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El infierno de la repetición y la invención de Morel

Ahora vivimos bajo la galaxia de Borges, bajo el embrujo de sus juegos intelectuales y sus adjetivos arcaizantes, y la figura de Bioy Casares queda un poco en la sombra. Seguramente Bioy ya lo había previsto.

Nacido en 1914, como Octavio Paz y Borges, es algo más joven que los escritores de la generación del 27, y vivió de cerca y de lejos una época de grandes mutaciones literarias, que juzgaba con ironía y humor. Y así como hay escritores marcados por un sentimiento trágico de la vida (entre los que se hallarían Kierkegaard, Unamuno y el mismo Borges), los hay también marcados por el sentimiento cómico de la vida, y ahí estaría Bioy Casares para demostrarlo.

El humor que recorre toda su obra así como la naturaleza de sus personajes, en buena medida delirantes, no le hacen descuidar la trama y jamás se olvida de lo que significa contar y narrar. Sin embargo su preocupación por la narratividad (que comparte enteramente con Borges) no evita que Bioy Casases sea un gran innovador y se anticipe con sus novelas a escuelas que van a reinar después que él y al margen de él. Sirva como ejemplo su obra más conocida y emblemática: La invención de Morel, publicada en 1944. Detengámonos en aquel año: está a punto de acabar la Segunda Guerra Mundial y la escuela que impera y va a imperar hasta 1960 es el existencialismo. Tras las grandes construcciones novelescas de entreguerras, de marcado tono coral y “colectivo”, la literatura occidental se vio obligada a sumergirse en los abismos del yo y a intentar explicarse desde dentro la tragedia, operación que tenía mucho que ver con un examen de conciencia. Y La invención de Morel tiene algo de existencialista, en la medida que nos enfrenta a la soledad extrema de un naufrago en una isla desierta. ¿Desierta? No, en la isla parece haber gente que habla, que coquetea, que establece extraños juegos de seducción, y que repite una y otra vez las mismas frases y las mismas escenas. Para volverse loco.

Más tarde nos daremos cuenta de que la isla es, en sí misma, un generador de virtualidad debido a una máquina que se mueve con la energía de las mareas y que reproduce secuencias del pasado, con personajes del pasado, encerrados en una eternidad virtual y llena de repeticiones.

Decíamos que La invención de Morel tenía algo de existencialista, y lo tiene en su exploración explícita de la soledad, pero sobre todo tiene mucho de Nouveau roman, bastantes años antes de que el Nouveau roman apareciera.

Las repeticiones casi seriales que vamos a encontrar en Robbe-Grillet, en Michel Butor y en más de un escritor alemán de la misma época, están ya, anticipadas y desarrolladas con una gran maestría, en La invención de Morel. Pero hay una diferencia: las repeticiones en La invención de Morel no son una imposición más o menos artificial del autor en busca de una determinada estructura narrativa (como ocurre en Robbe-Grillet): son una necesidad, si tenemos en cuenta la trama de la novela y si advertimos en qué consiste la máquina inventada por Morel: una especie de ordenador primitivo y totalmente integrado en la naturaleza de la isla, que reproduce secuencias de vidas pasadas, siempre las mismas, naturalmente.

Dicho lo cual, hay que añadir una virtud más a la novela de Bioy: no sólo se anticipó al Nouveau roman, también se anticipó a este momento que estamos viviendo y en el que parecen cada vez más borrosas las fronteras entre materialidad y virtualidad, entre presente y pasado, entre pasado y futuro, entre el cuerpo y sus fantasmas, entre la realidad y el deseo, como ocurre todo el tiempo en La invención de Morel.

La eternidad fantasmal en la que viven algunos personajes en la isla de Morel es muy parecida a lo que es y va a ser la eternidad virtual. ¿Toda la aldea global es ya la invención de Morel?

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22 de septiembre de 2016
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Historias de Formentor 2

 

Leí un relato, durante mi intervención en las Conversaciones de Formentor, cuyo argumento descansa en el hallazgo de unas inquietantes inscripciones en un Libro de cantar Misa; y ahora recibo una fotografía, de parte de alguien que estuvo presente en dicho acto, en la que se reconocen varias inscripciones, también en un Libro de cantar Misa, cuya redacción es sorprendentemente parecida a las que me referí. ¿Será un tipo de fórmula expiatoria de pecados nefandos?

