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Escrito por

Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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Rasgos elementales de la ‘physis’

Utilizamos con frecuencia expresiones vinculadas a la palabra ente sin saber demasiado lo que queremos decir, y ello en razón misma de la excesiva generalidad. Un periodista puede escribir  "el ente autónomo Radio Televisión  Española está amenazado por la política gubernamental". Y un abogado afirmará que "x carece de entidad jurídica para constituirse en parte". En ambos casos hay referencia a abstracciones, entendiendo (en este caso preciso) por tales lo designado por conceptos sin correlato físico.

Cuando hacemos referencia a estos últimos creemos tener relativamente claro lo que tenemos en mente: una entidad física es material, diremos de entrada. Mas si se nos pregunta qué quiere decir material, no es seguro que la respuesta sea evidente. El problema es análogo al que se plantea en relación a lo que merece ser calificado de sustancial:

Material es la mesa sobre la que reposan mis cuartillas y desde luego las cuartillas mismas, y el bolígrafo que sobre ellas se desliza. Y también son materiales los rasgos que forman las letras que se van configurando. Mas surge la pregunta, ¿es material asimismo la superficie de la mesa, y la de la cuartilla, la del bolígrafo, y hasta si se me apura la superficie de las letras? Entra aquí un embrión de duda. Por una parte es evidente que sin materia no hay superficie, de tal manera que, en términos lógicos, cabe decir: superficie implica materia. Evidente parece asimismo que toda entidad material presenta una superficie, siendo pues también válido: materia implica superficie. Indisociables pues los conceptos de superficie y de materia, pero la cuestión no está zanjada

No nos vinculamos a la superficie de la misma manera que nos vinculamos a la mesa misma. Y sobre todo, no nos conformamos en nuestras vidas con la superficie de las cosas, por mucho que la primera sea en ellas lo mas inmediato, lo más  aparente. Queremos, en suma, la sustancia de las cosas materiales pues, sensibles a la  deficiencia de  lo superficial respecto a lo substancial, barruntamos que sólo en la sustancia de la cosa reside su materia.

Mas ¿qué es lo que distingue realmente a lo sustancial y material de lo superficial y fenoménico? ¿Cuáles son los rasgos más generales, los rasgos mínimos que permiten afirmar que lo que se presenta ante nosotros es material?

A esta pregunta se confronta Aristóteles en su Física y también se confrontan los clásicos de la física moderna, aquellos a los que debemos las fórmulas elementales que aprendimos quizás en nuestros años escolares (Galileo y  Newton en primer lugar) mas asimismo los grandes de la física del siglo veinte.

Empecemos por aceptar algo que parece obvio, a saber, que los entes físicos tienen lo que denominamos masa, concepto del que sólo recordaré que se mide en unidades denominadas kilos. Aceptemos (provisionalmente al menos) que la atribución de masa es siempre positiva, o sea que no hay entidad física cuya masa sea nula o negativa (no considero aquí casos como el del fotón).

Sentado lo anterior, aceptemos asimismo que lo que tiene masa es susceptible de tener una posición. Esto no parece comprometernos demasiado. Baste recordar cierta definición según la cual cuerpo, es decir entidad con masa, es lo que "ocupa un lugar en el espacio".El problema de esta caracterización es que parece considerar el espacio como  algo no dependiente de esos mismos cuerpos que, según la sentencia, vendrían solamente a ocuparlo, de tal manera que, haciendo abstracción de los mismos, tendríamos ni más ni menos que el vacío.

Soslayemos por el momento ese berenjenal filosófico, y asimismo el correlativo correspondiente al tiempo. En relación a este último diré tan sólo que la posición de un cuerpo es relativa a un tiempo dado. Supongamos que tenemos un sistema de coordenadas cartesianas X, horizontal, Y perpendicular a la horizontal, Z perpendicular a ambas, Para mayor sencillez consideremos que los acontecimientos físicos que nos conciernen (por ejemplo los cambios de posición de un cuerpo) ocurren tan sólo en uno de los ejes, el X para el caso.

