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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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Abajo las leyendas negras

Es el brote primaveral, pensé, animada por la agitación de los pájaros y la luz que doraba la mañana del pasado domingo, cuando me entró un mensaje de Twitter: “Mariano Rajoy is following you”. Aunque sepas que son otros quienes gestionan sus redes, leer que el presidente del Gobierno “te sigue” confiere una sensación parecida a la de llevar colgando la etiqueta de la manga. Eso ocurría unas horas después de que, en Dublín, el rockero Bono rompiera el maleficio, la triste copla de que a la derecha española solo la apoya Bertín Osborne. Con sus Ray-Ban rosas, el afeitado de maduro rejuvenecido y americana sobre camiseta negra, tan old style, Bono declaró su amor por Mariano Rajoy. ¡Cuán absurda es la vida! Del Sunday bloody sunday ondeando una bandera blanca en las canteras abandonadas de Red Rock allá por 1983, a un I will follow… Rajoy. Es el paso de los años. El poso es más cruel. Un alud de informaciones acechan a la estrella solidaria por un supuesto Instituto Nóos del activismo. Aunque Rajoy no parezca vanidoso y su calma gallega se vea engrandecida por ese dulce momento presente, con la prensa debilitada impidiendo que ningún marrón le manche, Bono forma parte del 1% de personas más ricas del mundo. Que te eche flores debe ser algo parecido a vestirse de noche. Poco le faltó al cantante para recomendar a las niñeras españolas. Otro made in Spain al alza, trending topic entre las ricas de Mayfair al filtrarse que una española de treinta años es la nanny del principito heredero de Inglaterra. Hubo una pionera, se llamaba Rosaura Lorenzo. Emigró en los 50 desde Quireza (Pontevedra) a Nueva York. Vivía en Brooklyn, su marido trabajaba en la construcción y ella servía. A finales de los 70, entró a servir en casa de Lennon, para cuidar del pequeño Sean. Yoko la eligió gracias al consejo de su médium. En sus memorias Rosaura desmiente la leyenda negra de una Yoko que sedaba a John, tan esotérica y diabólica como sus performances que a sus 80 años ha representado esta semana en el Guggenheim de Bilbao, donde se le rinde tributo. José Manuel Lorenzo está preparando la película sobre Rosaura, escrita por Ray Loriga. Gran historia la que aún queda por contar acerca de la vida de aquellas niñeras. Hace un tiempo, Ana Mato declaró que su momento preferido del día era “por la mañana, cuando veo cómo visten a mis niños”. La pijería era esto. Que la divinidad la contenga y no se le ocurra alentar a las paradas españolas para que prueben suerte de nannies first class, como hizo con los jóvenes científicos. Este asunto, al igual que lo de Bono con Rajoy, queda en manos del libre albedrío o de la desesperación.

(La Vanguardia)

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15 de marzo de 2014
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Pistorius y el equívoco

