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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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España en vela

La luz de los fanales era capaz de ahuyentar el absurdo borgiano de brillar cuando aún prende la última luz de la tarde. El haz dorado refulgía sobre la cola, que cruzaba la regia Alcalá. En el Banco de España doblaba de nuevo, hasta las puertas del Congreso, formando una doble cadena que anillaba a millares de personas. Una cola silenciosa con vasos de Starbucks y mucho paraguas. Los guardias con chalecos amarillos parecían conmovidos. La liturgia urbana, paciente, embriagada del deber de presentarle honores a Suárez, se acrecentaba a medida que caía la noche. Porque hoy, ya no importa tanto qué se hizo mal como lo que se hizo bien para poder dormir sin un arma debajo de la almohada. La gallardía, el encanto, el coraje, incluso las pícaras heterodoxias de Suárez se iban desgranando en todos los foros, mientras la ciudadanía se santiguaba o bajaba la cabeza frente al féretro, con el ritmo ligero que marcaba la ujier. “A los Calvo-Sotelo los saludaré dentro”, decía Adolfo Suárez Illana a Tere Cunillera, una de las veladoras del Congreso. Y ante las cámaras departieron en círculo, hermanados ante la doble pérdida. Entraban y salían Celia Villalobos, Carmen Alborch o Rosa Díez, y chocaba el luto riguroso en esas mujeres multicolor. Felipe González se plantó dos minutos eternos, como si hablara con él en silencio; Mas pareció rezarle un padrenuestro antes de soltar su discurso. En una esquina del vestíbulo del Salón de los Pasos perdidos -no podía rezar mejor nombre para acoger tamaña despedida-, Francisco Camps, sueltísimo y bronceado, departía con Núñez Feijóo con tal deportividad que parecían encontrarse en La isla de los políticos. No hay funeral sin chismorreo, una especie de mirador por el que desfilan rostros y apellidos. “¡Qué bueno está el negro, el marido de Sonsoles!”, decían unas señoras. A un lado se sucedía el ritual solemne, con el féretro escoltado por los cuerpos de seguridad del Estado; al otro, los nietos del presidente, bien parecidos como el abuelo, morenos abulenses con aires de galán, besaban a unos y a otros demostrando maneras de buena familia. Hijas, nueras y novias, con ojeras y Ray-Ban. A lo largo del día se había intensificado el aroma fúnebre de las rosas blancas. También había calado la honda tristeza del Rey, que desplegó el collar de la Real Orden de Carlos III con gesto delicado, puro afecto. La infanta Elena, que se santiguó como nadie, alta y rotunda, llevaba la melena desatada como símbolo de su creciente popularidad, mientras que el Príncipe y Letizia empatizaban con los hijos de Suárez, mucho menos envarados que los políticos. El torero Padilla, incansable, con su parche en el ojo, su patilla decimonónica y un manojo de pulseras de colores. Le venía bien al ambiente su aire de autenticidad y rareza. La cola palpitó hasta las dos de la madrugada, ajena al mundanal frufrú de la clase política, la aristocracia y los periodistas. Y alrededor de los Benlliures, la nostalgia de un liderazgo carismático se convertía en mantra. En el salón donde se perdieron los pasos del “puedo prometer y prometo”. No hay atajos Gwyneth Paltrow y Chris Martin anuncian que se separan, y demuestran, una vez más, que el amor no tiene atajos. Y más que líquido es gaseoso. Parecían la pareja ideal: tan guapos, tan rubios, tan arty. Y en cambio se hacen añicos, aunque en lugar de separarse “se desacoplen”. Ella y su blog arrasan con sus recetas y consejos de nutrición y decoloración. Mientras, se han filtrado sus affaires con señores muy ricos. Me contaron que la última vez que él visitó Madrid con su banda, compartió copa y cosquillas en los ojos con Russian Red, a quien el papel de reina del indie español se le ha quedado pequeño. Lourdes-Russian ha decidido mudarse a Siverlake, el barrio de moda de L.A., y se ha teñido de rubia. ¿Siguiendo los consejos de Gwyneth? Felices 40 Es guapa de libro. Y una socialité que no falta en ninguna fiesta de alcurnia.Y una de las pocas compatriotas que siguen desfilando en la alta costura (el pasado febrero, para Stephan Roland), Nieves Álvarez cumple mañana 40 esplendorosos años, esa edad en la que una mujer ya puede lucir alta joyería y soltar algún taco. Es la única modelo española que desfiló con el gran Saint Laurent, y fue portada del Vogue París. En España se ha dado un fenómeno que merecería ser bien explicado: desde Mascó, Ponte, Silva, o las algo más jóvenes Martina Klein y Vanessa Lorenzo, nunca la profesión se había alargado tanto ni mostrado sus tentáculos. Han sabido convertir su nombre en marca. Ríete de la Crawford. ¡Vivan los bávaros! Guardiola no le teme a la mermelada de arándanos, al pan negro ni a las chuletas de Sajonia. Mientras algunos compatriotas regresan, incapaces de soportar la rectitud germánica a pesar de los anuncios de una Claudia Schiffer empeñada en que prefiere a un alemán (como marca de coche), él ya ha hecho campeón al Bayern. Fiel a su estilo -pese a que críticas y envidias se van haciendo globales: que si su fútbol es aburrido, que si es un falso gurú…- demuestra un savoir faire que ya quisieran muchos líderes patrios. Habla alemán e incluso se ha disfrazado de bávaro para la fiesta de la cerveza: con pantaloncito corto y sombrero típico, jarra en mano. Lo suyo siempre ha sido la victoriosa empatía. Ladran, luego cabalgamos. (La Vanguardia)

