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El Nobel entra en el proceso colombiano

La cocina de los premios Nobel no admite improvisaciones. El trabajo de selección es minucioso y largo. Parece evidente que el comité noruego que los concede venía siguiendo con atención las conversaciones de La Habana entre las FARC y el Gobierno colombiano y ya tenía la candidatura en lo alto de su lista desde el mismo momento en que el presidente Santos y el comandante Timoschenko firmaron el prolijo documento. El resultado del referéndum del domingo, ese voto negativo mayoritario que cayó como un jarro de agua fría sobre los colombianos, fue lo que determinó la personalización del premio en Juan Manuel Santos, protagonista de la victoria que supuso el acuerdo pero también de la derrota incluso personal que cosechó en las urnas.

Los gobernantes en ejercicio, como es el caso del presidente Santos, no son habituales de los premios, normalmente frecuentados por militantes, instituciones internacionales y ong's. En muchas ocasiones, como sucedió con Barack Obama en 2009, prematuramente galardonado más por sus propósitos que por sus méritos, resultan controvertidos cuando se conceden y siguen siéndolo posteriormente. No debiera ser este el caso de Santos, el segundo presidente latinoamericano en recibirlo, después del costarricense, Oscar Arias, Nobel de 1987, que le precedió en la pacificación de los países del istmo centroamericano, y por tanto en la erradicación de la violencia política tras más de medio siglo de un incendio que ha llegado a abrasar el continente de punta a punta.

Los Nobel de la Paz reconocen una labor, pero en algunas ocasiones también pretenden actuar como incentivo para culminarla, como es ahora el caso. En esta ocasión, además, este premio interviene directamente en el proceso colombiano, en la medida en que el comité noruego ha querido echar todo el peso de su prestigio internacional en la balanza a favor del acuerdo de paz tras el resultado negativo del referéndum. El premio constituye así una especie de compensación o contrapeso que sitúa de nuevo a Santos en el centro político y le da una ventaja de reconocimiento internacional sobre quienes protagonizaron la campaña del no, empezando por el ex presidente Uribe, capitalizador de los resultados del referéndum en parte neutralizado por el galardón.

El comité "espera que el premio le dé la fuerza para culminar su tarea", que no es solo de paz, sino también "de reconciliación y de justicia" y le anima a culminar el proceso mediante el diálogo nacional en el que debe incluir a quienes se opusieron. Según su comunicado, el galardón no quiere proporcionar tan solo un estímulo para recorrer el trecho que falta hasta la paz, sino expresar el temor de la comunidad internacional a "que el proceso quede parado y regrese la guerra civil". No hay premio para la guerrilla, tampoco para quienes combatieron el acuerdo por insuficiente. El Nobel de la Paz es todo entero para quien trabajó por la paz primero y luego arriesgó más que nadie, incluso su carrera política, para implicar democráticamente a los ciudadanos en su ratificación mediante un referéndum. Un mérito que no todos le han reconocido como hace ahora el comité noruego del Nobel.

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8 de octubre de 2016
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La jet de la capital recupera la noche

