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La izquierda entera ha dado el Gobierno a Rajoy

La izquierda española ha entregado el poder a la derecha, esta es la síntesis de lo ocurrido, en la que se concentran los dos pasos efectuados para alcanzar este resultado. Con el primer paso, la nueva izquierda radical de Podemos se negó a cerrar el camino de Rajoy a su segundo mandato, dando la presidencia del Gobierno al candidato del Partido Socialista, para lo que le bastaba con abstenerse en la votación de investidura a la que se presentó Pedro Sánchez con el apoyo de los votos de Ciudadanos. Con el segundo paso, la izquierda socialdemócrata se ha mostrado incapaz de construir una coalición con el conjunto de fuerzas que se oponían a Mariano Rajoy y no ha tenido más remedio que abstenerse en la investidura del candidato conservador para evitar unas nuevas elecciones a las que se hubiera presentado dividida, sin candidato y con altas posibilidades de convertirse en la tercera fuerza y por tanto de dejar la oposición en manos de Podemos.

Que una y otra izquierda se tiraran los platos a la cabeza era parte del guión previsto por los hábiles consejeros de Rajoy. El PP contaba con la ambición de Iglesias por convertirse en el jefe de la oposición y sustituir al PSOE como principal partido de la oposición y mayor organización de la izquierda. Pero el PP también contaba con la dificultad que significaba para el PSOE aceptar los votos de los nacionalistas enrocados en un derecho a decidir que divide al socialismo. El éxito de esta estrategia inmovilista popular ha sido clamoroso: sin entregar nada, ni la cabeza de su presidente, ni nada sustancial de su programa de Gobierno, ni por supuesto ninguna silla en el Consejo de Ministros, Rajoy obtendrá la investidura gratis total.

Cierto que ha contado con ayudas inestimables en las dos izquierdas, la moderada y la radical. En la moderada ha tenido la ayuda de Susana Díaz, que ha utilizado esos diez meses de interinidad y de búsqueda de mayorías de investidura para atar a Pedro Sánchez en una especie de potro de tortura, limitado en sus movimientos por todos los lados gracias a la resolución del comité federal de 28 de diciembre y a un marcaje constante de sus movimientos: había que votar en contra de la investidura de Rajoy, pero no podía pactar con los nacionalistas ni siquiera una abstención. También Pedro Sánchez le ha ayudado, con su escasa mano izquierda para gobernar su partido, para buscar una alternativa de gobierno a Rajoy o alternativamente para obtener réditos en la negociación de la abstención. Entre la ambición del susanismo y la inhábil tozudez del sanchismo, el PSOE se ha visto obligado a entregarle el Gobierno a Rajoy sin contrapartidas.

También la izquierda radical ha ayudado a Rajoy, y especialmente Pablo Iglesias. Primero, con sus pretensiones desmesuradas, que alcanzaban prácticamente al control de los aparatos del Estado en un gobierno de coalición de izquierdas. Después, con su política del miedo. Y finalmente, con su confianza en un sorpasso que no se produjo en la segunda convocatoria del 21-J y que aspiraban a obtener en la tercera que ya no tendrá lugar. El éxito de Rajoy es más destacado en la medida en que Podemos ha demostrado sus límites electorales y sus dificultades para mantener la cohesión, entre tendencias, entre territorios e incluso entre dirigentes. La radicalización actual, con la investidura de Rajoy, y la tendencia a trasladar la oposición a la calle no son buenos augurios para el regreso de la izquierda al Gobierno en algún momento próximo, tras haberlo tenido a su alcance, casi en las punta de los dedos, durante esta larga crisis de interinidad.

Lo más curioso es que la fosa abierta entre el PSOE y Podemos es lo que más se parece a la división clásica entre socialdemócratas y comunistas en los combates políticos y también parlamentarios del siglo XX. De una parte, una izquierda moderada que quiere reformas, gobernabilidad y pactos con las fuerzas centristas; y de la otra, una izquierda radical que quiere rupturas, inestabilidad y frentes ideológicos, populares si se quiere, el equivalente de los enfrentamientos clase contra clase.

Los socialdemócratas se han convertido ahora, a ojos de Podemos, en socialtraidores que apuntalan un sistema corrupto y caduco, el régimen del 78 de un turnismo borbónico que hay que derribar. Los podemitas a su vez, a ojos del PSOE, son unos neocomunistas que quieren sustituir a la socialdemocracia como oposición a la derecha, alcanzando así 40 años después el objetivo que el Partido Comunista de Santiago Carrillo no pudo conseguir por el éxito del PSOE de Felipe González. Más que renovación y final de un ciclo político, parece la resurrección de antiguas querellas y el regreso de viejas políticas y lenguajes.

