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Escrito por

Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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El retorno de Proust a Venecia

"Venecia es en exceso, para mí, un cementerio de felicidad para que tenga todavía la fuerza de volver. Lo deseo muchísimo, pero cuando pienso en ella con la claridad de un proyecto, se suscita en mí un cúmulo de angustias que se opone a su realización"

Marcel Proust escribe estas líneas en una carta escrita en mayo de 1906. El escritor únicamente estuvo en Venecia en dos ocasiones, ambas en 1900, la segunda solo y la primera acompañado de su madre. Y sin embargo Venecia juega en La Recherche un papel determinante, análogo al que juegan las localidades ficticias de Combray y  Balbec o la ciudad de Paris.

Muchos son a lo largo del libro los párrafos en los que esta auténtica fijación con Venecia se ponen de relieve, ante lo cual se impone  una pregunta: ¿por qué desiste ante cada idea del retorno, y finalmente acaba renunciando? Responder a esta pregunta pasa por intentar dar cuenta de la intuición central que anima a realizar ese enorme esfuerzo que conduce a La Recherche, y que tiene un indudable interés filosófico. La fidelidad  a esta intuición supone renunciar a encontrar algún tipo de plenitud en el reencuentro efectivo, empírico, con aquello que en nuestra conciencia esta asociado a una plenitud pasada, ya se trate de ciudades, paisajes o personas:

"Había experimentado en demasía la imposibilidad de alcanzar en la realidad lo que reposaba en el fondo de mí; que no era en  la plaza de San Marco, como no lo fue Balbec en mi segundo viaje (...) donde yo reencontraría el Tiempo perdido".

Cambiando de método, renunciando al reencuentro empírico, sumergiéndose en sí mismo, cabe - ¡ni más ni menos¡- que reencontrar el tiempo perdido. Esto es lo que Narrador de la Recherche, y con él el propio Marcel Proust, se propone, y ello como ya he tenido ocasión de decir, sin traicionar exigencia racional alguna, sin repudiar el segundo principio de la termodinámica.

 La pregunta (ingenua y que ha de formular todo aquel que se adentra en la lectura de este libro) es obvia: ¿Cómo se recupera el Tiempo perdido, y quizás con él esa Venecia misma a la que se ha renunciado a viajar para no limitarse a un reencuentro con las imágenes escuálidas y sin sabia que sus adoradores retienen de ella?

El lector de la Recherche (y sobre todo de esa prodigiosa reflexión sobre la esencia de la literatura que es -entre otras muchas cosas- El Tiempo reencontrado) sabe que el primer paso  es intentar re-instalarse en lo que el Narrador denomina "metáfora" (y que ya he señalado aquí que abarca más que lo que este término designa en lingüística). Se trata de retornar a una relación con el lenguaje en la que prime la alianza de las palabras, lo cual supone que las palabras alcancen libertad, que sus prodigiosos recursos no queden reducidos a la función trivial de fijar nomenclaturas.  Pues tras las nomenclaturas con las que habitualmente el lenguaje encorseta  la vida (empobreciéndose con ello de hecho a sí mismo),  la "alianza" de palabras alimenta la imaginación, haciéndola reencontrar la acuidad que le era propia en su despliegue de los años infantiles.

El  ser que retorna al universo en el que cuenta más  el puente entre las sensaciones y las ideas que las sensaciones mismas, el ser que explorando las potencialidades del lenguaje  forjadoras de tal puente confunde su esencia en ellas, el ser que "tiene el oído suficientemente fino y preciso para percibir entre dos sensaciones, entre dos ideas, una armonía sutil que no todos perciben" , surge quizás  tarde,  cuando las fuerzas flaquean,  cuando el don de hacer revivir el mundo impreso por palabras, esta ya debilitado. Sin embargo, escribe Marcel Proust, "es a menudo en otoño, cuando no hay ya flores ni hojas, que se perciben en los paisajes las armonías más profundas". En  la vejez y en la enfermedad, "sobre ruinas", resucita  el niño que se embriagaba con las palabras y  amaba el mundo a través de las mismas. Esta resurrección toma forma de actualización de un acontecimiento que la memoria cotidiana mantiene en  una suerte de asepsia, así el sonar arcaico de una campanilla  para cuya escucha se hace necesario "cesar de oír el sonido de  las conversaciones que las máscaras mantenían en mi entorno (...) re-descendiendo en mi mismo". Y cuando este sacrificio de la identidad convencional, forjada precisamente en el comercio con los  seres a los que ahora el Narrador se esfuerza en no oír, se consuma, la ruina misma del tiempo toma una significación diferente y sobre todo tiene mucho menos peso. He citado ya aquí el siguiente texto:

"No me entristecía envejecer porque ponía la finalidad de mi vida no detrás  de mí sino ante mí,  no considerándome como una flor que se marchita sino como un fruto que se forma, y que los años que iban a venir no me alejarían de algo que intentaría encontrar."