Diremos entonces que a todo instante t de la imaginaria línea temporal corresponde una posición x (t) en el eje X de coordenadas. Y enfatizaré el peso del asunto (¡provisionalmente, pues, como ya he sugerido y como veremos en detalle la más radical novedad de la física del siglo XX será poner en tela de juicio esta "evidencia") afirmando: ocupar una posición es una de las condiciones mínimas e imprescindibles que ha de satisfacer lo que se presenta ante nosotros para que pueda ser tildado de entidad física.

Tenemos pues en un instante dado un cuerpo ocupando una determinada posición. Obviamente cabe imaginar que el cuerpo en cuestión no se desplaza, en cuyo caso diremos que se halla en reposo. Mas cabe imaginar asimismo que se desplaza durante un intervalo tiempo, mayor o menor. En razón de sencillez supondremos que tal desplazamiento es uniforme, es decir, que a dos sub-intervalos idénticos de tiempo corresponde un cambio de posición idéntico en magnitud. Diremos en tal caso que la entidad física en cuestión tiene una velocidad constante, aceptando la convención de que en los casos de reposo se trata simplemente de velocidad cero.

Enunciaré ahora una proposición  que parece perogrullesca, a saber, todo lo que tiene una masa, toda entidad física, o bien se halla en reposo, o bien se halla en movimiento, es decir: o bien su velocidad es nula, o bien su velocidad es positiva (debe señalarse que también en esto la física del siglo XX introdujo una subversión radical, que por el momento sólo evoco).

Vinculando el asunto a la noción misma de masa complicaré algo el enunciado diciendo: a toda entidad física corresponde una cifra que relaciona multiplicativamente unidades de masa (kilos) y unidades de velocidad (intervalo espacial partido por intervalo temporal). Por razones derivadas de la historia de la física tal cifra será calificada de momento, concepto a designar mediante la letra P, siendo M la letra correspondiente a  masa y V la correspondiente a velocidad.

                                           P = M · V

Sintetizando lo hasta ahora indicado: una entidad física es algo que, como mínimo, tiene una "posición" y tiene un "momento". Muy probablemente tendrá otros atributos, pero sin los dos mencionados, lo que eventualmente se presente a nosotros no tendrá carácter corporal, sería pura apariencia, literalmente un fantasma.

Y estamos ahora en condiciones de responder a la pregunta que formulaba respecto a "entidades" (las comillas vienen por el hecho de que, en el sentido cabal, "entidades sólo serían las que responden a lo avanzado) del tipo de las superficies. La superficie de la mesa no es una entidad física, simplemente porque si la separamos de la mesa... ni tiene posición alguna, ni tiene momento (es decir, no se halla en movimiento pero tampoco en reposo).

Tenemos ciertamente la ilusión de lo contrario, en razón de que la superficie se mueve cuando se movía la mesa y se halla en reposo cuando la mesa lo está. Pero ni se mueve sola, ni reposa tampoco en sí misma. Carece de momento porque carece de masa, pues hemos dicho que la masa no puede nunca ser nula o negativa. Y respecto a la posición es evidente que, privada de la densidad de su sustrato, la superficie deja de ubicarse en sitio alguno. Así las imágenes que percibimos en la pantalla del televisor dejarían de ser tales si las priváramos de esas entidades que son los electrones, que sí están provistos de masa y a cuyo movimiento las imágenes mismas se reducen.

Es necesario señalar desde ahora que posición y momento o cantidad de movimiento no tienen  intersección. La posición no es el caso particular del momento en el que la velocidad es nula, o sea, el reposo. Como veremos esto tendrá enorme importancia cuando, con la física cuántica, determinar el momento de una entidad implicará excluir a ésta de toda posición, de tal manera que podrá hallarse en reposo y no obstante carecer absolutamente de ubicación. Pero estamos aún lejos de esto. Se necesitará recorrer varias etapas previas, una de las cuales consistirá en establecer  que realmente posición y momento son determinaciones independientes (lo cual no significa aún determinaciones mutuamente excluyentes)

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22 de febrero de 2010
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¿Qué es y cómo se determina la physis?

