issue. A primeros de siglo, Gustav Klimt, acompañado de su pareja Emilie Flöge, o Mariano Fortuny i de Madrazo y Pere Casas Abarca, inauguraban los vasos comunicantes entre cambio social y estético, así como entre el arte y la moda. La obra de Casas Abarca (1902) es la primera datada en la colección que ha creado el Museu del Disseny de Barcelona: 464 fotografías de 38 autores, y que se presenta con la muestra Distinció, un segle de fotografia de moda. No es una exposición más, sino que viene a reparar un vacío incomprensible: que en España no hubiera ninguna colección pública del género. La fotografía de moda ha sido tan subestimada y esquinada que nunca ha formado parte de archivos ni museos, ni tan siquiera ha conseguido una casilla en la historia de la fotografía. Pero ante las imágenes de Ramon Batlle ?pura Bauhaus?; Geynes, Pomés ?absolutamente moderno?, Oriol Maspons (no se pierdan el audio de su foto de una modelo vestida de alta costura en el Born, explicada para personas con discapacidad visual); la aguerrida Juana Biarnés, Antoni Bernad ?siempre exquisito?, Ferrater, ahora poeta; Outumuro ?tan cinematográfico?, o los vigorosos Txema Yeste y Dani Riera, la realidad cabalga entre sombras a fin de convertir lo ordinario en extraordinario; incluso al revés. (La Vanguardia)