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27 de noviembre de 2009
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Semilla mortificada

Muchas veces he evocado aquí el tremendo texto de Marcel Proust sobre la fortuna que supone que la hora de la verdad suene antes que la hora de la muerte. Fortuna de la que se hallan excluidos todos aquellos que simplemente perduran, perduran por así decirlo a todo precio. Pues el perdurar por perdurar es un objetivo de nuestra condición animal, pero no un objetivo del animal singular que nuestra especie constituye,  no es un objetivo de la humanidad y en razón de ello, en razón de que no responde a la exigencia específica del ser humano,  el imperativo de perdurar constituye de hecho una alienación. Todo esto tiene sus consecuencias incluso políticas.

 En cada uno de nosotros,  la exigencia ética de contribuir a  configurar  un orden social que garantice las condiciones de posibilidad de la subsistencia se incrementa precisamente en la medida en que esta subsistencia esté subordinada a imperativos de realización plena de la condición humana. Pero la sociedad actual se ha apartado de este imperativo. Presas de un nihilismo que nos hace renunciar no ya a todo valor heroico, sino incluso al ideario ilustrado, sólo se reivindica el derecho a la vejez entendida como ese estado del que son epifanía los seres descritos por el Narrador.

  Hay que tomarse los  textos de la Recherche que citaba el pasado día al pie de la letra. Perdurar meramente, equivale a haber prostituido o sacrificado aquella esencia que hace de todo niño (y quizás aun de todo adolescente) una promesa: ahí reside la alienación esencial.

  Hay en la Recherche múltiples párrafos que cabría considerar políticamente incorrectos, pero de alguna manera sería hoy políticamente incorrecto el libro entero, como lo sería cualquier otro en que se defendieran valores incompatibles con el sistema de renuncia imperante. Pues no otra cosa que esencial renuncia (inequívoco síntoma de que el nihilismo respecto de la condición humana se ha impuesto) es considerar que es propio del hombre el aceptar pasivamente la continuidad del tiempo, el pervivir como un fruto carente de simiente fértil. Aun en el caso de que los efectos del cambio destructor no sean visibles (como en esas frutas de aspecto exterior saludable, pero cuyo interior macerado por el hielo mortifica la semilla en lugar de nutrirla) la ausencia de tensión espiritual apaga la vida misma.

      Y respecto a lo que de aliciente para la propia moral encierran estas consideraciones del Narrador, sólo una sombra: al igual que la virtud la plena asunción del lenguaje no ha de predicarse sino practicarse. Marcel Proust gana  la partida escribiendo y legándonos la obra. Cada uno de nosotros ha de intentar saber la modalidad que esta exigencia adopta en su propio caso, ha de saber la vía que le permitirá no perdurar en la podredumbre, que le permitirá no lamentar el seguir alimentando al tiempo.         

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25 de noviembre de 2009
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Perdurar podridos

"Comprendía entonces la significación de la muerte, el amor, las exaltaciones del espíritu, la utilidad del dolor, la vocación etcétera. Pues si los nombres habían perdido para mí su individualidad, las palabras me revelaban todo su sentido. La belleza de las imágenes va  detrás de las cosas, la de las ideas delante de las mismas. De tal manera que la primera cesa de maravillarnos cuando las cosas se alcanzan, mientras que sólo se comprende la segunda cuando se va más allá de las cosas" (IV, 510)

    Enigmático párrafo de la Recherche de Marcel Proust que traduzco algo libremente y que tiene eco en uno de los esbozos de la obra (el clasificado como XLIV: IV, 905-908 de la edición de la Pléiade que vengo citando),  que culmina de la manera siguiente:

   "Pensaba en lo que me había dicho Madame de Guermantes en casa de Madame Verdurin, su tristeza por el hecho de envejecer y me decía que, aunque acaba de percibir el Tiempo, no me entristecía envejecer porque ponía la finalidad de mi vida no detrás  de mí sino ante mí,  no considerándome como una flor que se marchita sino como un fruto que se forma, y que los años que iban a venir no me alejarían de algo que intentaría encontrar."(IV, 908)

   El contexto en el que se inscribe esta reflexión es "la entrada en el Tiempo", la aprehensión concreta del cambio destructor no sólo en el entorno sino en el propio Narrador: "el encantamiento en el que vivía desde mi infancia acababa de romperse: yo también, al igual que todas las personas envejecidas, había entrado en el Tiempo" (IV, 906)

     Y esta entrada en el Tiempo acontece  "en el momento mismo en el que me proponía mostrar claramente, convertir en  inteligible a través de una obra de arte, realidades extra-temporales" (IV, 507-508), es decir: la obsesiva polaridad- a la que aquí me he referido tantas veces-  entre el tiempo de minerales y de bestias por un lado y por otro lado el tiempo paradójico, "tiempo en estado puro" de los tropos del lenguaje, tiempo en el que la imaginación deja de ser asténica y en el que la palabra funciona  sin sumisión a imperativos prácticos, tiempo que retrotrae a la edad dorada, perdida definitivamente para todos los que rodean al Narrador.

