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Escrito por

Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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El bien al que el ser humano nace predispuesto

En la película de Bernardo Bertolucci "El último emperador", el protagonista, que ha sido entregado por sus captores rusos a los revolucionarios chinos, se abre las venas en su celda, siendo sin embargo salvado por uno de los encargados de su re-educación. Esta tiene todas las características de un lavado de cerebro, y sin embargo, a fin de justificarla, a fin de que los prisioneros entiendan porque no se los fusila, el responsable afirma: "nosotros creemos que todo ser humano nace predispuesto al bien", en el entendido que, en última instancia, lo que se les reprocha es causa de una sociedad perturbadora de la propia naturaleza humana. El personaje hace obviamente referencia a la tesis (entre nosotros un tiempo absurdamente abandonada) de la alienación social como base de la reducción de los animales humanos a difuminadas sombras de lo que pudieran haber sido. Alienación traducida en los prejuicios adquiridos, en los sistemas de valores a los que se responde, en la interiorización de la represión...y en la base, la lógica inherente al sistema productivo, en el que el beneficio es la causa final. Todo ello sería lo que envenena al hombre.
Cabe sospechar que tras lo que el personaje de Bertoluci entiende por bien se encubre una gran falacia. Y sin embargo no parece aventurado decir que todo ser humano nace efectivamente con una inclinación, algo que cabe llamar un instinto, hacia el bien de su especie, hacia el despliegue y salud de la misma, pues de lo contrario habría que afirmar que el hombre se comporta contrariamente a lo que la naturaleza parece imprimir en todas y cada una de las especies. Este instinto de la especie se haya en la base de la inclinación a la propia expansión y la propia salud, hasta el extremo de que si el ser humano es conducido a repudiarse a sí mismo, si renuncia a su propia fertilidad y realización, si ya no aspira a ser cabalmente un ser humano, ello ha de ser entendido como síntoma de que previamente ha perdido su confianza en la especie. O en otros términos: el nihilismo respecto a sí mismo viene siempre precedido de un nihilismo respecto de la humanidad. Una cosa es sentir que las fuerzas para realizarse plenamente como humano se agotan, y otra muy diferente es sentir que nada de lo que el ser humano, y por ende nada de lo que puede realizar uno mismo, vale la pena.
La apuesta que entonces se hace por la propia vida es ya entonces una apuesta deshumanizada. Lo que cuenta no es ya el subsistir de un ser de razón y de palabra, sino el propio subsistir y los medios para ello solo serán baremados por el criterio de su eficacia, incluso si se trata de la reducción de los demás humanos a instrumentos de sí mismo.
Y nada tiene de extraño que este tipo de objetivo canalla haga en general excepción cuando se trata de los suyos, en general concretizados en su descendencia y en su patria, las cuales han de llegar a primar sobre las otras descendencias y las otras patrias. Pues perdido el instinto de lo humano, perdida me atrevo a decir la disposición a que prime el pensamiento y el lenguaje, es cuando precisamente surgen las proyecciones ideológicas sustentadas en la imaginaria esperanza de prolongarse uno mismo, ya sea en abstracciones como la patria, ya sea en organismos como el propio fruto biológico, asunto este último particularmente escandaloso. Por decirlo llanamente: no es lo mismo desear tener progenitura respondiendo al instinto de que la humanidad perdure en el ciclo de las generaciones, que desear progenitura respondiendo al deseo de perpetuarse en otro yo, en un ser humano que eventualmente puede (y hasta debe en tal lógica) convertirse en instrumentalizador de otros humanos. En contrapunto, el deseo de ser plenamente humano puede revelarse antitético al deseo de pervivir teniendo un paradigma de tal oposición en la elección socrática, en su voluntad de tomar la cicuta antes de dejar de vivir en conformidad a lo que él estima que es el vivir del hombre.
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14 de febrero de 2013
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Contemporáneo juicio a Sócrates