La actualidad sigue oscilando entre el absurdo y lo grotesco, como aseguraba Sándor ­Márai en sus Diarios (1984-1989): “Todo tiene algo de grotesco, incluso en el universo”. Márai culpaba en parte a la convulsión de “hippies espasmódicos” pero también señalaba al cosmos. Algo parecido debe ocurrirle a Pedro Sánchez, a quien, tras la grotesca demostración del seísmo que ha hecho temblar Ferraz, aconsejan desde la prensa económica buscar un coach para analizar por qué acabó pasándose de revoluciones. O de confianza, que viene a ser lo mismo. Política del despropósito y escenificaciones del gran poder en sus sedes. Solo el PP y el PSOE tienen mediatizadas sus calles, la parte por el todo: Génova y Ferraz, la primera bendecida por Colón, la segunda mirando hacia el parque del Oeste.
Más que nunca necesitaba Madrid el glamur de antaño. Qué bien le sentaron los ochenta a la capital, no sólo en los antros de la movida –El Sol o Rockola–, sino en nuestro Central Park particular, la isla verde que la ciudad ha conservado milagrosamente manteniéndola tan bien regada como los clubs de golf de La Moraleja. Por ello, la reapertura del Florida Retiro –que siempre será el Florida Park– ha extasiado a la jet noctámbula y juerguista. Por fin un lugar con santo y seña en el ombligo de la ciudad, y con ecos de Ray Charles, Charles Aznavour, Liza Minnelli o Tina Turner. También de Ava Gardner, Rita Hayworth, Lauren Bacall y aquel Hollywood madrileño de finales de los 50 y primeros 60. Después, el programa de Íñigo fue como una ventana abierta a la nueva farándula pop que nos pirraba, y la archisonada anécdota de Lola Flores parando la actuación y pidiendo ayuda para encontrar su pendiente de oro terminaron de hacerlo mítico. En él tenía mesa fija Antonio Gala; un Miguel Bosé veinteañero debutó ante sus orgullosos padres; y Alaska celebró su realitizado 50.º cumpleaños.
El artífice del reflote es Ramón Matoses, empresario de los que buscan espantar al tedio, casado con una Ibarra y amigo de la élite del buen gusto capitalino: de Pascua Ortega, maestro de interioristas, que ha vestido sus diversos restaurantes con un amplio catálogo que va del terciopelo rojo y los brillos dorados a los ladrillos vistos y las maderas lavadas, y Cayetano Carral y sus hermanas, creadores de los eventos más exquisitos y promotores de la Chattanooga Big Band, que actuará cada jueves, mientras que el fin de semana el grupo Illana trae las cenas-espectáculo. Matoses, responsable de otro revulsivo del ocio madrileño, el alternativo Mercado de Fuen­carral, adquirió en el 2014 la ex­plotación de la antigua Casa del contrabandista –posteriormente balneario de aguas oxigenadas y ­finalmente boîte–. Se dijo que en cuatro meses abrían, pero las obras, al igual sucede con la noche madrileña, se sabe cuando empiezan pero no cuando acabarán. Hace justo una semana la alfombra roja y las azafatas con iPad amenizaron el paseo de magnolios y una primera entrega de famosos asistió a la cena con espectáculo, fumando sin parar en terraza. A la primera persona que vi bailando con auténtico brío fue a la escritora Rosa Montero: “ La carne –título de su última novela– va como un tiro”, me confesó con gran alegría mientras me arrastraba a la pista. Allí estaban Cayetana Guillén-Cuervo, Lolita –cómo no, de rojo–, Montxo Armendáriz, Fernando Colomo, Pepón Nieto, María Esteve o Emiliano Suárez. “Esta será nuestra casa, por fin tendremos dónde estar hasta la seis de la madrugada”, repetían los más canallas.
El rebautizado Florida Retiro nace con vocación de recuperar los clásicos, y el agarrado: “La esencia de las antiguas salas de baile, a muchos jóvenes nunca los han sacado a bailar”, cuenta Cayetano Carral que prepara su puesta de largo para el 20 de octubre, con la Chattanooga y las más brillantes socialités. “Nuestra idea es hacer ciudad”, aseguran sus responsables. En la capital hay tipos que alquilan un Ferrari para una sola noche, a fin de conquistar a una mujer. Fantasmas de alto voltaje que por fin tienen a dónde dirigir sus 483 ca­ballos, aunque este será territorio abonado para románticos de a pie.
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8 de octubre de 2016
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La haka de Theresa May

Theresa May tiene un plan. Nadie lo conoce, pero existe. May está preparada para aplicarlo. Misterio. De momento ha utilizado la conferencia conservadora para hacer una haka, la danza maorí de los All Blacks, la selección neozelandesa de rugby antes de empezar un partido, en la que los gestos de amenaza y de burla animan a los jugadores propios e intimidan a los rivales.

La haka de la señora May tenía un destinatario interior, el partido laborista, al que ha dedicado preciosos epítetos para terminar diciéndole que es ahora el nuevo nasty party, el partido repugnante que fue el conservador durante muchos años. De puertas afuera, o mejor, mirando a Bruselas, la primera ministra ha combinado la arrogancia del poder imperial con el resentimiento de los colonizados que acaban de cortar amarras con la metrópolis y anuncian unas durísimas negociaciones para organizar la independencia.

La campaña del Brexit fue un saco de mentiras, pero la negociación no le va a la zaga. La mayor de todas, que Reino Unido no fuera hasta ahora un país soberano e independiente. Y la segunda, que se pueda desconectar sin más de Europa y reconectar libremente con el mundo, y todo ello sin apenas costes, por supuesto, o incluso con ganancias inmediatas. Esta es una música conocida en España.