  Mas este  descubrimiento de la obra del tiempo no diezma la moral del Narrador, en razón de que ya definitivamente el objetivo de la  obra prima, en razón de que, al igual que la belleza de los nombres va detrás de las cosas mientras que la belleza de las ideas va delante de ellas, los años transcurridos en la esterilidad de la vida mundana, y que ahora vienen de "hacerse visibles", no cierran el destino (como acontecería con un fruto que no hubiera llegado a maduración),  sino  que tan sólo lo anuncian, anuncian la belleza de la obra que está por delante del yo actual del Narrador, efectivamente viejo, pero no a la manera de los antiguos jóvenes descritos en el tremendo párrafo que sigue:

    "Mas entonces los viejos no eran lo que yo había creído siendo niño, es decir, una especie de hombres especiales, de los cuales sabía que habían sido jóvenes sin realmente representármelos tales. Los viejos, eran los jóvenes que había conocido como permaneciendo tales, pero que empezaban a no leer fácilmente, a necesitar gafas, como las hubieran necesitado en su adolescencia tras una enfermedad de los ojos, que tenían ahora un cierto embotamiento de la tez, la vejez casi no llegaba a ser una transformación, era un hombre joven,  que permanecía joven en mi mente, y sin duda en la suya, que a la larga se  podría en la planta como un fruto que no ha llegado a madurar"(IV, 907)

      Así pues, polaridad entre la vejez como fruto que no ha llegado a madurar y la vejez como proceso de maduración. Vejez yerma a la que se hallan condenados los que simplemente se dejan llevar por la continuidad de lo milésimo,  frente a vejez fértil de los que ponen esta continuidad al servicio de la obra. Sólo la obra redime, constituyendo de hecho una falsa alternativa la de consagrarla a "realidades extra- temporales" o  a los efectos devastadores del tiempo. Pues obviamente el primer objetivo sólo tiene sentido, precisamente a través del segundo. Sólo porque la Recherche describe con implacabilidad la ruindad  de  los frutos que perduran sin maduración (nada que ver con los que perecen antes de realizarse) puede proponerse el Narrador, y proponernos a nosotros mismos, escapar a tal destino, fertilizando la imaginación, haciendo que sea "actual" lo no presente, trascendiendo la irreversibilidad "en una metáfora"

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20 de noviembre de 2009
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“A España en sus aceros… Yo eusko-ibero te escupo”

El lector ha leído quizás los versos contradictorios (exaltantes unos, profundamente vejatorios otros) aquí transcritos de un poeta que marcó el alma de muchos españoles. Pues bien: Marcel Proust efectúa una teorización explícita de la imposibilidad de unicidad en los sentimientos y en las convicciones morales no ya en los protagonistas de su obra sino en el ser humano en general tomando como referencia a Dostoïevski:

"Las acciones de sus personajes nos parecen tan engañadoras como esos efectos que Elstir [pintor emblemático de la Recherche] en los que el mar tiene aspecto de encontrarse en el cielo. Nos sorprendemos al aprender que este hombre ladino es en el fondo excelente o lo contrario (...) como todo el mundo el propio Dostoievski ha conocido, bajo una u otra forma el pecado, y muy probablemente bajo una forma que las leyes prohíben. En este sentido era seguramente algo criminal, como sus héroes, que de hecho nunca lo son completamente, a los que se condena con circunstancias atenuantes (...) En Versailles le mostraré el retrato del hombre honesto  por excelencia, el mejor de los maridos, Choderlos de Laclos, que ha escrito el más desoladoramente perverso de los libros [Les Liaisons dangereuses], y justo enfrente el retratote Madame de Genlis, que escribió cuentos morales y que no se contentó de engañar a la duquesa de Orleáns, sino que la torturó, apartando de ella a sus hijos (...) Me llena de estupefacción cuando Beaudelaire dice:

‘Si el robo, el veneno, el puñal, el incendio...es que nuestra alma, ¡desgracia! no es lo bastante temeraria' [Proust cita la primera y última línea de ‘Si le viol, le poison, le poignard, l'incendie/ N'ont pas encore brodé de leurs plaisants dessins/Le canevas banal de nos piteux destins/ C'est que notre âme, hélas ! n'est pas assez hardie', Prefacio de Les fleurs du mal]" (La Pléiade III, 880-881)