Recientemente he tenido ocasión de participar en un ciclo sobre política y filosofía que se ilustraba con el cuadro de Jacques -Louis David "La muerte de Sócrates", en el que el filósofo coge decididamente la copa con el mortal veneno, indiferente a los ruegos de su amigo Critón que apoya la mano sobre su muslo. En su lienzo, David introduce asimismo a Platón, que de hecho no estuvo presente, situado en un ángulo con expresión desolada e impotente. Conviene recordar porque muere Sócrates enfatizando el hecho de que esta muerte es indisociablemente por la causa de la verdad y por la causa de la pólis. Sócrates es juzgado y condenado por no dar aliento a creencias arraigadas, como la de los dioses ancestrales, pero sobre todo por corromper a la juventud. Y es de señalar que le condena no un régimen tiránico, sino el restaurado régimen democrático de Atenas. Signo en ello de que la opinión compartida no es necesariamente la opinión fundada, y que la sumisión a la mayoría puede ser sumisión ala ceguera a la esclavitud o a ambas.
¿No era pues cierto que Sócrates corrompía a la juventud? Si por corromper se entiende desterrar en el espíritu de los jóvenes ciertas convicciones que fortalecían el estado de cosas imperante, desde luego los corrompía y esta corrupción podría eventualmente ser un peligro para la ciudad. Porque es cierto que en ocasiones el equilibrio social necesita de la aquiescencia a algo que de ser contemplado en sí sería denunciable. Cabe dar un ejemplo concreto relativo a nuestras sociedades.
Supongamos que los sindicatos de un país convencen a sus adherentes de que trabajen mayor número de horas, acepten normas que incrementan la productividad, reducción de momentos de asueto, control del número de veces que se acude a los servicios, etcétera , todo ello con estabilidad o incluso disminución de los salarios globales. Supongamos asimismo que se les convence también de no oponer resistencia en caso de suspensión sin indemnización de sus contratos.
Es desde luego posible que ello se traduzca en un incremento de competitividad, mayores exportaciones, superavit en la balanza de pagos, aumento de la contratación, disminución del paro, mayores aportaciones a la seguridad social, garantía de las pensiones, inversión en educación, cuentas públicas saneadas, y sobre todo... disminución de la angustia provocada por el miedo a quedarse sin trabajo y ser así arrinconado a los arcenes de la sociedad. A ello se añadiría el sentimiento de pertenencia a un país de gente responsable, disciplinada y trabajadora, por oposición a tantos otros países en los que la inclinación al non far niente (pronto tendiente a ser calificada de "natural" ) determina un comunidad pobre, insegura, e inclinada a la explotación parasitaria de las comunidades productivas. El sur de los "tartesos que se tumban panza arriba"... y que hoy para cada uno en Europa tiene su propia proyección. Pues bien:
Supongamos que en estas condiciones alguien está convencido de que la cadena virtuosa tiene base en una premisa insoportable para la dignidad humana. Este hombre se empeña en proclamar que el sistema con tal cimiento reduce la vida de los ciudadanos al círculo que los franceses designan como travail, metro, tele, dodo, metro, travail... (trabajo, metro, tele, cama, metro, trabajo) y que tal vida es incompatible con las condiciones de posibilidad de que el hombre fertilice y actualice las potencialidades que hacen lo específico de su naturaleza.
Supongamos que el perturbador, convencido de la capacidad crítica de los seres humanos empieza a relacionarse con algunos jóvenes (o no tanto), a los que conduce con astucia a reflexionar sobre el asunto, hasta llegar a convencerse por sí mismos de que ese mundo que parece asentado reposa en realidad sobre una ciénaga. Supongamos que algunos de ellos intentan ser consecuentes con su espíritu crítico, y empiezan a resistir a los imperativos, hasta ese día considerados sagrados, de lucha por integrarse en el sistema productivo. Obviamente el sistema, que podemos perfectamente suponer democrático, empezaría a sentirse amenazado y desde luego tomaría medidas contra el aguafiestas, que efectivamente estaba socavando en el alma de los jóvenes la apariencia de cimientos que les permitía sentirse miembros de una sociedad sana y hasta de una sociedad libre.

