
Eder. Óleo de Irene Gracia
Basilio Baltasar
Incluso los que no leían Tiempo de silencio contribuyeron con su reverencia al éxito de la novela. Pues no fue tan solo el retablo costumbrista de una época tenebrosa, sino el conjuro de una agonía espiritual. Por algún motivo pareció que todos podían beneficiarse de un exorcismo tan conmovedor como subversivo. De hecho, si Luis Martín-Santos no hubiera muerto en aquél desdichado accidente de carretera, habría consumado esas nuevas Escrituras que debían sustituir a las antiguas, falsas y caducas. Con una vida algo más larga su obra habría dominado el imaginario literario español y así lo comprendieron sus más cercanos y generosos admiradores. Entre los que se encuentra el que de algún modo pudo llevar a cabo la anunciada demolición del mito de la España Sagrada: Juan Goytisolo.
No obstante el aura de héroe sacrificado no libró a Luis Martín-Santos del sufrimiento que en vida torturaba a su talento.
Esta es una de las tristes conclusiones que uno saca de Vidas y muertes de Luis Martín-Santos, la biografía escrita por José Lázaro, publicada por Tusquets y ganadora de la XXIª edición del Premio Comillas.
El autor, médico e investigador, ha recuperado los testimonios que permiten conocer a Luis Martín-Santos y lo ha hecho con precisión quirúrgica y no pocas intenciones morales. Quizá sea éste uno de los rasgos que distinguen su minuciosa labor biográfica: hacer justicia al muerto. ¿Acaso era necesario? Se preguntará quién considerara indiscutible el prestigio del autor.
José Lázaro ha reunido un coro de voces para seguir la huella dejada por Luis Martín-Santos entre los que le trataron: algunos con incondicional complicidad, otros con más o menos afecto.
Mario Camus, Blanca Andreu, Enrique Múgica, Salvador Clotas, José Carlos Mainer, Alberto Oliart, José Vidal Beneyto, Josep María Castellet, entre muchos otros, hacen que la lectura de los fragmentos sea una entretenida evocación de la España de aquél tiempo. Aunque al final sólo nos quede la vaga sensación de que la amarga desdicha de España fue un inútil desperdicio.