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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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Amor oceánico

Cuando ya estábamos acostumbrados a combinar horarios, tolerar rutinas y repartir enojosas responsabilidades domésticas, la deslocalización de las parejas -que tan bien analizaba Cristina Sen el pasado lunes en La Vanguardia- nos obliga a un replanteamiento de la vida a cuatro manos. Un cuarto de españoles más que el año pasado emigra. Y en el 2013, más de 300.000 jóvenes han convertido el fango hispano del desempleo en una nómina chilena o saudí. Trabajar en el extranjero provisionalmente o vivir a caballo de dos continentes define el paradigma de la maltrecha Europa acuciada a vitaminarse con la energía de los emergentes. El exilio ya no fija el ancla, sino que flexibiliza los amarres. Familias que no se mudan enteras, como antaño cuando la mujer siempre seguía al hombre, conforman una tipología de expatriados que conjugarán realidad y virtualidad. “¿Y cómo lo hacéis?”, te preguntan a menudo quienes quieren indagar acerca de una relación a distancia. Los unos se llevan las manos a la cabeza porque creen que la distancia geográfica es sinónimo de tortura, mientras que los otros, por el contrario, aplauden dicha modalidad como una fórmula idónea para mantener la ilusión del amor. “La usura del tiempo de la convivencia castiga al eros”, señalaba el lunes en Madrid el actor José Luis Gómez en la presentación del libro Razón portería (Galaxia Gutenberg): deliciosos microensayos de Javier Gomà que analizan la emoción poética de la vida para “el más común de los mortales”. Gómez leyó “Viejo amor”, un texto que debería trabajarse en los institutos. Porque la soledad de las parejas -enorme título de Dorothy Parker- ha dejado tras de sí una sangrante resaca de afectos desgastados. La idea de que un cónyuge debe servir para todo, como la Thermomix, ha quedado obsoleta. “El amor va de más a menos, mientras que la amistad va de menos a más. Un viejo amigo es el mejor amigo. Pero ¿y un viejo amor? El emparejamiento duradero es una gran prueba para el ser humano”, razonaba el filósofo Gomà. La platónica sombra del alma gemela amortigua la incompletud humana avivando la neurosis del enamorado. Hasta que las coincidencias menguan y las diferencias se acentúan. De hacerlo todo juntos, el primer mandato de los enamorados, a administrarse en cautelosas dosis homeopáticas, transita el recorrido de una pareja que desafía los 15 años de duración media -menos que la de un colchón- de los matrimonios. La receta de Gomà: eros y filia, deseo y admiración, “poner el amor en una persona digna de tu filia, de tu amistad”. Visto así, expatriarse temporalmente ya no sólo es favorable para el bolsillo, sino también para mantener la llama del amor-pasión. O al menos para cambiar el colchón sin cambiar de pareja. (La Vanguardia)

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23 de abril de 2014
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No es cualquier mujer

Una mujer que lleva un reloj de hombre y utiliza un perfume amargo no es cualquier mujer. En media cuartilla, García Márquez levanta el personaje de Ana Magdalena Bach en tres dimensiones: la física, la psicológica y la sexual. Una mujer con sus iniciales bordadas en la camisa, que se permite un minuto de nostalgia contemplando el vuelo de las garzas. Una mujer que desde hace 28 años visita en agosto la tumba de su madre. Que lee Drácula y bebe aguardiente. Que acaba trajinándose a un hombre limpio y cobarde hasta acaballarse sobre él. Un hombre que le dejará la ropa doblada en la silla y un billete de veinte dólares. La realidad se destripa, sin nombrar impulso ni instinto. Eros y Thanatos, pero ahora los muertos sólo hablan a través de la vida. No hay hechiceros. Un torrente de sexualidad femenina abrasa las sábanas. Qué pensarán ahora algunas feministas o los integristas iraníes que condenaron Memorias de mis putas tristes, exigiéndole ejemplaridad a la ficción, puertas al mar. Veinte dólares bajo un ventilador.

