Basilio Baltasar
Los indicadores y las estadísticas que tímidamente reflejan los indicios de una anhelada recuperación económica producen en el ánimo de los contribuyentes una tímida euforia. Los más afectados por la epidemia del paro no tienen motivos para celebrar una posibilidad tan remota pero los que están al borde del colapso se sienten inclinados a creer que quizá puedan salvarse de lo peor.
Las informaciones contradictorias que reproduce la prensa (repuntes de la Bolsa, grandes beneficios a final del ejercicio de algunas empresas, colas de trabajadores en paro…) dejan en evidencia lo frágiles que somos y cuánto se agradece en estas circunstancias la más leve de las esperanzas.
En cualquier caso, la incertidumbre y el lúgubre anuncio de los malos tiempos rescatan reflexiones que hace una década eran imposibles: ¿en verdad queremos vivir peligrosamente? ¿Nos complace tanto el riesgo de enriquecernos junto al acantilado de la ruina? ¿No sería mejor conformarse con una vida modesta, sin sobresaltos?
Sin embargo, la simple mención de los horizontes "sostenibles" ha llegado a ser un anatema inadmisible entre los agentes sociales: el "crecimiento cero" es sinónimo de catástrofe. Para el sistema que hemos construido no hay alternativa a un trágico dilema: o se crece devorando recursos energéticos o nos hundimos en una crisis de secuelas indeseables: paro, déficit, quiebra del Estado del Bienestar…