El texto de Marcel Proust que hoy gloso nos ayudará quizás a aceptar la verdad profunda, el carácter inevitablemente dialéctico de todas las facetas del espíritu humano. Dialéctica que no relativiza en absoluta el sentimiento de náusea que un ser moral-o moral en ese momento- ha de experimentar ante las frases vejatorias  que citaba. Tanto más cuanto su vigencia está fuera de duda, aunque las víctimas no sean ya hoy los hijos de la España rural frente a los hijos de la España fabril (circunstancia de los años del desarrollismo franquista), sino los desahuciados, los humillados de tantos países, frente los ciudadanos de la Europa "limpia y que trabaja".

 Europa, símbolo ciertamente de comunes referencias culturales, pero sobre todo, símbolo de orden, disciplina, limpieza, y hoy...liberalismo económico (ya por casi nadie puesto realmente en entredicho) desarrollado. Liberalismo a no confundir con la figura, percibida como poco decorosa, que este alcanza en la inmensa mayoría de países situados más allá de ese Sur apto a la siesta de los tartesos. Recuérdese:

 Los vascos somos hombres de verdad, no chorlitos/que hacen sus monerías. /¡Que los pájaros canten! ¡Que en el Sur los tartesos/ se tumben panza arriba.

 Líneas que servirían a condensar los burdos prejuicios con los que el racismo justifica su indecente exteriorización en el comportamiento cotidiano de nuestros ciudadanos. Racismo trivial, transmitido de educadores a discípulos, y perfectamente digerido e integrado; racismo más allá de los disfraces ideológicos, pues perfectamente compatible con lo que se entiende por práctica democrática y con la conciencia de izquierdas; racismo a veces destilado por algunas de las estereotipadas frases de nuestros conciudadanos que (no es en modo excusa) literalmente no saben lo que dicen.

Y como me parece injusto cerrar esta reflexión refiriéndome al aspecto sombrío del poeta vasco del que me he ocupado, transcribo en su totalidad el poema bien conocido (gracias  en parte a la tarea de quien le puso espléndida música)   al que tantos españoles han asociado su nombre desde  cuarenta años:

"Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,

Más se palpita y se sigue más acá de la conciencia,

Fieramente existiendo, ciegamente afirmando,

Como un pulso que golpea las tinieblas

Cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.

Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas.  Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.
"

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18 de noviembre de 2009
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Un puerto de mar

Por una amable invitación de  Euskal idazleen Elkartea ( Sociedad de escritores vascos), tuve recientemente ocasión de permanecer un mes  en el puerto guipuzcoano de Pasaia, dónde mi amigo el poeta y filósofo Juan Ramón Makuso se esforzaba en traducir al Euskera una Analectas ("cosas recogidas") de Marcel Proust,  parte de la cual ha ido apareciendo aquí mismo. Siguiendo los pasos del escritor Manuel Rivas cuyo poemario A desaparición da neve acaba de ser publicado por Alfaguara en Gallego, Catalán, Euskera y Castellano, intentaré que lo mismo ocurra con esta Analectas proustiana. En cualquier caso el inicio del proyecto me ha permitido familiarizarme con un admirable ámbito portuario que pese a la proximidad a San Sebastián (ciudad a la que he estado muchos años vinculado) sólo conocía superficialmente.

Pasaia tiene una entrada de mar angosta, respondiendo así a la característica de un puerto natural, que supone para los barcos refugio, pero también amenaza puesto que hay evidente riesgo de embarrancar, ya que el calado no es profundo y en los márgenes hay numerosas rocas. De ahí que tanto a la salida como a la entrada a la imagen de los grandes cargos acompañe siempre la del  llamado "práctico", una pequeña embarcación que les guía y que en ocasiones acude en su búsqueda hasta varias millas de la costa. Las primeras poblaciones que la tripulación de un barco contempla al adentrarse en el puerto son  San Juan a la izquierda, y San Pedro a la derecha pero al final de estas la bahía se ensancha y tras San Pedro se despliegan por la derecha, Trincherpe, Pasajes Ancho, Rentería (en la que desemboca el río Oyarzun), cerrándose la bahía en Lezo, población desde la que se retorna a San Juan a lo largo de un embarcadero dónde se encuentran  un gran muelle para la carga de vehículos de exportación, seguido de otros dónde se embarca chatarra y se descarga carbón para la central hidroeléctrica; vienen después los astilleros, operativos pese a la crisis del sector y finalmente- ya de nuevo en San Juan- un paisaje  de pequeñas embarcaciones pesqueras, chipironeras muchas de ellas-

Los pueblos que rodean la bahía son muy diferentes entre sí. San Juan y San Pedro se remontan al siglo XVIII, mientras que Trincherpe surge como resultado de la inmigración marinera- principalmente gallega- a mediados del presente siglo; Rentería es una población esencialmente industrial duramente afectada por las sucesivas crisis y Lezo, a pesar de su origen también marinero, es hoy un núcleo de pequeña industria y agricultura. Lógicamente esta diversidad sociológica tiene traducción en el plano cultural y en particular lingüístico: mientras que en San Juan o Lezo se habla predominantemente Euskera, en Rentería se oye con mayor frecuencia el castellano y en Trincherpe no es difícil escuchar a personas que se expresan en lengua gallega.