Las crónicas periodísticas sobre el juicio a Pistorius no dejan de arrojar elementos tan dramáticos como teatrales. Ver correr a Pistorius la final de los 4×400 en Londres fue un triunfo sobre el dolor y la carencia. Una bofetada a la resignación y a la conformidad de un destino miserable. Con el tiempo y el marketing, se convirtió en líder mediático. Decía cosas así: “El perdedor no es quien llega el último en una carrera, sino quien decide sentarse y se limita a mirar”. Vestía ropa italiana, y fue elegido el hombre más sexy de Sudáfrica. Incluso, en enero del 2012, participó en una edición de Bailando con las estrellas, un programa de la RAI donde emocionó al público y al jurado hasta las lágrimas mientras bailaba un tango con una bailarina del programa. Era la primera vez que bailaba con sus huesos de acero. Todo era poco como tributo a su madre, Sheila, fallecida cuando él tenía 15 años, que lo educó para crecer sin complejos y soñar a lo grande. Su historial empezó a acumular tristes incidentes, denuncias por violencia doméstica, tiroteíllos con los amigos, obsesión por las armas… Todo parecía casual, pero revertir este pasado después de haber matado a tu novia sólo puede lograrse si invocas uno de los grandes asuntos de la condición humana: el equívoco. El atleta biónico y su preparadísimo abogado, Barry Roux, sostienen su coartada sobre las columnas de un equívoco funesto, mortal. Porque el acusado de haber matado a Reeva Steenkamp, de 29 años, dice creer que en el lavabo había un ladrón en lugar de su novia. Y también dice que cuando descubrió el cadáver de la muchacha que dormía a su lado empezó a chillar histérico, con voz aguda de mujer, aspecto que fue retorcidamente puesto en escena por la defensa hasta llegar a confundir a los vecinos que siempre sostuvieron haber oído gritar a una mujer aterrada. Pistorius sintió naúseas y vomitó, la juez recomendó una pausa, pero el abogado-dramaturgo prefirió continuar porque no habría hora en que su defendido pudiera escuchar el relato sin arcadas. Pero la estampa está escrita: el héroe mágico, ahora villano, que tiene dividida a la opinión pública, a negros y blancos, que ya ha negociado con sus suegros (pasan por estrecheces económicas), y que implora disculpas universales por disparar contra una puerta cerrada, de madrugada, cagado de miedo. Al igual que O.J. Simpson o Carlos Monzón, tenía antecedentes de hombre violento. El mismo que ahora dice chillar como una mujercita y vomita ante la descripción del charco de sangre y masa encefálica. Será la natural tendencia anglosajona a espectacularizar los crímenes de celebridades, con guiones dignos de la Fox, pero cuánto espanto produce esta hombría.

(La Vanguardia)

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12 de marzo de 2014
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Se busca arqueólogo digital

Tanto aletear para alcanzar una vida confortable y ahora los gurús del cambio nos avisan de que hay salir corriendo de cualquier zona de confort. Es más, en los seminarios de marketing, coaching, branding y todo lo que termine en ing se ofrecen numerosos ejemplos de cómo pasa factura en la vida de una persona o una empresa el no haber abandonado a tiempo la costumbre, la plácida repetición, los dogmas, lo de siempre. Porque los tiempos del mantra “no toques lo que funciona” han terminado con la evidencia de que, en pleno tobogán especulativo y financiero, cualquier pretendida certeza puede ser derribada como un roble centenario por el paso de un huracán. Ante los incipientes indicios de creación de empleo, la primera conclusión es rotunda: la alianza entre tecnología y comercio se erige hoy en salvavidas laboral, en reactivador económico y garante de la exageración como gesto humano. Nuestra sociedad es hoy hiperbólica o no es. Y un barómetro bien puede ser el lenguaje del WhatsApp. “Ese es el registro que hay que utilizar para darlo todo. La formalidad no vende, no llega… Hay que ser muy sobrio en la ejecución de un proyecto, pero exagerar en la comunicación y mostrarle al cliente una disponibilidad al 120%: si te invitan, tienes que ir incluso a bautizos y cumpleaños”. Quien habla no es ningún lobo de Wall Street, sino Carlos Morales, director comercial de Dicom y experto en nuevos relatos de venta. Porque ingenieros de todo tipo, expertos digitales y comerciales son, según el informe sobre tendencias laborales 2014 de Sodexo así como otros estudios sobre predicciones de empleo, las profesiones más susceptibles de conseguir un contrato en condiciones. ¿No se ha planteado aún convertirse en planificador de identidad digital, gerente de marca personal, responsable de relaciones virtuales, arqueólogo digital o agregador de talento? (También hay demanda de psicólogos para plantas). Cargos rimbombantes que anuncian una nueva sismología profesional, y reflejan el choque entre la tradición (en el fondo la necesidad de seguridad del ser humano) y su ansia por lo último, indefectiblemente tecnológico. Los habitantes de los años 10, por tanto, deben autoimponerse una inversión en sí mismos para encontrar trabajo desarrollando su identidad digital. El lenguaje 2.0 ha sustituido las emociones que es capaz de arrancar la buena escritura por emoticonos y emojis que van de los corazones a los aplausos, las rosas o los tacones y faralaes de flamenca. Todo debe ser evidente, gráfico e icónico. Se repiten vocales para enfatizar, repetidos signos de admiración igual que se abrevia igual que se puede despreciar la ortografía. De lo que se trata es de crear confianza, simpatía y entusiasmo. Ni victimismo, ni melancolía, sino el pulgar levantado. Cierto, todo es cuestión de actitud, pero ¡cuánto empalago hiperbólico se requiere hoy para encontrar un trabajo!