¿La filosofía da miedo? Obviamente como da miedo toda confrontación a la verdad. Y la verdad ahora está amenazada por un conjunto poderosísimo de ideas masticadas que domestican el alma hasta la reducción y hacen compatible la existencia pasiva y sumisa cuando no alcahuete con la tiranía en un universo de paz imaginaria.
¿Qué hubiera hoy denunciado Sócrates? Desde luego los cantos a una libertad que sería compatible con una vida objetivamente esclavizante, el encubrimiento de la objetiva situación con creencias edulcorantes de nuestra condición, la ternura común que hace negar la contradictoria verdad de la dialéctica social en nuestro mundo. Hubiera en suma denunciado tanto la alienación objetiva como la inclinación subjetiva a encubrirla con falsas querellas, de tal manera que la miseria se reserva para los sueños en los que "sapos reales pueblan el jardín imaginario". Pues es sabido que dónde no hay asunción florecen los síntomas y desde luego síntomas radicales son en Europa la proliferación de discursos que buscan en la anatematización del otro la ausencia de entereza y abierta respuesta a las causas objetivas de la máquina deshumanizadora.
¿Qué perspectiva deja a la causa del ser humano todo orden social, ya sea garantizador de la subsistencia y de determinadas "libertades", que pasa intrínsecamente por la subordinación de un individuo humano a otro individuo o grupo de individuos con intereses no coincidentes con los de la humanidad? ¿Qué decir por ejemplo de un estado de cosas en el que un ser humano tiene su cotidianidad marcada por un trabajo mecánico, cuyo único beneficiario es un grupo con objetivos indiferentes tanto a los intereses de su trabajador como a los de aquellos mismos a los que va destinado ese producto innecesario e insalubre, o a la salvaguarda de la naturaleza directamente amenazada por la fabricación del mismo?

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12 de febrero de 2013
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Cotidianidad y sumisión a los principios

Es posible que durante un tiempo vivamos en la ilusión de que alguno de los principios sintetizados en la reflexión anterior no rige, o no rige en todos los casos, pero hay razones para creer que su interiorización más o menos progresiva constituye el proceso por el cual llegamos a mantener un lazo ordenado con el entorno. En cualquier caso el presuponerlos constituye un requisito en la disposición de espíritu que caracteriza al que se dedica a la física, y su eventual puesta en tela de juicio a partir del trabajo de los propios físicos, supondría desde luego una radical revolución.
Y como hemos visto, a los principios propiamente dichos se asocian conceptos sin los cuales ni siquiera serían enunciables. Así, al referirnos a cosas que no se hayan en relación de contigüidad estamos hablando de que mantienen una distancia espacial, y al hablar de causa y efecto estamos presuponiendo una dirección en la secuencia (de la causa al efecto y no a la inversa) que responde a la irreversibilidad que denominamos tiempo. Además todo lo que acontece se lo atribuimos a lo que es substancial o subsistente, es decir, a lo susceptible de movimiento o de reposo, susceptible de cantidad de movimiento, substancias aristotélicas o materiales y no meras abstracciones. El conjunto de todo ello operando de manera subyacente en nuestros juicios y razonamientos posibilita nuestras representaciones y relatos sobre los acontecimientos en el mundo.
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7 de febrero de 2013
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Compendio de los principios

Preliminar

 

En varias ocasiones he tenido ocasión de recordar aquí la queja de Newton de no haber logrado deducir de los fenómenos la razón o causa de la gravedad. Ello no le impide describir matemáticamente los fenómenos gravitatorios y efectuar un generalización por inducción a la que, para gran escándalo de algunos, califica de Filosofía, aunque añade la coletilla experimental. La filosofía no puede ser meramente experimental porque entre su vocación está el explicitar los cimientos que sustentan toda experimentación posible. Principios en lo que ahora nos ocupa relativos a la física, pero que también podrían ser relativos a la matemática, como por ejemplo el principio de no contradicción, axioma fundamental de esta disciplina, pero del cual el matemático jamás se ocupa explícitamente (salvo para denunciar que algo lo contradice). El físico se atiene a principios que el metafísico explora, pero ¿cuales son pues estos principios? Retomo corregido un esbozo de respuesta ya aquí avanzado.