Esta diversidad no impide que el marino o viajero que recae en cualquiera de las poblaciones mencionadas tenga una sensación  de que cada una no es sino la concreción particular de un único lugar,  común denominador que viene dado por la existencia misma del puerto.  Compartir la rivera de una bahía que constituye todavía un puerto  vivo supone indudablemente un rasgo de identidad importantísimo, el cual obviamente se diluiría, no ya si el puerto desapareciera, sino si fuera adulterado en su función, si-por ejemplo- los grandes cargos  fueran reemplazados por cruceros, los pesqueros medianos por yates, las chipironeras  por veleros de recreo,  y los muelles dónde se despliegan las montañas de chatarra y de carbón por asépticos lugares de anclaje para embarcaciones de ocio. La trasformación espiritual de Pasaia sería ya total si- como desgraciadamente ha ocurrido en tantos y tantos lugares- la economía de la orilla centrada  en el puerto pasará a ser una economía de servicios, con sectores enteros de la población viviendo del turismo. Este destino fue proyectado al parecer por más de un responsable político y económico, tomando incluso como pretexto necesidades imperiosas de renovación.  La regeneración de la bahía sólo es tal si tiene como  finalidad  precisamente de prolongar la actividad tradicional del puerto, protegiendo la salud de la costa y con ello la persistencia de los bancos de pesca, garantizando- eventualmente  con inversiones públicas- la actividad de los astilleros, y la competitividad de la actividad de carga. No hay regeneración si la reforma se hace al precio de sustituir la modalidad de actividad imperante por una economía volcada en la explotación del ocio.

En ciertos lugares, esta sustitución se ha realizado ya exhaustivamente. Paradigmático es el caso de Barcelona, dónde la actividad portuaria más tradicional ha sido desterrada a parajes de El Prat de LLobregat, mientras que  el antiguo puerto sólo está prácticamente abierto a embarcaciones de recreo. Los cargos atracan en un paisaje sin moradores y los habitantes- en ese apagamiento del alma que es el entorno del llamado Maremagnum- sólo ven llegar por el mar seres ociosos. Esperemos que Pasaia escape a ese destino.

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13 de noviembre de 2009
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“Que en el sur de los Tartesos…”

El lector se sorprenderá quizás al saber que las líneas  que siguen no fueron escritas por alguien simétrico  de los voceros de la hedionda patriotería falangista, sino por alguien cuya memoria está asociada en nuestro país a la causa de la libertad...y  que lo fue efectivamente,  excepto en  estrofas como éstas y en la pulsión general que le motivaba al escribirlas:

"Nosotros levantados contra los invasores/Godos, árabes, romanos que escupimos afuera, / Y contra esos mestizos de moros/ Y latinos llamados españoles"

"Chabacano Madrid, gusanera española /Yo eusko-íbero te escupo.../En  nombre de la vida, libre, abierta activa,/ La vida del íbero, la vida de los vascos,/ La vida de verdad"

"Una es la verdad de Iberia; vario el Carnaval de España/Los disfraces, los pingajos, la Dignidad con piojos"

No traigo aquí estos versos para poner en entredicho el valor general de la obra, ni la radicalidad del  compromiso de este autor. Se trata, ni más ni menos de alguien que  recordó a una generación que la palabra veraz, cristalizada paradigmáticamente en forma de poesía, lejos de ser contingente ornato ("bello  producto") propio de vidas marcadas por el ocio, es  "lo más necesario", tiene en el pueblo su único depositario legítimo, y así es intrínsicamente "un arma" contra la brutalidad, la indigencia y la mentira:

"Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.
"

Y no obstante, la misma técnica ("me siento un ingeniero del verso y un obrero")  que servía la causa del imperativo moral de resistencia ante la ofensa,  que clamaba por la restauración de la dignidad de un país  ("que trabaja con otros a España en sus aceros."), es instrumentalizada por el polo sombrío de la personalidad del escritor  para ofender profundamente a esa misma España, cuyo nombre en otro momento reivindica.