Esta interrogación de resonancias aristotélicas es planteada por Heidegger indirectamente en múltiples textos, y directamente en un seminario de 1940, es decir, cuando la ciencia había dado ya pie a lo que en otro lugar en estas mismas  reflexiones califico de "mayor subversión" en la historia de las concepciones del ente. Heidegger sabe perfectamente que el trabajo de algunos de sus contemporáneos hace imposible seguir siendo fieles a la convicción según la cual hay un mundo sometido a leyes objetivas  que determinan  su devenir, con total independencia de que eventualmente tales leyes fueran observadas, archivadas y sistematizadas por un ser inteligente y susceptible de hacer previsiones.

  Heidegger no se refiere- explícitamente al menos- a estos debates en el seno de la ciencia. Pero es obvio que sin ellos  habría menor receptividad a su propia interrogación, no se vería la necesidad de replantear la cuestión de la Physis. Como casi todas las grandes novedades en la historia del pensamiento indisociablemente filosófico y científico, todo empieza con la observación de unos hechos que llaman la atención, en razón de que chocan con una creencia establecida. Empieza concretamente con el modelo de átomo que en 1911 había presentado Rutheford (según el cual  el átomo se haya constituido por una masiva zona de carga positiva en el centro y circundándola una segunda de carga negativa) y la tentativa, efectuada por Bohr en 1913, de aplicación de tal modelo al átomo de hidrógeno (reducido a un  protón en el centro y un único electrón en la periferia). La aporía consiste en que según el modelo, las radiaciones del átomo de hidrógeno, deberían ser continuas, cuando en realidad sólo se comprueban empíricamente radiaciones discretas, lo cual constituye una violación de las leyes clásicas de la electricidad y del magnetismo.  En esta reflexión, que quisiera ser estrictamente filosófico-ontológica, parece imprescindible sintetizar los hechos empíricamente constatados y los debates teóricos que, hace ya casi un siglo,  dieron lugar a  que una teoría física discretice  o cuantifique la naturaleza elemental, esa naturaleza que es condición de la más compleja que constituye  la vida y a fortiori, de la naturaleza que, en el hombre, toma forma de palabra.

La intelección cabal del asunto exigirá sin embargo remontarse mucho más atrás, intentando determinar cuales son los rasgos que, de Aristóteles a Einstein, parecían ser los propios de la naturaleza elemental, pero cuya omniaplicabilidad o universalidad la Mecánica Cuántica ha venido precisamente a poner en entredicho. En suma: para adentrarse en el concepto de naturaleza que surge de las grandes teorizaciones del siglo veinte es necesario tener bien claro el concepto de naturaleza que estas teorizaciones subvierten. A ello dedicaré los textos inmediatos. Para hacer perceptible la trascendencia filosófica de lo que se dirime, baste recordar que la teoría de los múltiples mundos con la que empecé esta reflexión (y que reencontraremos llegado el momento) es entre otras cosas una tentativa de escapar a algunas de las implicaciones que para el concepto de naturaleza tiene la Mecánica Cuántica. Dicho abruptamente: la tesis de que se dan múltiples epifanías de la naturaleza de siempre (determinada en su comportamiento y devenir por leyes no dependientes de sujeto alguno)  puede parecer menos chocante que la de aceptar una naturaleza tal como la interpretación canónica de la Mecánica Cuántica nos la presenta. O aun: para algunos más valen múltiples mundos como el de siempre que un único mundo canónicamente  cuántico.    

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17 de febrero de 2010
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Cuando la física deja estupefacto

"...Pues los hombres empiezan y empezaron siempre a filosofar movidos por el estupor. Al principio su estupor es relativo a cosas muy sencillas, mas poco a poco el estupor se extiende a más importantes asuntos, como fenómenos relacionados con la luna y otros que conciernen al sol y las estrellas y también al origen del universo. Y el hombre que experimenta estupefacción se considera a sí mismo ignorante (de ahí que incluso el amor de los mitos sea en cierto sentido amor de la sabiduría, pues el mito está trabado con cosas que dejan al que escucha estupefacto)" (Aristóteles)

 Para hacer directamente perceptible el enorme interés filosófico de algunas de las constataciones de la Mecánica Cuántica, a las que últimamente vengo aquí refiriéndome, el  auténtico envite que suponen para nuestra razón, hasta qué punto chocan con las ideas que tenemos sobre los mecanismos que rigen la naturaleza y, en consecuencia, subvierten el concepto que nos hacemos de ella, utilizaré un apólogo inspirándome de un texto aun inédito de un grupo de investigación dirigido por el profesor de física de la Universidad de Oviedo Miguel Ferrero:

Supongamos que a dos amigos que se encuentran respectivamente en Santiago de Compostela y Barcelona se les solicita  lanzar cien veces una moneda al aire y encontrarse después en San Sebastian para que el observador pueda verificar en cuales de las tiradas  habían coincidido en el resultado "cara" o en el resultado "cruz". Lo que cabe esperar es que cada uno de ellos haya extraído más o menos cincuenta por ciento de cara y cincuenta por ciento de cruz. Respecto a las veces en que hay coincidencia, cabe esperar que se trate de veinticinco por ciento de las tiradas. Supongamos sin embargo que al confrontar los resultados  el observador constata que han coincidido absolutamente en todas las tiradas. A menos de atribuirlo a una pura casualidad, buscaremos alguna causa clásica. Lo más inmediato será aventurar que ambos tienen algún truco que les permite extraer cara o  cruz a voluntad, y que además:

a)                             O bien se pusieron de acuerdo antes de la prueba respecto al orden en que iban a sacar cara o cruz

b)                             O bien uno de ellos, el que está en Santiago por ejemplo, tiene algún procedimiento oculto, procedimiento que al observador se le  escapa, para comunicar al otro el resultado que sucesivamente ha elegido.

En definitiva, o hay acuerdo en el pasado o hay comunicación oculta. Pues bien: en la mecánica cuántica se dan fenómenos de correlación con las características del expuesto y que no se explican por ninguna de las dos razones clásicas; fenómenos que violan todos los principios  en los que se funda nuestra concepción sobre la naturaleza y nos permiten una previsión sobre   los fenómenos que en ella se despliegan. Y es necesario enfatizar que no se trata de aspectos contingentes de la disciplina: se trata de aspectos que se halla, en la base de la información cuántica y, por ejemplo, revolucionan el concepto de criptografía, todo ello con enormes implicaciones prácticas en sociedades dónde la información es (para bien o para mal) una variable importantísima. Desde luego, alimento esencial para la Filosofía, de ser cierto que  "los hombres empiezan y empezaron siempre a filosofar movidos por el estupor".

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15 de febrero de 2010
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El fin de una ilusión

Glosaré hoy brevemente los dos aspectos señalados por Schrödinger relativos a la singularidad griega:

Obviamente no es solamente Schrodinger quien enfatiza lo singular de la convicción que tendría los griegos según la cual la  naturaleza es esencialmente cognoscible. Einstein decía al respecto que "la cosa más incomprensible del universo, es precisamente que sea comprensible". El estupor ante la inteligibilidad de la naturaleza se acentúa aun si se considera el hecho indiscutible de que tal comprensión sea de tipo matemático. El propio Schrödinger dice, en relación al pitagorismo, que la matemática tiene la virtud de mostrarse presente allí dónde no se la espera (por ejemplo, tras las armonías musicales), y el físico Eugene Wigner llega a hablar de lo poco razonable que sería de hecho la comprobada eficacia de las matemáticas en las ciencias naturales

Y en relación al segundo punto señalado por Schrödingrer: no es en absoluto casual que la creencia en la indiferencia de la naturaleza al hecho de ser conocida sorprendiera al hombre al que se hallan asociadas algunas de las formulas determinantes de la Mecánica Cuántica, es decir, la disciplina que mostró la imposibilidad de disociar objetividad y conocimiento, a la par que ponía en entredicho el consenso (mantenido desde Aristóteles a Einstein) sobre los rasgos mínimos a los que habría de responder algo que se presenta ante nosotros para ser considerado natural, para ser tildado de entidad física. Si la Relatividad subvirtió ya alguna de las coordenadas fundamentales con las que interpretábamos la naturaleza, la Mecánica Cuántica puede decirse que supone una revolución aun mucho más radical; de ahí que la interrogación filosófica (la cual, reitero, concierne a todo ser cabalmente racional) y concretamente la interrogación filosófica fundamental, la relativa a las formas elementales del ser,  tenga obligación de nutrirse de tal disciplina. Conviene recordar que la barroca teoría de los múltiples mundos, con la que empecé estas reflexiones sobre la naturaleza, constituye en gran parte tan sólo una tentativa de respuesta a las aporías filosóficas  que la Mecánica Cuántica acarrea.