(La Vanguardia)

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10 de marzo de 2014
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Mujeres que corren con lobos

No sé hasta qué punto puede marcar en la vida de una mujer de mi generación, y ?de comarcas?, que, siendo niña, la disfrazaran de María Magdalena en la procesión de Semana Santa o de Raffaela Carrà en los festivales de Escala en hi-fi, e incluso le otorgaran el papel de precariamajorette acompañando sobre patines al equipo infantil de hockey ídem. ¿Por qué teníamos que llevar minifalda y mover una ridícula varita, cuando ellos, equipados como vikingos, se disponían a imponer su victoria con su stick? Y aún así tuvimos suerte de que los maestros nos sacaran adelante sin complejos, y empezamos a explorar ese bosque tan sobrevalorado y fascinante llamado ?mundo interior?. Es probable que hoy, si usted es mujer, la feliciten por el suyo. Sin ningún otro mérito que el de su propia condición femenina. Cierto es que no existe un Día Internacional del Hombre Trabajador, pero entonces las estadísticas no serían noticia. Esa es, pues, la percha para hablar de ?la mujer?, recordar la persistente desigualdad, la fea discriminación salarial y reivindicar derechos y lideresas. Una encuesta publicada por The Washington Post ha revelado que Hillary Clinton se coloca en el número de uno de la sucesión demócrata para las presidenciales del 2016 sin apenas mover un dedo. Rotunda, y tan severa como expansiva, con un prestigio inmaculado, Clinton aventaja a todos sus potenciales rivales en una proporción de 6 a 1 representando el perfecto símbolo de una búsqueda de la incompleta igualdad de oportunidades, que no puede ser más norteamericana. A pesar de no ostentar cargo público, está considerada ?uno de los líderes más influyentes del mundo? ?en masculino plural?. Al preguntarle: ?¿Está una mujer cualificada para ser presidenta??, ella respondió: ?Es ridículo que lo preguntes?. Bien lo sabe Yulia Timoshenko, que de oligarca a reformista, pasando por presidiaria, siempre ha procurado mantener su trenza bien atada. La espiga de trigo que evoca a las campesinas ucranianas o a las maestras de escuela, símbolo nacional y herramienta política con la que de nuevo regresa a la escena internacional. Drama y resolución impregnaron su discurso ante el Partido Popular Europeo: ?Actúen porque nos queda poco tiempo. Putin irá tan lejos como le permitan ustedes. Los ucranianos mueren con la bandera europea en sus manos?. La épica tiene orla. Ante el despliegue de tropas rusas en Crimea, Hillary compara a Putin con Hitler, quien, bajo el pretexto de proteger a los alemanes en territorio checoslovaco o rumano, los anexionó a la Alemania nazi. Sin sutilezas. Pero cuando una mujer como ella se viste de rojo, no le teme a nada.Esther Alcocer Koplowitz: Altos respaldos El los ?días de…? siempre se acaba mirando a las plantas ?nobles? de las empresas, ocupadas invariablemente por sillas con un respaldo mucho más alto que el resto. En los consejos de administración sólo 78 pertenecen a mujeres, sobre un total de 392; un 16,6%, bien alejado del 40% que ha marcado Europa para el 2020. Entre ellas, sobresale Esther Alcocer, presidenta de FCC, quien a muchos prejuiciosos sorprende por una inteligencia y una cercanía que llevan la impronta de su madre, Esther Koplowitz, aparte de toda una vida preparándose para ocupar una butaca con respaldo alto. Ella, y otras jóvenes herederas, ambiciosas, con mucha universidad americana, son la cara más visible del lento pero progresivo ascenso de las mujeres al poder. Fernández de la Vega: Varona de Estado Como a la princesa de Éboli, Rubio Llorente llamó ?varona de Estado? a María Teresa Fernández de la Vega cuando se incorporó al Consejo de Estado, una especie de balneario, hasta su llegada. El miércoles, en la presentación de su Fundación Mujeres por África en CaixaForum, De la Vega ofició de ?una de les vostres?. El totus tuus de la política y sociedad catalanas, franqueado por africanas ataviadas con imponentes florituras y algunos bebés, la ovacionaron por su labor. Notas: Barbara Hendricks y Pasqual Maragall se arrancaron a bailar al ritmo de música guineana. Y Trias, Gispert o Lanaspa coincidieron en ensalzar su elegancia y vestuario, demostrando, cómo no, qué diferente es Catalunya de Madrid. Valerie Treirweiller: Del chófer al metro Débilmente han vuelto a ser noticia las dos últimas mujeres que han ocupado las estancias del Elíseo. A Valerie Trierweiler se la fotografió en una estación de metro en París. La objetividad maligna escribió: ?Del coche oficial al vagón?. Valerie, como una periodista francesa más, acudía al desfile de Dior, y llevaba los labios subidos de rouge, olvidando la sentencia de Wilde de que una mujer con poca ropa y demasiado maquillaje siempre indica desesperación. De Carla Bruni ha trascendido la grabación de una charla con Sarko acerca de los dineros. Se quejaba por no poder firmar campañas como modelo, mientras Nicolas asumía el futuro papel de mantenido. La política no da para trajes de Dior (a un salto en el abecedario de Dios).