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29 de marzo de 2014
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Una carta a Suárez

La carta empezaba así: “Es improbable que esta carta llegue a sus manos, aun así tengo fe y creo que alguna puerta se tiene que abrir”. Y continuaba: “Soy una madre de familia numerosa, mis hijos aún son pequeños, mi marido pasa por un bache de salud y el negocio no marcha muy bien; con trabajo podemos llegar a final de mes pero llevamos seis meses de retraso para pagar los intereses de la hipoteca. A pesar de varios intentos, el banco no atiende a razones y se niega a prorrogarnos el plazo para abonar la deuda. Es más, nos han amenazado con que si en tres semanas no cumplimos, debemos abandonar la casa. Sólo necesitamos un poco de tiempo”. Con letra inclinada, de mujer leída, no era difícil apreciar que se trataba de una confesión sincera, ahogada de angustia pero a la vez con un destello de rara esperanza. La mujer cerró el sobre y escribió: “Excmo. Sr. Don Adolfo Suárez, Presidente del Gobierno. Palacio de la Moncloa. Madrid”. Pagó doble franqueo, y la echó al buzón. Nadie, ni su marido, debía saberlo. Corría el año 1976. Suárez había desplegado sus hechuras de actor y una sonrisa encantadora. En la televisión emitían Hombre rico, hombre pobre, y Adolfo, falangista hijo de republicano que había jugado con mucha mano izquierda el traspaso del franquismo, tenía físicamente un aire a Peter Strauss -el hombre rico- pero, en cambio, su talante abierto y luchador recordaba más al pobre Nick Nolte. Un Suárez regio, curtido, simpático, vehemente, humilde. Un estadista, por fin ahora recuperado, que decía estas cosas: “El futuro no está escrito, porque sólo el pueblo puede escribirlo”. O “yo no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España”. No hay más que recordar la anécdota relatada por su hijo cuando el arzobispo Cañizares le preguntó, ya con la memoria extraviada: “Adolfo, ¿quieres que te administre el perdón?”, a lo que él contestó, en un rapto lúcido: “Yo siempre estoy dispuesto a dar y pedir perdón”. La respuesta llegó en diez días. A la mujer le temblaban las manos. Abrió el sobre rodeada por sus hijos. Leyó en voz alta: “Muy Sra. mía, hemos hablado con el Banco Español de Crédito y nos han comunicado que le prorrogarán el plazo para el pago de sus intereses. Esperamos que de esta manera puedan hacer frente a su situación”. Cuán inimaginable resulta hoy que un gobierno interceda ante los bancos para ayudar a sus ciudadanos. En aquellos tiempos, a pesar del inestable equilibrio del sistema, un hombre llamado Adolfo Suárez intervenía en cosas pequeñas que lo hicieron grande. Nunca he ido a despedir a muertos que no conocí; en esta ocasión lo hice para acompañar a la mujer de la carta.