Y así, en lugar de obra poética surge un sintomático testimonio del cúmulo de prejuicios, inercias, abandonos y construcciones imaginarias de la realidad que, desgraciadamente, configuran en cada uno de nosotros el ego que confundimos con la personalidad:

"Los vascos combatimos. Los vascos golpeamos/ levantando la vida/ Los vascos somos serios. Serio es nuestro trabajo/ Seria es nuestra alegría. / Los vascos somos hombres de verdad, no chorlitos/que hacen sus monerías. /¡Que los pájaros canten! ¡Que en el Sur los tartesos/ se tumben panza arriba/creyéndose de vuelta de todo, acariciando /una melancolía!/ Nosotros somos otros, nosotros poseemos/ ferozmente la vida/ Nuestros cantos terrenos son cantos de trabajo, /victoria y alegría/ Cantándome a mi mismo, canto a mi viejo pueblo/ y el rayo me ilumina"

Cuando hace muchos años una alumna de la universidad de Dijon me descubrió esta faceta de alguien que yo identificaba a lo más noble de la resistencia de los vascos ante la barbarie franquista, lo más desolador fue pensar en el insoportable complejo por el cual versos como los citados fueron entremezclados con cantos de resistencia y merecieron el silencio cómplice de tantos luchadores anti-franquistas, versos tan ofensivos para los  vascos como pretendían serlo para los españoles:

Pues a fin de mostrar su compromiso con la causa de un pueblo vasco ofendido en la exigencia de libertad (como lo eran entonces todos los de España), pero además mutilado por la dictadura en el ejercicio de la lengua de la que recibe nombre, el autor procedía a una tan tópica como indecente valorización jerarquizante de ese mismo pueblo (por cierto, no en ese Euskera que da sentido al término Eusko que reivindica). Jerarquía sustentada en conformidad a los únicos criterios entonces (¡y por desgracia aun más ahora!) operativos a la hora de jerarquizar a los seres humanos, a saber: su mayor o menor adecuación a una sociedad en la que valor equivale a propiedad, decoro equivale a impresión de buen balance y virtud a ascesis en pos de la primera, mas la imprescindible astucia para producir efectivamente la segunda.

Uno de los aspectos más sorprendentes en el tratamiento de los personajes en La Recherche proustiana es la imposibilidad en la que el lector se encuentra de dar de ellos  una entera y definitiva caracterización moral. Pues al igual que el tiempo da cuenta de los sentimientos (... en este mundo,  en el que todo se gasta, todo perece, hay algo que cae en ruina, que se destruye aún más completamente, dejando  todavía menos vestigios que la belleza: es el dolor -IV, 270) destruye asimismo las convicciones. De ahí que nos veamos a menudo obligados a rectificar los juicios que hemos realizado sobre los demás, ya se trate de los seres que nos rodea, ya se trate de aquellos que siendo personajes de ficción han llegado a formar parte de nuestra vida espiritual. Así, convencidos de la ignominia de una de las principales protagonistas del relato, Madame Verdurin, nos vemos sin embargo sorprendidos por el hecho de que se comporta generosamente y de manera totalmente anónima con uno de sus conocidos (al que por otra parte había muchas veces maltratado), víctima de la ruina. Por el contrario, pintado  Robert de Saint Loup como el personaje más entero y generoso de la Recherche, el propio Narrador se sorprende al escuchar la ignominiosa conversación que mantiene con un subordinado. Una de las claves de la Recherche  proustiana reside en la exploración exhaustiva de ese universo de larvas en el que el imperativo moral hace argamasa con la ignominia y la exigencia de dignidad con la complacencia en los propios excrementos. Habrá ocasión de retomar el asunto.

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11 de noviembre de 2009
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Donde se arrastra la culebra

"...poseía hasta rozar con la cobardía esta virtud que ahora tengo por divina, a saber, la prudencia"

Así se expresa el barón de Charlus en una carta dirigida al Narrador de la Recherche proustiana para congratularse de que su amante Morel (joven de gran belleza, virtuoso del violín y absolutamente ajeno a toda máxima de acción que supusiera algún tipo de solidaridad o sacrificio), guiado por su instinto cobarde, hubiera reiteradamente evitado reconciliarse con él; pues el barón había planificado invitarle a su casa para simplemente... acabar con su vida.

La "prudencia" de Morel es desde luego poco estética, es decir, no responde a la concepción de la moralidad que hubiera defendido, por ejemplo, Frederich Nietzsche, pero ¿constituye realmente una deficiencia moral? Topamos aquí con uno de los problemas más generales de la historia de la ética.

Como bien dice el Barón de Charlus "la profunda sabiduría del Evangelio hace de ella [la prudencia rayana con la cobardía] una virtud, una virtud al menos para los demás".

