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Escrito por

José Saramago

José Saramago (Azinhaga, 1922-Tías, Lanzarote, 2010) es uno de los escritores portugueses más conocidos y apreciados en el mundo entero. En España, a partir de la primera publicación de El año de la muerte de Ricardo Reis, en 1985, su trabajo literario recibió la mejor acogida de los lectores y de la crítica. Otros títulos importantes son Manual de pintura y caligrafía, Levantado del suelo, Memorial del convento, Casi un objeto, La balsa de piedra, Historia del cerco de Lisboa, El Evangelio según Jesucristo, Ensayo sobre la ceguera, Todos los nombres, La caverna, El hombre duplicado, Ensayo sobre la lucidez, Las intermitencias de la muerte, El viaje del elefante, Caín, Claraboya y Alabardas. Alfaguara ha publicado también Poesía completa, Cuadernos de Lanzarote I y II, Viaje a Portugal, el relato breve El cuento de la isla desconocida, el cuento infantil La flor más grande del mundo, el libro autobiográfico Las pequeñas memorias, El cuaderno, José Saramago en sus palabras, un repertorio de declaraciones del autor recogidas en la prensa escrita, El último cuaderno, Qué haréis con este libro. Teatro completo y El cuaderno del año del Nobel. Recibió el Premio Camoens y el Premio Nobel de Literatura.

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Encuentros

Los caminos por los que los hombres circulan, sólo aparentemente son complicados. Mirándolo bien, siempre se encuentram señales de pasos anteriores, analogias, contradicciones, resueltas o con posibilidad de serlo, plataformas donde, de repente, los lenguajes se vuelven comunes y universales. De Viaje a Portugal, Suma de Letras, 2003, pp. 574-575 (Selección de Diego Mesa)

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21 de mayo de 2010
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Si nos organizáramos

Lo malo es que no estemos organizados, debería haber una organización en cada casa, en cada calle, en cada barrio, Un gobierno, dijo la mujer, Una organización, el cuerpo también es un sistema organizado, está vivo mientras se mantiene organizado, la muerte no es más que el efecto de una desorganización… De Ensayo sobre la ceguera, Alfaguara, 1996, p. 329 (Selección de Diego Mesa)

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20 de mayo de 2010
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Nos urgen

No me acuse el lector de oscurantista. Tengo una fe ciega en el futuro, y hacia él se extienden mis manos. Pero el pasado está lleno de voces que no callan y al otro lado de mi sombra aparece una multitud infinita de sombras que la justifican. “A donde dan los portalones?”, in Las maletas del viajero, Ediciones B, S.A., 1998

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19 de mayo de 2010
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Ni leyes, ni justicia