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10 de febrero de 2010
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El conocimiento y el milagro griego

Edwin Schrodinger se encontraba en Dublín ejerciendo docencia en el Trinity College  y profesando un curso de Doctorado para físicos. Un día sin embargo interrumpió las clases, sorprendiendo a sus alumnos con la reflexión de que, antes de seguir avanzando en meandros perdidos de la Física, había que interrogarse sobre la palabra misma que daba origen a la disciplina a saber physis que solemos traducir en castellano por naturaleza. A fin de efectuar tal cosa Schrodinger se volcó sobre el pensamiento griego, muy especialmente el presocrático. Resultado de la misma fueron unos apuntes, más tarde ordenados en un libro titulado Nature and the Greeks[1].

La primera interrogación de Schrodinger concernía  la cuestión del llamado "milagro griego".  Tópico tanto más  reiterado cuanto que nadie sabe muy bien en qué consiste precisamente. Pues bien, para el eminente físico, el milagro griego residiría fundamentalmente en los dos rasgos siguientes (a uno de los cuales ya me he referido):

         1) Grecia seria la primera civilización profundamente marcada por el postulado según el cual la naturaleza es en su esencia transparente a la razón, inteligible,  susceptible -en suma-  de ser conocida. Ha de señalarse que esta percepción de la singularidad griega no implica en absoluto algún tipo de jerarquización de las civilizaciones. Pues cabe perfectamente que una gran civilización tenga un lazo con la naturaleza que no privilegia su transparencia al conocimiento; una refinadísima civilización puede sentir, por ejemplo, que sobre todo la naturaleza es sagrada, misteriosa y objeto de culto. Asunto éste no baladí en un mundo en el que a la vez que se enfatiza retóricamente la equivalencia salva veritate de todo hombre respecto de todo otro hombre, se procede de hecho a una jerarquización no ya de regímenes o costumbres sociales  (cosa perfectamente legítima), sino de enteras  civilizaciones y hasta de lenguas,  a menudo tomando precisamente como criterio el grado en el que se hallan marcadas por el desarrollo científico y tecnológico.  

 

      2) El hecho de conocer modifica nuestra relación con la naturaleza , con los demás humanos y con nosotros mismos, pero la naturaleza misma seria totalmente indiferente a estos cambios .En suma: la naturaleza es cognoscible, pero el conocimiento por si mismo  no modifica la naturaleza. Nótese que esta tesis implica ya una concepción del conocimiento que abre la puerta a una radical diferencia entre conocimiento y tecnología, pues esencial a la idea de tecnología es la potencialidad de modificar todo aquello que se convierte en su objetivo.


[1] Traducción española bajo el título La naturaleza y los griegos, Tusquets, Barcelona,1997. Yo mismo efectué la tradución, ignorando que veinte años atrás el texto había ya sido traducido por el poeta Gabriel Ferrater

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5 de febrero de 2010
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Objeción a una tesis de Schrödinger

En un texto anterior me refería a la tesis del físico  Erwing Schrödinger, según la cual   uno de los rasgos que singularizan a la civilización griega sería la convicción de que el conocimiento del orden natural transforma al que accede al mismo, pero no modifica el objeto u objetos conocidos. He de volver sobre este asunto, pero antes  debo sin embargo hacerme eco de la objeción que me hace el profesor de la Universidad del País Vasco Gotzon Arrizabalaga, señalándome un texto de Platón (Parménides 249 a) en el que uno de sus personajes emblemáticos, designado como El Extranjero, dice a su interlocutor Teeteto:

"Si conocer es hacer algo, ser conocido, ser conocido será acontecerle algo a uno. Y el ser, que según este razonamiento es conocido por el acto cognoscitivo, en cuanto es conocido, recibe al acontecerle tal cosa un m

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ovimiento, lo cual decíamos que no era posible que aconteciera a lo que está en quietud"