Pero no sólo para los demás: la prudencia es también una modalidad de virtud propia en esos seres, a los que me refería en el texto anterior, que atraídos por actitudes no convencionales o convencidos de la mayor dignidad estética y moral de modalidades de comportamiento que las leyes explícitas no autorizan, carecen sin embargo de la entereza suficiente para exponerse a las consecuencias de su actitud rebelde. Para todos aquellos que (retomo de nuevo la terminología cargada de resonancias bíblicas del Barón de Charlus) "prefieren retornar no al polvo y a la ceniza de los que todo hombre, es decir el verdadero fénix, puede renacer sino al barro en el que se arrastra la culebra",  para todos aquellos cuya entereza ante la soledad y la muerte es impostura, la prudencia constituye el único escudo moral.       

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9 de noviembre de 2009
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Impostura

«Tout droit dans son armure, un grand homme de pierre/Se tenait à la barre et coupait le flot noir,/ Mais le calme héros, courbé sur sa rapière,/Regardait le sillage et ne daignait rien voir. ( En su armadura rígido, un gigante de piedra/ la nave timoneaba y hendía la onda negra./ Pero el héroe, impávido, apoyado en su estoque,/ la estela contemplaba sin dignarse a ver nada.)"

                                  Charles Baudelaire, Don Juan aux enfers

 

Supongamos una persona entregada plenamente a una modalidad de vida  espiritualmente exaltante, pero que no responde a principios  convencionales. Alguien por ejemplo que apura las posibilidades de relacionarse erótica y afectivamente  y que en su comportamiento social respeta máximas que son corolario de un sistema de valores  no siempre coincidente con la ley general ( corolario, por ejemplo, de esa ley oscura que vincula a los miembros de un clan y a la cual este hombre se siente por origen adscrito). Supongamos asimismo que esta configuración de su vida supone exposición a algo tan elemental como la posibilidad de llegar en la más absoluta soledad a la hora de la muerte... y que sin embargo de manera alguna se haya dispuesto a asumir  tal radical confrontación.

Como resultado de tal contradicción cabe que el hombre intente repudiar de su sentimiento y de su mente la consecuencia, es decir: sigue comportándose en conformidad a los principios  que le han configurado (entrega a una vida de placer, o fidelidad a la norma de un clan)...negándose a toda lucidez sobre ese previsible momento en el que el precio- la soledad en la hora de la muerte- será reclamado. Pues bien:

Esta falta de adecuación, esta ausencia de entereza respecto a la necesidad de asumir las consecuencias del comportamiento efectivo, constituye en sí misma una infracción a la ética. Cabe al respecto formular una suerte de mandamiento, en el que hay como un rescoldo del kantiano imperativo categórico:

Ya que no estás dispuesto a morir sólo, ajusta tu comportamiento exclusivamente a aquello que no pueda facilitar el que te encuentres en soledad ante la muerte. Tal subordinación puede ser muy penosa para la consecución del placer, e incluso penosa para la dignidad de la propia imagen. Puede suponer, por ejemplo, que no  haya vinculación en función de la intensidad de la afección o del deseo, sino  del grado de conveniencia (tras el cristiano amor de los esposos se esconde muy a menudo esta esencial evitación del riesgo); puede suponer asimismo el repudio de lazos de clan vivido por el propio protagonista como una traición.

Sin duda tras el "amor del hombre por la naturaleza, por su familia, por su patria" que suponía para Hegel una suerte de presencia trascendente en la cotidianidad ( "inmanencia de lo infinito en lo finito" le llama), tras la lírica del "rodeado de su mujer y de sus hijos amigos y criados",  hay mucho de esa cobardía disfrazada de prudencia que constituye un engrasador del comportamiento individual y colectivo. Pero nada sin embargo tan penoso, y en algún registro nada tan abyecto como la impostura de un ser que  juega de farol ante sí mismo, que usurpa la función de liberado de la sumisión a conveniencias. ¿Cabe imaginar a Don Giovanni, huir despavorido, o aceptar  arrepentirse, cuando el Comendador le tiende su mano de piedra?

 

Don Juan aux enfers

 

Quand Don Juan descendit vers l'onde souterraine

Et lorsqu'il eut donné son obole à Charon,

Un sombre mendiant, l'oeil fier comme Antisthène,

D'un bras vengeur et fort saisit chaque aviron.

Montrant leurs seins pendants et leurs robes ouvertes,

Des femmes se tordaient sous le noir firmament,

Et, comme un grand troupeau de victimes offertes,

Derrière lui traînaient un long mugissement.

Sganarelle en riant lui réclamait ses gages,

Tandis que Don Luis avec un doigt tremblant

Montrait à tous les morts errant sur les rivages

Le fils audacieux qui railla son front blanc.

Frissonnant sous son deuil, la chaste et maigre Elvire,

Près de l'époux perfide et qui fut son amant,

Semblait lui réclamer un suprême sourire

Où brillât la douceur de son premier serment.