Bajo el liderazgo de los conservadores, aparecerá ahora un país nuevo, una Unión Británica Global, en sustitución de la vieja Unión Británica europea, que recuperará el prestigio y la proyección del imperio victoriano. Es evidente que mantendrá todo lo bueno que pudiera haber en Europa ?el mercado único de capitales, bienes y servicios? y se desprenderá de todo lo malo, y entre lo más notable la llegada de inmigrantes europeos. De cara a los impacientes, ya ha empezado a adelantar los deberes, aunque nada tendrá vigencia hasta consumarse la separación: una ley derogatoria de la legislación europea, medidas de control y limitación de trabajadores extranjeros y el anuncio de activar el artículo 50 con el que se pide el divorcio lo más tarde en marzo.

La señora May era una moderada partidaria del Remain, pero ahora se ha convertido en una feroz impulsora del Brexit duro, hasta el punto de recuperar el lenguaje y los argumentos de los más extremistas brexiters. No es extraño que el partido de la independencia (UKIP) esté en crisis. Del Labour, en cambio, quiere a sus votantes trabajadores, a los que pretende seducir con políticas de estímulo de la demanda que hubieran recibido la aprobación de Keynes y con su proteccionismo de los puestos de trabajo británicos frente a los inmigrantes. Este es el nuevo centrismo conservador, que compite con el antieuropeísmo de Farage y con la antiglobalización de Corbyn.

La conferencia conservadora es el anuncio de que vamos a una pelea a cara de perro, con más amenazas y decisiones destinadas a dañar al vecino, propias de las épocas proteccionistas, que negociaciones sinceras y pactos leales entre Londres y Bruselas. Tal como lo ha planteado Theresa May, el Brexit es un juego de suma cero, en el que lo que gana uno lo pierde el otro, e incluso de suma negativa, en el que nadie gana y pierden todos.

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6 de octubre de 2016
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Prelados

Dos son los vicios castizos que deberían atacar los políticos españoles. El primero, la corrupción, forma parte de la cultura católica sureña y es de difícil moderación, como la ignorancia o la charanga. El segundo, el narcisismo, es el resultado de una concepción eclesiástica del poder. Muchos creen que la democracia es un estadio moral superior y que los jefes políticos deben salvar las almas de los votantes y apacentar el rebaño.

Sin embargo, los partidos no son medios para la salvación espiritual, sino para gobernar el orden material. El aire eclesial se advierte por ejemplo cuando Rajoy dice haber ganado las elecciones, cuando las ganó su partido, en el que hay docenas de personas más capacitadas que él para dirigir el Gobierno y menos contaminadas. O cuando Iglesias dice que ellos quieren "dar miedo", como la Santa Inquisición, y se disfrazan de punkis para disimular el miedo que pasan en sus casas y en el barrio. O Sánchez, aferrado a una idea moral de la composición de Gobierno y no a una idea técnica del mismo. Su narcisismo le ha propinado un hachazo al PSOE que ya veremos si tiene remedio. Con él se va una parte nefasta del narcisismo socialista, como el de Iceta, modelo de pastor regional que Félix Ovejero califica de "izquierda reaccionaria".

Los únicos que no parecen fiarlo todo a la salvación del alma y al aplauso del director espiritual son los de Ciudadanos. No apuestan por un obispo, por una santidad, por un líder del lumpen que se chulee ante la cámara. Apuestan por 150 reformas concretas, precisas, que, de cumplirse, colocarían a España en Europa. Y esas reformas las puede consumar un Gobierno de derechas o de izquierdas, porque en España esa diferencia es sobre todo religiosa. ¿Las conocen?

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5 de octubre de 2016
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Solidaridad cotidiana