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22 de abril de 2014
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El precio de Eldorado

“Haz una foto, aprovecha…”, me anima un empresario libanés ante el despliegue de maquetas de Lusail, la nueva ciudad dentro de Doha que acogerá el estadio para el Mundial del 2022. El hombre no entiende mi desinterés por la proyección arquitectónica en miniatura que se expone sobre diez mesas. Advierto que entre los mandamases del Golfo mostrar maquetas al visitante es parecido a cuando un niño te enseña su ciudad de Lego o cuando una mujer te muestra su joyero. En los despachos de los jeques sobran metros y falta decoración. Afuera, las obras rugen las veinticuatro horas. Prefiero hacer fotos de las grúas en un país de arena en permanente construcción. Hombres curtidos con la mirada aturdida, procedentes de Bangladesh o Sri Lanka, son los encargados de ensuciarse las manos para levantar las torres de cristal y acero firmadas por arquitectos estrella. En Abu Dabi, Kuwait, Qatar u Omán el futuro galopa a cien por hora. Inversiones millonarias, a las que aspira España. Una ley no escrita asegura que los árabes del Golfo difícilmente llegan a decirte no, adverbio de pésima educación en su cultura. Con su hospitalaria pachorra atienden al occidental que llama a sus puertas oliendo el dinero. Pero no cederán si no hay un buen valedor de por medio. La clave es la influencia, acceder a su mundo a través de alguien al que consideren familia, de quien se fíen y respeten. Estos días, durante la visita oficial del Rey y un puñado de ministros y empresarios al Golfo, los periódicos publicaron la foto del séquito contemplando la maqueta de la ciudad financiera de Al Maryah, en Abu Dabi, un centro libre de impuestos, el Singapur pérsico. Los bancos más importantes ya están allí. Y en Kuwait, ahuyentando las sombras del saqueo de KIO, la KIA anuncia inversiones, e incluso Ana Pastor se pone la abaya -túnica negra que cubre la ropa- para visitar al ministro del ramo. En el dress code de las noches de jazz en el hotel Saint Régis de Doha dice, en cambio: “Prohibida la vestimenta local”. Una frontera invisible separa ambos mundos, el de las mujeres con el rostro cubierto que no pueden salir de noche en su propia ciudad, y el Oyster Bay & Bar for the reggae donde británicos, suecos y libaneses beben champán, ellos con camisas de lino, ellas con escotes en uve. Una alfombra tupida de sutilezas, códigos culturales y kilos de burocracia lo cubre todo. Hacer negocios en el Golfo implica mucho más que tener un buen proyecto y unos buenos mercaderes. Dicen que una legión de listillos se ha quedado por el camino porque no supo atravesar la tormenta de arena que inevitablemente hay que sortear para llegar al nuevo Eldorado.

(La Vanguardia)

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21 de abril de 2014
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Ser o parecer