(La Vanguardia)

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26 de marzo de 2014
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Las listas de la infelicidad

Vivimos tiempos de formatos cortos. Aunque internet no nos ponga dificultades en extender alfombras de contenidos ilimitados, la necesidad de seleccionar, jerarquizar y sintetizar ha convertido a las listas en un género en sí mismo. “La lista es el origen de la cultura”, según Umberto Eco. Del libro del Génesis al ranking que acaba de publicarse de los ejecutivos españoles mejor pagados, el ser humano se ampara en una de sus herramientas organizativas preferidas. Ya sea el recuento de la creación del universo en seis días; la exploración de la virtud por Benjamin Franklin, apoyada en la fijación de objetivos; la sistematización de derechos y libertades del ciudadano o el top ten de cualquier cosa: ¿por qué sentimos tanta curiosidad por conocer qué atrae a los otros? ¿Y qué clase de autoridad real -cualitativa- otorgamos a los rankings cuantitativos? Ahí están las listas morbosas, como esa que tanto revuelo ha causado de periodistas y líderes de opinión antiindependentistas que viven en Catalunya; y las escandalosas -los millones que cobran Pablo Isla de Inditex o César Alierta de Telefónica- de efecto reactivo en la sociedad, a fin de determinar que el mundo parece hundirse sólo de un lado cuando una mínima élite acumula tales dividendos. Las listas no recogen la letra pequeña, y eso las hace sexis y resolutivas, aunque la obsesión por querer clasificar incluso lo inclasificable alerta acerca de nuestra pulsión dominadora. Las más seguidas tienen que ver con el dinero, la fama o la belleza; y las culturales con lo leído, oído y vendido. También nos entretienen las listas pedagógicas o lúdicas: de los 10 mandamientos de la enseñanza de Bertrand Russell a las grandes definiciones del amor, pasando por cómo preocuparse menos por el dinero, 100 cosas curiosas que no sabías o los mejores discursos para agradecer un Oscar. El periodista científico John Tierney y el psicólogo Roy F. Baumeister han coescrito un libro sobre la fuerza de voluntad: Willpower, que ha cosechado elogios de la prensa norteamericana por desmontar la entronización de las listas. Sobre la base de la mitología cultural contemporánea, los autores llevan a cabo numerosos experimentos relacionados con el autocontrol y la motivación. Y le dedican un capítulo entero a las listas: “Una breve historia de la lista de tareas. De Dios al comediante Drew Carey”, lo titulan, demostrando que si bien esas enumeraciones de tareas pendientes nos ayudan a crear un marco para no perdernos, procurando una sensación de bienestar al permitirnos avanzar marcando cruces o tachando con firmeza los objetivos cumplidos, también producen angustia o frustración cuando se pretende abarcar demasiado, de forma que algunos objetivos entran en conflicto. Veamos si no qué sensación producen las bucket list, tan de moda: cosas que hay que hacer antes de morirse. Menudo agobio. (La Vanguardia)

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24 de marzo de 2014
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Frías y calculadoras