Me hallaba en un palacio veneciano; atardecía frente al canal, y esa luz suspendida y neblinosa, igual que una pintura, me invitaba a jugar con las gafas de sol. Hacía tiempo en un viejo banco de mármol, aguardando a la cena que inauguraba la exposición de Chanel y la literatura: La donna che legge, cuando una periodista que iba a retransmitir una crónica por la radio me pidió ayuda para descifrar algunas claves de la biografía de Cocó. Al cabo de una hora, y ya en el segundo piso, sentí una mano en mi espalda: era la periodista, que había estado buscándome entre los quinientos invitados para devolverme mis gafas de sol, que olvidé en el banco. La buena racha no acaba aquí: salí a pasear el domingo, y al regresar a casa divisé un objeto que me resultaba familiar: de una juntura en un muro de piedra prendía un pequeño pañuelo que había puesto en la mochila por si refrescaba, y que alguien con un gesto que se me antojó tan atento como tierno recogió del suelo y plantó en un lugar bien visible. Menuda fortuna, me dije, a lo que mis amigas budistas me respondieron que se trataba de una señal de protección, mientras que las freudianas sostuvieron que el acto fallido que se esconde tras toda pérdida –el apagón entre la mente y los objetos que te rodean– había sido subsanado por personas que viven conscientemente y con empatía, capaces de lograr que los objetos que pertenecen a tu microcosmos vuelvan a ti.
Aprecio en un sector de la sociedad –no el que se sitúa en el vértice del poder o de la indiferencia, y desatiende la huella humana– una mayor atención hacia el otro. El sociólogo y economista Jeremy Rifkin bautizó como “procomún colaborativo” un nuevo sistema que pretende crear una sociedad más sostenible des-de el punto de vista ecológico y humanista. Se trata de una mentalidad favorecida por la crisis y un uso novedoso y social de la red, que favorece el advenimiento de una sociedad más comunitaria y co-laborativa. De turnarse para llevar a compañeros de trabajo en coche a la oficina a albergar a viajeros dispuestos a dormir en sofás de acogida, de plantar tomates en el huerto urbano del barrio a los denominados bancos de tiempo, donde los miembros intercambian habilidades contabilizando las horas de servicio prestado y recibido. Actualmente operan más de quinientas plataformas de esta naturaleza –el modelo crece un 15% en todo el mundo y de manera muy sensible en Catalunya–. Se trata de una solidaridad cotidiana, de proximidad, sin espectáculo, ajena a lo mediático y sonoro pero capaz de dar nueva vida al término comunitario, y que por compartir también entiende crear conexiones y lograr el chispazo de esas pequeñas epifanías capaces de enderezar los días torcidos.
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5 de octubre de 2016
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Una lección de cine latinoamericano

Me ha tocado ser jurado del Festival Internacional de Cine de Biarritz, que llega a sus veinticinco años de existencia como la más importante de las convocatorias europeas dedicadas a mostrar películas latinoamericanas. Pero además de la delicia obligada de verme diez filmes día tras día, esta ha sido una semana inolvidable en muchos sentidos. El público desbordó  las salas de cine, donde también se han presentado cortometrajes y documentales, la primera de ellas la tradicional Gare du Midi, lo mismo que se volcó a las presentaciones literarias, los conciertos musicales, las mesas de libros en español y traducidos al francés. Latinoamérica reinando en las calles.

Lo primero que queda a la vista es que el cine latinoamericano vive en el siglo veintiuno una etapa de pleno desarrollo, como se prueba también en otros festivales de competencia mundial, Cannes o San Sebastián. Es un cine maduro, imaginativo, técnicamente impecable, que domina todos los recursos; y lo más notable viene a ser la juventud de los realizadores.

El premio "El abrazo", establecido para la mejor película, lo hemos concedido a La ciudad donde envejezco, el primer largometraje de la brasileña Marília Rocha, donde cuenta la historia de dos jóvenes amigas de infancia, que emigran una tras otra desde Portugal a Bello Horizonte. Es un relato de equilibrada delicadeza, que nos acerca a la soledad y el extrañamiento que trae consigo la emigración; un drama íntimo compartido por Francisca y Teresa, los dos personajes que se enfrentan a la trepidante vida urbana de una ciudad que no deja nunca de serles ajena.

Aquarius, del también brasileño Klever Mendoza, ganó el Premio del Jurado, y su protagonista principal, Sonia Braga, el de mejor actriz. Esta es una película que transforma un asunto público, cotidiano hoy en América Latina, el de la corrupción ligada al negocio inmobiliario, en una historia personal que a su vez se convierte en una obra de arte.  Clara, la heroína, lucha por no ser desalojada del apartamento familiar donde se ha quedado sola, ya viuda, resistiendo contra los trucos y embates sucios de los empresarios que son ya dueños del resto del edificio.

Sonia Braga, a sus más de sesenta años, nos seduce con su siempre vivo talento dramático, dueña a cada paso de la pantalla tal como la vimos hace tantos años en Doña Flor y sus maridos, o en El beso de la mujer araña, sacando provecho a su madurez y a su belleza que no da muestras de apagarse.