Probablemente a Alberto Ruiz-Gallardón le hubiera gustado ser un personaje de Shakespeare, sin morir en el intento. O, mejor, una mezcla de unos cuantos de ellos: desde el furioso Otelo, al ambicioso Julio César, pasando por el decidido Romeo y el recto Hamlet, e incluso las poderosas brujas de Macbeth. Sus actuaciones como ministro de Justicia demuestran que bien conoce la máxima del bardo de Stratford-upon-Avon: “El mundo es un gran teatro, y los hombres y mujeres son actores”. El político que hace unos años concedía una entrevista a la revista Zero para darle el titular de que el PP hubiera tenido que regularizar a las parejas homosexuales, y que afirmaba que el voto gay no tenía por qué ser de izquierdas, el nieto del seductor malagueño Pepito Jiménez y del médico y cronista (y mano derecha de Juan March) El Tebib Arrumi, estudiante excepcional, melómano, amigo de los artistas progres, la voz que clamaba centrar el partido, se ha convertido hoy en el hueso duro del gobierno. La principal diferencia entre el dramaturgo -de quien ahora se celebran 450 años de su nacimiento con un despliegue de actos y ediciones que se arrodillan ante su enormidad- y sus personajes radica en que este supo absorber casi todos los pliegues de la complejidad humana, incluso los que se esconden tras las máscaras. Pero jamás tomaba partido ni juzgaba, mientras sus protagonistas traicionaban su alma por la fascinación del poder, y naufragaban en la tormenta de sus pasiones. Cuando en 2008 entrevisté al actual ministro de Justicia para La Vanguardia pude apreciar sus dotes de gran conversador así como sus gustos exquisitos. También su gallardía. Mucho se ha cotilleado en Madrid durante estos años acerca de sus versos sueltos. Pero de su rifirrafe con Miguel Sebastián, que cometió la ordinariez de sacarle trapillos privados en busca de rédito político, acaso salió más fortalecido. En el despacho del entonces alcalde, con afinada sensibilidad decorativa tras la faraónica reforma del palacio de Cibeles, reposaba encima de la mesilla una preciosa edición de Otelo de 1890. De lo dramático, como su tour de force gubernamental con la reforma de la ley del aborto que produce rechazo incluso entre buena parte de sus votantes, ha pasado a lo ridículo con pasmoso hieratismo, sacándose de la manga una norma que exige “el deber de vestir y comportarse con decoro” a los funcionarios judiciales, so pena de pagar una multa de 600 euros. Los funcionarios han declarado sentirse tratados como chavales aleonados con bermudas y chanclas. Y se han ofendido, claro, y se han incorporado a la inabarcable lista de agraviados por las reformas de la justicia. ¿Será Gallardón un ejemplo de elegancia masculina, con sus enormes corbatas burdeos y sus Loden azul marino? Mientras la opinión pública clama contra el ministro justiciero, y la ciudadanía castiga sin tregua su popularidad, “el poder terrestre que más se aproxima a Dios”, como Shakespeare definiera a la justicia, da bandazos. El candidato En las antípodas del PP, el candidato europeo cambia de nombre: ahora es Cañete, adiós a Miguel Arias, el bon vivant que se plañía de que ya no hay camareros como los de antes, el que dijo: “El regadío hay que usarlo como a las mujeres, con mucho cuidado”, el que comía yogures caducados o el que cambió la denominación del jamón ibérico de origen y ahora nos endilgan cualquier cosa. Cañete, según Rajoy, representa el europeísmo patrio. Con el tiempo, ha mudado su altiva socarronería por una barba luxemburguesa. También ha conseguido atravesar tres décadas por la política, obedecer órdenes de antiguos alumnos, y eso sí, declarar con calma que él no ha robado. Escarmentados como estamos, parece que baste eso para pedir el voto. Un interrogante James Franco, el actor y director hipster, lector de poesía, escritor y, cómo no, modelo, pide perdón por haber intentado ligar por Instagram con una menor. No ocurrió nada. La joven, en sus cabales, no se podía creer que se tratara de él. Algunos lo han visto como una treta para promocionar su nuevo filme, Palo Alto, en el que interpreta al profesor de unos adolescentes perdidos. Si es así, habría que despedir a su director de marketing. Coincide el incidente con su expo New films stills en la neoyorquina Pace Gallery, una serie de autorretratos inspirados por Cindy Sherman. Incluso en la que aparece disfrazado de mujer no hay esperpento ni carcajada, sino una pátina espesa y oscura. Un interrogante. Pisando alfombra ¡Cuánto temblor deben de producir las alfombras rojas entre quienes están obligados a pisarlas! Posar para las cámaras, que te radiografían, después de una mala noche o de una demasiado divertida, da la diferencia entre un buen y un mal actor. Catherine Zeta-Jones y Michael Douglas han vuelto a pisarla juntos, con la sonrisa helada de quien prevé ser la comidilla. Su vida personal ha trascendido demasiado, y no sé bien porqué. De la presunta bipolaridad de ella a la adicción al sexo de él, y las alarmas misóginas encendidas al aventurar el origen de su cáncer. “Cuando te detienes a pensar, el mundo es un lugar aterrador. Y eso sin tener en cuenta a la gente”, dice el Marlowe que ha resucitado Banville/Black. (La Vanguardia)

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19 de abril de 2014
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?Crackphone?