Tout droit dans son armure, un grand homme de pierre

Se tenait à la barre et coupait le flot noir,

Mais le calme héros, courbé sur sa rapière,

Regardait le sillage et ne daignait rien voir.

 

Don Juan en los Infiernos

 

Cuando pasó Don Juan las aguas subterráneas/ y a Caronte pagó el obligado óbolo,/ una sombra mendiga, ojos fieros de Antístenes,/ con brazos vengativos empuñó los dos remos./ Mostrándole sus senos pendientes, sus vestidos/ abiertos, mujeres agitadas en negro firmamento/ como una gran manada de ofrecidas víctimas/ con un largo mugido detrás de él arrrastrábanse./ Sganarelle riéndose le reclamaba el pago,/ en tanto que Don Luis con un trémulo dedo/ mostraba a todo muerto que erraba en la ribera/ aquel cínico hijo que burlara sus canas./ Tiritando en su luto, la casta y magra Elvira,/ tan cerca de ese pérfido que fuera esposo, amante,/ aún le reclamaba la suprema sonrisa/donde brillara, dulce, la promesa lejana./ En su armadura rígido, un gigante de piedra/ la nave timoneaba y hendía la onda negra./ Pero el héroe, impávido, apoyado en su estoque,/ la estela contemplaba sin dignarse a ver nada. (Traducción de Juan Carlos Sánchez  Sottosanto)

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4 de noviembre de 2009
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Sodoma y Sión II

"Una sociedad decente es aquella que no humilla a sus miembros", declaraba el jefe del gobierno español, tras la aprobación de la ley de unión homosexual de 2205. Uno  de los textos  de la Recherche, que citaba la pasaba vez prosigue de esta manera estremecedora:

 

Asesinato en los invertidos, traición en los judíos

 

"Hijos sin madre, a la cual han de mentir incluso llegada la hora de cerrarle los ojos; amigos sin amistad pese a las múltiples afecciones que su encanto, frecuentemente reconocido, inspira y al sentimiento que su corazón, tan a menudo bondadoso, experimenta. ¿Pero, cabe llamar amistad estas relaciones que vegetan al amparo de una mentira y en las que el primer impulso de confianza al que tendrían la tentación de entregarse haría que fueran rechazados con repugnancia, a menos de topar con un ser imparcial, quizás simpatizante, el cual entonces, confundido respecto al tema por una psicología convencional, a partir de la confesión del vicio, extraerá conclusiones relativas a afectos que nada tienen que ver con el mismo, al igual que ciertos jueces excusan con mayor facilidad el asesinato en los invertidos y la traición en los judíos... Amantes a los que está casi cerrada la posibilidad de este amor cuya esperanza les confiere la fuerza de soportar tantos riesgos y tantas y soledades"  (III, 16-17)

 

Y respecto a la coincidencia en persecución con los judíos: recuérdese  que se trata de la Francia en la que el caso Dreyfus había desencadenado una campaña ideológica antisemita que de alguna manera prejuzgaba el  nazismo, la cual tuvo algo  más que un rescoldo en la innoble actitud de tantos franceses bajo el régimen inmundo del general Pétain:  

 

 

La  traición y el escándalo

"Ciertas noches, en otra mesa hay extremistas que dejan entrever un brazalete bajo la manga, en ocasiones un collar  en la obertura de su cuello, forzando con sus miradas insistentes, sus carantoñas, sus risas, sus caricias mutuas, la salida precipitada de un grupo de colegiales, mientras son servidos, con una amabilidad bajo la cual se incuba la indignación, por un camarero que, al igual que en las cenas en que le toca servir a partidarios de Dreyfus, avisaría con sumo gusto a la policía, si no tuviera el aliciente de embolsarse la propina." (III, 21)

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2 de noviembre de 2009
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Resurrección y metáfora (III)

En busca del tiempo perdido encierra a la vez una dura invitación a la lucidez y una promesa: Lucidez  en relación a que, una vez  que los seres  vivos alcanzan maduración, que los proyectos de estatua están ya configurados  o que las meras potencialidades del reino  mineral alcanzan forma, no hay ya para  cosa alguna más que tiempo Promesa de redención en aquello y por aquello mismo, a saber el lenguaje, que nos convierte en los únicos seres portadores del bien y del mal. Confianza, en suma, en que el lenguaje, un principio tan poderoso como el lenguaje (pues origen de algo tan tremendo como es el saber de que también nosotros llevamos el sello de la irreversibilidad propia a los seres naturales, lo que convierte en desvarío todo anclaje en la idea de subsistencia), no puede dejarnos desamparados.

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30 de octubre de 2009
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El Boomeran(g)
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