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Por gemelos auténticos que dos hermanos J y L sean, si se encuentran en lugares alejados nadie espera que una acción física sobre J, tenga asimismo efectos en L (las cosquillas en el uno no provocan la risa en el otro, dice socarronamente un cronista científico). Este es el principio de contigüidad que posibilita un segundo enunciado cuando es considerado en perspectiva local: todo fenómeno físico que quepa observar en R es independiente de las observaciones que en paralelo puedan hacerse en J. Calificado entonces de principio de localidad este segundo enunciado pone mayormente de relieve la independencia de quien se encuentra protegido por el hecho de tener un lugar o espacio propio. (1)
 
 
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La tierra y la luna se influyen mutuamente, influencia reflejada por ejemplo en el fenómeno de las mareas, y cuando reflexionamos sobre esta influencia mutua estamos pensando en el complejo tierra-luna como un todo. Ello sin embargo no nos hace pensar que la tierra y la luna han dejado de existir como entidades separadas, cada una de las cuales tienen sus propias determinaciones. Seguimos considerando a la tierra como una cosa dotada de propiedades que forman un individuo, es decir, un conjunto unificado o indiviso, separado de ese otro conjunto indiviso que es la luna. Principio de individualidad que asimismo (basta reflexionar un instante) está implícito en nuestro lazo inmediato y cotidiano con el entorno natural.

 

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Sabemos que el alcohol que estamos ingiriendo nos producirá muy probablemente una crisis hepática, y al no dejar de ingerirlo tenemos quizás el molesto sentimiento de que nosotros mismos estamos siendo la causa de nuestro (lamentable) estado futuro. Pero una vez inmersos en la resaca no tenemos la menor esperanza de poder influir sobre la situación que la provocó. Interna certeza de la imposibilidad de intervenir sobre el pasado, que, junto a la certeza de que todo lo que acontece tiene causa, da testimonio de nuestra profunda interiorización del principio de causalidad.

 

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Ante ese malestar provocado por ingesta de alcohol, constatamos que fue un alivio el tomar un caldo de verdura y así, en la siguiente ocasión, volvemos al mismo remedio, dando por supuesto que, siendo las circunstancias coincidentes, los efectos del caldo en nuestro cuerpo también lo serán. Y de no darse el resultado, concluiremos que en realidad estábamos equivocados, diremos o bien que las condiciones de nuestro organismo diferían, o bien que al caldo le faltaba o sobraba algún ingrediente. Esta razonable conclusión significa simplemente que funcionamos en conformidad al principio de determinismo, por el cual el devenir de dos cosas o circunstancias idénticas es asimismo idéntico, salvo intervención desconocidas variables en el arranque que permitirían hablar de similitud pero no de identidad o de influencias exteriores en el proceso. Y en su vertiente cognoscitiva este principio nos dice que si tuviéramos el conocimiento de todas las variables en el arranque de un proceso no sometido a nuevas influencias (ese proceso que constituye el mundo por ejemplo) podríamos prefijar cada uno de sus eventos. (2)

 

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En fin, nos relacionamos con esas cosas del entorno dotadas de propiedades, con el sentimiento bien anclado de que las mismas no dependen de nosotros, contrariamente a las representaciones que nos hacemos de ellas, las cuales obviamente no se darían sin nosotros, y que en el mejor de los casos nos ayudan a relativizar la barrera que nos separa de las primeras. Las cosas, en suma, tienen su ser y su devenir y seguirían teniéndolos, aun en el caso de que no estuviéramos nosotros como testigos. Principio este de la independencia de las cosas en relación al pensar de las cosas, que lleva el nombre de realismo. Principio muchas veces puesto en tela de juicio en la historia de la filosofía aunque ha de quedar claro que no se pone en cuestión la apariencia del principio, es decir la diferencia entre la reductibilidad de nuestras representaciones y la irreductibilidad, la resistencia a nuestra subjetividad, de lo que tiene los caracteres de lo físico.

 

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(1) La vinculación de ambos enunciados queda puesta de manifiesto en el siguiente: "Sean A y B dos entidades físicas no contiguas y sea p una propiedad de A. Entonces tal propiedad no puede ser alterada instantáneamente por una intervención en B" Así pues para que se de eventualmente una influencia como la señalada se necesita tiempo, de hecho el tiempo necesario para que el efecto se propague a través de la secuencia de entidades contiguas que se dan entre A y B y que garantizan la ausencia de vacío.