Alrededor de una mesa cinco mujeres enumeran lo primero que se quitan al llegar a casa. Los tacones, coinciden todas. Bajarse del pedestal que te eleva, cimbrea la cintura y levanta las nalgas. A pesar de las advertencias de la podología, el tacón es símbolo estético de andares coquetos, de feminidad, moda, bajismo, también fetichismo. Ahora bien, sólo en público. Puede que exista alguna excéntrica que guste de andar por casa encima de unos stilettos de diez centímetros, pero liberarse de los tacones forma parte del saludable protocolo de la intimidad. Un símbolo de lo que significa regresar a la estatura real. Las cinco mujeres continúan describiendo su ritual liberador: después vienen los anillos, pendientes y pulseras. ?Todo lo que pesa o aprieta?, dicta una. Sujetadores con aros, cinturones, medias? y los añadidos: lentillas, piercings, rímel, separadores de juanetes, describen sin pudor. Pero, mientras casi por instinto se liberan uno a uno de los abalorios que visten su yo público, confiesan sentirse incapaces de despojarse de su móvil, como si se tratara de una auténtica prótesis. Entre los hombres ocurre algo parecido: al llegar a casa, lo primero que hacen es vaciarse los bolsillos de cartera, chatarra y llaves; también se desprenden de los zapatos y el cinturón. Y les costará separarse de su smartphone, incluso desearían una funda impermeable para meterlo con ellos bajo la ducha. Somos movildependientes, y no sólo por el imperioso acceso a la comunicación, sino por la necesidad de sentir que alguien piensa en nosotros, nos sigue, nos retuitea; que contamos con ese alguien parecido a un espectador de nuestra vida a fin de que nuestros actos tengan mayor sentido. También se da el caso contrario: la posibilidad de narcotizarnos frente a su pantalla gracias a la feria de estímulos que es capaz de almacenar. En Francia, el presidente François Hollande ha decretado que todos sus ministros deberán dejar el móvil a las secretarias antes de entrar en la sala del Consejo. Se ha acabado la excusa de no atender en nombre de lo inaplazable. Algunas compañías tecnológicas francesas han anunciado que sus ejecutivos deberán mantenerse desconectados un mínimo de once horas diarias, como medida protectora. La hipercomunicabilidad golpea la conciliación entre vida profesional y vida familiar. Cuando un hijo te pide que dejes el móvil de lado, en verdad te sientes igual que un adolescente, incapaz de discernir lo urgente de lo importante. Y, como el tabaco, decides que te lo quitarás de encima al entrar por la puerta de casa. Pero, sigilosamente, acudirás allí donde esté, como el adicto en busca de la dosis, y si está apagado, lo encenderás porque su mudez es la nada.

(La Vanguardia)

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16 de abril de 2014
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El último minuto

¿Por qué hay personas previsoras que se organizan minuciosamente para acometer una tarea y otras que, por más que lo intenten, siempre lo hacen todo en el último minuto? Los primeros, más que puntuales, realizan sus entregas con antelación a la fecha señalada; y cuando acuden a una cita llegan con tiempo suficiente para permitirse el lujo de perderlo. Eso es lo que piensan quienes sienten que no tienen ni un minuto para malgastar y apuran las horas como si fueran elásticas. De los primeros se dice que son metódicos; los segundos, caóticos. Pero la precipitación no siempre es mala, depende de la fuerza de las ideas, y de las conexiones entre consciente e inconsciente. Si no, ¿por qué a pesar de posponer racionalmente un asunto, no podemos quitárnoslo de la cabeza hasta que lo afrontamos? También se puede llegar a soñar con el deber aplazado: a mí me ocurrió cuando empecé a escribir artículos. Si no lo tenía resuelto, aquella noche mi inconsciente se afanaba en buscar un tema para la columna, y alguna miga llegué a recoger en la vigilia. Hitchcock contaba su experiencia en un colegio jesuita célebre por su rectitud moral y su disciplina, y reconocía que le ayudó a perfilar su sentido del suspense. “El método de castigo era altamente dramático: el pupilo debía decidir cuándo acudir. Y dirigirse a la habitación especial donde se hallaba el cura o el hermano lego encargado de administrarlo. Algo parecido a dirigirte tu propia ejecución”. “Decidir cuándo”, ahí está el quid de la cuestión. El adolescente Hitch comprobó que la mayoría de sus compañeros retrasaba la sesión de azotes con correa hasta última hora del día. Así, al castigo físico se le añadía una losa autoimpuesta que los angustiaba durante toda la jornada. En cambio, si se recibía inmediatamente, tras las lágrimas y el escozor pronto llegaba el alivio. Por pereza, parálisis o carácter postergamos lo que sabemos que tendremos que encarar irremediablemente -lo llaman procrastinación-, aun sintiendo el látigo del minutero, la angustia del tiempo que expira, la boca seca. No siempre se advierte diferencia entre el resultado de quienes realizan una actividad con tiempo y quienes la han hecho a última hora. “No me lo he preparado demasiado y me ha salido mejor que nunca”, les he oído decir a varios conferenciantes. Cierto es que la inspiración llega cuando uno suda, pero la daga de la presión desquicia a unos mientras que revitaliza a los otros. Según una investigación realizada en la Universidad de Colorado, de la que informa la revista Time, la procrastinación se hereda. El profesor Daniel Gustavson y su equipo concluyen que el dejarlo todo para el último momento no es sino una adaptación evolutiva a nuestra era de planes y agendas. Genes impulsivos a la búsqueda de un relámpago de suspense.