La base del argumento es que aquello que pierde su quietud (para lo cual bastaría ser conocido) es transformado. Y figurando tal hipótesis en un texto paradigmático del pensamiento platónico sería difícil asumir la tesis defendida por Schrödinger. La objeción es tanto más seria cuanto que el tema es tratado por Platón en otros diálogos, y desde luego sería fácil encontrar referencias al asunto en otros autores, Aristóteles entre ellos. Y sin embargo creo que la tesis de Schrödinger encierra mucho de verdad si nos situamos en el ámbito de la creencia profunda más bien que en el de la reflexión filosófica. Se diría que ha sido necesario el efecto de ese vendaval teorético que es la Mecánica Cuántica para que pudiera desquebrajarse la creencia en la neutralidad del conocimiento respecto de esa Physis,  naturaleza, que sería objeto del mismo. En el próximo texto retomaré con mayor precisión lo que Schrödinger dice, y en que contexto lo hace.

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3 de febrero de 2010
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Otra apertura a los múltiples mundos

Embarcado en estas reflexiones sobre Everett y seguidores, leo un excelente artículo de Javier Sampedro en el que la hipótesis  de la pluralidad de mundos se vincula a otras ramas de la física. Al parecer habría novedades en relación al  llamado principio antrópico. Controvertido principio, de importantes implicaciones filosóficas,  que partiendo de constatar que el ser humano  se  interroga sobre la estructura  y la evolución del universo, colige que las  únicas respuestas válidas a tales interrogantes son  las compatibles  con la aparición de ese mismo  ser que se interroga. La unicidad del mundo se inferiría entonces de lo siguiente:

 Ciertas constantes físicas (entre otras la vida media del neutrón, la masa del electrón, o la masa respectiva de protón y neutrón) son   necesarias para la aparición de   átomos en general, luego para la formación de estrellas o galaxias, y átomos de carbono en particular, condición  de la vida. La tesis tradicional es que el margen de diferencia en estas constantes es tan estrecho que no deja abierta la posibilidad de otro universo. En definitiva: si entre las notas propias del mundo se incluye la existencia de un ser que se interroga sobre el mismo, entonces sólo habría un mundo posible.

 Ciertamente, se dirá el lector,  nada obliga a priori a casarse con la premisa principal  del principio antrópico, nada obliga, en suma, a sostener  que toda  teoría sobre la naturaleza del universo debe ser compatible con las condiciones de posibilidad y necesidad de nuestra existencia como seres biológicos racionales, empezando por la emergencia del carbono en el que nos sustentamos. Pero dejo esta discusión para otro momento, volviendo ahora al hecho de que, aun asumiendo el principio antrópico, potencialmente podrían darse múltiples mundos.

Un equipo israelí y otro americano  habrían en efecto probado la posibilidad de mundos que reflejaran una relación diferente en la magnitud de las variables aludidas. Por ejemplo,  la formación del átomo de hidrógeno no sería posible si se invirtiera la relación entre  la masa del protón y la del neutrón, pero tal no sería forzosamente el caso si consideráramos isótopos del hidrógeno como el deuterio (un protón un neutrón) o el tritio (un protón dos neutrones). Habría formas estables de átomos de carbono e hidrógeno y asimismo de oxígeno que posibilitarían  la emergencia de la vida en un mundo...raro, un mundo  en el que los océanos serían de agua pesada. 

Por otro lado, en la hipótesis de que no se diera la  llamada fuerza nuclear débil (responsable de los fenómenos de radioactividad) se mantendrían las condiciones de posibilidad de la formación de estrellas  y la formación de una tabla reducida de los  elementos, por lo que podría también darse un mundo, e incluso un mundo habitado. M De nuevo un mundo raro (ya que no habría, por ejemplo, actividad volcánica y las estrellas brillarían menos, por lo que una tierra habitable sería una tierra mucho más cercana  al sol),  pero mundo al fin y al cabo.

 Obviamente lo que estos trabajos nos dicen es que esos otros mundos son posibles,  mientras que real lo es indiscutiblemente este mundo nuestro, en el que sí se da fuerza nuclear débil, hay volcanes que entran en erupción y el sol se halla tan alejado que lo vemos muy pequeño.   Para que el mundo sin fuerza nuclear débil de Perez (tal es el nombre  del director israelí del equipo) adquiera peso ontológico tendríamos que introducir un postulado análogo al que introduje -provisionalmente- cuando en un texto anterior consideraba los múltiples mundos de Everett,  postulado según el cual   todo lo que tiene condiciones de posibilidad tiene asimismo condiciones de necesidad; todo, en suma, lo que es posible sería asimismo necesario.

