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Escrito por

Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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Tras la física

El físico Erwing Schrödinger, celebre por las ecuaciones que en Mecánica cuántica llevan su nombre,  sostenía que uno de los rasgos que singularizan a la civilización griega es la convención de que el conocimiento del orden natural transforma al que accede al mismo, pero no modifica el objeto u objetos conocidos (aspecto por el cual se establecería desde el origen una diferencia entre la ciencia,  animada por objetivois de pura inteligibilidad y lo que hoy denominamos técnica). Schrödinger era tanto más sensible a las implicaciones de esta creencia, a su peso en la historia de nuestra relación con la naturaleza, cuanto que la disciplina que profesa tiene irrefutables pruebas de que no siempre la cosa es así, que en ocasiones el hecho de determinar una determinada propiedad de un objeto implica excluir que en ese objeto se de ya con precisión otra propiedad que antes tenía. Pero bueno es detenerse  en la vertiente subjetiva del asunto, en el hecho siempre reconocido de que el conocimiento transforma al que accede al mismo, para preguntarme esencialmente: ¿hasta qué extremo?

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30 de diciembre de 2009
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Apólogo de la presencia de un intruso

Supongamos que  un ruido no familiar me despierta en la noche. En la oscuridad de la habitación me embarga el temor de que un extraño se ha introducido en ella. Me esfuerzo en apartar la idea, pero recuerdo que, en razón del calor, he dejado abierto el balcón en la sala contigua, y que la calle se encuentra  a escasos metros. La presencia de un intruso no es pues imposible, no hay probabilidad cero de que así sea. Me hallo escindido entre dos horizontes muy diferentes, determinados por dos probabilidades:

 1) La probabilidad  de que no haya nadie, que me tranquiliza y me mueve a intentar conciliar de nuevo el sueño.

2) La probabilidad real de que haya un intruso, que me obliga a aventurar conjeturas que pueden tener enormes consecuencias, como la de ser agredido, o la de adelantarme yo mismo a la agresión, lo cual según como vayan las cosas puede incluso convertirme en algo tan inesperado en mí como un homicida, etcétera.

En suma: el avance  de dos conjeturas cuyo grado de probabilidad no es nulo conduce a una forma de desdoblamiento de la personalidad. Esta quiebra psíquica puede resultar más insoportable aun que la conjetura negativa, por lo cual para superarla me decido a...encender la luz, comprobando quizás felizmente que no hay nadie.

                                                          ***

Modificaré el apólogo que precede, introduciendo una premisa filosófica, que de momento pido al lector que postule, es decir, acepte sin reflexionar si es razonable o no:

Toda hipótesis que no tiene probabilidad cero, toda hipótesis que reúne condiciones de posibilidad, reúne también las condiciones de necesidad, o en otros términos: todo lo que es posible necesariamente se realiza.

 

Sometidos a esta premisa volvamos a la situación de mi despertar en la noche en plena oscuridad: la probabilidad  de que haya penetrado un intruso no es nula, por consiguiente el intruso está ahí; la probabilidad de que no haya penetrado el intruso no es nula, por consiguiente el intruso no está ahí. Situación pues ontológicamente bipolar la mía: soy a la vez aquel que debe conciliar el sueño para estar en condiciones de realizar su cotidiana tarea al día siguiente, y aquel para quien el sueño sería un disparate, aquel que tiene urgencia en alzarse y acaso esgrimir un arma.

 

¿Qué pasa ahora si enciendo la luz y compruebo que hay efectivamente un individuo al que- adelantándome a su agresión- reduzco? Obviamente yo soy esa personalidad temperamental, apta a adelantarse a una agresión y hasta complaciente en la pelea. ¿Qué se ha hecho pues de mi personalidad pacífica y quizás algo pusilánime, que tendía a descansar para estar en condiciones de rendir en el trabajo al día siguiente? Pues no tuvo ocasión de imponerse a la otra se diría clásicamente. Respuesta a rechazar de inmediato si seguimos fieles al postulado de que lo que tiene condiciones de posibilidad reúne también las condiciones de necesidad:

El yo conciliador tanto en lo referente al sueño como en las relaciones con los demás, ha tenido su espacio de realización plena, pues el hecho de encender la lámpara no ha hecho en absoluto colapsar la plácida situación en la que en el dormitorio  me encuentro solo, sino que meramente esa situación es contemplada por un yo diferente del que ahora está llamando a la policía.