(La Vanguardia)

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14 de abril de 2014
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Sin saltos de tigre

Hubo un tiempo en el que en las tiendas italianas del paseo de Gràcia podrías encontrarte e Eto’o o Ronaldinho comprando bolsos de Vuitton, acompañados por su incondicional troupe de palmeros. Las estiradas dependientas los escrutaban con un mohín de condescendencia, mientras ellos pedían más relojes de oro al peso. Hablamos de 2007, el último año en el que todo el mundo se sentía todavía rico, guapo, alto y famoso. Y no digamos los exóticos cracks. Sus propias fotos en Facebook y Twitter, como la que nos ha regalado este año Ronaldinho, posando en un jacuzzi custodiado por cinco mujeres sumergidas con el trasero en pompa, siguen perpetuando su impúdica vanidad. Al final de aquella etapa, corrían en boca de todos las descripciones de escenas lujuriosas en discotecas. Y la prensa flasheaba instantáneas que probaban su emparejamiento con top-models y misses del mundo entero. Porque no sólo los narcotraficantes tienen éxito con la belleza despampanante. Basta dinero y coraje para hechizar a la vulnerable cáscara de la hermosura. El talento atrae al talento, predican las multinacionales que se jactan de creativas. El héroe en el campo, el que juega bonito, el que maravilla a la audiencia, lleva implícita un aura de superhombre. Que se le lo pregunten a Iniesta, disfrazado ahora de Spiderman en un anuncio de Sony, que obliga al público a admirar sus ceñidas mallas más allá de su pálida flema. Que los futbolistas de élite son unas máquinas sexuales forma parte de la misma lógica que abre todo tipo de pesquisas acerca de la sexualidad de los toreros. El lugar común del as del balón convertido en rey del kamasutra permanece intacto y las declaraciones de Scolari en la conferencia “Falar de futebol”, en la que acabó falando de sexo, sirven de composición de lugar. El entrenador de la selección canarinha va más allá de prohibir o permitir con naturalidad las relaciones sexuales en la concentración, y alerta acerca de las acrobacias o malabarismos sexuales. “Ni por parte de ellos, ni de sus acompañantes”, llegó a matizar. Y todas las miradas se dirigieron a Neymar, de nuevo libre como el mar. Guardiola y Simeone, el nuevo triunfador, el deseado (también crucificado al ser visto con otra pseudomodelo, Carla Pereira) competirán como entrenadores carismáticos y estrategas en la Champions. Como telón de fondo, el subidón brasileño atraviesa otro imaginario universal y el Mundial palpita de deseo. Decae la libido azulgrana, se habla de fin de ciclo… ¡Al tiempo! Es la hora de entonar con Vinicius y su samba de Banção: “Mas pra fazer um samba com beleza e preciso um bocado de tristeza Senao nao se faz um samba nao. Sarabá!”. La bilis negra Hay familias con las que se ceba el infortunio, y España sabe de ello: los Panero, los Castilla del Pino, los Haro Ibars, o los Suárez. Sobre ellas se posa el fantasma de la bilis negra -así denominaban los griegos a la melancolía- cual cadena de un collar cuyas cuentas se van rompiendo, una tras otra. Encuentran muerta a Peaches Geldof sin causas aparentes, ni drogas ni suicidio (su madre Paula Yates murió de una sobredosis de heroína y su padrastro, por supuesta autoasfixia erótica). Peaches tenía una vida aparentemente hogareña, feliz, y unas facciones de eterna lolita melancólica. “Están contando los días hasta que muera, como mi madre. No es justo”, declaró hace años. La muerte nunca es justa. El ducado Suárez El todo Madrid habla de la hija de Marian, Alejandra Romero. A sus 24 años, abogada, sobriedad castellana y melena lacia, es la heredera del título nobiliario que el Rey concedió a su abuelo. Se declara orgullosa de recibirlo, pero huye del foco. Los efectos de la ley de Igualdad para la Sucesión de Títulos Nobiliarios de 2006, una vieja reivindicación de las aristócratas activistas, se han hecho sentir, trastocando los planes del hijo mayor, el portavoz de la familia Adolfo Suárez Yllana. Cuentan que suplicó al Rey conservar el título, aunque él lo desmintiera, igual que negó el libro de Pilar Urbano y declaró su “enmienda a la totalidad”. Un título. Un ducado. Tan invisibles como el traje del emperador. Belleza con precio Rob Lowe ha asegurado en la presentación de la segunda parte de sus memorias que la belleza es una tragedia. Porque ser guapo se convierte en un gran inconveniente si no se alcanza un buen grado de estabilidad emocional. De don divino, puede convertirse en adormidera que aísla y autodestruye. Lowe triunfó demasiado joven, igual que Justin Bieber, como tantos niños encantadores a los que las pantallas deglutieron. Quien en los ochenta formaba pandilla con aquellos Rebeldes (Cruise, Dillon o Swayze) hoy cumple 50 con una declaración de sobriedad. “El único camino al éxito es la rectitud”, dice después de haberse bebido (y ligado) entera la noche de Manhattan. Lowe, precoz para todo, incluso para escribir unas memorias con 50 tacos. (La Vanguardia)