En Portugal, en la aldea medieval de Monsaraz, hay un fresco alegórico de finales del siglo XV que representa al Buen Juez y al Mal Juez, el primero con una expresión grave y digna en el rostro y sosteniendo en la mano la recta vara de la justicia, el segundo con dos caras y la vara de la justicia quebrada. Por no se sabe qué razones, estas pinturas estuvieron escondidas tras un tabique de ladrillos durante siglos y solo en 1958 pudieron ver la luz del día y ser apreciadas por los amantes del arte y de la justicia. De la justicia, digo bien, porque la lección cívica que esas antiguas figuras nos transmiten es clara e ilustrativa. Hay jueces buenos y justos a quienes se agradece que existan, hay otros que, proclamándose a sí mismos justos, de buenos tienen poco, y, finalmente, además de injustos, no son, dicho con otras palabras, a la luz de los más simples criterios éticos, buena gente. Nunca hubo una edad de oro para la justicia. Hoy, ni oro, ni plata, vivemos en tiempos de plomo. Que lo diga el juez Baltasar Garzón que, víctima del despecho de algunos de sus pares demasiado complacientes con el fascismo que perdura tras el nombre de la Falange Española y de sus acólitos, vive bajo la amenaza de una inhabilitación de entre doce y dieciséis años que liquidaría definitivamente su carrera de magistrado. El mismo Baltasar Garzón que, no siendo deportista de elite, no siendo ciclista ni jugador de fútbol o tenista, hizo universalmente conocido y respetado el nombre de España. El mismo Baltasar Garzón que hizo nacer en la conciencia de los españoles la necesidad de una Ley de la Memoria Histórica y que, a su abrigo, pretendió investigar no sólo los crímenes del franquismo sino los de las otras partes del conflicto. El mismo corajoso y honesto Baltasar Garzón que se atrevió a procesar a Augusto Pinochet, dándole a la justicia de países como Argentina y Chile un ejemplo de dignidad que luego sería continuado. Se invoca en España la Ley de Amnistía para justificar la persecución a Baltasar Garzón, pero, según mi opinión de ciudadano común, la Ley de Amnistía fue una manera hipócrita de intentar pasar página, equiparando a las víctimas con sus verdugos, en nombre de un igualmente hipócrita perdón general. Pero la página, al contrario de lo que piensan los enemigos de Baltasar Garzón, no se dejará pasar. Faltando Baltasar Garzón, suponiendo que se llegue a ese punto, será la conciencia de la parte más sana de la sociedad española la que exigirá la revocación de la Ley de Amnistía y que prosigan las investigaciones que permitirán poner la verdad en el lugar donde estaba faltando. No con leyes que son viciosamente despreciadas y mal interpretadas, no con una justicia que es ofendida todos los días. El destino del juez Baltasar Garzón está en las manos del pueblo español, no de los malos jueces que un anónimo pintor portugués retrató en el siglo XV.

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13 de febrero de 2010
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¿Cuántos Haitís?

