Basilio Baltasar
Nuestro amigo Eduardo Lago conversa con Paul Auster. Hablan de cine y, of course, de literatura. Es una entrevista y, por lo tanto, en cumplimiento de los requisitos del género, se espera el obvio y habitual rendez-vous. Sin embargo, de repente, Lago le espeta a Auster un comentario hiriente: “dicen que su novela no añade nada nuevo a lo que ya nos había dado Paul Auster”.
¡Menudo asunto! Resulta que, como quien no quiere la cosa, el entrevistador –también novelista, traductor y crítico- asalta al compungido Auster con un martillo. El neoyorquino se resigna y encogiéndose de hombros reconoce que así van las cosas: a unos les gusta su obra y a otros no.
Como quiebro modesto para quitarse de encima al osado entrevistador no está mal pero, en realidad, poco más podía hacer Auster para librarse del más doloroso enigma de la literatura universal. ¿Dicen algo nuevo los autores?
Después de su primera novela, quiero decir.
El mismo concepto de novedad es una viciosa concesión a la ilusión que domina nuestra cultura: la fantasía de la invención perpetua. No en balde cuando se habla de los escritores se les llama "creadores", con toda seriedad.
No sabemos si Auster ha sido inducido por la falta de piedad de Lago pero lo cierto es que el autor se atreve a confesar: “a lo mejor he llegado al final”.