Existe una versión restringida de este principio de contigüidad-localidad que dice así : "Aunque hubiera manera de ejercer una influencia instantánea de B sobre A, esta influencia no podría ser utilizada para enviar una señal. O dicho de otro modo: no podemos comunicar nada a velocidad superior a la velocidad de la luz. La terca constancia de esta versión restringida del principio tendrá enorme importancia a la hora de ponderar la verdadera trascendencia ontológica de ciertos experimentos de la física contemporánea. Doy desde ahora un avance:
Una acción instantánea entre dos entidades no contiguas supone un "intervalo" menor que el intervalo, digamos I, de tiempo que la luz tardaría en superar la distancia entre ambas. Ahora bien, en relación a esa distancia el menor intervalo temporal es I. Por consiguiente, tal acción a distancia trasciende el tiempo. Si las acciones instantáneas de las que parecen dar testimonio ciertos experimentos físicos permitieran enviar señales, ello supondría la posibilidad de transmisión de información fuera del tiempo.
 

(2) Es casi obvio que el determinismo es difícilmente incompatible con el concepto de emergencia que nos ocupará en una reflexión ulterior.

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5 de febrero de 2013
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Libertad: individuos humanos exclusivamente al servicio de la propia especie

"El individuo de la especie humana sólo puede estar al servicio de la propia humanidad" decía, lo cual hace en primer lugar erigiéndose en paradigma de tal humanidad, desarrollando en sí mismo las potencialidades que hacen su naturaleza, y en segundo lugar aboliendo las barreras que impiden la realización de esta naturaleza en los demás humanos.
En esta no subordinación a otra cosa que a su propia esencia, en este rechazo de toda alienación, consiste la libertad del hombre, aquello sin lo cual simplemente no hay efectiva humanidad, suponiendo incuso un amenaza para el propio orden natural. Pues que el hombre sea o no un buen cuidador de la naturaleza depende en gran parte de su propio equilibrio, índice del grado de realización de sus expectativas. Pero la especie humana decididamente va mal si la libertad de los humanos no se da, si grupos de hombres son instrumentalizados por grupos de hombres, cuyos intereses carecen de universalidad.
Sin libertad no hay pensamiento y sin pensamiento no hay realmente humanidad. Por ello cabe decir que va contra el orden natural el convertir a un individuo humano en instrumento de intereses que no sean los de la humanidad en general.
Es de señalar que, tratándose de las demás especies animales, no cabe sobrecargar la exigencia de cuidado con aspectos relativos a este respeto de la voluntad racional que, por definición, sólo se dan en el caso del hombre. Autodeterminarse, y hacerlo de tal manera que la ley social esté protegida en sus esenciales imperativos, es cosa de hombres y tan sólo de hombres. La realización del animal no exige cumplimiento de los contenidos de una voluntad de auto determinación. De ahí que el lobo ahora convertido en sabueso auxiliar en la caza, sigue en lo esencial viviendo en conformidad a su naturaleza, sin que esta se halle esencialmente perturbada por el hecho de que esté ahora sirva los intereses de la especie humana. Si lo estaría por el contrario si la domesticación llegara hasta la reducción hasta la conversión en ese animal carente de función natural que es tan a menudo el animal urbano.
Y avanzo una pregunta: ¿que decir en esta perspectiva de todo orden social, ya sea garantizador de la subsistencia y de determinadas "libertades", que pasa intrínsecamente por la subordinación de un individuo humano a otro individuo o grupo de individuos con intereses no coincidentes con los de la humanidad? ¿Qué decir por ejemplo de un estado de cosas en el que un individuo tiene su cotidianidad marcada por un trabajo mecánico, cuyo único beneficiario es un grupo con objetivos indiferentes tanto a los intereses de su trabajador y a los de aquellos mismos a los que va destinado ese producto innecesario e insalubre, como a la salvaguarda de la naturaleza directamente amenazada por la fabricación del mismo ?

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29 de enero de 2013
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El imperativo ecológico y la causa del hombre

Como en el mito bíblico de Noé, el hombre cuida (hasta el extremo de erigirse en garantía de su subsistencia) aquellas especies que le son beneficiosas, e incluso aquellas que potencialmente amenazantes son necesarias al equilibrio natural. Pues deseando la preservación de su propia especie el hombre ama naturalmente la variedad y complejidad del orden natural que es condición de su existencia. En suma: Infracción a la causa ecológica es (en términos kantianos) tener un comportamiento que no responde a la máxima subjetiva de acción de mantener la salud y fertilidad del orden natural, dado que ello es corolario del primer imperativo moral de contribuir a la plenitud de la propia especie humana.
Algunas de las especies potencialmente dañinas para el hombre, como es el caso de ciertos predadores, pueden ser puesta a su servicio en el proceso de domesticación al que arriba me he referido. Y ha de enfatizarse el hecho de que hay una domesticación compatible con la afirmación de las especies en lo que tienen de genuino y otra muy diferente cuyo resultado ( a veces ni siquiera explícitamente buscado) es un animal en el que ya no cabe reconocer las características que singularizan a su especie. Sólo esta segunda es nociva desde el punto de vista de la exigencia ecológica de preservación de la naturaleza en su intrínseca variedad.