 

Este es el relato:

 

Compro a peso en el mercadillo de Borja un lote de libros viejos en mal estado en el que destaca, por el tamaño, un Libro de cantar Misa. El volumen conserva las cubiertas pero no la portada por lo que es difícil datarlo con exactitud. Sin embargo, en las hojas en blanco pegadas en el interior de las cubiertas, aparecen multitud de inscripciones a lápiz y a pluma en las que las fechas manejadas oscilan entre 1847 y 1876. Son firmas y rúbricas de diversos personajes que menudearon por la iglesia del pueblo de Alcolea, donde el sagrado libro debió de dar servicio. Sobrecoge una declaración, perdida entre un mar de garabatos, en la esquina  superior de la segunda de las hojas blancas, en letra minúscula, redactada en estos términos:

 

                                                  Cipriano Abadías Presbítero

                                        Regente en Alcolea año 1871 yo lo hice yo yo

                                         y yo yo y yo pero nunca sabrán quién ha sido  

 

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22 de septiembre de 2016
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La historia nos juzgará

Quien no puede lo menos, ¿cómo podrá con lo más, es decir, la crisis de refugiados y migraciones de enormes dimensiones que tiene planteado el mundo? Lo mínimo es que Naciones Unidas proteja la llegada de la ayuda humanitaria durante una tregua. Pues no. No tiene ni los instrumentos coercitivos y legales, ni la capacidad de presión sobre los países implicados para evitar que un convoy conjunto del organismo internacional y de la Media Luna Roja que se dirigía a Alepo durante la tregua fuera bombardeado, presumiblemente por aviones rusos, con el resultado de la muerte de 20 conductores y cooperantes.

Los europeos hemos visto en el último año como el sistema de asilo organizado después de la Segunda Guerra Mundial se ha convertido en una herramienta inservible ante la crisis global que se nos ha venido encima. La Organización Internacional para las Migraciones, fundada entonces para resolver los problemas europeos, tuvo que enfrentarse con la gestión de once millones de desplazados. De aquella crisis surgió el derecho de asilo, que obliga a no rechazar a las personas que huyen de la persecución, la guerra y la muerte.

Actualmente, hay cerca de 70 millones de desplazados en el mundo, de los cuales unos 20 millones encajan en la figura del refugiado. Las cifras se han incrementado, pero también se ha difuminado la frontera entre refugiados que huyen de la guerra y la persecución y desplazados por hambrunas, desastres naturales y ecológicos o situaciones de extrema violencia, e incluso emigrantes expulsados de Estados fallidos con sus economías en ruinas.

El mundo necesita un orden global en el que se reconozcan los derechos de estas personas y un sistema de recepción y asilo que conduzca a su integración en países estables donde puedan rehacer sus vidas. Esta era la finalidad de las dos reuniones de alto nivel celebradas en Nueva York, la primera Asamblea General de NNUU dedicada a los refugiados del lunes y la cumbre de líderes del martes, presidida por Barack Obama, que coincidieron con el bombardeo criminal sobre el convoy humanitario. Todo ello expresión, como siempre, de un desfase entre los hechos y las palabras, aunque algunas ya sean de compromisos públicos y privados respecto a incrementar el número de acogidas y las inversiones sobre todo por parte de los países con más medios.

Visto desde Europa, lo peor no es la timidez de este primer paso en dirección a conceptos más generosos y a mayores medios, sino el papel de sus instituciones, representadas por el presidente del Consejo, Donald Tusk, que expresó bien a las claras que la mayor preocupación de los 27 se reduce a "restaurar el orden en sus fronteras exteriores" para conseguir "una reducción de los flujos irregulares hacia la UE". Contrasta con Barack Obama, que invocó "la falta de acción en el pasado, por ejemplo rechazando a los judíos que huían de la Alemania nazi, como una mancha en nuestra consciencia colectiva" para señalar que "la historia nos juzgará duramente si ahora no estamos a la altura".

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22 de septiembre de 2016
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El reino de sombras

Tarea del filósofo es reflexionar sobre los presupuestos que regulan el discurrir cotidiano relativo a cosas  físicas o no físicas, pero también los principios que regulan el lazo empírico con las primeras, y en ambos casos necesita por así decirlo una incidencia, proceda esta de los hechos o de un discurso. En lo que concierne  a la localidad y demás principios ontológicos de los que en estas columnas me he venido ocupando, la física cuántica ha procurado tal incidencia.

Al final de la columna anterior, m e refería de pasada al hegeliano "reino de sombras", es decir al movimiento interno de las ideas que, según la metáfora  del pensador alemán, constituyen "la esencia eterna de Dios antes de la creación de la naturaleza y de un espíritu finito". Con punto de arranque en la ciencia, y más concretamente en la física,  la reflexión sobre las últimas determinaciones conceptuales no está sometida a la exigencia de consistencia  y  al tipo de rigor que caracterizan a la física; de ahí su carácter esencialmente especulativo (1).  Pero tratándose de las precisas determinaciones  conceptuales de las que principalmente aquí  se trata, la física cuántica es el soporte. De ahí la conveniencia de que el lector haga el esfuerzo para una introducción básica a la disciplina; lo cual alimentaría  por así decirlo sus alforjas como filósofo, filósofo en el sentido más genérico y a la vez fundamental de la palabra: aquel ser de razón que se pregunta si realmente él es exclusivamente un individuo de una especie meramente natural. Pues "la pregunta fundamental de la filosofía", que Albert Camus veía en la interrogación del hombre sobre el peso de la vida humana y la inconveniencia de seguir viviendo, debe quizás  más bien ser buscada en la interrogación sobre si la naturaleza constituye  o no el último fundamento.