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29 de enero de 2010
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Berenjenal filosófico

Supongamos que existe algún procedimiento para determinar la localización de una bomba tan sensible que la energía de un mero fotón que la tocara bastara para hacerla explotar (con lo cual un observador exterior se halla en la imposibilidad de ver la bomba). L. Vaidman (precisamente uno de los que avanza en que podría consistir tal procedimiento, a la vez que hermeneuta de la Many-Worlds Interpretation) señala que se daría entonces la aparente paradoja de  que tendríamos información sobre un lugar del espacio -la información es que allí se ubica la bomba- sin que partícula alguna nos de desde el lugar mismo la información -sabemos que no ha llegado partícula alguna porque la bomba no ha explotado. Paradoja falsa nos dice Vaidman: "No había fotón en la región de la bomba en un particular mundo, pero sí hay otros mundos en los cuales un fotón alcanza la bomba y provoca su explosión. Puesto que el Universo incorpora el conjunto de los mundos, no es verdad que en el Universo fotón alguno ha llegado al lugar de la bomba. No es sorprendente que nuestra intuición física conduzca a una paradoja cuando nos limitamos a la consideración de un solo mundo: las leyes de la física son aplicables a la totalidad del universo que integra todos los mundos" (L. Vaidman, " Many- Worlds Interpretation of Quantum Mechanics" Stanford Enciclopedia of Philosophy, 2002)  

Así pues, lejos de considerarse a sí misma como una teoría paradójica, la Many-Worlds Interpretation tiene más bien la vocación de escapar a paradojas propias de teorías nás canónicas ( ya sea forzando los conceptos mismos de mundo y de universo, haciendo de éste un conjunto unificado de la pluralidad de los primeros), lo cual lleva al autor citado a recordar: "La MWI no es la interpretación de la teoría cuántica entre los físicos pero esta haciéndose crecientemente popular(...)en cosmología cuántica posibilita el que se discuta sobre la totalidad del universo evitando la dificultad de la interpretación Standard que exige recurrir a un observador exterior al universo como tal." (idem)

Decir que la Many- Worlds Interpretation intenta de entrada responder a un envite, que intenta encontrar salida a una aporía en la que la razón filosófica sustentada en la física se había introducido,  exige un mínimo de justificación.  ¿Como se llegó a la situación en la que una teoría que conjetura la existencia de mundos paralelos al que nosotros percibimos puede llegar a tentar? ¿En qué berenjenales filosóficos se había introducido la reflexión posterior a los trabajos propiamente de los físicos, la reflexión tras la física, para decenios atrás, un físico de la talla de H.  Everett fuera sentando  las bases de una teoría que entonces como podía parecer tan extraña como ahora y que él mismo acabaría por formalizar en 1973?   

Abordar estas preguntas no es desde luego posible sin, al menos, un repaso cualitativo, es decir, sin formalización matemática a ciertos momentos de la historia de la Física. De ello me ocuparé en próximos textos, remontándome al pensamiento griego, tal como lo observa e interpreta un gran físico del siglo veinte.

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27 de enero de 2010
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Creencias en los físicos

He empezado estas reflexiones sobre la physis (el término griego que traducimos por naturaleza) con referencias a una de las teorías físicas susceptibles de mayor impacto por así decirlo literario, la Many-Worlds Interpretation de la Mecánica Cuántica, intentando poner de relieve que pese a lo barroco de la representación se trata de una teoría perfectamente razonable y que apunta a encontrar alternativa a  teorías aparentemente más convencionales, pero  para algunos no  menos problemáticas, en la medida en que ponen en tela de juicio principios fundamentales a los que es difícil renunciar, como por ejemplo el de la subsistencia per se de las cosas naturales. De hecho, los representantes de estas teorías no son tampoco ajenos a una actitud que recuerda las teorías de la doble verdad , aquella que se desprende de sus teorizaciones o sus experimentos, y aquella a la que un sentido más o menos común, pero en todo caso anclada en arraigadas convicciones, les empuja.