Y el premio al mejor actor fue otorgado al chileno Alejandro Sieveking, protagonista de la hermosa película argentina El invierno, dirigida por Emiliano Torres, premio de la crítica. Curtido en mil batallas en el teatro y en el cine, Sieveking es el viejo capataz en un lejano fundo de la Patagonia donde se crían y esquilan ovejas, despedido por razón de su vejez. Empezará entonces la lucha sorda entre él y su joven sucesor, en un escenario donde imperan es la soledad, el frío y la nieve, pero sobre todo la belleza imponente de la cordillera de Los Andes.      

Entre otras películas notables que vi en la muestra, hay que mencionar El Amparo, una producción de Colombia y Venezuela dirigida por Rober Calzadilla, que ganó el premio del público.  Cuenta la historia de un grupo de humildes pescadores de un pueblo fronterizo, asesinados por el ejército de Venezuela a finales de los años ochenta, acusados de pertenecer a la guerrilla colombiana. Los dos únicos sobrevivientes se enfrentan al poder que quiere silenciarlos. Este hecho, conocido como "la masacre de El Amparo", que llenó las páginas delos diarios y los telenoticieros, nunca fue resuelto y pasó al olvido.

Un arte duro. La película ganadora,  La ciudad donde envejezco, tuvo que detenerse en su etapa de post-producción por falta de financiamiento, y es por eso mismo que la persistencia de estos jóvenes realizadores es ejemplar.

Luchan por encontrar productores, apoyos estatales que son pobres o no existen, por convencer a las trasnacionales de distribución para poder llegar a las salas de cine, por tener cabida en la televisión abierta y por cable, y en Netflix y HBO. Por eso es que festivales como este de Biarritz son verdaderas ventanas al mundo, que les abren posibilidades.

Las más de veinte horas que me he pasado sentado en la butaca en la oscuridad, me han abierto también una ventana a este cine esplendente, que me recuerda que la invención vale la pena.

 

 

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5 de octubre de 2016
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Como si la película se hiciera delante de tus ojos

Clara Sanabras, la soprano que cantará la parte solista en Titanic y Las dos torres, dos de las tres películas que programa esta temporada la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Catalunya (OBC), tiene claras las razones del embrujo de una actividad creciente de las orquestas sinfónicas: proyectar películas tocando en vivo la banda sonora. “Ver a los músicos moviendo los arcos de sus violines con furia mientras se desarrolla la lucha en la pantalla es como sentir que la película se está haciendo delante de tus ojos”.

Para Sanabras, que se ha especializado en cantar acompañando películas en Lyon, Sydney o Londres, “la platea se llena de jóvenes, de gente que nunca ha visto una orquesta sinfónica y queda maravillada. La banda sonora es responsable de la magia de un film. La solemos escuchar de forma subliminal, pero si la quitas, la película  se queda literalmente muda”.

Por eso Valentí Oviedo, gerente del Auditori, creó OBCinema, que inició el año pasado con tres éxitos de Hollywood: la primera parte de El Señor de los Anillos (La comunidad del Anillo), Piratas del Caribe y Gladiator. Las tres en versión original con subtítulos en catalán. “Vinieron más de 3.000 espectadores nuevos, y entre un 10 y un 15 por ciento no habían venido antes a conciertos de sinfónicos y repitieron con la orquesta”, explica Oviedo.

Al gerente le surgió la idea cuando vio el Londres a la 21st. Century Orchestra de Zurich tocando mientras se proyectaba Gladiator. “Allá lo hacen en grandes pabellones, como el estadio O2. Acá sería en el Palau Sant Jordi, pero con tanta capacidad el riesgo sería alto y el beneficio poco”. Hacerlo en el Auditori implica que al no tener que alquilar un espacio, la ganancia no es tan vital. “Nuestro objetivo es que venga gente nueva y escuche a la orquesta en su entorno natural”.

El éxito fue rotundo: hicieron dos funciones de cada película, siempre con la sala llena. Este año, habrá tres funciones tanto de Titanic como de Las dos torres. Y vendrá Alexander Desplat, el compositor de Godzila, El gran hotel Budapest y la nueva trilogía de La guerra de las Galaxias, a dirigir fragmentos de sus partituras.

Como esto de las películas con música en vivo ya se ha convertido en una tradición, las productoras sincronizan versiones para hacer en este formato. Por ejemplo, en ocasiones bajan la voz de los personajes respecto de las versiones hechas en cines, para que se escuche más a la orquesta. Y en las versiones en vivo, al final de los créditos no se pierde la melodía en un murmullo que se dispersa y acompaña la salida de los espectadores de la sala, sino que termina con “un subidón final, un chim-pum”, como explica el gerente, marcando el compás con la mano.