 (1)

El evocar la  hegeliana  Ciencia de la Lógica  me da ocasión de ilustrar lo que estoy exponiendo con un ejemplo: Un momento fundamental de la arquitectura de esta obra es la categoría de medida considerada unión de la cantidad y de la cualidad. Pues bien, en una larguísima nota (una suerte de paréntesis en el despliegue especulativo) Hegel  procede a un estudio de la significación del cálculo diferencial y concretamente de la fórmula de la derivada. ¿En razón de que? Pues simplemente, en razón de que esta disciplina  daría  testimonio científico de esa paradójica unidad de la cualidad y la cantidad ( a su juicio inaprehensible por el entendimiento) : en la fracción dy/dx, ni el numerador ni el denominador son números... pero su relación sí es un número. Cierto es que en los años cincuenta del pasado siglo el llamado Analysis no standard mostró que dy y dx pueden ser interpretados como números efectivamente  infinitesimales, pero tal no era el caso en la matemática del tiempo de Hegel . Cabría de alguna manera decir que Hegel encuentra en la ciencia una paradójica relación cualitativa que se expresa cuantitativamente, la recupera como categoría de medida y la despliega especulativamente como momento clave en el devenir de las determinaciones conceptuales.

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22 de septiembre de 2016
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Palabras acolchadas

Hace varios años, cuando murió mi abuelo y me hallaba lejos de casa, llamé a mi hija mayor, que tendría ocho años, y le dije: “Cariño, tengo que contarte algo muy triste: el abuelo ha muerto” . El brotar de su llanto me sacudió como una bofetada de viento caliente arrastrando arena, y sin dejar de llorar, me reprochó: “Mamá, al menos podrías haber dicho ‘ha fallecido’”. Su reacción me pareció propia del espanto lúcido que habita en los niños, y además de abrazar su ternura, medí la importancia de rebajar las palabras tanto para comunicar las buenas como las malas noticias. Le llaman tacto, pero es sobre todo oído.
Hoy vivimos instalados en la era del eufemismo, timoratos y extraviados frente al mapa de la nueva sensibilidad. Hoy los travestis son trans; los discapacitados –tullidos o lisiados, e incluso deficientes no hace tanto– se han liberado de tan nefastas etiquetas y son personas con otras capacidades; a los negros en EE.UU. se les llama afroamericanos y a los que proceden de África subsaharianos, porque la expresión “de color” ha acabado sonrojándose a sí misma.
Cuenta John McWhorter, profesor de Lingüística en la Universidad de Columbia, que durante la Administración de George W. Bush el sociólogo George Lakoff animó a los demócratas a difuminar la negatividad asociada a sus políticas cambiando términos vilipendiados como impuestos, que podrían pasar a ser cuotas de afiliación, o abogados de oficio, en adelante abogados de protección pública. En la terminología oficial, no importa la latitud, han surgido nuevos vocablos que pretenden amortiguar algún tipo de incomodidad, incluso estético: a los paraísos fiscales la Unión Europea los denomina ahora jurisdicciones no cooperadoras. En su reciente libro – España amenazada–, el ministro Guindos recupera toda la dureza de su sentido rescate, que en su día camufló bajo la perífrasis “préstamo en condiciones muy favorables”. Hace mucho que los pordioseros, después vagabundos, se convirtieron en sintecho, y el ruido infernal dio lugar a la contaminación acústica, todo sea para embellecer la realidad y amortiguar su impacto. Pero los eufemismos siempre van acompañados de un peaje cínico y paternalista, y así hablar de familias desestructuradas oculta el abismo de la marginalidad, o denominar a una mujer curvy trata de difuminar sus curvas sin necesidad de dietas ni liposucciones. Es cierto que tienden un puente necesario –e incluso saludable– entre lenguaje y opinión, mostrando cuán civilizadas son nuestras sociedades. Pero estos días he leído que Merkel y Hollande creen que “Europa atraviesa una crisis existencial”, una fórmula mucho más literaria que la de admitir la palabra fracaso.
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21 de septiembre de 2016
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Los hilos de la memoria

Hace algunos días participé en la presentación del libro de memorias Banderas y harapos de la periodista Gabriela Selser, y empiezo por contar su historia singular. Su padre, Gregorio Selser, se volvería para mi generación un personaje mítico. Entre los libros clandestinos que un adolescente se imponía leer en la Nicaragua de los Somoza, el que más marcó mi vida fue Sandino, General de hombres libres, escrito por él en Argentina, y así mismo El pequeño ejército loco, nombre que Gabriela Mistral había dado al puñado de campesinos y artesanos que luchaba contra la intervención armada de los Estados Unidos.