Y ¿qué tiene en común este yo al que amenazan pleitos con el que se dispone a dormir placidamente? Pues el pasado, un pasado que llega hasta el momento en que la lámpara -al iluminar la habitación- les escindió. Yo, que espero a la policía, ignoro si el que quedó solo en la habitación está quizás impedido de dormirse por un síntoma alérgico, o si ha decidido aprovechar la circunstancia para levantarse y adelantar su trabajo; yo que espero a la policía vivo en otro mundo, un mundo ortogonal al suyo, un mundo sin comunidad de presente o de futuro con el suyo.

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23 de diciembre de 2009
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Lo que somos capaces de explorar

Cuando hace algo más de dos años empecé desde Venecia a participar en este boomerang, mis textos eran de carácter fundamentalmente filosóficos. Tras varias inflexiones e incursiones por diversos campos, salpicadas a intervalos por una presentación  hermenéutica de textos de Marcel Proust, tengo el sentimiento de que el camino que queda abierto es el de un retorno a la filosofía. Retorno sui generis, pues no se trata- no puede tratarse- de retomar simplemente los problemas al principio desplegados y que coincidían con las grandes cuestiones de la tradición ontológica.

El retorno adopta la forma de interrogaciones que hasta en el aspecto técnico posiblemente más problemáticas para mí que para alguno de los lectores. Asuntos de cuya acuidad me he apercibido recientemente o que, contemplados con interés un día fueron sin embargo aparcados o archivados por unas  u otras razones, razones entre las que desde luego no está ausente la desidia, el escepticismo  y -ardid a veces para las anteriores- el sentimiento de incompetencia.

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18 de diciembre de 2009
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Lo que se ha perdido (II)

"...lucha por recuperar lo que se ha perdido y reencontrado y vuelto a perder mil veces". Así cierra el verso de T. S. Eliot, que citaba en el último texto.                                                                                     Lo que se ha perdido es quizás ante todo un sentimiento de capacidad, sustentado en un originario estupor. Estupor que caracteriza a un niño carente aun de lengua que sirva de omnipresente mediador  (condición de que la  aprehensión del entorno sea  cabalmente humana), pero que se avanza hacia ella, mediatizando su percepción por palabras y complaciéndose en los enlaces de éstas. Estupor propio de quien explora  un mundo para él completamente virgen, o  más bien forjando ese mundo, pues antes de las palabras carece de todo sentido referirse a un mundo.

Pero esta perdida de sentimiento respecto a lo que somos capaces de hacer, no se reduce al sentimiento de impotencia para forjar frases nunca hasta entonces dichas que amplíen los horizontes de nuestro mundo. Renunciamos a explorar y fertilizar  los tropos del lenguaje, pero renunciamos asimismo a enriquecer nuestro mundo mediante la creación de nueva objetividad, renunciamos a trasformarnos mediante el conocimiento. 

Hay en tal renuncia como una deserción respecto a la causa quizás más esencial, la causa de la humanidad. Pues el fundamento último de la disposición ética quizás no resida en otra cosa que en la exigencia de mantener la vida del espíritu, mantener aquello sin lo cual la humanidad queda inmediatamente reducida y empobrecida.  El deber es en cada momento enfrentarse a lo que resiste, ya se trate de una metáfora o de una ecuación.

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16 de diciembre de 2009
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Lo que se ha perdido

Hace unos años en un programa cultural de radio, dedicado en esa ocasión a la filosofía, el entrevistador, defensor de la presencia de una mayor presencia de esta disciplina, no ya   en la enseñanza  sino en la sociedad, me incitó a reivindicar una mayor implicación de los poderes públicos  en la formación de profesionales. Mi respuesta fue matizada, pues tras manifestarle que no podía estar más de acuerdo, añadí con algo de socarronería que, desde el punto de vista del ciudadano en general, era importante  que los demás tuvieran una vida sexual y espiritual ricas, pero que más importante era que tal fuera en primer lugar su propio caso. Manera de decir que la exigencia filosófica le concierne a todo el mundo en general y cada uno en particular, que no es satisfactorio el pensar que otros -se supone que los finos- responden plenamente a ella. Y lo que digo de la filosofía es ampliable al arte y a la ciencia y en general a todas las modalidades de fertilización del espíritu.      