***

Es por afirmación de la propia especie humana que toda especie animal que contribuya al saludable equilibrio del orden natural ha de ser objeto de atención y cuidado del hombre. Mas cuando el objeto es la propia especie humana no basta con garantizar las potencialidades que comparte con otras especies; el cuidado del hombre toma forma de respeto, es decir, conlleva el imperativo de su no instrumentalización. Un individuo de la especie humana no puede estar al servicio de otra especie animal, pero tampoco puede estar al servicio de otro individuo de la propia especie. El individuo de la especie humana sólo puede estar al servicio de la propia humanidad.

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24 de enero de 2013
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Tras la catástrofe (III): la especie que arranca a la insignificancia

Tras el diluvio, Noé vivió todavía 350 años. Sus hijos Sem, Cam y Jafet junto a sus esposas, más los animales del arca fueron suficientes para garantizar el ciclo de las generaciones y con ello la pervivencia del ser humano, es decir, del ser por el que se cumple la palabra de Jahvé relativa al perdurar de la vida animal. Vida reducida a las formas o especies de las que el hombre es testigo y que están por él conservadas. La extensión de este cuidado a las especie vegetales, convertiría ya al hombre en depositario de la vida en general y con ello en efectiva medida de las cosas esenciales.
Sabemos que la especie hombre es resultado contingente del devenir natural, mas sin embargo a ella incumbe la tarea de conferir a la naturaleza un sentido, a saber, el de ser cimiento para asegurar precisamente la existencia del hombre. Y esta contemplación de la naturaleza como el primer eslabón en la causa del ser que otorga significación, además de arrancarla a la ciega insignificancia de lo meramente dado, tiene como inmediata consecuencia el imperativo de asegurar la salud de ese orden natural. Amar la naturaleza y luchar por su buena ordenación aparece así como inmediato corolario del amor de la especie humana, de tal manera que el fundamento de una actitud racionalmente ecológica no es otro que el deseo de plenitud para la especie humana.

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22 de enero de 2013
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Tras la catástrofe (II): técnica y pervivencia de las especies