Triunfó la revolución en 1979, y las dos hijas de Selser, Irene y Gabriela, se vinieron desde México, donde la familia vivía su exilio tras el golpe militar que encabezó Videla, para meterse de cabeza en el turbión de la revolución que arrastraba a gente de todo el mundo.

En su libro, Gabriela acude a la cauda de sus recuerdos de alfabetizadora adolescente primero, y de periodista juvenil después, corresponsal de guerra del diario Barricada durante siete años. Quiso ser parte de aquella novedad incandescente desde el día mismo de bajarse del avión, testigo privilegiado en adelante de los dramáticos acontecimientos que sacudirían a Nicaragua a lo largo de toda una década que asombró al mundo. Ahora, estamos en el presente despiadado. Las banderas de la revolución se volvieron harapos.

Las presentaciones de libros en Nicaragua son por lo general ceremonias modestas, pero esa noche no cabía el público. Algo extraño vibraba en el aire, como si el espíritu de aquellos tiempos de agonía y esperanza bajara sobre las cabezas de los que habían sido parte de la hazaña, y estaban allí.

Y jóvenes, que habían oído hablar de aquellos tiempos y también estaban allí. En un país donde la inmensa mayoría tiene menos de treinta años, la memoria de los hechos sigue enterrada para las nuevas generaciones, o ha sido adulterada. El olvido y el engaño se han impuesto desde arriba.

Muchos de los presentes habían alfabetizado a los campesinos en lo profundo de las montañas, y lo supe porque al preguntar quienes habían participado en la cruzada, más de la mitad de los presentes levantaron la mano. Y estaban, ya ancianos, el padre y la madre adoptivos de Gabriela, llegados de Waslala, un poblado en la ruta hacia la costa del Caribe. Los alfabetizadores, jóvenes y adolescentes de todas las clases sociales, quedaron llamando mamá y papá a quienes los habían acogido en sus hogares.

Y también estaba el hermano adoptivo de Gabriela que tomó la palabra para decir que ella le había enseñado a leer y a escribir y ahora era ingeniero agrónomo. Era como estar volviendo a un sueño tejido por miles de manos juveniles, el sueño de la solidaridad que desterraba el egoísmo. El sueño cuyos hilos terminaron por romperse para quedar en una red llena de huecos por los que se cuelan otra vez los fantasmas del pasado que aquellos muchachos de entonces habían querido desterrar.

Uno tras otro, quienes intervinieron al final de la presentación, hablaron de la urgencia de rescatar la memoria de aquella década. Los que alfabetizaron, los que recogieron cosechas, los que fueron a la guerra. No dejar que el olvido se coma la vida, no dejar que la historia oficial suplante, con sus excesos, sus mentiras, sus falsificaciones, lo que cada uno vivió. Sumar libros de memorias, escribir la historia entre todos, así como la revolución se hizo entre todos. No dejarse robar la vida vivida, ni la historia, que es vivencia.

Uno de los asistentes dijo que no se había hecho nunca un inventario de los jóvenes caídos en combate, y citó una cifra, serían 23 mil. ¿Y los que cayeron del otro lado, los de la contra, en su mayoría campesinos, cuántos fueron? Quizás otro tanto, quizás más. De ellos hay que hacer también un inventario. Para recordar se necesita nombrar a unos y otros. No sólo enlistar sus nombres, recoger también sus datos biográficos, familiares.

Alguien perdió a alguien. Las heridas siguen abiertas, y para sanarlas son necesarias las palabras. Una historia completa, como un mosaico, en la que cada quien ponga de por medio su historia leal, y real,  la historia de la propia vida.

No hay otra manera de contar la Historia con mayúscula, que a través de las historias con minúsculas. El relato de cada universo personal, que venga a ser el universo compartido, años y desilusiones después.

 

 

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21 de septiembre de 2016
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Paradjanov vivo

Es terrible que en la resurrección de Serguei Paradjanov, que este año también ha llegado a España, se hable tanto de su tragedia, habiendo sido el gran cineasta armenio, según todos los relatos visuales, orales y escritos que de él se conservan, un hombre extrovertido, locuaz, en quien el humor histriónico era el rasgo mayor de su personalidad y la base de su arte. La implacable persecución carcelaria que sufrió por parte de los mandatarios soviéticos a lo largo de casi tres décadas, la censura y manipulación de su cine, así como su amistad honda con Andrei Tarkovski, al que, siendo ocho años mayor que el autor de ‘Solaris', consideraba su maestro, han dado forma a una leyenda y a más de un film de ficción; aquí sólo trataremos de su obra a través de los cuatro títulos reconocidos por el autor y en especial ‘Sayat Nova', que, recientemente restaurado por la Cineteca de Bolonia, se ha visto a lo largo de 2016 en numerosas pantallas del circuito español no comercial.