Pierre- Louys Rey y Brian Rogers,  co-editores de la edición parisina  de de En busca del Tiempo perdido  ( La Pléiade 1989) finalizan su estudio relativo al último libro, El Tiempo reencontrado, con la siguiente frase: "El Tiempo reencontrado se dirige a la individualidad creadora de cada uno de nosotros y, más aun que una invitación a leer, constituye una invitación a escribir".                                 

Quisiera completar esta invitación con la siguiente frase de T. S. Eliot: "Pero no hay competencia, sólo existe la lucha por recuperar lo que se ha perdido y reencontrado y vuelto a perder mil veces"

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14 de diciembre de 2009
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Tras la palabra fin

El Narrador de la Recherche nos invita a tomarle como espejo, es decir, realizar en nosotros mismos una inmersión análoga a la suya, a fin de topar con la modalidad que para cada uno de nosotros adopta la verdad, lo que escapa a la distracción en la que cotidianamente nos vemos envueltos. Nos pone explícitamente en guardia contra el peligro que al respecto conlleva la "literatura", es decir, en este caso el recorrido pasivo del enorme relato del Narrador. Pues lo que el Grial significa para el Narrador es por definición intransferible, dada la concepción misma de la verdad defendida en este libro. Más bien que modelo de reto a asumir la  Recherche ha de ser un ejemplo moral de cómo comportarse ante un reto.

Sin embargo esta misma reflexión tiene matriz en el hecho de haber seguido el largísimo recorrido de la Recherche, lo cual significa que es en nuestra condición de lectores de la misma que hemos de dar respuesta a la interrogación general sobre el qué.

¿Qué cabe hacer para que alcanzada la palabra fin el libro siga sin embargo abierto?

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4 de diciembre de 2009
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Literatura versus nihilismo

Todos aceptamos que la imaginación tiene en los  en los niños este  papel  primordial, que no se halla en ellos sometida a realidad empírica, sino que se sirve más bien de la misma.  Mas a la vez tendemos a pensar que ahí reside precisamente la razón de  que  la vida infantil no sea paradigma de la vida cabalmente humana, y asimismo... la razón de que la vida literaria no pueda ser tomada con excesiva trascendencia. Es muy generalizada la convicción de que de alguna manera el arte empieza allí dónde acaba aquello realmente en lo que, por así decirlo, nos la jugamos. Hay incluso en la actualidad escritores que parecen llevar esta convicción hasta sus últimas consecuencias, proponiendo una literatura cuya misión sería en cierto modo extirpar todo rescoldo de trascendencia. Y así, tomando más o menos pretexto, en el manido tema de la decadencia de la novela y hasta del agotamiento de la poesía (lo cual obligaría a apostar a una suerte de post-poesía), ideas que son casi tomadas como axiomas, se exacerba el peso de nomenclaturas sin excesiva significación (indie etcétera) y se estruja  el desecado concepto de post-modernidad (quizás estéril desde su origen). Que eventualmente ello se haga con talento, no mueve sino a lamentar que ese talento no se despliegue en proyectos más fértiles, proyectos menos marcados por el nihilismo. Pues la reducción de la literatura a un análogo de los juegos de diseño no hace en efecto otra cosa que manifestar esa ausencia de confianza en la potencia del rasgo que caracteriza al hombre en el seno de la naturaleza y de la animalidad. Pues sólo la confianza en que la palabra constituye efectivamente ese verbo en el que la naturaleza y la vida superan su inmediatez, posibilitaría el responder a la exigencia que se halla en la base de la obra literaria: exigencia de no subordinar, no reducir y sobre todo no traicionar esa misma palabra que, en el seno de la determinación natural, sería potencia de apertura, es decir, de libertad.

