Basilio Baltasar
A François Whal, que también fue amigo de Severo Sarduy y huésped asiduo en Formentor, no le ha gustado ver publicado el Diario de Roland Barthes. Al parecer, el afamado crítico de la escuela estructuralista francesa le había encargado vigilar el destino póstumo de su obra pero no llegó a nombrarlo albacea.
El enfado de Whal no impedirá la circulación del Diario de duelo que ha publicado Seuil pero su protesta pone en entredicho una vez más la frágil voluntad de los muertos. ¿Habrá quién la respete?
En este caso, parece que Diario de duelo no es una obra vetada por la insatisfacción estética de su autor, sino por la intimidad que revela. El amor a la madre enferma, a la madre muerta, a la madre ausente hace impertinente el saqueo del diario íntimo.
Ya veremos hacia dónde deriva la disputa pero por el momento parece un exceso de pudor el que ostentan los frustrados vigilantes. ¿Acaso es ofensivo ver a Barthes sollozar por la pérdida? En sus notas hay un conmocionado huérfano detallando sentimientos, desgarros y sueños. ¿Qué intimidad se está violentando?
Al viejo Barthes, si pudiera leerse como si no fuera el autor, el texto le permitiría formular sofisticadas evaluaciones acerca del sentido oculto en el afecto filial. La pluralidad de significados latentes en un texto a punto de reventar bajo el impaciente efecto de la curiosidad: "La camarera ha dicho voilá. Algo que ella y yo nos dijimos durante toda la vida. Me ha hecho saltar las lágrimas y de regreso a casa, lloro durante mucho tiempo".