    En ‘Esculpir en el tiempo', su libro de reflexiones cinematográficas, Tarkovski se refirió a las "pocas personas geniales en toda la historia del cine: Bresson, Mizoguchi, Dovzhenko, Paradjanov, Buñuel". A primera vista, la estética del ruso y la del armenio-georgiano parecen divergentes, si no opuestas. Ambos hacen, indiscutiblemente, un cine de poesía, pero, más allá de un difuso fondo espiritualista y una obsesión compartida por las figuraciones zoológicas y frutales, allí donde Tarkovski, sobre todo a partir de ‘Solaris', filosofa herméticamente, Paradjanov se entrega sin pudor al ‘bel canto' de la imaginería, realzando sus danzas melódicas con arabescos y coloraturas que no tienen, a mi entender, comparación con las de ningún otro director. Excepto uno, de Hollywood, del que hablaremos más tarde.

    Los dos amigos fueron, en cualquier caso, creadores que no se ponían freno a sí mismos, y de ahí que, por encima de su común inclinación a los místicos y los anacoretas (el pintor de iconos Rublev, el poeta ambulante Sayat Nova, el trovador Kerib), lo que inquietaba de ambos a las autoridades post-estalinistas era lo insondable de su extralimitación. ¿Adónde podían llegar uno y otro en su tratamiento metafórico del auto-marginado, del visionario, del explorador de mundos ajenos al real?

    Después de siete títulos de obediencia ideológica o encargo que Paradjanov borró de su filmografía, la primera película en darle notoriedad fuera de la U.R.S.S. fue ‘Los corceles de fuego' (de 1964, y conocida en el ámbito anglosajón como ‘La sombra de los antepasados olvidados'), un drama de jóvenes amantes separados por venganzas familiares y sortilegios. Ya en ese film, inspirado en un antiguo cuento cárpato, aparecen los componentes formales e iconográficos de su cine: los ritos, no siempre sagrados, la canción popular, el himno eclesiástico, la frontalidad del encuadre a modo de marco estático repleto de color, la titulación por capítulos, el poso telúrico y el vuelo pictórico. El plano final de los ocho niños traviesos que miran por otros tantos ventanucos el ataúd del desdichado protagonista es memorable, como todo cuadro romántico cuando está aliviado por el capricho humorístico y la fantasía onírica. A continuación, y tras muchas dificultades de producción, rodó la ya citada ‘Sayat Nova' (1969), que suele ser llamada ‘El color de la granada' (1). Su eclosión lírica, que empieza en las primeras tomas y nunca desfallece en su breve metraje de setenta minutos, produce tal estímulo que, si el espectador desatiende el sentido y se deja llevar por el sinsentido, el goce sensual será de una abundancia intoxicante.

    La máquina estatal, que había pagado con recelo el abultado presupuesto de ‘Sayat Nova', la consideró, una vez acabada, imposible de estrenar, y se la entregó al veterano director Serguei Yutkevich. Profesor en Moscú de Paradjanov, dentro del Instituto Estatal de Cinematografía (VGIK), Yutkevich la remontó, con numerosos cortes, dándole una estructura lineal y cambiando la lengua armenia original por el ruso, y esa versión estrenada en 1971 es la que llegó entonces a Occidente, con notable repercusión. Vista hoy en su -dentro de lo posible- óptimo formato original, ‘Sayat Nova' se revela como el primer segmento de un retablo completado, tras quince años de penalidades, por las siguientes ‘La leyenda de la fortaleza de Suram' (1985), fábula de maravillas esotéricas, también sobre un amor desgraciado, en la que la sacralidad religiosa  alterna con las orgías paganas, y ‘Ashik Kerib', realizada en 1988, dos años antes de su muerte, a partir de un relato orientalista de Lermontov.

   Las tres piezas maestras nos abruman con su refinado esteticismo, en el que Paradjanov, un hombre muy de la tierra, sabe introducir de vez en cuando, audazmente, trazos gruesos y pantomima pueril. Es un artista de lo exagerado, un gran grotesco a quien la línea dramática despreocupa; de ahí que al plasmar sus historias con una teatralidad ingenua no necesite buenos actores. Como hacía Pasolini a menudo, Paradjanov elige a campesinos o aficionados del lugar para sus amplios repartos, aunque en su caso tampoco los protagonistas saben actuar. Quedan como figuras vistosas y exquisitamente adornadas de un caleidoscopio en movimiento perpetuo, que sigue más las cadencias musicales que la urdimbre de la palabra.   

    En el apogeo de coreografías ilusionistas de ‘Ashik Kerib' me acordé de Busby Berkeley, otro genial inventor de formas que escapaba de los argumentos ñoños de sus comedias por medio de ‘extravaganzas' bailables. En la película última de Paradjanov, el cuento medieval se cierra con una hermosa, sobrecargada fantasmagoría geométrica, y el espejismo de un vuelo. El de una paloma que acompaña en su fiesta nupcial a los novios, aquí con final feliz, mientras una cartela explicativa, de las muchas que utilizaba el cineasta, señala: "Honores al padre de la novia". La paloma recibe entonces en su pico el beso del novio y va a posarse, incongruentemente, encima de una moderna cámara de cine. Y la cartela final: "Dedicada a la memoria de Andrei Tarkovski".