En una entrevista sobre las implicaciones filosóficas de su trabajo, realizada pocos años antes de su muerte, el físico John Bell declaraba : « Desearíamos poder tener un punto de vista realista sobre el mundo, hablar del mundo como si realmente estuviera ahí cuando no es observado. Yo ciertamente creo en un mundo que estaba ahí antes de mí, y que seguirá estando ahí después de mí, y creo que usted forma parte de ese mundo. Y creo que la mayoría de los físicos adoptan este punto de vista cuando se los pone contra la pared (when they are being  pushed into a corner )"

Hay en esta afirmación un aspecto emotivo. Cuando la interrogación filosófica aprieta, la respuesta realista sería pese a todo preferible. Mas, en todo caso, no en razón de que el filósofo espera forzosamente una respuesta realista. Todo estudiante de filosofía confrontado simplemente a la Crítica de la Razón Pura formula a su manera la misma interrogación que se plantea el gran físico...y tiene asimismo  idéntica tendencia a posicionarse en el sentido de una doble verdad.

El físico que, de alguna manera, al completar en el plano experimental el teorema de Bell contribuyó  a que éste tenga el enorme peso ontológico y epistemológico que se le confiere, el francés Alain Aspect, declaraba por su parte tras un debate sostenido hace unos años en San Sebastián: "estoy convencido de que  el físico elige hacer física por que piensa que el mundo es inteligible. Creo que el físico, a priori, cuando  imagina su vida de físico se ve como  alguien exterior que va a abrir el reloj para ver lo que pasa en el interior. Creo que, más que nadie, el físico tiene esta creencia ingenua, espontánea, de que existe un mundo independiente de él y que su papel es de descubrir la manera como funciona este mundo...el ideal en principio es que el mundo funciona y se halla ahí aunque el observador no se encuentre."

Curiosa posición en alguien que (en la senda  de los Heisenberg, Niels Bohr,  etcétera) ha visto no ya que la física  ha de reconocer el papel fundamental de la interacción entre el observador  y el mundo observado, es decir, ha sacrificado los  principios  de realismo y de determinismo ( caro  también a Feymann, cuando afirmaba que una onda sonora deja un resto- por ejemplo una traza en el tronco de un árbol- aunque nadie lo haya escuchado), sino sacrificado asimismo el principio, no menos importante, de contigüidad.

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22 de enero de 2010
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La carta de Belarmino y la hipótesis de los múltiples mundos

Tras haber comentado en el texto anterior la casuística con la que el cardenal Belarmino advierte en su carta a Galileo vuelvo ahora a la Many-Worlds interpretation de la Mecánica Cuántica. Erigir sobre suelo firme y armazón consistente un edificio teórico que salva el determinismo y de alguna manera el realismo, es decir la subsistencia de los fenómenos con independencia del observador, no es algo que escandalice a la razón, ni tampoco ha de escandalizar a nuestra subjetividad mientras no se pretenda affirmare realmente. Los Everrett, Vaidman, Deutsch, Wallace, etcétera, fundador y principales  hermeneutas de la teoría, son consumados maestros en este arte de erigir sobre base sólida una proposición o conjunto de proposiciones, en el arte de trabar un discurso formalizado, inequívocamente comunicable, es decir, esencialmente matemático o que encuentra su articulación fundamental en la matemática. Mas aquello que basta al matemático, aquello con lo que el matemático se sacia, a saber- en el decir de Belarmino- un alimento de meras hipótesis, no satisface quizás a ese mismo matemático en la medida en que quiere armonizarse con lo real, quiere comulgar con algo auténticamente sustentador, garantizador de su subjetividad. Ahora bien:

Las ideas que confieren identidad, ideas que somos y no ideas que tenemos (creencias de Ortega a las que anteriormente me he referido),  son del orden de lo que no se sustenta en hipótesis. Peligroso, venía a decir Belarmino, es vincular un discurso de tipo explicativo a un discurso de tipo fundacional. Por eso la eventual fertilidad hermenéutica de la Many- Worlds Interpretation no nos arranca a la convicción de que no hay más mundo físico que aquel en el que nosotros nos insertamos, gozando o no del estatuto de ser medida de todas las cosas.

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20 de enero de 2010
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