A Beyoncé, Jennifer Gardner, Condoleezza Rice, Diane von Fürstenberg o Sonia Sotomayor no les gusta que las llamen mandonas. Fichadas por Sheryl Sandberg, directora operativa de Facebook, todas ellas protagonizan el vídeo Ban Bossy, en el que reivindican la palabra jefa. Y recuerdan cuando de pequeñas nos decían: “No levantes la mano, ni la voz. No tomes el mando. Si lo haces no le gustarás a la gente”. Un adocenado consejo que repartió toneladas de inseguridad entre las almas femeninas, y cuya vigencia ha quedado comprobada en sangrantes juicios públicos que incumben a mujeres tan distintas como la princesa Letizia, y su “déjame hablar”; Carme Chacón, con su esmoquin; Mercedes Alaya, con su trolley y sus modelitos, y su inédita sonrisa renovando los sagrados votos del matrimonio; Arantza Quiroga, que ha pasado de deseada a díscola, y Alicia Sánchez-Camacho y su vía crucis entre Madrid y las banderas independentistas, o la intensita -le dicen- Isabel Coixet, que ahora tendrá nada menos que a Juliette Binoche a sus órdenes, y a quien le siguen preguntando en las entrevistas por qué se va tan lejos a rodar, cuestión a la que ni Bayona, ni Fresnadillo se enfrentan. Sandberg es la nueva gurú de la feminidad combativa. Detesta las voces heterodoxas del nuevo feminismo que sostienen que una mujer no puede tenerlo todo, y que, en lugar de excluir la biología, hay que surfear las olas del determinismo y la cultura patriarcal que nos ha ido envolviendo como capas de cebolla. En ellas se agazapan las fantasías que engordaron el ideal del hombre protector que nos rescatara de la melancolía existencial. Y la constatación de cierta impostura: ¿acaso es un imperativo mostrarse seria para gozar de mayor credibilidad? Cospedal afirmó en una ocasión que sí, que puede que a fin de que la tomaran en serio se hiciera la antipática. Es arriesgado agitar tanta retórica en el mismo frasco. Sandberg ha desarrollado una carrera impresionante recibiendo el apoyo de varios hombres. También cuenta con una brigada de cuidadoras que la ayudan a conciliar, así como con una fortuna de más de mil millones. En su superventas Lead it animaba a las mujeres a trepar y denunciaba que cuando ascienden, se les escupa una lluvia de dardos: Fría y calculadora, ambiciosa, conflictiva, marimacho, trepa o incluso loca. No sé si a ella le ha ocurrido, con lo bien que le han ido las cosas, ni el por qué de su superioridad moral. He buscado Sandberg españolas, y no las encuentro. Claro que hay mujeres poderosas y preparadas, pero apenas se cuentan las lideresas. ¿Por que no permitir entonces que nos tachen de mandonas? Puede ser incluso cariñoso. Antes nos llamaban frígidas. Hippie y cínico Neil Young sale de su habitáculo repleto de contradicciones: “Escribir es muy cómodo, tiene pocos gastos y es una forma estupenda de pasar el tiempo”, asegura con cinismo y sin poesía. Young es de estos tipos al que sólo nos gustaría escucharlos, pero del que preferiríamos ignorar sus filias políticas e incluso culturales. Asegura, por ejemplo, que juega con trenecitos pero no lee libros, porque interfieren en su proceso creativo. De El sueño de un hippie, traducido al español por Malpaso, dice Young, a sus 68 años, que ha sido escrito sin estar fumado, porque el médico le aconsejó que dejara las drogas. Lo cuenta con más pedagogía Boy George que con nuevo disco declara que le ha costado 47 años aprender a no ser autodestructivo. Media vida. Las señoras Jagger Bianca Jagger hace años que cambió los focos por las oenegés. Su esmoquin blanco, escotado, con pamela, marcó un antes y un después en las bodas de famosos. Conversé con ella y me ilustró acerca del viaje interior de una mujer cuya notoriedad arranca al casarse con Mick Jagger. También he conocido a Jerry Hall, su opuesto. Rubia chispeante, cansada de ser una has been, ha acabado por montar una agencia de modelos con sus hijas. Ser novia o mujer del Rolling debe ser un trabajo en sí mismo. L’Wren Scott destacaba por alta, y delgada, con una feminidad muy masculina. De nuevo se entona la triste balada de los suicidas fashion, que parecen tenerlo todo, incluido un ático en Manhattan, cuando no se tiene nada. La Pantojita Si en este país los asuntos populares se enfocaran con cierta profundidad, más allá del consabido morbo, la maternidad de Isabelita se hubiera acompañado de una matraca de reportajes sobre los embarazos adolescentes y el riesgo de exclusión social que corren esas chicas que, de la noche a la mañana, pasan de jugar con muñecas a tener un bebé en brazos y abandonan los estudios. Aquí, prima el vodevil, representado por la pintoresca familia de la folklórica, cuyos últimos años han alumbrado más tropiezos que triunfos. También la mofa: a su hija le han criticado que saliera “demasiado peinada” del hospital, idolatrando que con dieciocho años sea madre. Ahora, a esperar la exclusiva de la nueva familia derrochando felicidad y photoshop. (La Vanguardia)

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22 de marzo de 2014
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Tanto compartir

Hace un tiempo nos pasábamos información, intercambiábamos experiencias, nos cedíamos material para culminar un proyecto, nos enseñábamos las fotos de un viaje y nos revelábamos secretos y confidencias. Hoy, todas esas acciones caben en una, el verbo de moda: compartir. Curiosamente, se trata de una acción que forma parte de los primeros aprendizajes. Acaso sea por ello, por la repetida letanía de “tienes que saber compartir tus juguetes”, que me sorprenda tanto su uso abusivo entre adultos. La fiebre del sharing eclosiona paralelamente a la interiorización de we can, y se ve influida por los códigos de las empresas tecnológicas cuyos miembros han transgredido los protocolos laborales y los han sustituido por un modus operandi presuntamente más humanizado. Los ejecutivos 2.0 ya no dicen “¿podrías pasarme tu plan estratégico?”, sino “¿podéis compartir con nosotros vuestro plan estratégico?”, a lo que es más difícil negarse. En el lenguaje de los negocios se universalizan los neologismos certificando que el inglés identifica procedimientos globales, aunque también incite al postureo: ya no se acuña un concepto, sino un concept, por poner un ejemplo. El caso es que el lenguaje emocional consigue traspasar la capa impermeable y gris de la contabilidad. Del “yo” al “nosotros”. De ego-juguete a herramienta económica alternativa: “compartir” ha pasado de ser una opción, quizá la más importante, en el muro de Facebook a un nuevo concepto económico, gracias al consumo colaborativo. De compartir fotos del restaurante donde hemos cenado, hay quienes han pasado a compartir coche (car sharing), trabajar juntos (coworking) o intercambiar casas para conocer el mundo… Jonah Berger, profesor de la Universidad de Pensilvania y autor de Contagio, analizó cuidadosamente 7.000 artículos de The New York Times a fin de descubrir qué tenían en común los más virales, y no tardó en concluir que se trataba de la positividad que emanaban. Por eso la gente se los mandaba, buscando un momento de efervescencia. Según los expertos, un intercambio de energía -peligrosa palabra- que amplifica nuestro propio placer. Pero hay algo en esa generosidad ávida de “compartir” materiales y confesiones que me resulta impostado. Sí, cierto es que vivimos un tiempo en el que la cooperatividad es indispensable para fortalecerse y crear redes a nuestro alrededor. Y en esta nueva economía de guerrilla prima el usar frente al poseer, promoviendo un consumo más eficiente, sostenible y responsable. Pero tan importante como compartir es no hacerlo, no tanto por egoísmo, desconfianza o exceso de celo, sino para preservar la intimidad, tan zarandeada. (La Vanguardia)