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12 de abril de 2014
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No digas machismo

Los guardias urbanos -ridículamente llamados agentes de movilidad- que le pusieron una multa a Esperanza Aguirre y le pidieron los papeles del coche eran dos hombres “bastante machistas”, según ha declarado la presidenta del PP de Madrid en su periplo por los medios. “Bastante”, curioso adverbio de cantidad para amortiguar el peso de la acusación, porque machista, al igual que racista o budista, se es o no se es. ¿Es posible hacer debate de género a partir de una infracción de tráfico y el común rebote de quien la comete? Los agentes han declarado, por escrito, que Aguirre estaba nerviosa, que le faltaba documentación, y que arrancó el coche al estilo Fast & Furious y casi atropella a uno de ellos mientras derribaba la moto del otro. “Ya saben ustedes dónde vivo”, les espetó. Así se funciona en Madrid. Mucho señoritingo, don por aquí, doña por allá, y moral de limpiabotas. En el programa La mañana de TVE, presentado por Mariló Montero, Aguirre aseguró que todo había sido provocado por ser quien es, porque le tienen manía, y porque corrieron a buscar la foto. E insistió: “Hay mucho machismo”. A modo de despedida, la locuaz presentadora hizo chanza: “Espero que por lo menos fueran apuestos”. A lo que Esperanza, rauda, contestó entre risas: “Sí, no estaban nada mal”. Si esta conversación la hubieran mantenido dos hombres, acerca de unas agentes de movilidad del sexo femenino, hubieran saltado todas las alarmas sexistas. A punto de ser juzgada por desobediencia a la autoridad, Aguirre recurre al subterfugio del machismo -rebatido y negado por el Ayuntamiento de Madrid (con todos los respetos, resulta poco verosímil la escena de dos agentes de la movilidad discriminando a Esperanza Aguirre por el hecho de ser mujer)-. Y a unas risas sobre lo buenos que estaban los agentes. Del mismo modo que el término “fascista”, convenientemente vaciado de contenido político-histórico, puede lanzársele a la cara al adversario -sea, casi, cual sea su signo, desde a Gallardón, Rosa Díez, pasando por Vidal-Quadras, Putin o hasta a la oposición venezolana-, la acusación de “machista” supone a menudo una cortina de humo para escabullirse de situaciones complicadas. Un fuera de contexto socorrido al que día a día se acogen algunas mujeres con cargos públicos y privados a fin de amortiguar su caída y no salir tan mal paradas. Mientras, en el mundo real, suman aquellas que sufren la discriminación en sus carnes, en sus nóminas y en sus vidas, aunque no tengan una cámara a mano para denunciarlo. Utilizar el machismo como coartada es una irresponsabilidad, una forma de banalizarlo, una zancadilla en la carrera por la igualdad.