Hay una disputa hermenéutica relativa a si el mito bíblico del diluvio es un añadido del siglo V de nuestra era o si es atribuible a Moisés. Mas como la propia Biblia indica en otro lugar que Moisés había sido iniciado en la sabiduría de Egipto, país marcado por el fantasma de los desbordamientos cíclicos del Nilo a los que aludía en la anterior columna, la atribución del relato al profeta tiene en todo caso coherencia.
La primera voluntad del Hacedor era la exterminación exhaustiva de la vida: "borraré de la faz de la tierra desde el hombre hasta la bestia y hasta el reptil y las aves del cielo, pues me arrepiento de haberlos creado... yo traigo un diluvio de aguas sobre la tierra para destruir toda carne en que haya espíritu" (versículos 7 y 17). Mas cuando Noé halla gracia ante sus ojos, modifica su designio y le ordena apropiarse y dar cobijo a representantes sexualmente diferenciados de las especies animadas y así, tras la catástrofe garantizar la existencia de las mismas. ¿De todas las especies de la tierra? Dadas las razonables medidas del arca que el Libro describe con precisión y detalle (trescientos codos de longitud, cincuenta codos de anchura y treinta codos de altura Génesis capítulo 6, versículo 15) hay que pensar mas bien que se trata de la fauna local. En cualquier caso sólo las especies con presencia en el arca se salvan y así el momento en el que, apaciguadas las aguas, los animales salen de la nave es simbólicamente una repetición del acto de creación de las especies, destinadas desde entonces a perdurar: "Y sucederá que cuando haga venir nubes sobre la tierra, se dejará entonces ver mi arco en las mismas. Y el arco será memoria del pacto por mi deseado que hay entre mí y vosotros y todo ser viviente de toda carne; y no habrá más diluvio destructor de toda carne"
La narración bíblica es absolutamente paradigmática de la concepción del papel del hombre en relación a las especies animales. Si Noé no hubiera sido puesto en antecedentes por su dios y no hubiera construido el arca , tras el diluvio hubiera brotado la rama de olivo, pero no hubiera habido paloma para tomarla en su pico, ni cuervo que retorna una y otra vez al arca por no encontrar tierra donde posarse. Y, como ya he sugerido, es absolutamente relevante el aspecto técnico (Génesis, capítulo 6 versículo 15) de la narración. No habiendo plan alguno de navegación, ocioso sería conferirle a la nave forma con proa y popa. El arca está concebido para responder estrictamente a la tremenda circunstancia del diluvio, con un diseño que intenta hacer difícil que pueda volcarse sobre sí misma, cumpliendo así su destino de flotar al capricho de las aguas, hasta quedar varada en ese monte Ararat para ella fijado por Jahvé.
Y el aspecto meticuloso de la descripción ( se ha interpretado que se trataría del espacio equivalente al de un buque de carga de 15000 toneladas destinado casi exclusivamente a mercancía útil ) pone de relieve algo esencial: aquello que hace de Noé un garante de la persistencia de la vida animada y con forma, lo que hace de Noé el cuidador de la naturaleza en su manifestación suprema, es su condición de Technités, de animal dotado de esa singular modalidad del ser que Aristóteles situaba como contrapunto, como una suerte de polo dialéctico, del orden natural. El animal que además de capacidad sensitiva, memoria, imaginación (facultades que otros animales poseen) se halla provisto Techne kai logismois, técnica-arte, y capacidad de hacer razonamientos es el que puede garantizar el orden natural tras la catástrofe... cierto es que también constituye el animal mayormente susceptible de provocarla.

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17 de enero de 2013
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Tras la catástrofe (I): memoria y renacimiento

Cuenta Platón en el Timeo que llegado Solón ("el más sabio de entre los siete sabios") a Egipto, un sacerdote ya anciano le da cuenta del secreto en el que reside la supremacía de su país sobre el de los griegos, amenazados sin embargo como ambos están por inevitables catástrofes cíclicas que anulan la vida civilizada. Pues hay una diferencia en la modalidad que adopta la catástrofe en uno y otro lugar, y esta diferencia tiene enormes consecuencias.
La catástrofe no tiene la misma gravedad cuando la provoca el fuego o cuando la provoca el agua, pues solo en el caso del fuego la destrucción es total. Pero aun tratándose de la calamidad producida por las aguas, todo depende de estas descienden torrencialmente o, como en Egipto, se trata del desbordar de un gran río. Pues entonces, en la llanura misma, aunque desaparecen las plantas, los animales y el hombre, se salvan los templos y sus inscripciones conservadoras de la memoria colectiva. Y así cuando las aguas descienden, los supervivientes en las cimas montañosas, al bajar a la llanura reencuentran en las paredes de tempos los cimientos de su civilización, la cual hubiera sido mucho más difícil restaurar en base al contingente recuerdo subjetivo.
Así pues, mientras la catástrofe en forma de desbordamiento del Nilo salva a Egipto, la ausencia en Grecia de esta forma relativamente menor de la destrucción cíclica, hace que sus habitantes estén a intervalos condenados a empezar a cero: "Solón, Solón eternos niños soy los griegos... Ninguna arcaica tradición oral ha podido inculcar en vuestras almas opinión fundada ni ciencia emblanquecida por el tiempo" son las palabras que dirige a Solón el sacerdote.
El mito de las catástrofes cósmicas parece ser una suerte de constante antropológica que reviste los más variados aspectos. No todos los relatos presentan la catástrofe como teniendo carácter cíclico, y cuando así es, no siempre se le atribuyen las mismas radicales consecuencias, pues aun en el mayor de los diluvios, cubriendo el agua incluso las cumbres de la montañas, sobrevivir es posible a condición de que entre las especies amenazadas se encuentre la que dispone de capacidad de razonar y de técnica.
"Aquel día fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y las cataratas del cielo fueron abiertas, y hubo lluvia sobre la tierra cuarenta día y cuarenta noches". El diluvio, que abolía la diferencia entre el desierto y sus oasis, hubiera hecho desaparecer toda vida reconocible si Noé, inspirado por su dios y al precio de ser considerado loco, no hubiera construido pacientemente a lo largo de 120 años su arca en el desierto y dado cobijo en ella a representantes de especies animales. Noé es en este caso un símbolo del hombre como paciente y laborioso technités, animal marcado por la técnica, de la cual depende la pervivencia de una naturaleza vivificada por especies animales. No será ocioso detenerse con cierto detalle en este aspecto.