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19 de marzo de 2014
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Se vende silencio

Hace unos días, en el avión, cuando me disponía a mirar por la ventanilla para observar cómo se empequeñece el paisaje a medida que ves pasar las nubes, se sentó a mi lado un veterano periodista cargado con un kilo de papel de periódico. A punto estaba de entrar en ese duermevela que procura el rodaje sobre la pista y disfrutar de la plácida desconexión tecnológica, libre ya de las ingratas alarmas, vibraciones y tonos -algunos tan zafios que desacreditan a su portador-, cuando un estruendo seco me alertó. O bien aquel hombre se había duchado con cafeína, o su nervio y vigor le hacían pasar las páginas del periódico como si quisiera abofetearlas. Calma, me dije, pensemos que se trata del rotativo que más rabia le produce y no puede detenerse tan siquiera un minuto en una noticia. Pero, a medida que alcanzábamos velocidad de crucero, el fogueado articulista se afanaba en sus sacudidas, una cabecera tras otra, con inusitada furia. Como ya no tenemos edad para aguantar los asaltos sensoriales ajenos ni de otro tipo -siempre que se pueda- decidí levantarme y buscar otro asiento para poder pensar. Porque “el ruido es la más impertinente de todas las formas de interrupción -aseguraba Schopenhauer-, no es sólo una interrupción, sino también una interrupción del pensamiento”. De entre las numerosas formas de invasión de los sentidos, el ruido es la más difícil de sortear: si algo no nos gusta, desviamos la vista; si no sabe bien, lo escupimos; lo mismo que ocurre con el tacto, y maquillamos con gran facilidad los malos olores gracias a la aromaterapia y los desodorantes. Pero aquellos que insisten en hablar más alto que nadie, quienes sólo pueden ver la tele a un volumen atronador, o los que gorgotean en un spa, e incluso cuando te dan un masaje, no conciben el desorden que el estrépito puede provocar en nuestra conciencia. Leo en New Republic que este último año las llamadas al 311 de la ciudad de Nueva York denunciando contaminación acústica han aumentado un 16%. El bullicio es la queja número uno en los restaurantes donde estridentes chácharas se meten en el plato. El murmullo global aumenta sus decibelios. Por ello el silencio vende. Es el último lujo. En EE.UU. proliferan las zonas mudas en las líneas de ferrocarril, y el 53% de viajeros asegura que pagaría gustosamente un plus por sentarse en un compartimento sin griteríos ni móviles cacareantes. En los almacenes londinenses Selfridge’s, se ha creado la sala de silencio, concebida por el estudio de arquitectura de Alex Cochrane como un espacio para dejar la mente en blanco y limpiarla del bombardeo de mensajes que el mismo centro comercial alienta. Coches silenciosos, lavavajillas y centrifugadoras, viviendas insonorizadas… El silencio vende. Pero deberíamos preguntarnos qué ha ocurrido para que se haya convertido en un artículo de lujo. (La Vanguardia) Imagen: Ángela de la Agua

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17 de marzo de 2014
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Abajo las leyendas negras