 La concepción radical de la literatura (y en general la obra de arte) como una suerte de búsqueda del Grial, equivale a una  apuesta por la posibilidad de una reconciliación; reconciliación  que no consiste en otra cosa que en retornar a aquello que se ha perdido cuando los árboles dejaron de hablar, cuando los árboles se escindieron del mundo "interior", es decir, del  mundo de esa singular  alma animal que es el alma  humana;  singular en razón  de su porosidad, de su permeabilidad absoluta a los efectos del lenguaje. En la literatura habría pues un elemento de revivificación que no se da mientras permanecemos anclados en la cotidianidad del presente, por un lado, en la memoria ordinaria del pasado, por otro lado. La literatura permitiría que la imaginación juegue plenamente la función de efectuar síntesis que constituye su nota primordial. Pero no se trata de una síntesis con elementos dados, sino una síntesis en la que la operación sintética no se halla subordinada a otra cosa que no sea la síntesis misma.

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2 de diciembre de 2009
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El retorno de Proust a Venecia

"Venecia es en exceso, para mí, un cementerio de felicidad para que tenga todavía la fuerza de volver. Lo deseo muchísimo, pero cuando pienso en ella con la claridad de un proyecto, se suscita en mí un cúmulo de angustias que se opone a su realización"

Marcel Proust escribe estas líneas en una carta escrita en mayo de 1906. El escritor únicamente estuvo en Venecia en dos ocasiones, ambas en 1900, la segunda solo y la primera acompañado de su madre. Y sin embargo Venecia juega en La Recherche un papel determinante, análogo al que juegan las localidades ficticias de Combray y  Balbec o la ciudad de Paris.

Muchos son a lo largo del libro los párrafos en los que esta auténtica fijación con Venecia se ponen de relieve, ante lo cual se impone  una pregunta: ¿por qué desiste ante cada idea del retorno, y finalmente acaba renunciando? Responder a esta pregunta pasa por intentar dar cuenta de la intuición central que anima a realizar ese enorme esfuerzo que conduce a La Recherche, y que tiene un indudable interés filosófico. La fidelidad  a esta intuición supone renunciar a encontrar algún tipo de plenitud en el reencuentro efectivo, empírico, con aquello que en nuestra conciencia esta asociado a una plenitud pasada, ya se trate de ciudades, paisajes o personas:

"Había experimentado en demasía la imposibilidad de alcanzar en la realidad lo que reposaba en el fondo de mí; que no era en  la plaza de San Marco, como no lo fue Balbec en mi segundo viaje (...) donde yo reencontraría el Tiempo perdido".

Cambiando de método, renunciando al reencuentro empírico, sumergiéndose en sí mismo, cabe - ¡ni más ni menos¡- que reencontrar el tiempo perdido. Esto es lo que Narrador de la Recherche, y con él el propio Marcel Proust, se propone, y ello como ya he tenido ocasión de decir, sin traicionar exigencia racional alguna, sin repudiar el segundo principio de la termodinámica.

 La pregunta (ingenua y que ha de formular todo aquel que se adentra en la lectura de este libro) es obvia: ¿Cómo se recupera el Tiempo perdido, y quizás con él esa Venecia misma a la que se ha renunciado a viajar para no limitarse a un reencuentro con las imágenes escuálidas y sin sabia que sus adoradores retienen de ella?

El lector de la Recherche (y sobre todo de esa prodigiosa reflexión sobre la esencia de la literatura que es -entre otras muchas cosas- El Tiempo reencontrado) sabe que el primer paso  es intentar re-instalarse en lo que el Narrador denomina "metáfora" (y que ya he señalado aquí que abarca más que lo que este término designa en lingüística). Se trata de retornar a una relación con el lenguaje en la que prime la alianza de las palabras, lo cual supone que las palabras alcancen libertad, que sus prodigiosos recursos no queden reducidos a la función trivial de fijar nomenclaturas.  Pues tras las nomenclaturas con las que habitualmente el lenguaje encorseta  la vida (empobreciéndose con ello de hecho a sí mismo),  la "alianza" de palabras alimenta la imaginación, haciéndola reencontrar la acuidad que le era propia en su despliegue de los años infantiles.