(La Vanguardia)

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8 de marzo de 2014
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Homo Shopping

En una revista como esta caben hombres que confiesan sin sonrojo: «Ni elijo mi propia ropa. Quiero decir, que son asuntos que no están en mi mundo», como Johan Cruyff. O que aseguran no mirarse al espejo antes de salir de casa, como Eduardo Mendoza, a una página de aquí. «Hace años que no me compro ropa», le confesaba el escritor a Carles Francino en La ventana cuando se lanzó Icon. No sé si usted siente cierta desavenencia ante su postura, o al contrario, si es de los que cree que en realidad las mujeres desconfían de los heterosexuales que se postran en los templos del shopping como ante un altar. ¿Qué pensar, qué decir acerca de aquellos que hacen gala de humildad estética y delegan en otros, sean madres, esposas, hijas o asistentes personales, para que les repongan el vestuario? Usted, por ejemplo, es un director comercial, y a ella solo le encarga la ropa interior en packs. O pongamos que es controlador aéreo y elige personalmente las camisas, conoce perfectamente su talla y destaca por el buen gusto de sus corbatas, que suele mostrar satisfecho a su mujer y a su suegra. Siempre ha despreciado las etiquetas, que si los acicalados metrosexuales,, o los velludos megasexuales, y desdeña tanto exhibicionismo en un mercado insólito en el que hasta Cristiano Ronaldo diseña calzoncillos. ¿Recuerda a Cesc Fàbregas con su bebé sobre su depilada tableta de chocolate? ¿O a toreros de moda, como José María Manzanares, mostrando su piel aterciopelada? ¿O a Brad Pitt con la camisa desabrochada recitando un poema de amor para vender Chanel número 5, pour femme? La masculinidad hace tiempo que recuperó la llave de un lánguido desaliño, en el que la coquetería, al igual que el vigor, debe ser dosificada. Un mandato ?silencioso, pero efectivo? obliga a tener estilo, eso sí, sin esfuerzo. Como un buen constipado. En los manuales del dandismo siempre se recomendó no lucir nunca zapatos nuevos en público y arriesgar silenciosamente, además de procurar el punto medio entre misterio y cercanía. Llevar cualquier cosa de más, o de menos, suele indicar desesperación. Y puede que esta sea la razón de que los hombres sean tan fieles a los mismos productos. Brand guys (Tíos de marca) se titula el libro de Bill Vernick y Claire Farber, dos especialistas en marketing que analizan diez marcas asociadas a los estereotipos de masculinidad contemporánea. Juguemos: ¿es usted hombre Mac o Nike, Listerine o Abercrombie, Comedy Central o Bimmer?? ¿No se produciría rechazo? Los autores aseguran que esa identificación con una firma ofrece ventajas a las mujeres: «La clasificación de estos tipos, que tan a gusto se sienten con los valores de su marca que les define, puede ayudar a las mujeres a decidir si un tipo es el adecuado para ellas.» Deberían clasificar urgentemente este libro como sexista. ¡Cómo osan tratarle a usted de objeto, reducirle a una etiqueta! Aunque, preguntémonos cordialmente por qué, en el fondo, le agrada tanto aceptar que desde hace veinte años le es fiel a algo. (Icon)