Es el brote primaveral, pensé, animada por la agitación de los pájaros y la luz que doraba la mañana del pasado domingo, cuando me entró un mensaje de Twitter: “Mariano Rajoy is following you”. Aunque sepas que son otros quienes gestionan sus redes, leer que el presidente del Gobierno “te sigue” confiere una sensación parecida a la de llevar colgando la etiqueta de la manga. Eso ocurría unas horas después de que, en Dublín, el rockero Bono rompiera el maleficio, la triste copla de que a la derecha española solo la apoya Bertín Osborne. Con sus Ray-Ban rosas, el afeitado de maduro rejuvenecido y americana sobre camiseta negra, tan old style, Bono declaró su amor por Mariano Rajoy. ¡Cuán absurda es la vida! Del Sunday bloody sunday ondeando una bandera blanca en las canteras abandonadas de Red Rock allá por 1983, a un I will follow… Rajoy. Es el paso de los años. El poso es más cruel. Un alud de informaciones acechan a la estrella solidaria por un supuesto Instituto Nóos del activismo. Aunque Rajoy no parezca vanidoso y su calma gallega se vea engrandecida por ese dulce momento presente, con la prensa debilitada impidiendo que ningún marrón le manche, Bono forma parte del 1% de personas más ricas del mundo. Que te eche flores debe ser algo parecido a vestirse de noche. Poco le faltó al cantante para recomendar a las niñeras españolas. Otro made in Spain al alza, trending topic entre las ricas de Mayfair al filtrarse que una española de treinta años es la nanny del principito heredero de Inglaterra. Hubo una pionera, se llamaba Rosaura Lorenzo. Emigró en los 50 desde Quireza (Pontevedra) a Nueva York. Vivía en Brooklyn, su marido trabajaba en la construcción y ella servía. A finales de los 70, entró a servir en casa de Lennon, para cuidar del pequeño Sean. Yoko la eligió gracias al consejo de su médium. En sus memorias Rosaura desmiente la leyenda negra de una Yoko que sedaba a John, tan esotérica y diabólica como sus performances que a sus 80 años ha representado esta semana en el Guggenheim de Bilbao, donde se le rinde tributo. José Manuel Lorenzo está preparando la película sobre Rosaura, escrita por Ray Loriga. Gran historia la que aún queda por contar acerca de la vida de aquellas niñeras. Hace un tiempo, Ana Mato declaró que su momento preferido del día era “por la mañana, cuando veo cómo visten a mis niños”. La pijería era esto. Que la divinidad la contenga y no se le ocurra alentar a las paradas españolas para que prueben suerte de nannies first class, como hizo con los jóvenes científicos. Este asunto, al igual que lo de Bono con Rajoy, queda en manos del libre albedrío o de la desesperación.

(La Vanguardia)

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15 de marzo de 2014
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Pistorius y el equívoco

Las crónicas periodísticas sobre el juicio a Pistorius no dejan de arrojar elementos tan dramáticos como teatrales. Ver correr a Pistorius la final de los 4×400 en Londres fue un triunfo sobre el dolor y la carencia. Una bofetada a la resignación y a la conformidad de un destino miserable. Con el tiempo y el marketing, se convirtió en líder mediático. Decía cosas así: “El perdedor no es quien llega el último en una carrera, sino quien decide sentarse y se limita a mirar”. Vestía ropa italiana, y fue elegido el hombre más sexy de Sudáfrica. Incluso, en enero del 2012, participó en una edición de Bailando con las estrellas, un programa de la RAI donde emocionó al público y al jurado hasta las lágrimas mientras bailaba un tango con una bailarina del programa. Era la primera vez que bailaba con sus huesos de acero. Todo era poco como tributo a su madre, Sheila, fallecida cuando él tenía 15 años, que lo educó para crecer sin complejos y soñar a lo grande. Su historial empezó a acumular tristes incidentes, denuncias por violencia doméstica, tiroteíllos con los amigos, obsesión por las armas… Todo parecía casual, pero revertir este pasado después de haber matado a tu novia sólo puede lograrse si invocas uno de los grandes asuntos de la condición humana: el equívoco. El atleta biónico y su preparadísimo abogado, Barry Roux, sostienen su coartada sobre las columnas de un equívoco funesto, mortal. Porque el acusado de haber matado a Reeva Steenkamp, de 29 años, dice creer que en el lavabo había un ladrón en lugar de su novia. Y también dice que cuando descubrió el cadáver de la muchacha que dormía a su lado empezó a chillar histérico, con voz aguda de mujer, aspecto que fue retorcidamente puesto en escena por la defensa hasta llegar a confundir a los vecinos que siempre sostuvieron haber oído gritar a una mujer aterrada. Pistorius sintió naúseas y vomitó, la juez recomendó una pausa, pero el abogado-dramaturgo prefirió continuar porque no habría hora en que su defendido pudiera escuchar el relato sin arcadas. Pero la estampa está escrita: el héroe mágico, ahora villano, que tiene dividida a la opinión pública, a negros y blancos, que ya ha negociado con sus suegros (pasan por estrecheces económicas), y que implora disculpas universales por disparar contra una puerta cerrada, de madrugada, cagado de miedo. Al igual que O.J. Simpson o Carlos Monzón, tenía antecedentes de hombre violento. El mismo que ahora dice chillar como una mujercita y vomita ante la descripción del charco de sangre y masa encefálica. Será la natural tendencia anglosajona a espectacularizar los crímenes de celebridades, con guiones dignos de la Fox, pero cuánto espanto produce esta hombría.