El  ser que retorna al universo en el que cuenta más  el puente entre las sensaciones y las ideas que las sensaciones mismas, el ser que explorando las potencialidades del lenguaje  forjadoras de tal puente confunde su esencia en ellas, el ser que "tiene el oído suficientemente fino y preciso para percibir entre dos sensaciones, entre dos ideas, una armonía sutil que no todos perciben" , surge quizás  tarde,  cuando las fuerzas flaquean,  cuando el don de hacer revivir el mundo impreso por palabras, esta ya debilitado. Sin embargo, escribe Marcel Proust, "es a menudo en otoño, cuando no hay ya flores ni hojas, que se perciben en los paisajes las armonías más profundas". En  la vejez y en la enfermedad, "sobre ruinas", resucita  el niño que se embriagaba con las palabras y  amaba el mundo a través de las mismas. Esta resurrección toma forma de actualización de un acontecimiento que la memoria cotidiana mantiene en  una suerte de asepsia, así el sonar arcaico de una campanilla  para cuya escucha se hace necesario "cesar de oír el sonido de  las conversaciones que las máscaras mantenían en mi entorno (...) re-descendiendo en mi mismo". Y cuando este sacrificio de la identidad convencional, forjada precisamente en el comercio con los  seres a los que ahora el Narrador se esfuerza en no oír, se consuma, la ruina misma del tiempo toma una significación diferente y sobre todo tiene mucho menos peso. He citado ya aquí el siguiente texto:

"No me entristecía envejecer porque ponía la finalidad de mi vida no detrás  de mí sino ante mí,  no considerándome como una flor que se marchita sino como un fruto que se forma, y que los años que iban a venir no me alejarían de algo que intentaría encontrar."

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27 de noviembre de 2009
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Semilla mortificada

Muchas veces he evocado aquí el tremendo texto de Marcel Proust sobre la fortuna que supone que la hora de la verdad suene antes que la hora de la muerte. Fortuna de la que se hallan excluidos todos aquellos que simplemente perduran, perduran por así decirlo a todo precio. Pues el perdurar por perdurar es un objetivo de nuestra condición animal, pero no un objetivo del animal singular que nuestra especie constituye,  no es un objetivo de la humanidad y en razón de ello, en razón de que no responde a la exigencia específica del ser humano,  el imperativo de perdurar constituye de hecho una alienación. Todo esto tiene sus consecuencias incluso políticas.

 En cada uno de nosotros,  la exigencia ética de contribuir a  configurar  un orden social que garantice las condiciones de posibilidad de la subsistencia se incrementa precisamente en la medida en que esta subsistencia esté subordinada a imperativos de realización plena de la condición humana. Pero la sociedad actual se ha apartado de este imperativo. Presas de un nihilismo que nos hace renunciar no ya a todo valor heroico, sino incluso al ideario ilustrado, sólo se reivindica el derecho a la vejez entendida como ese estado del que son epifanía los seres descritos por el Narrador.

  Hay que tomarse los  textos de la Recherche que citaba el pasado día al pie de la letra. Perdurar meramente, equivale a haber prostituido o sacrificado aquella esencia que hace de todo niño (y quizás aun de todo adolescente) una promesa: ahí reside la alienación esencial.

  Hay en la Recherche múltiples párrafos que cabría considerar políticamente incorrectos, pero de alguna manera sería hoy políticamente incorrecto el libro entero, como lo sería cualquier otro en que se defendieran valores incompatibles con el sistema de renuncia imperante. Pues no otra cosa que esencial renuncia (inequívoco síntoma de que el nihilismo respecto de la condición humana se ha impuesto) es considerar que es propio del hombre el aceptar pasivamente la continuidad del tiempo, el pervivir como un fruto carente de simiente fértil. Aun en el caso de que los efectos del cambio destructor no sean visibles (como en esas frutas de aspecto exterior saludable, pero cuyo interior macerado por el hielo mortifica la semilla en lugar de nutrirla) la ausencia de tensión espiritual apaga la vida misma.

      Y respecto a lo que de aliciente para la propia moral encierran estas consideraciones del Narrador, sólo una sombra: al igual que la virtud la plena asunción del lenguaje no ha de predicarse sino practicarse. Marcel Proust gana  la partida escribiendo y legándonos la obra. Cada uno de nosotros ha de intentar saber la modalidad que esta exigencia adopta en su propio caso, ha de saber la vía que le permitirá no perdurar en la podredumbre, que le permitirá no lamentar el seguir alimentando al tiempo.         