En el día de Todos los Santos de 1755, Lisboa fue Haití. La tierra tembló cuando faltaban pocos minutos para las diez de la mañana. Las iglesias estaban repletas de fieles, los sermones y las misas en pleno auge… Tras la primera sacudida, cuya magnitud los geólogos calculan hoy que pudo alcanzar el grado 9 en la escala de Richter, las réplicas, también de gran potencia destructiva, se prolongaron durante la eternidad de dos horas y media, dejando el 85% de las construcciones de la ciudad reducidas a escombros. Según testimonios de la época, la altura de la ola del tsunami resultante del terremoto fue de veinte metros, causando 900 víctimas mortales entre la multitud que había sido atraída por el insólito espectáculo del fondo del río sembrado de restos de navíos hundidos a lo largo del tiempo. Los incendios durarían cinco días. Los grandes edificios, palacios, conventos, repletos de riquezas artísticas, bibliotecas, galerías de pinturas, el teatro de la ópera recientemente inaugurado, que, mejor o peor, habían aguantado los primeros embates del terremoto, fueron devorados por el fuego. De los doscientos setenta y cinco mil habitantes que Lisboa tenía entonces, se cree que murieron noventa mil. Se dice que a la pregunta inevitable “Y ahora, ¿qué hacemos?”, el secretario de Exteriores Sebastián José de Carvalho e Melo, que más tarde llegaría a ser nombrado primer ministro, respondió: “Enterrar a los muertos y cuidar de los vivos”. Estas palabras, que luego entraron en la historia, fueron efectivamente pronunciadas, pero no por él. Las dijo un oficial superior del ejército, expoliado de esta manera de su haber, como sucede tantas veces, en favor de alguien más poderoso. En enterrar a sus ciento cincuenta mil o más muertos anda ahora Haití, mientras la comunidad internacional se esfuerza por auxiliar a los vivos, en medio del caos y la desorganización múltiple de un país que incluso antes del sismo, desde hace generaciones, se encuentra en estado de catástrofe lenta, de calamidad permanente. Lisboa fue reconstruida, Haití también lo será. La cuestión, en lo que respecta a Haití, reside en cómo se ha de reconstruir eficazmente la comunidad de su pueblo, reducido a la más extrema de las pobrezas e históricamente ajeno a un sentimiento de conciencia nacional que le permita alcanzar por sí mismo, con tiempo y con trabajo, un grado razonable de homogeneidad social. Desde todo el mundo, de distintas procedencias, millones y millones de euros y de dólares están siendo encaminados hacia Haití. Los abastecimientos han comenzado a llegar a una isla donde todo faltaba o porque se perdió en el terremoto o porque no existía. Como por acción de una divinidad particular, los barrios ricos, comparados con el resto de la ciudad de Puerto Príncipe, fueron poco afectados por el sismo. Se podría decir, y a la vista de lo sucedido en Haití parece cierto, que los designios de Dios son inescrutables. En Lisboa, las oraciones de los fieles no pudieron impedir que el techo y los muros de las iglesias se les vinieran encima y los aplastasen. En Haití, ni siquiera la simple gratitud por haber salvado vidas y bienes sin haber hecho nada ha movido los corazones de los ricos para acudir en auxilio de millones de hombres y mujeres que ni siquiera pueden presumir del nombre unificador de compatriotas porque pertenecen a lo más ínfimo de la escala social, la de los no-seres, a la de los vivos que siempre estuvieron muertos porque la vida plena les fue negada, esclavos que fueron de señores, esclavos que son de la necesidad. No hay noticia de que un solo haitiano rico haya abierto sus bolsas o aliviado sus cuentas bancarias para socorrer a los siniestrados. El corazón del rico es la llave de su caja fuerte. Habrá otros terremotos, otras inundaciones, otras catástrofes de esas que llamamos naturales. Tenemos ahí el calentamiento global con sus sequías y sus inundaciones, las emisiones de CO2 que, sólo forzados por la opinión pública, los Gobiernos se han resignado a reducir, y tal vez tengamos ya en el horizonte algo en lo que parece que nadie quiere pensar, la posibilidad de una coincidencia de los fenómenos causados por el calentamiento con la aproximación de una nueva era glacial que cubriría de hielo la mitad de Europa y ahora estaría dando las primeras señales, todavía benignas. No será para mañana, podemos vivir y morir tranquilos. Aunque, y que hable de esto quien sepa, las siete eras glaciales por las que el planeta ha pasado hasta hoy no han sido las únicas, habrá otras. Entretanto, volvamos la vista a este Haití y a los otros mil Haitís que existen en el mundo, no sólo para esos que prácticamente están sentados sobre inestables fallas tectónicas para las que no se les ve solución posible, sino también para los que viven en el filo de la navaja del hambre, de la falta de asistencia sanitaria, de la ausencia de una instrucción pública satisfactoria, donde los factores propicios para el desarrollo son prácticamente nulos y los conflictos armados, las guerras entre etnias separadas por diferencias religiosas o por rencores históricos cuyo origen, en muchos casos, se perdió en la memoria aunque los intereses de ahora se obstinan en alimentar. El antiguo colonialismo no ha desaparecido, se ha multiplicado en una diversidad de versiones locales, y no son pocos los casos en que sus herederos inmediatos son las propias élites locales, antiguos guerrilleros transformados en nuevos explotadores de su pueblo, la misma codicia, la crueldad de siempre. Ésos son los Haitís que hay que salvar. Habrá quien diga que la crisis económica vino a corregir el rumbo suicida de la humanidad. No estoy muy seguro de eso, pero al menos que la lección de Haití pueda resultarnos de provecho a todos. Los muertos de Puerto Príncipe ya hacen compañía a los muertos de Lisboa. No podemos hacer nada por ellos. Ahora, como siempre, nuestra obligación es cuidar de los vivos.

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8 de febrero de 2010
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Una Balsa de Piedra Camino de Haití