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15 de enero de 2013
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El retorno de los rasgos de la especie

Así como hay etapas del fuego hay asimismo, etapas de la domesticación. La del lobo se remonta al paleolítico y es así muy anterior a la de otros animales que tiene lugar en el neolítico. El primer paso consistió posiblemente en hacerse con individuos aislados que, con mayor o menor violencia, eran incorporados al habitat del hombre. Puede tratarse incluso de crías que son recogidas antes de haber desarrollado sus potencialidades específicas, las cuales eran más o menos frenadas al adaptarse a la convivencia con el hombre. Pero la domesticación propiamente dicha empieza cuando se incorpora un grupo de individuos que a partir de ese momento son controlados, tanto en su desarrollo individual como en el cruce reproductivo. Surge así una selección artificial que viene a completar la selección meramente natural. Completar y no sustituir, por la evocada razón de que la específica naturaleza es difícilmente extirpable, mientras tal individuo perdure.
La domesticación de especies potencialmente dañinas para el hombre no apuntaba de entrada a una reducción, entre otras razones porque en muchos casos de poco serviría que lo fuera. Se sabe que en el cuarto milenario antes de nuestra era en Sumaria se domesticó el leopardo. Pero desde luego a nadie interesaba que el ahora dócil (para el hombre) animal perdiera su velocidad de más de 100 kilómetros por hora que le hacía un auxiliar precioso en la caza. Ciertamente se han señalado casos en los que la utilidad es posterior a la domesticación. Así parece que la domesticación de ciertas especies tiene para el hombre el interés de disponer de lana, pero resulta que el ancestro de las mismas, el muflón, carecía de ella.
Las razones de la domesticación pueden ser tanto la utilidad como alguna vinculación religiosa o el capricho. Pero no obstante en el origen de la misma hay ciertamente el interés por una especie concreta, no por lo que un individuo tiene de meramente animal o aun de meramente vital. Y ello en todas las especies animales. El hombre ha conseguido que haya una especie absolutamente artificial, esa larva del gusano de seda que se nutre de las hojas de mora que se le procuran y alcanzado el desarrollo vive tan sólo una horas para reproducirse. Si algún día la seda dejara de interesarnos el gusano de seda desaparecería. Se trata por así decirlo de una especie carente de intereses propios.
El perro confinado en espacios urbanos parece a veces acercarse al límite. Pues no sólo no despliega las potencialidades de la especie sino que en ocasiones procede ya de quien tampoco las desplegaba. Convertido en animal literalmente de compañía, parece carecer de función vinculada a su especie. Ya hemos visto que no es la primera vez que ello ocurre. Pero es muy difícil que la potencialidad se anule totalmente. Experiencia que conocen las víctimas de perros que abandonados individualmente en las calles urbanas de Bucarest se agrupan y recuperan su estado semi- salvaje. Ya he señalado que ello ocurre también con algunos de los perros abandonados en las carreteras durante los períodos de vacaciones, un tiempo frágiles y aislados pero readaptables y potencial amenaza para ganaderos y agricultores. "Por mucho que se expulse a la naturaleza con una furca siempre retorna" sentencia de Horacio a la que Freud añadía por su cuenta "retorna e la furca misma".
¿ Moraleja? ¡Cuidado con esa especie natural que constituye el hombre! Harían mal en confiarse aquellos que lo estiman plenamente reducido. En el seno mismo de la ignominia social, la naturaleza del hombre pugna por rebrotar y lo hará al menos puntual y esporádicamente, pues la reducción del ser humano nunca alcanza ese límite en el que la razón se vería convertida en instrumento y el lenguaje que le da soporte en mero código.

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8 de enero de 2013
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El Boomeran(g)
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