
Eder. Óleo de Irene Gracia
Basilio Baltasar
Es precisamente ahora, cuando la crisis global sacude los cimientos de nuestra ciega complacencia, que debemos aprovechar la oportunidad. El miedo al futuro nos conmueve de tal modo que las arrogantes presunciones de la cultura se encogen y por una vez nos veremos libres de los viejos dogmas. Por un momento será posible contemplar de otro modo la posibilidad de existir.
Los ciudadanos entregan su tiempo a dos acuciantes actividades sociales: trabajar al ritmo que impone la maquinaria productiva y gastar su dinero al ritmo que impone la maquinaria consumista.
En realidad, este gigantesco y sofisticado trueque tiene como única mercancía al tiempo que se escurre día a día. Por más que se haya impuesto el modelo mercantil, el precio real de los objetos lo fija el valor del tiempo que uno ha gastado en producirlos. Y el propio dinero representa el tiempo que uno ha perdido irremediablemente en ganarlo.
Nuestra desdicha es pertenecer a un sistema que en lugar de establecer el patrón tiempo ha optado por regularse mediante el patrón de la necesidad. Esta elección fundacional ha despreciado el valor de la única mercancía verdaderamente escasa: el tiempo que gastamos consumiendo nuestro paso por la vida.
El malestar y el estrépito de los dolores sociales procede de este equivocado sentido que hemos dado al tiempo que seguimos perdiendo.