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6 de marzo de 2014
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Topolinos, niquis y mañanitas

Hace unos días, la articulista Hadley Freeman se preguntaba en The Guardian por qué los excesos de la moda están considerados una frivolidad y las astronómicas cifras del fútbol, no. Freeman, que lleva más de una década escribiendo de moda en el periódico, analizaba el rechazo que sus crónicas desatan a menudo entre los lectores, relacionadas, por lo corriente, con los prohibitivos precios fashion. Pero, claro, no importa que un abrigo de Prada cueste poco más de un 10% del salario diario de Neymar (unos 19.500 euros). “Hay un montón de elementos de la industria de la moda que son repugnantes: el racismo, la discriminación por edad, los trastornos alimenticios, el elitismo. Pero eso no quiere decir que deba ser despreciada; y el hecho de que algunas personas se sienten tan libres de hacerlo indica un fuerte sexismo. El fútbol, vuelvo a la carga, no es la más intelectual de las aficiones y adolece de muchos de los mismos problemas que la moda -añadida la homofobia-, pero al estar dirigido principalmente a hombres, es considerado esencialmente un pasatiempo. La moda está dirigida principalmente a las mujeres, y por tanto se la despacha como frívola”, afirmaba Freeman. “La moda no es frívola, la moda es Dios”, dijo Toni Miró la pasada semana en el Palau Robert, en la presentación de la reedición del Diccionario de la Moda (Debolsillo) de la periodista y escritora Margarita Rivière. Un glosario de términos, nombres propios y fenómenos, donde no faltan palabras cuya sonoridad nos transporta a un tiempo perdido: desde mañanita o niqui a topolino, guardamarina y chubasquero. Miró razonaba que los mejores inventos de la moda no tienen autor, y así son cosa de Dios. Una vez a Yves Saint Laurent le preguntaron qué prenda le hubiera gustado inventar, y su respuesta fue concisa: “los tejanos”. A finales de los noventa, las multinacionales comenzaron a engullir las casas de alta costura arruinadas, apropiándose también de su leyenda. Una vez digerido su glamur, se franquiciarían hasta el infinito. “La moda, tal y como se entendió hasta el final del siglo XX, ha muerto. Pero ha resucitado en su declinación de culto al cuerpo, y no sólo en eso: ¿qué tiene que ver la moda con la creación de la opinión pública? Mucho”, sentenció Rivière. Sus redes se han sofisticado hasta el extremo de que el marketing ha sustituido al talento, lo comercial a lo extraordinario, el holding al atelier. El engranaje de las multinacionales del textil forma un dragon kahn infinito que atraviesa el globo trazando loopings sobre las necesidades de producción e imagen. Una implacable maquinaria que impacta en la piel humana y en la identidad social. ¿Y aún hay quien la considere frívola?