La experiencia demuestra que cuanto más dividida está la izquierda más fácil lo tiene la derecha para seguir gobernando. De forma que unos y otros ya saben qué les espera si en la próxima legislatura se instalan en las divisiones que les han ido separando cada vez más durante los diez meses de inestabilidad gubernamental.

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29 de octubre de 2016
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En blanco y negro: el cine sueña su infancia

Si el cine fuera un anciano que sueña con las escenas que estremecieron su infancia, este libro sería ese sueño.

Guía para hablar de cine, de los críticos Ascanio Cavallo y Antonio Martínez, destaca 30 de las miles de películas que se firmaron desde el nacimiento del séptimo arte a fines del siglo XIX hasta 1959. Hacia el final, unas pocas fueron rodadas en “tecnicolor”, pero la gran mayoría de las elegidas son en glorioso, inquietante blanco y negro.

El recorrido comienza con los pioneros: los inventores del cine realista y documental, los hermanos Lumière, y el adelantado del cine fantástico, Georges Méliès. Curiosamente, este último no aparece representado con la famosa Viaje a la luna sino con la más audaz y menos conocida Viaje a través de lo imposible, y esa es la primera de muchas decisiones valientes y bien fundamentadas de los autores.

En cada uno de los breves ensayos (entre tres y cuatro páginas), Cavallo y Martínez van trazando el camino que los genios, los iluminados y los artesanos desarrollaron para dar carnet de arte a su disciplina.

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En la lista destacan, por supuesto, los productos de Hollywood. Algunas son obras de honestos artesanos, como la Casablanca de Michal Curtiz; otros son films industriales de hábiles productores, como Lo que el viento se llevó; y unas pocas son obras maestras de genios como Orson Welles. De hecho, Welles es el único que merece dos menciones en la treintena: su inicial y deslumbrante Ciudadano Kane (1940) y su otoñal y sabia Sombras del mal (1958).

Pero también hay joyas del neorrealismo italiano (Roma, ciudad abierta, de Roberto Rossellini), el expresionismo alemán (El ángel azul, de Josef von Sternberg), la estremecedora melancolía del cine clásico japonés (Cuentos de la luna pálida de agosto, de Kenji Mizoguchi) y el inclasificable surrealismo sucio de Luis Buñuel (Nazarín).

Y si hay una filmografía que aparece de principio a fin junto con la estadounidense, es la francesa. Desde Cero en conducta de 1932, en la que el gran Jean Vigo se sumerge como nunca antes en la sensibilidad de los niños, hasta la última de la lista, Pickpocket de Robert Bresson, cuyo carterista sin alma bien podría ser el adulto en que se convirtió alguno de los niños humillados de Vigo. Una desolación sin grandilocuencia, tan propia de los franceses.

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Los textos son eruditos sin sonar pedantes, informativos sin aridez, poéticos sin caer en el sentimentalismo. Y como los que saben de estructura y arco dramático, Martínez y Cavallo terminan cada breve ensayo con lo mejor que tienen para decir. Un párrafo, una frase que queda resonando como la última nota de una gran sonata o como el último latigazo de un castigo inmerecido.

Por ejemplo, el final de capítulo dedicado al oscuro western Más corazón que odio: “John Ford, que ya hizo la gloria de los grandes hombres, vuelve ahora su mirada hacia ese vagabundo del western al que nadie quiere recordar. Ethan Edwards yerra sin hogar por entre las bases de una nación: los suyos son los huesos sin herencia de un hombre sin leyenda”.

O el final de Río Bravo: “Para el genio austero y transparente de (Howard) Hawks (…) el verdadero espacio moral no está condicionado por la amplitud del paisaje, sino por la presencia del peligro”.

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Casualmente – o no tan casualmente – Más corazón que odio y Río Bravo tienen el mismo actor protagonista: John Wayne. No se repiten ni Marlon Brando, ni Catherine Deneuve ni Katherine Hepburn. El único que aparece dos veces es Wayne. ¿Es mejor actor que los otros? Seguramente no, pero este libro no es un torneo de interpretaciones: es una guía de cine clásico, y John Wayne es el cine hecho figura, es la estampa del vaquero que se aleja en su caballo tal como lo vieron los genios que lo dirigieron.