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25 de noviembre de 2009
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Perdurar podridos

"Comprendía entonces la significación de la muerte, el amor, las exaltaciones del espíritu, la utilidad del dolor, la vocación etcétera. Pues si los nombres habían perdido para mí su individualidad, las palabras me revelaban todo su sentido. La belleza de las imágenes va  detrás de las cosas, la de las ideas delante de las mismas. De tal manera que la primera cesa de maravillarnos cuando las cosas se alcanzan, mientras que sólo se comprende la segunda cuando se va más allá de las cosas" (IV, 510)

    Enigmático párrafo de la Recherche de Marcel Proust que traduzco algo libremente y que tiene eco en uno de los esbozos de la obra (el clasificado como XLIV: IV, 905-908 de la edición de la Pléiade que vengo citando),  que culmina de la manera siguiente:

   "Pensaba en lo que me había dicho Madame de Guermantes en casa de Madame Verdurin, su tristeza por el hecho de envejecer y me decía que, aunque acaba de percibir el Tiempo, no me entristecía envejecer porque ponía la finalidad de mi vida no detrás  de mí sino ante mí,  no considerándome como una flor que se marchita sino como un fruto que se forma, y que los años que iban a venir no me alejarían de algo que intentaría encontrar."(IV, 908)

   El contexto en el que se inscribe esta reflexión es "la entrada en el Tiempo", la aprehensión concreta del cambio destructor no sólo en el entorno sino en el propio Narrador: "el encantamiento en el que vivía desde mi infancia acababa de romperse: yo también, al igual que todas las personas envejecidas, había entrado en el Tiempo" (IV, 906)

     Y esta entrada en el Tiempo acontece  "en el momento mismo en el que me proponía mostrar claramente, convertir en  inteligible a través de una obra de arte, realidades extra-temporales" (IV, 507-508), es decir: la obsesiva polaridad- a la que aquí me he referido tantas veces-  entre el tiempo de minerales y de bestias por un lado y por otro lado el tiempo paradójico, "tiempo en estado puro" de los tropos del lenguaje, tiempo en el que la imaginación deja de ser asténica y en el que la palabra funciona  sin sumisión a imperativos prácticos, tiempo que retrotrae a la edad dorada, perdida definitivamente para todos los que rodean al Narrador.

  Mas este  descubrimiento de la obra del tiempo no diezma la moral del Narrador, en razón de que ya definitivamente el objetivo de la  obra prima, en razón de que, al igual que la belleza de los nombres va detrás de las cosas mientras que la belleza de las ideas va delante de ellas, los años transcurridos en la esterilidad de la vida mundana, y que ahora vienen de "hacerse visibles", no cierran el destino (como acontecería con un fruto que no hubiera llegado a maduración),  sino  que tan sólo lo anuncian, anuncian la belleza de la obra que está por delante del yo actual del Narrador, efectivamente viejo, pero no a la manera de los antiguos jóvenes descritos en el tremendo párrafo que sigue:

    "Mas entonces los viejos no eran lo que yo había creído siendo niño, es decir, una especie de hombres especiales, de los cuales sabía que habían sido jóvenes sin realmente representármelos tales. Los viejos, eran los jóvenes que había conocido como permaneciendo tales, pero que empezaban a no leer fácilmente, a necesitar gafas, como las hubieran necesitado en su adolescencia tras una enfermedad de los ojos, que tenían ahora un cierto embotamiento de la tez, la vejez casi no llegaba a ser una transformación, era un hombre joven,  que permanecía joven en mi mente, y sin duda en la suya, que a la larga se  podría en la planta como un fruto que no ha llegado a madurar"(IV, 907)

      Así pues, polaridad entre la vejez como fruto que no ha llegado a madurar y la vejez como proceso de maduración. Vejez yerma a la que se hallan condenados los que simplemente se dejan llevar por la continuidad de lo milésimo,  frente a vejez fértil de los que ponen esta continuidad al servicio de la obra. Sólo la obra redime, constituyendo de hecho una falsa alternativa la de consagrarla a "realidades extra- temporales" o  a los efectos devastadores del tiempo. Pues obviamente el primer objetivo sólo tiene sentido, precisamente a través del segundo. Sólo porque la Recherche describe con implacabilidad la ruindad  de  los frutos que perduran sin maduración (nada que ver con los que perecen antes de realizarse) puede proponerse el Narrador, y proponernos a nosotros mismos, escapar a tal destino, fertilizando la imaginación, haciendo que sea "actual" lo no presente, trascendiendo la irreversibilidad "en una metáfora"

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20 de noviembre de 2009
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