“La intensidad es brutal, no tiene nada que ver con ver la película con música grabada. La música nos acaba emocionando. A veces me dicen algunos espectadores que en momentos grandiosos las imágenes importan menos y su vista se va al director y la orquesta,” cuenta Oviedo.   

Por la muerte de James Horner el año pasado, Titanic será un homenaje. Y el gerente piensa traer en años futuros dos de los clásicos de este compositor tempranamente fallecido: Braveheart y Leyendas de pasión. ¿Otros posibles planes? “ET, Jurassic Park, El Padrino, Harry Potter”, enumera.

Pero la modernización y popularización de repertorio de la vieja orquesta sinfónica no se termina con los autores actuales (este año el ciclo de temporada de la OBC incluye a ocho autores contemporáneos vivos) ni con el cine. Probablemente la partitura que graban este año que escuche más gente será la música de un videojuego: La banda sonora del especialista Oscar Araujo, profesor del ESMUC, para Age of Alchemy. ¡Eso sí que es atraer nuevos públicos!

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4 de octubre de 2016
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Suicidas y longevas

Dos poetas de poco más de cuarenta años han compilado una antología monumental (casi mil páginas) con el título de ‘Poesía soy yo. Poetas en español del siglo XX'. Ambas, Raquel Lanseros (Jerez, 1973) y Ana Merino (Madrid, 1971), no forman parte del elenco de escritoras representadas, ya que su voluntad fue incluir a las nacidas desde 1886, caso de la modernista uruguaya Delmira Agustini, hasta 1960, cuando Blanca Andreu era un bebé de pocos meses y en Costa Rica venía al mundo la muy interesante Ana Istarú, que se dio a conocer en la adolescencia y cierra con altura el volumen, recientemente publicado por Visor.

    Las antologías tienen siempre algo de bazar. Hay en ellas confecciones para todos los gustos, y el muestrario expuesto es forzosamente limitado, por lo que al curioso que lo calibra siempre puede quedarle la duda de que esa misma firma haya hecho productos mejores. Conviene decir sin embargo que la recopilación de Merino y Lanseros presenta artífices de gran calidad, desde las más canónicas como Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Idea Vilariño, María Victoria Atencia o Clara Janés, hasta las menos conocidas pero imprescindibles Josefina de la Torre, Amanda Berenguer, Blanca Varela o Marosa di Giorgio, poeta excéntrica de rica imaginería surreal. Llama la atención, como dato anecdótico, el censo de las que murieron trágicamente, electrocutada la mexicana Rosario Castellanos, asesinada Agustini, suicidas Storni, Violeta Parra, Alejandra Pizarnik o María Mercedes Carranza, en contraste con las numerosas poetas de activa longevidad casi centenaria, como Ernestina de Champourcín, Concha Méndez, Carmen Conde, Dulce María Loynaz, Elena Martín Vivaldi, Fina García Marruz, Julia Uceda o la inolvidable Rosa Chacel, de quien se incluyen un hermoso soneto y una carta en verso a Norah Borges. Siendo la selección de las antólogas tan amplia, me llamó la atención la ausencia de la estupenda aunque semi-secreta María Vela Zanetti, y de las argentinas Emma de Cartosio y Basilia Papastamatíu, que viajaron con frecuencia a España y aquí mantuvieron contactos muy señalados con escritores de la generación del 50 y los Novísimos.

     En el bazar de ‘Poesía soy yo' tengo, como cualquier paseante interesado, mis predilecciones. El encanto de las primeras prosas poéticas de Ana María Moix sigue vigente, el irracionalismo temprano de Blanca Andreu deja paso (por ejemplo en un poema más reciente, ‘A un ciprés de la Acrópolis') a la voz grave y rememorativa, y es un placer incomparable releer a una de las más originales poetas españolas del siglo, Gloria Fuertes, cuyo humorismo payaso en la ‘tele' dio de ella una imagen distorsionada que para muchos (aunque no para su gran ‘fan' Jaime Gil de Biedma) resultó descalificadora. Termino mi deambular poético por este bien concebido libro con la elocuente pieza breve de la peruana Blanca Varela, titulada ‘Strip Tease': "quítate el sombrero / si lo tienes / quítate el pelo / que te abandona / quítate la piel / las tripas los ojos / y ponte un alma / si la encuentras".

