Joana Bonet
Las crónicas periodísticas sobre el juicio a Pistorius no dejan de arrojar elementos tan dramáticos como teatrales. Ver correr a Pistorius la final de los 4×400 en Londres fue un triunfo sobre el dolor y la carencia. Una bofetada a la resignación y a la conformidad de un destino miserable. Con el tiempo y el marketing, se convirtió en líder mediático. Decía cosas así: “El perdedor no es quien llega el último en una carrera, sino quien decide sentarse y se limita a mirar”. Vestía ropa italiana, y fue elegido el hombre más sexy de Sudáfrica. Incluso, en enero del 2012, participó en una edición de Bailando con las estrellas, un programa de la RAI donde emocionó al público y al jurado hasta las lágrimas mientras bailaba un tango con una bailarina del programa. Era la primera vez que bailaba con sus huesos de acero. Todo era poco como tributo a su madre, Sheila, fallecida cuando él tenía 15 años, que lo educó para crecer sin complejos y soñar a lo grande.
Su historial empezó a acumular tristes incidentes, denuncias por violencia doméstica, tiroteíllos con los amigos, obsesión por las armas… Todo parecía casual, pero revertir este pasado después de haber matado a tu novia sólo puede lograrse si invocas uno de los grandes asuntos de la condición humana: el equívoco. El atleta biónico y su preparadísimo abogado, Barry Roux, sostienen su coartada sobre las columnas de un equívoco funesto, mortal. Porque el acusado de haber matado a Reeva Steenkamp, de 29 años, dice creer que en el lavabo había un ladrón en lugar de su novia. Y también dice que cuando descubrió el cadáver de la muchacha que dormía a su lado empezó a chillar histérico, con voz aguda de mujer, aspecto que fue retorcidamente puesto en escena por la defensa hasta llegar a confundir a los vecinos que siempre sostuvieron haber oído gritar a una mujer aterrada. Pistorius sintió naúseas y vomitó, la juez recomendó una pausa, pero el abogado-dramaturgo prefirió continuar porque no habría hora en que su defendido pudiera escuchar el relato sin arcadas. Pero la estampa está escrita: el héroe mágico, ahora villano, que tiene dividida a la opinión pública, a negros y blancos, que ya ha negociado con sus suegros (pasan por estrecheces económicas), y que implora disculpas universales por disparar contra una puerta cerrada, de madrugada, cagado de miedo. Al igual que O.J. Simpson o Carlos Monzón, tenía antecedentes de hombre violento. El mismo que ahora dice chillar como una mujercita y vomita ante la descripción del charco de sangre y masa encefálica. Será la natural tendencia anglosajona a espectacularizar los crímenes de celebridades, con guiones dignos de la Fox, pero cuánto espanto produce esta hombría.
(La Vanguardia)