                                                _________________

 

(1) ‘El color de la granada' se llama también el libro ganador del último premio Loewe a la Creación Joven, obra de la poeta ecuatoriana Carla Badillo Coronado (Visor, Madrid, 2016), que evoca y glosa la figura del trovador dieciochesco, entrelazándola con alusiones a la del cineasta Paradjanov. Badillo dedica su poemario a ambos artistas armenios separados por una diferencia de más de dos siglos. 

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21 de septiembre de 2016
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Kazushi Ono: “Me impresionó la dignidad del sonido de violonchelos y contrabajos” de la Orquesta Sinfónica de Barcelona

Comienza la temporada de conciertos en Barcelona y Cultura/s de La Vanguardia publica mi entrevista con el director titular de la orquesta de la ciudad. Esta, su segunda temporada en la OBC, encuentra a Kazushi Ono bien asentado en la vida musical de la ciudad. Además de preparar un ciclo muy romántico y con interesantes viajes al barroco y la música contemporánea, el maestro dirigirá algunas de las piezas que lo hicieron famoso en Asia y Europa.

Aupado en su fama como gran director de ópera, traerá en dos de sus conciertos la Misa de Requiem de Giuseppe Verdi y un concierto de piezas orquestales de las principales óperas de Richard Wagner. Ono dirigirá también obras de Tchaikovski, Shostakovich, Brahms y su compositor predilecto: Gustav Mahler.

Aquí mi entrevista:

*          *          *

Pocas veces el mundillo de la música clásica en Barcelona se alegró tanto por un desembarco. En enero de 2014, la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Catalunya (OBC) anunciaba la designación del maestro Kazushi Ono (Tokio, 1960) como director titular de la orquesta. Ono venía precedido de una fama como formador de cuerpos orquestales de vuelo lírico y precisión rítmica, un defensor del repertorio romántico pero abierto a nuevas aventuras.

“Su contratación fue un salto cualitativo, tanto por su calidad como por su perfil internacional”, dice el gerente del Auditori Valentí Oviedo.

El director japonés labró su reputación primero en La Monnaie, la ópera de Bruselas, y luego en la Ópera Nacional de Lyon en Francia, cargo que deja este año. Allí dirigió funciones muy alabadas por la crítica de obras difíciles como Los jugadores de Sergei Prokofiev, Lulú de Alban Berg y Parsifal de Richard Wagner. Atrajo a Lyon la atención de la crítica y a grandes directores de escena. Encargó producciones vanguardistas, como una doble función de Il prigioniero de Luigi Dallapliccola y Erwartung de Arnold Schoenberg en 2013, en una impactante puesta de Alex Ollé de La Fura dels Baus.

Por su trabajo en Lyon le fue otorgado el premio de la Asociación de Críticos Franceses en tres ocasiones, y el DVD de su exitosa producción de La hora española y El niño y los sortilegios de Maurice Ravel con el Festival de Glyndebourne se llevó en Gramophone Award a la mejor grabación de ópera en 2014.  Como director de ópera se lo pudo ver en Barcelona en un estreno: Wintermächen, de Philippe Boesmanns, en 2003.

En su primer concierto como director invitado con la OBC, en enero de 2012, se ganó el elogio de la crítica y el aplauso fervoroso del público en un programa ambicioso: el Idilio de Sigfrido de Wagner, Juegos de Debussy y Sherezade de Rimski-Korsakov. En enero de 2014, en ocasión de su segunda venida para tocar una pieza contemporánea de su compatriota Toru Takemitsu y la poderosa Sinfonía Alpina de Richard Strauss, lo presentaron como director titular.

Debía asumir un año y medio más tarde, un plazo amplio en un medio musical como el barcelonés. El tiempo le sirvió para conocer la realidad musical catalana y los músicos de su formación, y para pensar en las temporadas por venir. 

La página oficial del director abre, sorprendentemente, con una efusión lírica: “Kazushi Ono ama el poder de la música para juntar  a la gente. Su estilo en los ensayos, tranquilo y calmado, muestras sus cualidades abiertas y receptivas. El director transmite mensajes complejos en las funciones con leves gestos expresivos y una sabiduría nutrida en su inextinguible pasión por hacer y explorar la música de otros. Está en su naturaleza relajarse tras un concierto tocando parte de las obras orquestales al piano. En síntesis, la música ha alimentado su espíritu desde la niñez”. 

¿Cuándo y cómo descubrió su vocación musical?

En mi infancia la música me hacía feliz, me ponía a bailar. A los 5 años de edad, escuchando el disco Kindergarten, fue la primera vez que pensé en dirigir una orquesta. Estaba aprendiendo a tocar el piano. Como adolescente, empecé a tocar música en serio, pero el sentimiento de mi primer encuentro con la música nunca cambió y sigue hasta ahora. Pienso que es la base para la relación especial que tengo con la música, aunque haya tenido que andar muchos caminos duros y desconocidos.