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4 de octubre de 2016
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Días ligeros

Una niña de dos años es atropellada por un tren. Después de declarar el maquinista, el tren siguió su trayecto”. Así rezaba la noticia de un periódico digital, uno de los que te topas de madrugada en rincones de un rulo de información deglutida en píldoras escasas. No hay tiempo para pensar, se cliquea de forma mecánica, incluso hipnótica; sales de leer los restos de un asunto para ingresar en otro, algo parecido a las camas calientes que van alquilando a lo largo de las veinticuatro horas quienes sólo pueden pagar por un cuarto compartido. Pero esta vez no puedo sacudirme alegremente las sobras. El cuerpo de una niña de dos años, su pelo suave, la barbilla brillante, es arrollado por la máquina, sin embargo ni la vida ni el tren detienen su trayecto. La compasión no dura más de un instante para salvar el ánimo, aunque es probable que los viajeros más sentimentales de aquel convoy sintieran el horror, además de esa sensación que repiten los protagonistas de la soberbia obra de teatro Incendios, dirigida por Mario Gas: “La infancia es un cuchillo clavado en la garganta”.
Vivimos tiempos confusos, fragmentados, pero a la vez tremendamente ligeros. En su último ensayo, De la ligereza (Anagrama), Gilles Lipovetsky reflexiona sobre el hecho diferencial de que “el ciudadano hipermoderno ya no siente la ambición de cambiar el mundo”. Ante todo quiere respirar, sentirse más ligero. Si leen, buscan libros breves para viajar y periódicos que no resulten fatigosos, información sinóptica; series que entren como una bala, menos comprometedoras que las más de dos horas de un Scorsese, Fincher o Nolan. Nuestros archivos han escapado al peso de la materia y están en la nube, la nanotecnología deslumbra con su nueva magia y en nuestro universo cotidiano habitan palabras como despresurización y turismo espacial. Nuevos ícaros, pero sin aparente Sol que nos derribe.
Dice Lipovetsky que antes la ligereza consistía en un ideal de estilo o en un vicio moral, mientras hoy es una dinámica global, un paradigma transversal cargado de valor tecnológico, económico y existencial. La sexualidad libertina parece legitimada, pero la vida sexual de las parejas comporta la rutina de siempre. Nunca se había glorificado tanto la delgadez, pero tampoco nunca había habido tantos obesos: uno de cada tres en EE.UU. La ingravidez, la sensación de una vida que no pese, choca contra la superabundancia que a partir del marketing de lo barato invita a acumular. Y creemos que lo ligero es cool, mientras que la pesadez resulta un anacronismo del siglo XIX. Pero en verdad “la ligereza es escasa en nosotros y se pierde sin que podamos hacer gran cosa”, afirma Lipovetsky. Incluso la frivolidad y el desenfado, tan de estos días, son pura ilusión. Cuando salimos de internet, tanto de su anonimato como de la búsqueda compulsiva, regresamos a una realidad donde lo ligero se eclipsa, y los trenes, contigo o sin ti, continúan su trayecto.
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3 de octubre de 2016
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El anillo de Frodo

El voto de confianza obtenido el jueves por Puigdemont es varias cosas a la vez. Ante todo, es la culminación de la investidura del actual presidente, improvisada en el límite de la convocatoria de nuevas elecciones el pasado 10 de enero ante el veto de la CUP a una continuación de Artur Mas. Nueve meses después aquella decapitación, a mitad de camino de los 18 meses de plazo para culminar el proceso, el ex alcalde Girona ha hecho su auténtico discurso de investidura y ha revalidado, tal como se había propuesto, su presidencia.

La decisión de someterse a una votación de confianza a plazo, ante la negativa de la CUP a validar los presupuestos, era el reconocimiento implícito de que se trataba de un presidente a prueba. Ahora ya no lo es. Ha salido aprobado, con lo que así se cierra también, y definitivamente, cualquier posibilidad de resurrección presidencial de Artur Mas. Si hay que disolver el Parlament en los próximos meses porque la relación con la CUP sufre un nuevo percance, o dentro de un año como está previsto, a nadie le pasará por la cabeza recuperar la figura del presidente que fue el líder imprescindible y el mayor activo del Procés.

La confianza obtenida por Puigdemont es también el regreso a la casilla de salida: hay que repetir de nuevo todo lo que se ha hecho hasta ahora. Primero habrá que intentar otra vez el referéndum legal, a continuación habrá que intentar el unilateral, bautizado ahora de vinculante para evitar que aparezca como ilegal, repitiendo por tanto el camino que ya recorrió Artur Mas. Y si no sale nada de esto habrá que volver a disolver y a elecciones, como hizo Mas, aunque esta vez quizás se enmascararán de constituyentes así como las anteriores se maquillaron de plebiscitarias, siendo siempre y en todos los casos meramente autonómicas.

