
Eder. Óleo de Irene Gracia
Basilio Baltasar
Harold Bloom es un crítico literario que no da su brazo a torcer. Aunque su empeño se reduce a recordar con impertinencia que en literatura sólo cuenta la influencia de los mejores (Homero, Dante, Shakespeare, Cervantes, Faulkner…) y todo lo demás es una benévola o perezosa pérdida de tiempo.
Bloom se ha enfrentado en todos sus libros a las modas pasajeras, a las fiebres comerciales y al monumental repertorio de flaquezas de espíritu que aqueja a los lectores asténicos. Pero lo denodado de su batalla le empuja siempre contra las instituciones. Profesores y universidades, a los que responsabiliza de difundir epidemias sentimentales y políticas, resisten como pueden al viejo cascarrabias pero siempre con el ceño fruncido por el resentimiento.
Que ahora considere al Premio Nobel como un galardón para idiotas nos ayudará durante un rato a pensar los criterios que rigen la admiración pública y a poner en cuestión los juicios que damos por supuestos. A cambio, el elogio que Bloom dedica a sus escritores preferidos (Cormac McCarthy, Phiplip Roth, Thomas Pynchon) nos permitirá atisbar las insalvables diferencias entre lo excelente y lo probable.
¿Severidad? se pregunta el socarrón Bloom. No, en absoluto -responde. Tan sólo es la vieja y auténtica crítica literaria: personal, pasional y visceral.