¿Que faltan muchos? Por supuesto. A mí me falta mi favorita, la fábula moral El tercer hombre de Carol Reed. Pero un canon como este siempre tiene algo de personal, de subjetivo. Y que el lector quiera pelearse con los autores es muestra de lo mucho que le gustó compartir con ellos lo que aprendieron en tantas horas luminosas pasadas en las salas oscuras de nuestros sueños. 

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28 de octubre de 2016
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Cuadrículas

Este cuadro forma parte de una serie a la que llamé "Cuadrículas" porque por unas u otras circunstancias la composición tendía a organizarse en fragmentos más o menos reticulados. Me divertía la prueba de adjuntar formaciones diferentes dentro del conjunto de la formación que en su totalidad debía terminar siendo coherente o grata. Este juego no era además el único porque nunca el color es un juego sino mil y no digamos ya si interactúa -como lo hace siempre-y va hilando una conversación con formas y medidas cercanas. Nunca, sin embargo, a pesar del embrollo, me sentí, en esta ocasión, perdido. Más bien recibía la sensación de que durante el proceso me hallaba facilitando una reunión que los diferentes elementos desearon haber tenido algún día.

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28 de octubre de 2016
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Poema 11

Llamas de nácar
piedras y martillos
decenas de asaltos
entre un círculo
cerrado por el miedo.
Miedo como la melaza
de la Humanidad
extraviada y
expuesta al infierno
que resbala
como una linda cabellera
desde la indiferencia
celestial.

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27 de octubre de 2016
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Un mundo sin Mandela

Los males de Europa son los males del mundo. Nada de lo que nos sucede a los europeos es original. En todo caso, es peor, porque Europa era un modelo de integración y cooperación multilateral y se está convirtiendo en lo contrario. No debiera sorprender la desbandada que ha empezado en África respecto a la justicia universal. Si en Europa regresan los nacionalismos y los políticos se escudan en las decisiones soberanas para incumplir los tratados y compromisos internacionales, podemos imaginar qué sucederá en un continente tan convulso y poco integrado como Africa.

Burundi ha sido el primer país en anunciar su retirada de la Corte Penal Internacional (CPI). Tiene toda la lógica, por cuanto su presidente Pierre Nkurunziza es un firme candidato a ocupar el banquillo algún día. Burundi ha sufrido en su historia reciente dos genocidios y se halla ahora en una espiral de violencia étnica y política que ha expulsado a 300.000 personas y dejado un reguero de muertes de civiles a manos de las fuerzas de seguridad que hacen temer una repetición. El estallido actual se ha producido por la perpetuación en el poder del presidente, que venció en las elecciones por tercera vez a pesar de que la Constitución limitaba a dos los mandatos presidenciales, una circunstancia que se repite en muchos países africanos.

A continuación ha sido Sudáfrica, país pionero en los primeros pasos de la Corte Penal Internacional que ahora está en vanguardia de los que quieren abandonarla. En su caso el detonante fue la orden de detención emitida por la CPI en junio de 2015 contra el dictador de Sudán del Norte, Omar el-Bachir, acusado de crímenes de guerra y genocidio, cuando se encontraba en visita oficial en Johanesburgo con motivo de una cumbre de la Unión Africana. Aunque el tribunal supremo quiso aplicarla, el Gobierno hizo caso omiso, abriendo un enfrentamiento entre ambos poderes.

Gambia, un país que se halla en la lista negra de los derechos humanos, ha sido el tercero. Su presidente Yahya Jammeh dio un golpe de Estado hace 21 años y luego se ha perpetuado mediante elecciones amañadas en cuatro ocasiones. La aportación gambiana ha sido añadir a la lista de agravios africanos contra la CPI su pasividad ante las muertes de africanos en el Mediterráneo.

La CPI empezó a funcionar en 2002 y, hasta ahora, ha abierto diez investigaciones judiciales, nueve de ellas referidas a países africanos, y condenado a cuatro personas, todos africanos. El entusiasmo inicial africano por la CPI se ha convertido ahora en un rechazo generalizado, que amenaza con dejar impunes innumerables crímenes. El argumento de los dirigentes hostiles es que la CPI se ha convertido en un instrumento racista de los europeos y de las grandes potencias para entrometerse en su continente. La CPI solo puede perseguir a los nacionales de países firmantes del Estatuto de Roma o cuando lo solicite el Consejo de Seguridad, donde tienen asiento permanente y derecho de veto países no firmantes como Estados Unidos, Rusia y China.

En Europa, en vez de Vaclav Havel tenemos a Viktor Orban. En Africa, en vez de Nelson Mandela, está Jakob Zuma.

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26 de octubre de 2016
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El Boomeran(g)
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