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9 de abril de 2014
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Ostras y caracoles

Otra de las palabras clave de nuestro tiempo, que tanto vale para el consumo, los negocios o el tiempo libre, es “experiencia”. O mejor dicho, su adjetivación forzada y pedante: “experiencial”. Nada que ver con su sentido vital y filosófico, que la define como el conocimiento adquirido a partir de una vivencia. Un acontecimiento que te permite acceder a un nuevo grado de percepción. Un descubrimiento. Y si bien la experimentación ha salido de los parámetros de la política o la empresa, incapaces de asumir más riesgos, cobra cuerpo en la intimidad de los individuos. Eso sí, declinada en su faceta más hedonista y a menudo superficial, para poder lograr sensaciones coloridas que contribuyan a disipar la grisalla de la economitis mundial. Siguiendo esta lógica, tras los viajes, la gastronomía o los tratamientos de belleza, le ha tocado el turno al sexo, entendido como un parque temático del siglo XXI con variopintas atracciones, que van desde los juguetes sexuales hasta los intercambios de pareja o el porno casero. Y, con inusitado desparpajo, abundan los testimonios en las revistas femeninas, que remarcan la división entre goce y sentimiento. Tanto es así que la bisexualidad -femenina- se despacha con la etiqueta de tendencia social. Cada vez es más frecuente la confesión por parte de las celebridades de que han probado las ostras y los caracoles (parafraseando a Marco Licinio Craso del Espartaco de Kubrick), acaso porque el impacto de las mismas se convierte en trending topic y polémica segura. La última ha sido el desiderátum de Miranda Kerr. El ángel de Victoria’s Secret y exmujer de Orlando Bloom acaba de declarar a GQ que está abierta a descubrir cosas nuevas: “Admiro tanto a hombres como a mujeres. Quiero experimentar. Nunca digas nunca…”. Y lo más curioso es que impacta su intención antes incluso de consumarla. Kerr se une al aluvión de pseudosalidas del armario, que suelen coincidir con campañas de promoción de películas, discos o marcas personales. Las actrices Angelina Jolie y Drew Barrymore oficiaron de pioneras, usando descripciones bien gráficas. “He amado a algunas mujeres, y me he acostado con ellas. Si te gustan y les quieres dar placer, el hecho de ser mujer te da ventaja: sabes perfectamente la manera de tocar”, confesó Jolie. Mientras que la pequeña del clan Barrymore aseguraba que “estar con una mujer es como explorar tu propio cuerpo a través de otra persona”. Lady Gaga, Megan Fox, Lindsay Lohan, Amber Heard… hasta Amy Winehouse, a pesar de cantarle locamente enamorada a su chulo presidiario, les reconoció a sus íntimos que “hay algo muy satisfactorio en el hecho de estar con una mujer”. Todas chicas, acaso demostrado que no temen a su definición sexual porque nuestra sociedad está fatigada de escándalos. En cambio, no encuentro apenas declaraciones de hombres bi: ¿será que no existen?

(La Vanguardia) Foto: Julia Fullerton-Batten

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7 de abril de 2014
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Rosas y abrazos