(La Vanguardia)

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5 de marzo de 2014
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El arte del conflicto

Habitamos las escenas que nos procuran la fortuna o la deriva, el amor o el trabajo, y, en general, huimos del conflicto. Excepto aquellos que viven dispuestos a saltar como un tigre, que no temen al combate verbal ni emocional -sino todo lo contrario, les estimula-. La convivencia en sociedad implica un amplio ejercicio de tolerancia respecto a los otros. En la vida de una pareja, por ejemplo, para evitar el conflicto se postergan asuntos en los que prevalece un profundo desacuerdo: desde el trato con las familias políticas hasta la cronificada impuntualidad de uno de sus miembros. ¿Por qué convocar los discursos avinagrados, las palabras mal dichas e incluso algún que otro portazo como expresión visceral pero también simbólica para zanjar una conversación? En verdad, las sacudidas a la pobre puerta tan sólo transfieren a la carpintería la ira dirigida a la persona. Pero tal como nos recuerda uno de los filósofos del momento, Peter Sloterdijk: “La buena ira, según Aristóteles, es el sentimiento que acompaña al deseo de justicia. Una justicia que no conoce la ira es una veleidad impotente”. La buena educación exilia a menudo a la verdad. Bien lo saben las mesas burguesas donde ni religión, ni política, ni dinero forman parte del guión. A fin de esquivar la confrontación, o ese momento abrupto en que dos empiezan a discutir provocando un enorme displacer al resto de comensales, nuestra cultura se ha acostumbrado a otorgar en público, aunque en privado se esté en desacuerdo. A sonreír con lo que en verdad le escandaliza, e incluso a no salir en defensa de un amigo cuyo nombre, en su ausencia, es mancillado. Ello forma parte de la conducta evitativa del conflicto, poco ejercitados como estamos en el arte de disentir (aunque pretendamos que nuestros representantes sean auténticos linces en ello). Cuando no se trata abiertamente un conflicto, este se cronifica; y el estallido que genera es mucho más dañino. Kíev, Damasco, Caracas… Heridas sin cauterizar provocadas por luchas de poder enquistadas tras largos años de eufemismos, vanas esperanzas, alientos mediáticos y miradas a otra parte. La política es un arte milenario que pone en juego el conflicto, ya sea sofocándolo o, por el contrario, echando gasolina al fuego. Pero, ¿se nos ha enseñado a discutir con buen talante, a escuchar y razonar frente aquel que no piensa como nosotros? ¿Qué nos priva de llevar la contraria a un antagonista sin que ello altere nuestra percepción del otro como persona? En el caso de las mujeres, aún es más profunda la brecha: sostener una posición confrontada a la de otra mujer en público viene a ser algo parecido a la traición, mientras que en privado su nombre puede quedar reducido a piltrafa. No debería ser tan complejo diferir y refutar. Porque no afrontar un conflicto equivale a dejarse comer por la carcoma.

(La Vanguardia)

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3 de marzo de 2014
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Zuckerberg o ser joven como tendencia

El mensaje de despreocupación formal del creador de Facebook se ha suavizado estos días en Barcelona, acaso tras la compra de WhatsApp. Olvidó sus chanclas playeras en California, e incluso hizo el esfuerzo de enfundarse una sudadera de etiqueta ?negra y sin logos? para saludar a los Príncipes; mientras que su esposa, Priscilla Chan, se embozaba una rústica bufanda a cuadros, casi a modo de esas mascarillas antipolución que tanta querencia tienen entre los orientales cuando viajan.

