Convencido de que el Dinero, el Poder, y el Amor sustentado en los anteriores tienen como víctimas a los mismos que han depositado en ellos su esperanza y que por un tiempo se han sentido favorecidos, Agustín García Calvo, ante la "tribu" que arrastrábamos noches de tedio en el café parisino "La Boule d'Or", solía sintetizar la trilogía de la caída de los encumbrados, en una frase que hacía preceder de un largo suspiro: "Amante abandonado, político fracasado...banquero arruinado".
En ocasiones una misma persona sintetiza los tres papeles y tal podría ser el caso de aquel miserable Paul Wolfowitz, presidente del Banco Mundial, feroz militarista, enriquecido con sangre no sólo del "enemigo" iraquí sino de sus propios compatriotas... finalmente empantanado en un lío de faldas, obligado a dimitir, y hoy olvidado, excepto para sus víctimas.
Afectados o no en sus funciones de amantes y de eventuales políticos, muchos son hoy los banqueros sobre los que se proyecta una sombra que les hiela el alma. ¡Ay¡ los pobres del bombín, su caída es la prueba de que eran en realidad "siervos ruines y perezosos", y habrá poca piedad para ellos. Arrojados a las tinieblas exteriores, recordarán con mayor o menor resignación que "al que tiene le será dado y al que no tiene le será arrancado". Y añadirán quizás la conjetura de que si les fue arrancado es porque nunca tuvieron, aunque un tiempo pareciera lo contrario.

Las peticiones se agolpan a sus puertas como una manifestación incontrolada, en una nueva petición de auxilio. Es el Estado quien se empieza a hacer cargo de bancos en países anglosajones; quien debe promover la garantía de los depósitos, quien debe llevar el agujero de la liquidez; quien debe controlar que miles de millones lleguen a familias y empresas; el intendente que lleva comida al ejército de parados; el recurso de las empresas privadas que piden el mismo dinero que los bancos; el auxilio deseado de las familias atrapadas en el túnel sin salida del Euribor; y a última hora, el psicólogo de los nuevos enfermos mentales de la crisis, que abarrotan las consultas de psiquiatría."
Pienso concretamente en las inútiles disquisiciones sobre la hermenéutica que San Juan de la cruz efectúa sobre su propia obra poética. Aun haciendo abstracción de que esta hermenéutica suena a veces a tentativa de conjurar alguna otra que pudiera resultarle dañina, el aspecto huero procede de que en el lenguaje narrativo o poético (y más cristalinamente en el segundo) la cosa misma no es otra que el propio decir.
"Y pude verme como en el primer espejo verídico hasta entonces encontrado, en los ojos de los viejos, que en su opinión seguían siendo jóvenes, como yo lo seguía siendo en la mía, y que cuando me ponía a mí mismo, en espera de un desmentido, como ejemplo de viejo, no tenían en sus miradas, que me veían de una manera diferente a como se veían a sí mismos, pero coincidente con la mía sobre ellos, ni un solo rasgo de desacuerdo. Pues nosotros no veíamos nuestro propio aspecto, nuestras propias edades, sino que cada uno, como un espejo invertido, veía tan sólo el del otro.