Han vuelto los poetas de domingo -algo así como los pintores de Montmartre- a las campañas electorales. “Poesía costurera”, denominaba con desprecio Coco Chanel al resultado de quienes glosaban de forma excelsa y metafórica las colecciones de moda. La videonecrológica del PP para las europeas calienta motores, a falta de candidato (a mes y medio de los comicios). ¿Por qué no regodearse, pues, en la vieja cantinela de “la culpa de todo es de Zapatero”? Sin dar nombres, con finura madrileña de la que destripa al adversario tejemaneando un chascarrillo y unos huevos rotos en Lucio. “Nadie os echa de menos”, dice una voz en off, y una triste rosa se marchita en un rincón. La campaña de Elena Valenciano, en cambio, quiere ser cariñosa. Después de haber hablado tan bien francés en público -fue alumna del Liceo-, se convierte en fenómeno viral al declarar: “Yo vi que el Rey paró el 23-F”. Cuán elevado coste puede acarrear la mala filología: bastaba un neutro “yo fui testigo”. Entonces era telefonista en Ferraz y aquella noche asumió una gran responsabilidad. Genio y figura. Años de tenacidad, entrega y partido. En plenas primarias, le preguntaron qué haría en caso de que Rubalcaba perdiera, si también tendría que abandonar la primera línea. Su respuesta en El País fue colosal: “No, yo soy su número dos, pero estaba aquí antes que él”. En el primer cartel electoral propone: “Hagamos una campaña de abrazos, de encuentro con la gente”. Lo que parece significar que se abrazará con los ciudadanos que se cruce por la calle, una iniciativa que recuerda a la de Juan Mann y sus “Abrazos Gratis”, que al abalanzarse afectuosamente sobre los viandantes, emocionaba y enfurecía a partes iguales. Ojo, la política emocional tiene mucho riesgo. Que se lo pregunten a Zapatero cuyos guardaespaldas me contaron que debían vigilar con especial atención a las señoras motivadas y bajitas que le agarraban del cuello hasta contracturarle. Los abrazos y las rosas también han tomado París; y en el cambio de gobierno de Hollande, a la desesperada, parece completarse la cuadratura del círculo, aunque en esta ocasión mucho se guarde Ségolène Royal de ser apodada ‘la Zapatera’. Después de una sufrida travesía del desierto en la que el ángel de Ségolène -tan femenina, tan francesa, mujer de vestido con falda de vuelo en lugar de pantalón- pareció desvanecerse, regresa a la primera línea. Sus propios compañeros la crucificaron con el mantra de siempre: “¿Quien cuidará de sus hijos?” se preguntaban. Ocurren estas cosas con la igualdad: ¿se imaginan una campaña de abrazos para todos en la que el candidato fuera un hombre? El rey Karl Después de convertir el Grand Palais en supermercado durante su último desfile y de asistir como reina madre al Baile de la Rosa de Mónaco, el diseñador de Chanel ha confesado por fin a ZEITmann por qué nunca se quita las gafas de sol. Sus excentricidades no son más que la construcción de un personaje con el que se blinda: guantes de motorista hasta para comer, talco en su coleta, joyas antiguas, y sus sempiternas gafas de sol, creíamos que para esconder la edad. Tuve ocasión de verlo sin ellas, y aseguro que su lifting es de calidad. Ahora dice que a causa de un golpe estuvo a punto de perder un ojo, y decidió no quitárselas, para protegerse. A los ochenta años sigue en primera fila, emulando a Coco, que volvió a triunfar con la misma edad. Shaki y los paletos Aún no me he recuperado de los zafios insultos que recibió el otro día Shakira en el campo del Espanyol (“Shakira es una puta” vociferaban). ¿Por qué? ¿Por qué es pareja de un jugador señero del Barça? ¿Por qué ha versionado una canción en catalán -Boig per tu-, con su encantadora facilidad para los idiomas? ¿Por qué además de componer, cantar, producir y bailar estudió en UCLA? ¿O por qué su último álbum ha sido número uno en sesenta y nueve países en iTunes? En la aldea global se perpetran todavía paletadas de esta magnitud, que no comprenden ni toleran la diversidad cultural y el mestizaje. Machismo de cavernas. Grotesco espectáculo el de quienes confunden un acto de amor con un Freedom for Catalonia. Grace-Nicole-Julie El caso es que Ségolène regresa cuando hace mutis Valérie, según la prensa, el detonante de la separación de la pareja. Curiosa declinación del mal en femenino, como si Hollande fuera un angelito. Coincide el traspaso con el estreno, por fin, de “Grace de Mónaco”. Que se aireen los rifirrafes entre Rainiero y la musa de Hitchcock, y sus melancolías, no ha gustado nada a los Grimaldi, que han decidido ningunear el estreno. Pero además de las desavenencias del matrimonio, cuenta como la actriz acabó mediando con De Gaulle para impedir que el principado fuera anexionado por Francia, mientras el Rey jugaba en el casino. ¿Y saben quién dobla a Nicole/Grace? Piruetas del destino: Julie Gayet, la novia de Hollande. (La Vanguardia)

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5 de abril de 2014
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El Boomeran(g)
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