
Eder. Óleo de Irene Gracia
Basilio Baltasar
Empezó siendo una ocurrencia fortuita, el hábito la transformó en costumbre y la pereza en un insoportable vicio. Me refiero a esos avezados reporteros que en lugar de hacer periodismo bajan a la calle micrófono en mano para asaltar al primero que pasa. Ya es una práctica habitual en los canales de televisión: requerir la opinión de transeúntes y pasajeros. Los editores practican este irritante periodismo plebiscitario sin preocuparse por sus efectos nocivos en la salud política de nuestro país. Que se vea -dicen- lo que opina la gente de la calle.
En lugar de acudir a laboriosas fuentes de conocimiento, los editores manejan el funcional testimonio del desconocido que pasaba por ahí. Hoy ha sido una señora ante los juzgados de Sevilla la que ha dejado clara su posición: "esos -habla de los detenidos por el asesinato de la joven Marta del Castillo- son unos mentirosos". Sólo le falta, para dar énfasis a su convicción, lanzar un escupitajo al suelo.
Téngase en cuenta lo que precede a esta frase: el reportero la interroga, el cámara la enfoca y en el estudio el editor recorta y pega lo mejor que ha encontrado sobre la declaración de los detenidos: ante el juez y a puerta cerrada. ¿Qué prodigiosa fuente de información tiene la señora? Apoyada en la valla que impide la aglomeración del público curioso, la señora no tiene dudas y su seguridad se contagia al televidente que quiere confiar en sí mismo. ¿Y si esa puede, por qué yo no?
La fascinación por la opinión indocumentada se ha impuesto como un homenaje de las cadenas televisivas a sus usuarios. Como si dijeran: teniéndote a ti ¿qué más nos hace falta?