(La Vanguardia)

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12 de marzo de 2014
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Se busca arqueólogo digital

Tanto aletear para alcanzar una vida confortable y ahora los gurús del cambio nos avisan de que hay salir corriendo de cualquier zona de confort. Es más, en los seminarios de marketing, coaching, branding y todo lo que termine en ing se ofrecen numerosos ejemplos de cómo pasa factura en la vida de una persona o una empresa el no haber abandonado a tiempo la costumbre, la plácida repetición, los dogmas, lo de siempre. Porque los tiempos del mantra “no toques lo que funciona” han terminado con la evidencia de que, en pleno tobogán especulativo y financiero, cualquier pretendida certeza puede ser derribada como un roble centenario por el paso de un huracán. Ante los incipientes indicios de creación de empleo, la primera conclusión es rotunda: la alianza entre tecnología y comercio se erige hoy en salvavidas laboral, en reactivador económico y garante de la exageración como gesto humano. Nuestra sociedad es hoy hiperbólica o no es. Y un barómetro bien puede ser el lenguaje del WhatsApp. “Ese es el registro que hay que utilizar para darlo todo. La formalidad no vende, no llega… Hay que ser muy sobrio en la ejecución de un proyecto, pero exagerar en la comunicación y mostrarle al cliente una disponibilidad al 120%: si te invitan, tienes que ir incluso a bautizos y cumpleaños”. Quien habla no es ningún lobo de Wall Street, sino Carlos Morales, director comercial de Dicom y experto en nuevos relatos de venta. Porque ingenieros de todo tipo, expertos digitales y comerciales son, según el informe sobre tendencias laborales 2014 de Sodexo así como otros estudios sobre predicciones de empleo, las profesiones más susceptibles de conseguir un contrato en condiciones. ¿No se ha planteado aún convertirse en planificador de identidad digital, gerente de marca personal, responsable de relaciones virtuales, arqueólogo digital o agregador de talento? (También hay demanda de psicólogos para plantas). Cargos rimbombantes que anuncian una nueva sismología profesional, y reflejan el choque entre la tradición (en el fondo la necesidad de seguridad del ser humano) y su ansia por lo último, indefectiblemente tecnológico. Los habitantes de los años 10, por tanto, deben autoimponerse una inversión en sí mismos para encontrar trabajo desarrollando su identidad digital. El lenguaje 2.0 ha sustituido las emociones que es capaz de arrancar la buena escritura por emoticonos y emojis que van de los corazones a los aplausos, las rosas o los tacones y faralaes de flamenca. Todo debe ser evidente, gráfico e icónico. Se repiten vocales para enfatizar, repetidos signos de admiración igual que se abrevia igual que se puede despreciar la ortografía. De lo que se trata es de crear confianza, simpatía y entusiasmo. Ni victimismo, ni melancolía, sino el pulgar levantado. Cierto, todo es cuestión de actitud, pero ¡cuánto empalago hiperbólico se requiere hoy para encontrar un trabajo!

(La Vanguardia)

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10 de marzo de 2014
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Mujeres que corren con lobos