Mis palabras son de agradecimiento. La Fundación José Saramago tuvo una idea, loable por definición, pero que podría haber entrado en la historia como una buena intención, una más de las muchas con que, dicen, está pavimentado el camino del infierno. La idea era editar un libro. Como se ve, nada original, por lo menos en principio, que libros no nos faltan. La diferencia estriba en que el producto de la venta de éste se va a destinar a las victimas sobreviviente del terremoto de Haití. Cuantificar tal ayuda, por ejemplo, en la renuncia del autor a sus derechos y en una reducción del lucro normal de la editorial, tendría el grave inconveniente de convertir en mero gesto simbólico lo que debería ser, en la medida de lo posible, algo provechoso y sustancial. Ha sido posible. Gracias a la inmediata y generosa colaboración de las editoriales Caminho y Alfaguara y de las entidades que participan en la elaboración y difusión de un libro, desde la fábrica de papel a la tipografía, desde el distribuidor al comercio librero, los 15 euros que el comprador gastará serán entregados íntegramente a la Cruz Roja para que los haga llegar a su destino. Si alcanzáramos un millón de ejemplares (el sueño es libre) serían 15 millones de euros de ayuda. Para la calamidad que ha caído sobre Haití 15 millones de euros no es nada más que una gota de agua, pero como La balsa de piedra (éste es el libro elegido) será publicada, además de en Portugal, en España y en el mundo hispánico de América Latina, ¿quién sabe lo que podrá suceder? A todos los que nos acompañan en la concretización de la idea primera, haciéndola más rica y efectiva, nuestra gratitud, nuestro reconocimiento para siempre.

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28 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Sobre Maria João Pires

Maria João Pires não teve muita sorte com o país em que nasceu. Sessenta anos de carreira (e que extraordinária carreira a sua) justificariam uma homenagem de âmbito nacional capaz de expressar a nossa gratidão por pisarmos o mesmo chão e respirarmos o mesmo ar. Não será assim, pelos vistos, ainda que não lhe venham a faltar na terra portuguesa outras manifestações de admiração e respeito. Foi em casa de uns amigos que a ouvi pela primeira vez, quando ela não passava de uma adolescente que, com o seu frágil corpo, mal parecia haver saído da infância, e que me fez temer se os braços e as mãos lhe chegariam para enfrentar-se ao gigantesco teclado. O piano familiar, vertical, talvez não estivesse em perfeito estado de afinação, mas as primeiras notas saltaram límpidas, cristalinas, dando-me a sensação, não de serem a mera consequência do choque dos martelos com as cordas, mas de haverem brotado directamente dos dedos da própria pianista. Foi o meu baptismo na arte de Maria João Pires. Depois, ao longo dos anos, sempre que ela, já viajante emérita, aparecia por Lisboa a dar os seus recitais, eu lá estava, rogando às potestades celestes que a protegessem do mau-olhado, de um simples sopro de ar que a perturbasse. Talvez por efeito das minhas petições e do crédito que tenho no céu, todos os concertos e recitais de Maria João Pires a que assisti chegaram felizmente ao seu termo. Desta vez, por razões de distância e também de saúde, não poderei estar presente, dar palmas e beijar as suas mãos tão cheias de música, de humanidade, de beleza. Por tudo o que me fez ouvir e sentir, Maria João, obrigado. Eunice Muñoz lê o texto “Sobre Maria João Pires”



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9 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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No-B day

Si Cicerón todavía viviera entre vosotros, italianos, no diría “¿Hasta cuando, Catilina, abusarás de nuestra paciencia? y sí: “¿Hasta cuando, Berlusconi, atentarás contra nuestra democracia?”. De eso se trata. Con su peculiar idea sobre la razón de ser y el significado de la institución democrática, Berlusconi ha transformado en pocos años a Italia en una sombra grotesca de país y a una gran parte de los italianos en una multitud de títeres que lo siguen aborregadamente sin darse cuenta de que caminan hacia el abismo de la dimisión cívica definitiva, hacia el descrédito internacional, hacia el ridículo absoluto. Con su historia, con su cultura, con su innegable grandeza, Italia no merece el destino que Berlusconi le ha trazado con frialdad canalla y sin el menor vestigio de pudor político, sin el más elemental sentimiento de vergüenza. Quiero pensar que la gigantesca manifestación contra la “cosa” Berlusconi, donde serán leídas estas palabras, se convertirá en el primer paso para la libertad y la regeneración de Italia. Para eso no son necesarias armas, bastan los votos. En vosotros deposito mi confianza.