Y después de tantos años en el podio, ¿qué es para usted lo más estimulante y lo más difícil de la vida de un director?

Lo mejor, aprender a escuchar tu voz interna. Lo más difícil, escuchar el sonido real que viene de la orquesta y actuar en consecuencia.

Japón ha producido muchos directores importantes, desde Seiji Ozawa. Incluso la OBC tuvo hace poco otro director titular de su país. ¡Hay algo en la formación, la cultura, el caràcter de su país que promueva esto? ¿Hay una forma japonesa de dirigir? ¿Cómo lo influye su origen?

En Japón ha habido un legendario profesor de dirección de orquesta y violonchelo llamado Hideo Saito. Su nombre sigue vigente en el famoso Festival Saito-Kinen. Fue un gran maestro que analizó a fondo la relación entre la música y el movimiento. Su influencia en los directores japoneses desde Ozawa es enorme; se podría decir que todos somos sus discípulos. Yo no estudié con él, pero aprendí mucho de su método: sobre todo a nivel técnico. Eso fue básico para mí en el repertorio sinfónico. Pero dado que quería aprender a dirigir ópera también, decidí ir a Europa para seguir con mi aprendizaje.

¿Cuáles son los directores que más lo han influido y los que más admira?

Al llegar a Europa estudié y trabajé en la Ópera Estatal de Baviera. Por fortuna, pude ver muchos ensayos, conciertos y funciones de ópera de grandes directores como Wolfgang Sawallisch, Carlos Kleiber y Giuseppe Patané, cuya creatividad y forma personal de hacer música me llevaron a una nueva dimensión. 

El año pasado inició su período como director titular de la OBC. ¿Por qué decidió venir a Barcelona, y cómo fue su experiencia este primer año?

El programa de mi primer concierto con la orquesta, como invitado fue difícil: el Idilio de Sigfrido de Wagner, Juegos de Debussy y un Rimsky Korsakov. Pero al trabajar ese programa con ellos descubrí que tenían un sentido espléndido del sonido, y pensé que podían ocurrir cosas interesantes si empezábamos a trabajar juntos intensamente. Ahora pienso que desde el comienzo de nuestra relación hemos tenido logros, y espero con ganas que la relación se vuelva más y más estrecha.    

De lo que ha visto hasta ahora, ¿cuáles diría que son los puntos fuertes de la OBC?

Lo primero que me impresionó es la fuerza, la dignidad del sonido de las cuerdas bajas, violonchelos y contrabajos. Esto es muy importante desde el punto de vista de la construcción del sonido, porque desde esa fundación se puede escuchar la sonoridad de las otras partes de la orquesta con más libertad. Lo segundo, la llamada ‘presión de sonido’. No me refiero solo al volumen sino a la energía que se expande profundamente en el corazón del público. Creo que esta cualidad está creciendo en el Auditori.   

En la temporada 2015-2016 se escuchó mucho la obra sinfónica de un compositor que no era dominante en Barcelona: Maurice Ravel. Cinco conciertos con su música. ¿Por qué se programó tantas de sus piezas? ¿Qué le aporta en criterio a la orquesta y al público?

Ravel es una clave, un punto de inflexión en la historia de la música, entre el romanticismo y el modernismo. En sus obras se confirma y se avanza en el camino de la armonía. Mi plan era tocar sus piezas (como la suite completa de Daphnis y Chloe) que tienen un fuerte elemento de multi-celularidad, tratando de entender las posibilidades de la orquesta.  

¿Cuáles son los compositores predominantes en las siguientes temporadas? ¿Cuáles considera que son el centro del repertorio que quiere desarrollar?

Uno de los más importantes es Gustav Mahler. Siempre pienso en antes de Mahler y después de Mahler para construir un puente en los conciertos. Dado que se tocaron tantas de sus sinfonías en las pasadas temporadas, he decidido comenzar esta alrededor de Mahler. Por ejemplo, con una sinfonía de Shostakovich, la Sexta, que está profundamente influenciada por Mahler.  En lo que lleva al Mahler director de ópera, tendremos obras de Wagner y Verdi. Y la sinfonía ‘Lohbesang’ de Mendelssohn es la que apunta a la sus canciones sinfónicas o su Octava. El punto central de la temporada, para mí, será el ciclo de canciones de Mahler Das Knaben Wunderhorn (El cuerno mágico de la juventud) cantado por Thomas Hampson. Y al final se escuchará su Primera Sinfonía. De los influenciados por él, habrá obras de la Segunda Escuela Vienesa (Schoenberg, Berg, Webern), que sale directamente de Mahler, así como otros de sus deudores, como Messiaen, Dutilleux o Britten.

 

¿Cuál es su relación con la música contemporánea? ¿Piensa incorporarla más al repertorio de la OBC?