La pasarela del Mobile World Congress dicta una nueva etiqueta: si quieres que te tomen en serio, no lleves traje y corbata; su uso queda restringido a las autoridades (a quien ya casi nadie toma en serio). El nuevo estilo global, surgido de las tierras rojizas y los cubos de cristal de Palo Alto, representa el suspiro que media entre la tecnología y la magia. La que han sabido alumbrar unos muchachos desgarbados que siempre fueron los raros de la clase, nerds y geeks convertidos en magnates de la comunicación que hoy festejan los cumpleaños ?como el del flamante socio Jan Koum? con Dom Pérignon. Hace unos meses, la revista Esquire eligió a Mark Zuckerberg uno de los hombres peor vestidos del mundo. ?No importa cuanto dinero tengas y cuantos secretos de la gente quepan en la palma de tu mano digital, no puedes aparecer en un evento de etiqueta con camiseta y vaqueros y esperar ser tomado en serio?, sentenciaba. Pero la imparable cotización de sus empresas parece demostrar lo contrario. Es la venganza de los Zuckerberg, Zaryn Dentzel, de Tuenti o Sundar Pichai, de Google.Los tecnogurús no se limitan a dictar un nuevo dress code, sino que transmiten una actitud desacomplejada: solo hace falta observar cómo hablan en público, interpretando sus speechs sin papeles (a años luz de los vacilantes oradores hispánicos) e insistiendo en vender valores con aires naif: ?ayudaremos a la gente a comunicarse con sus seres queridos?. En la última década, los kidults han inundado las avenidas del pulpo terráqueo con tejanos desgastados, zapatillas de diseño, sudaderas con capucha y pantalones. La juventud se ha convertido en tendencia, justo cuando desaparece la hegemonía de las tendencias. Los adolescentes se adultizan al tiempo que los mayores se disfrazan de chavales, azuzados por sus experiencias frente a una pantalla en las que entre el trabajo y el juego solo hay un clic. Tanto es así, que los censores de la nada se apolillan, mientras los optimistas hurgan en el armario de sus hijos para solventar otro tipo de déficit patrio: la falta de modernidad.

(La Vanguardia)

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2 de marzo de 2014
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El yo móvil

Por qué las mujeres ladeamos la cabeza en un escorzo cuando nos hacemos una selfie? Antes de intentar responder esta pregunta, vayan por delante algunas consideraciones: el autorretrato ha sido siempre un género practicado con ánimo lúdico por artistas, a fin de expresar la percepción de su yo, de la misma manera que hoy resulta un entretenimiento propio de jóvenes que llevan a cuestas su conflicto entre individualidad, gregarismo e hipercomunicación. Pero el fenómeno de las selfies trasciende la edad: los usuarios de smartphones quieren mirarse -admirarse- más que nunca, por ello se prestan a inmortalizar momentos eufóricos, conmemorativos o etílicos (que a menudo coinciden). El móvil ha logrado que hoy quepan en la palma de la mano una cámara de fotos, un mapa, una agenda, una discoteca, un surtido de videojuegos, un servicio de meteorología o un buzón de mensajes. En algunos países se ha convertido, de hecho, en una herramienta de supervivencia, aunque en Occidente nos aísle tanto como nos conecta, y produzca adicción. Algunos adolescentes, cuando tienen que estudiar de verdad, dejan el móvil en otra habitación, incapaces de fiarse de sí mismos. Y no hay más que ver los piques entre adultos si no les funciona la cámara cuando han terminado de asar la carne en la barbacoa. Con frecuencia, en lugar de estar contemplando un paisaje o un espectáculo, se fotografía indiscriminadamente, sustituyendo la vivencia por la foto. Basta apretar el botón, y uno se queda tranquilo; tal es nuestra ansia de posesión de la imagen, en lugar de la experiencia. Todos los perfiles de Narciso emergen en las imágenes de yo a yo en las que nos gusta escrutarnos. Esa obsesión por congelar cualquier instante antes de vivirlo, como si lo que más importara fuera exhibirlo, evidencia la imperiosa necesidad de contar con notarios de nuestra existencia a fin de que nuestros actos y elecciones tengan sentido. Pero no nos engañemos: en ese gesto se agazapa un desmesurado ombliguismo. La telefonía móvil da titulares día sí día no, y en el Mobile World Congress de Barcelona la estrecha relación entre movilidad y economía queda bien patente. Deberían analizar también cómo los smartphones han modificado la cartografía de nuestra realidad, e incluso la realidad misma. Poco nos falta para enamorarnos de nuestros sistemas operativos, al estilo Her: hemos idealizado la tecnología porque nos sorprende y nos mima con inaudita docilidad. Igual que un amante complaciente. Las mujeres, pues, más susceptibles a la belleza, inclinan la cabeza un 150% más que los hombres en una selfie, rendidas a la seducción de su propio yo.