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7 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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No al Paro

Ante las manifestaciones que se están preparando en toda Europa de protesta por el desempleo, escribi, a petición de un grupo de sindicalistas, el texto que a continuación se reproduce. No al Paro La gravísima crisis económica y financiera que está convulsionando el mundo nos trae la angustiosa sensación de que hemos llegado al final de una época sin que se consiga vislumbrar qué y cómo será lo que venga a continuación. ¿Qué hacemos nosotros, que presenciamos, impotentes, al avance aplastante de los grandes potentados económicos y financieros, locos por conquistar más y más dinero, más y más poder, con todos los medios legales o ilegales a su alcance, limpios o sucios, normalizados o criminales? ¿Podemos dejar la salida de la crisis en manos de los expertos? ¿No son ellos precisamente, los banqueros, los políticos de máximo nivel mundial, los directivos de las grandes multinacionales, los especuladores, con la complicidad de los medios de comunicación social, los que, con la soberbia de quien se considera poseedor de la última sabiduría, nos mandaban callar cuando, en los últimos treinta años, tímidamente protestábamos, diciendo que nosotros no sabíamos nada, y por eso nos ridiculizaba? Era el tiempo del imperio absoluto del Mercado, esa entidad presuntamente auto- reformable y auto-regulable encargada por el inmutable destino de preparar y defender para siempre jamás nuestra felicidad personal y colectiva, aunque la realidad se encargase de desmentirlo cada hora que pasaba. ¿Y ahora, cuando cada día aumenta el número de desempleados? ¿Se van a acabar por fin los paraísos fiscales y las cuentas numeradas? ¿Será implacablemente investigado el origen de gigantescos depósitos bancarios, de ingenierías financieras claramente delictivas, de inversiones opacas que, en muchos casos, no son nada más que masivos lavados de dinero negro, del narcotráfico y otras actividades canallas? ¿Y las expedientes de crisis, hábilmente preparados para beneficio de los consejos de administración y en contra de los trabajadores? ¿Quién resuelve el problema de los desempleados, millones de víctimas de la llamada crisis, que por la avaricia, la maldad o la estupidez de los poderosos van a seguir desempleados, malviviendo temporalmente de míseros subsidios del Estado, mientras los grandes ejecutivos y administradores de empresas deliberadamente conducidas a la quiebra gozan de cantidades millonarias cubiertas por contratos blindados? Lo que está pasando es, en todos los aspectos, un crimen contra la humanidad y desde esta perspectiva debe ser analizado en los foros públicos y en las conciencias. No es exageración. Crímenes contra la humanidad no son solo los genocidios, los etnocidios, los campos de muerte, las torturas, los asesinatos selectivos, las hambres deliberadamente provocadas, las contaminaciones masivas, las humillaciones como método represivo de la identidad de las víctimas. Crimen contra la humanidad es también el que los poderes financieros y económicos, con la complicidad efectiva o tácita de los gobiernos, fríamente han perpetrado contra millones de personas en todo el mundo, amenazadas de perder lo que les queda, su casa y sus ahorros, después de haber perdido la única y tantas veces escasa fuente de rendimiento, es decir, su trabajo. Decir ?No al paro? es un deber ético, un imperativo moral. Como lo es denunciar que esta situación no la generaron los trabajadores, que no son los empleados los que deben pagar la estulticia y los errores del sistema. Decir ?No al paro? es frenar el genocidio lento pero implacable al que el sistema condena a millones de personas. Sabemos que podemos salir de esta crisis, sabemos que no pedimos la luna. Y sabemos que tenemos voz para usarla. Frente a la soberbia del sistema, invoquemos nuestro derecho a la crítica y nuestra protesta. Ellos no lo saben todo. Se han equivocado. Nos han engañado. No toleremos ser sus víctimas. José Saramago



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10 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Barack Obama

Se habló mucho de Barack Obama en este blog, algunos dirán que demasiado. Cuando una esperanza nace hay que saludarla conforme a su merecimiento, y éste parecía no tener límites. Cabe la posibilidad de que comience a decirse que el Premio Nobel de la Paz ha sido prematuro, pero no lo es si lo tomamos como una inversión… Gracias a él talvez Obama gane aún mayor conciencia de cuánto le necesitamos. Donde?, texto publicado n’O Caderno a 20 de Janeiro de 2009 Barack Obama, Prémio Nobel da Paz 2009



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9 de octubre de 2009
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