Tengo en mente pedir a varios compositores catalanes de gran calidad que escriban obras nuevas para la orquesta. Y que se incorporen obras con solista incluyendo instrumentos interesantes, por ejemplo instrumentos japoneses como el shamisen y el sho. Ya me he acercado a algunos compositores y ejecutantes.

¿Qué planes tiene en cuanto a giras y discos? 

Estamos preparando la publicación de las sinfonías de Brahms y la Sinfonía No. 13 de Shostakovich con un sello japonés. Y todavía es pronto, pero pensamos hacer giras que incluyan también Japón. 

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20 de septiembre de 2016
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La vergüenza de Bratislava

Ni una palabra sobre el derecho de asilo. Ni una frase, ni siquiera de compasión, para los cinco millones de refugiados que han salido de Siria. Los refugiados ni siquiera existen para los 27 en su declaración eslovaca, convertidos en migrantes incontrolados que se vinculan al miedo, al terrorismo y a la inseguridad. Nada, por supuesto, sobre la Carta Europea y la Declaración Universal de los Derechos Humanos de Naciones Unidas que crea obligaciones por parte de los firmantes --los 27 , todos y cada uno de ellos y la UE como tal, hacia quienes huyen de la guerra y de la muerte segura. ¿Eso es Europa?

La declaración de Bratislava y la entera cumbre informal de jefes de Estado y de Gobierno de la UE, la primera que se reúne sin Reino Unido, el pasado viernes, es un entero monumento al declive del proyecto europeo y, sobre todo, al menosprecio a sus valores fundacionales. El liderazgo europeo, ejercido en ocasiones por las instituciones de Bruselas y en otras por Alemania y Francia al alimón, ha pasado a manos nada menos que del grupo de países llamados de Visegrado, los cuatro países salidos del bloque soviético tras la caída del Muro y acogidos por la UE, todos ellos con una cuenta pendiente con su propia identidad nacional y celosos de su soberanía tras una larga y trágica historia que se la hurtó en numerosas ocasiones. Ellos y no el arruinado eje franco-alemán son los que conducen ahora a Europa, pero hacia atrás, de regreso al pasado de los nacionalismos enfrentados y las viejas soberanías westphalianas.

Polonia, Chequia, Eslovaquia y Hungría han venido a sustituir a Reino Unido en la vanguardia euroescéptica que pretende reducir a la UE a su mínima expresión en función casi exclusivamente de los intereses nacionales respectivos. Quisieron entrar en la UE para deshacerse del imperio soviético y recibir fondos de Bruselas pero ahora no están dispuestos a compartir soberanía ni a sacrificarse por la solidaridad común.

Quienes conducen Europa son el húngaro Viktor Orban y el polaco Jaroslaw Kaczynski, el primero como primer ministro y dirigente del ultraderechista Fidesz y el segundo como auténtico poder en la sombra y presidente del partido también ultra Ley y Justicia (PiS). Ambos propugnan una ?contrarrevolución europea? y un modelo de ?democracia iliberal?, así con todas las letras, para el conjunto de la UE, que prosiga así el camino hacia la derecha y el repliegue ya emprendido en sus respectivos países, donde están en duda la división de poderes, la libertad de expresión y la recuperación de los poderes soberanos cedidos al ingresar en la UE. Sus aliados en el resto del continente son el Frente Nacional francés, la alemana Alternative für Deustchland o el Partido de la libertad holandés de Geert Wilders, auténticas formaciones antisistema que qauieren dinamitar la entera Unión Europea.

Estos partidos ultras del grupo de Visegrado, a diferencia del UKIP de Nigel Farage, no quieren irse de la UE, de donde extraen numerosas ventajas, entre otras la posibilidad de mandar trabajadores suyos a otros países en busca de los puestos de trabajo y de los salarios que no tienen en casa. El contraste con los partidarios del Brexit, defienden el mercado único entero, pero tienen idénticos propósitos en cuanto a la recepción de refugiados e inmigrantes. Dicho de otra forma: son partidarios de la ley del embudo, es decir, cerrar las fronteras a los de fuera y que los otros las abran a los nacionales propios.

Bratislava es la culminación de esta política insolidaria y antieuropea, que ha terminado dinamitando los esfuerzos de Bruselas y Berlín por imponer cuotas de recepción de refugiados para aliviar la enorme carga que soporta ahora Alemania y responder de acuerdo con los valores y leyes europeas al reto que tiene el mundo ante sí. La vanguardia de esta Europa iliberal y soberanista son los cuatro de Visegrado, pero el grueso de la tropa, es decir, los otros jefes de estado y de Gobierno, han demostrado con su pasividad una falta de visión y de valentía igualmente culpables, a excepción de la canciller Angela Merkel, a la que hay que añadir en el plano internacional al canadiense Justin Trudeau, los únicos ?occidentales? que han salvado los principios consagrados internacionalmente y han demostrado responsabilidad y sentido de la decencia.

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20 de septiembre de 2016
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El Boomeran(g)
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