(La Vanguardia)

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26 de febrero de 2014
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Reloj no marques?

Debo confesar que la relación de los individuos con las horas me fascina. Cómo el tiempo se escurre o se alarga igual que un chicle insípido. Siempre que puedo, procuro indagar acerca de los hábitos de la gente que me interesa: a qué hora se escriben, cuándo hacen ejercicio y, en el caso de las mujeres que concilian trabajo y familia, cómo ejecutan malabarismos horarios al coincidir los actos de las ocho de la tarde con la cena de los niños. Cuando se tienen hijos, una se cuestiona la frontera entre la tarde y la noche, que representa la ebullición pública. Las presentaciones de libros, estrenos, mesas redondas se programan cuando la curva del día desciende y en las casas con pequeños se agita un frenesí de toallas mojadas, peines dolorosos, purés de verduras y terrores nocturnos. Todo eso sucede, comprimido en unos 120 minutos, mientras afuera el mundo se saluda perfumado, “hace contactos” y multiplica el tiempo que no tiene. Expresiones como gestión del tiempo, horas productivas o higiene del sueño proliferan a día de hoy, cuando hay coaches para todo, incluso para organizarse un horario como quien escribe una partitura. Y la partitura española lleva mal el compás con el reloj internacional. Nos acostamos más tarde que cualquier vecino nuestro europeo, dormimos una hora menos, desayunamos cuando otros comen y nuestro prime time empieza una vez que belgas o alemanes ya se han tomado el diazepam. La semana pasada The New York Times publicaba el tema en portada, y nos reñía por cenar tan tarde y dormir la siesta, aunque esa dulce costumbre que tantos sabios han aplaudido apenas nos la permitamos los fines de semana. Las fotos que acompañaban el reportaje no muestran a un español perezoso en un sofá de Ikea o una terraza con encanto, sino que retratan una imagen zafia, a años luz de esa otra terca marca España. Y apelan a nuestra pobre cultura en economizar el tiempo. La que tantas veces han expuesto Ignasi Buqueras y su Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles con los demás países de la UE, relacionando nuestra extensa jornada laboral con nuestra baja productividad. Pero, en cambio, no señalan dos obstáculos de peso: por un lado, la antigua creencia de que echar horas en el trabajo significa hacer méritos y dar ejemplo. Sin duda un asunto espinoso para modificar en tiempos de precariedad y paro, pero que nos aísla de la agenda internacional. El segundo obstáculo es aún más inasequible: las cosas no suceden linealmente, una detrás de otra, sino que a menudo se simultanean, y un instante cabe dentro de otro instante. Cuando la luz del día se alarga, también parece que la vida se alargue. De ahí el apurar hasta el último sorbo de claridad. No, no es que nos pirremos por la chanza, seamos juerguistas, siesteros y desorganizados. El del español, catalán, vasco y gallego es un sueño de omnipotencia. Lo que queremos es vivir más que nadie. (La Vanguardia)

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24 de febrero de 2014
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El Boomeran(g)
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