
Eder. Óleo de Irene Gracia
Basilio Baltasar
Una usuaria de este blog (¿Amalia?) rubrica mi texto anterior con una irónica sentencia: "Amén".
La estaba esperando. Tampoco yo me siento cómodo reproduciendo las buenas intenciones de los demás. "El gobierno servirá a la comunidad, etc…" La política es la eclosión ordenada de un conflicto perpetuo y sería ingenuo creer que vamos a conciliar con armonía la hostilidad de los contrarios. Y sin embargo, las Constituciones son el instrumento jurídico del que nos dotamos para saber qué queremos. Si se leen en voz alta -la nuestra, incluso- acabará por sonar una marcha trufada de emociones épicas. ¿Debe darse por agotado este capítulo? Decíamos que los españoles asisten con mal disimulado enfado a estos excesos retóricos: no obstante, se recibe con beneplácito el feroz sarcasmo contra el adversario. Ahí es dónde la política adquiere para nosotros la razón tribal que nos conmueve. A diferencia de los discursos como el de Obama en Washington, las diatribas hirientes no necesitan ser refrendadas por la verdad. Excitan nuestros instintos de lucha y eso basta. Es lo que más se parece a un partido de fútbol, siempre tan gratificante. Pero nuestro rubor hispánico no debe impedirnos comprender la singularidad de Obama: no es el ángel redentor ni la bondad hecha carne ni el afán de perfección que sus críticos le imputarán. Ha formulado un modelo de acción política y ahora veremos qué obstáculos le impedirán cumplir la máxima que el Presidente Jefferson anotaba en su carta a Tom Paine: "la única tarea de un gobierno es garantizar los Derechos del Hombre…"