Pero esto no es exactamente una repetición sino una enmienda: esta vez hay que hacerlo bien. Se entiende que a Artur Mas le suba la mosca a la oreja porque Puigdemont le está diciendo que lo hizo mal e incluso muy mal: su referéndum debe convocar a los partidarios del no, la pregunta debe ser sencilla y sin dobleces y sus efectos deben ser vinculantes, es decir, que debe producir como resultado la independencia efectiva si sale que sí, para lo cual habrá que estar preparado a todos los efectos, incluido el reconocimiento internacional.

Hay muchas dudas de que se pueda hacer bien alguna vez lo que solo puede salir si se hace mal. Pero este es el reto que se ha impuesto Puigdemont a sí mismo, remachado por su empeño en demostrar que hay una legalidad catalana que puede nacer por generación espontánea de la legalidad española en la que puede caber lo que no cabe en la legalidad matriz. Las leyes de desconexión que se propone el bloque independentista son la improvisación de una reforma de la Constitución española desde el parlamento catalán, con la que se modifica no tan solo el estatus de Cataluña sino el de España entera sin participación alguna de las instituciones y de los ciudadanos españoles. A saber quién podrá admitirlo y reconocerlo, dentro y fuera.

La nueva hoja de ruta cuenta con una base política de geometría nueva y claramente escorada hacia la izquierda. En la de Artur Mas su Convergencia todavía caminaba de la mano de Unió, esta última siempre un paso atrás en la marcha de la pareja, partidaria del pacto fiscal ante el derecho a decidir y del derecho a decidir ante la independencia. Se mantenía también una cierta relación dinámica con el PSC, a partir de su intento de evitar que el derecho a decidir fuera simplemente un eufemismo para el derecho de autodeterminación y comprendiera todavía la consulta sobre una reforma constitucional o estatutaria.

En el actual trayecto, la CUP es la que completa la base parlamentaria insuficiente de Junts pel Sí. Sin ella no hay confianza ni presupuestos, el instrumento imprescindible para dotar de contenido social al proyecto nacional. Y la zona de apertura la proporciona Catalunya Si Que Espot, partidaria del derecho a decidir, que ya ha adelantado una fórmula perturbadora para el referéndum, pero interesante para ampliar su base, consistente en preguntar por la República Catalana en vez del Estado independiente. Nótese que una tal formulación da amplios márgenes a la ambigüedad ?al igual que el Estado propio los daba en 2012 cuando todo empezó? en lo que se refiere a la relación con España: la república puede ser confederada, federada o independiente. No da márgenes en cambio en cuanto a la jefatura del Estado: nadie entendería que una república catalana formara parte de la monarquía española. Y con ello hace un guiño al republicanismo de todas las Españas: se puede mantener la dichosa unidad si desaparece la monarquía.

Esa confianza obtenida por Puigdemont el jueves parece poca cosa, pero ya se ha visto que dentro de este tipo de envoltorios tan pequeños cabe mucha sustancia. Desde el punto de vista temporal da para un año entero, que en política es una era geológica. Durante este tiempo, Puigdemont tendrá en su mano el bien más preciado y poderoso que puede tener un gobernante, un objeto metálico pequeño y frío que cierra y abre puertas y concretamente las de la disolución del parlamento. En un año, el próximo apalabrado, se definirá, además, la nueva geometría del poder en España y sabremos todos con qué fuerza entra cada una de las propuestas vigentes ?estatus quo, tercera vía federalista o independencia? en el debate que sin duda irrumpirá finalmente en el parlamento español después de cuatro años circunscrito a las instituciones y a la calle catalanas.

Como Frodo, el protagonista del Señor de los Anillos, Puigdemont tiene ahora en sus manos un objeto que confiere poderes extraordinarios y le permite amenazar a la CUP con una indeseada disolución en la que esta formación dejaría muchas plumas o, al contrario, provocarla directamente con la presentación de unos presupuestos infumables en caso de que sea tan negro el horizonte del proceso como para trasladar el fracaso seguro a una nueva decisión de los electores, e intentar con ello recuperar al menos parte de la fortuna perdida. No está mal para un presidente improvisado a última hora antes de ir a una repetición de las elecciones catalanas.

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3 de octubre de 2016
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El Boomeran(g)
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