No sé hasta qué punto puede marcar en la vida de una mujer de mi generación, y ?de comarcas?, que, siendo niña, la disfrazaran de María Magdalena en la procesión de Semana Santa o de Raffaela Carrà en los festivales de Escala en hi-fi, e incluso le otorgaran el papel de precariamajorette acompañando sobre patines al equipo infantil de hockey ídem. ¿Por qué teníamos que llevar minifalda y mover una ridícula varita, cuando ellos, equipados como vikingos, se disponían a imponer su victoria con su stick? Y aún así tuvimos suerte de que los maestros nos sacaran adelante sin complejos, y empezamos a explorar ese bosque tan sobrevalorado y fascinante llamado ?mundo interior?. Es probable que hoy, si usted es mujer, la feliciten por el suyo. Sin ningún otro mérito que el de su propia condición femenina. Cierto es que no existe un Día Internacional del Hombre Trabajador, pero entonces las estadísticas no serían noticia. Esa es, pues, la percha para hablar de ?la mujer?, recordar la persistente desigualdad, la fea discriminación salarial y reivindicar derechos y lideresas. Una encuesta publicada por The Washington Post ha revelado que Hillary Clinton se coloca en el número de uno de la sucesión demócrata para las presidenciales del 2016 sin apenas mover un dedo. Rotunda, y tan severa como expansiva, con un prestigio inmaculado, Clinton aventaja a todos sus potenciales rivales en una proporción de 6 a 1 representando el perfecto símbolo de una búsqueda de la incompleta igualdad de oportunidades, que no puede ser más norteamericana. A pesar de no ostentar cargo público, está considerada ?uno de los líderes más influyentes del mundo? ?en masculino plural?. Al preguntarle: ?¿Está una mujer cualificada para ser presidenta??, ella respondió: ?Es ridículo que lo preguntes?. Bien lo sabe Yulia Timoshenko, que de oligarca a reformista, pasando por presidiaria, siempre ha procurado mantener su trenza bien atada. La espiga de trigo que evoca a las campesinas ucranianas o a las maestras de escuela, símbolo nacional y herramienta política con la que de nuevo regresa a la escena internacional. Drama y resolución impregnaron su discurso ante el Partido Popular Europeo: ?Actúen porque nos queda poco tiempo. Putin irá tan lejos como le permitan ustedes. Los ucranianos mueren con la bandera europea en sus manos?. La épica tiene orla. Ante el despliegue de tropas rusas en Crimea, Hillary compara a Putin con Hitler, quien, bajo el pretexto de proteger a los alemanes en territorio checoslovaco o rumano, los anexionó a la Alemania nazi. Sin sutilezas. Pero cuando una mujer como ella se viste de rojo, no le teme a nada.Esther Alcocer Koplowitz: Altos respaldos El los ?días de…? siempre se acaba mirando a las plantas ?nobles? de las empresas, ocupadas invariablemente por sillas con un respaldo mucho más alto que el resto. En los consejos de administración sólo 78 pertenecen a mujeres, sobre un total de 392; un 16,6%, bien alejado del 40% que ha marcado Europa para el 2020. Entre ellas, sobresale Esther Alcocer, presidenta de FCC, quien a muchos prejuiciosos sorprende por una inteligencia y una cercanía que llevan la impronta de su madre, Esther Koplowitz, aparte de toda una vida preparándose para ocupar una butaca con respaldo alto. Ella, y otras jóvenes herederas, ambiciosas, con mucha universidad americana, son la cara más visible del lento pero progresivo ascenso de las mujeres al poder. Fernández de la Vega: Varona de Estado Como a la princesa de Éboli, Rubio Llorente llamó ?varona de Estado? a María Teresa Fernández de la Vega cuando se incorporó al Consejo de Estado, una especie de balneario, hasta su llegada. El miércoles, en la presentación de su Fundación Mujeres por África en CaixaForum, De la Vega ofició de ?una de les vostres?. El totus tuus de la política y sociedad catalanas, franqueado por africanas ataviadas con imponentes florituras y algunos bebés, la ovacionaron por su labor. Notas: Barbara Hendricks y Pasqual Maragall se arrancaron a bailar al ritmo de música guineana. Y Trias, Gispert o Lanaspa coincidieron en ensalzar su elegancia y vestuario, demostrando, cómo no, qué diferente es Catalunya de Madrid. Valerie Treirweiller: Del chófer al metro Débilmente han vuelto a ser noticia las dos últimas mujeres que han ocupado las estancias del Elíseo. A Valerie Trierweiler se la fotografió en una estación de metro en París. La objetividad maligna escribió: ?Del coche oficial al vagón?. Valerie, como una periodista francesa más, acudía al desfile de Dior, y llevaba los labios subidos de rouge, olvidando la sentencia de Wilde de que una mujer con poca ropa y demasiado maquillaje siempre indica desesperación. De Carla Bruni ha trascendido la grabación de una charla con Sarko acerca de los dineros. Se quejaba por no poder firmar campañas como modelo, mientras Nicolas asumía el futuro papel de mantenido. La política no da para trajes de Dior (a un salto en el abecedario de Dios).

(La Vanguardia)

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8 de marzo de 2014
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El Boomeran(g)
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