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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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Las accionistas preguntonas

Hace cinco años, la abogada Mechthild Düsing, propietaria de algunos paquetes de acciones de empresas del DAX, comprobó que cada vez que asistía a una junta general sólo preguntaban los hombres, aunque a menudo las intervenciones trataban de nimiedades. En el aforo predominaban trajes oscuros y corbatas; y, claro está, una cosa es leerlo en los periódicos y otra sentirse una nota de color, aunque sea beige. Hasta que un día se levantó e interrogó al presidente de una empresa acerca de la presencia de mujeres en ella. Así nació la plataforma Paridad en Acción, creada por la Asociación de Juristas Alemanas, que desde hace un año cuenta con una delegación en España, dirigida por Katharina Miller. Miller no enseña las tetas, no lleva pancartas, ni siquiera se considera una activista de género, sino que expone una lógica empresarial basada en demostrar que las compañías que tienen más mujeres en los despachos del último piso son más competentes, eficaces y productivas. En un año, la abogada ha asistido a una veintena de juntas del Ibex 35, donde plantea sus cuestiones durante cuatro minutos -tiene hasta diez-. “Pero quién se cree que es esta”, comentaban algunas participantes jóvenes en la junta de Técnicas Reunidas, donde fue recibida en un ambiente hostil. “Culturalmente, en España, choca que se cuestione este asunto en un foro donde sólo suele hablarse de actividad de negocio. Y más de una amiga está preocupada por mi reputación”, dice Miller, premiada en Alemania por su oratoria. La reacción habitual es que le digan que tienen controlado el asunto. César Alierta, por ejemplo, le respondió así: “En cuanto a las señoras, se está haciendo un esfuerzo, bueno, no es un esfuerzo, porque estoy convencido de que las señoras son más listas que los hombres…”. Siempre se agradece la galantería, e incluso los piropos envenenados, pero la realidad es que nadie cree que se cumpla -ni en España, ni en Alemania- el objetivo que plantea la Comisión Europea de que en el 2028 las mujeres en los consejos alcancen un 40%. “Antes tenemos que lograr cambios profundos respecto a la conciliación, los horarios o el trato entre hombres y mujeres en una empresa donde aún te tocan el culo mientras haces una fotocopia”. Según Miller, la empresa más comprometida con la paridad es FCC, donde hizo una intervención el pasado lunes en Barcelona. Pionera en planes de promoción de las mujeres, la presidenta de la compañía, Esther Alcocer, le respondió: “Incluiremos medidas que favorezcan la diversidad e igualdad en nuestros órganos de dirección y de gobierno…, en ese empeño pongo mi palabra”. España ocupa la posición 23 de los 27 países de la OCDE. Dicen sus informes que el desempleo femenino es la razón de su bajada. La excusa de la crisis también para esto. Incluso cuando la desigualdad tiene una incidencia tan negativa en la cuenta de resultados. (La Vanguardia)

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30 de junio de 2014
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¡Que vienen los ?yummies?!

Los metrosexuales nunca cuajaron del todo. Causaban desconfianza y aunque sus afeites hipermodernos bien podían distinguirse del amaneramiento, su interés por la imagen no casaba con lo que todo el mundo entiende por masculinidad, que, al igual que la elegancia, consiste en olvidarse de lo que uno lleva puesto, incluso de los propios cromosomas. Ser masculino sin adoptar pose de cowboy, de ángel del infierno ni de ejecutivo alfa envuelto en tejidos made in Italy es uno de los desafíos de los llamados yummies (acrónimo de young urban men), que, según la prensa anglosajona, están multiplicando las ventas tanto del sector del lujo como del nicho de la cosmética pour homme. Agotados los hipsters, con sus camisas de leñador y sus gafas de diseñador gráfico, la prosopopeya del marketing abraza la nueva etiqueta, que considera deliciosa, además de rentable. Hoy, ocho de cada diez hombres utilizan cosméticos. Lejos de estancarse, la consolidación del cuidado personal más allá del aftershave, incluyendo desde antiojeras a reafirmante, forma parte de un nuevo mainstream que mezcla en el mismo tarro la coquetería con la nueva sensibilidad del líder -más horizontal que vertical-: el jefe sin despacho y con New Balance deseoso de descomprimir y escapar de la armadura de la hombría. Cierto es que el hombre excesivamente perfumado, engominado y conjuntado se estigmatiza a sí mismo. Porque los mandatos de los iconos-macho, de Steve McQueen o Sean Penn, contemplan la homogeneidad del género, ni por exceso ni por defecto. Por ello los yummies parecen desacomplejados, pero a la vez lo suficientemente narcisistas como para abrazar el reinado de la moda. Esta semana ha tenido lugar en Italia y en París la pasarela masculina por la que han desfilado desde clones de Tom Ripley según Pal Zilheri hasta los pañales grecorromanos de Versace, pasando por los festivaleros de Dolce Gabbana, que adoptan camisas estampadas con motivos españoles: mihuras y claveles reventones, o los chicos malos de Saint Laurent. Mientras, en Brasil, después de una inflación de monográficos en la prensa sobre modelos, culos, chanclas y colores chillones, asistimos a otra pasarela. La de los cracks sobre la hierba o los caníbales -como el mordedor Luis Suárez, apasionado y animal donde los haya-, que más allá de sus proezas deportivas crean escuela de estilo. Ellos son los otros yummies: veinteañeros amantes de lo caro que se tiñen el pelo y lo nutren con infinidad de productos, llevan bolsas con logos sobredimensionados y se atreven con looks que prohibirían a cualquier empleado de empresa pública o privada. En internet te enseñan a peinarte como Neymar o Bale, y se celebra al latin lover de Pirlo o al macarra-chic de Cristiano. En las filas de héroes caídos españoles tenemos a Piqué, ejerciendo de padre y amante impetuoso; a Xabi Alonso, que sustituye los tatuajes por buenas corbatas; o a Cesc, de los más elegantes porque parece ausente cuando calla, que demuestran que no existe masculinidad en singular. Hablamos, pues, de masculinidades. El último ‘chansonier’ Cierto es que tratar de vislumbrar el futuro es, sin duda, una ingrata tarea. Ya lo dijo Baudelaire: el tiempo es un jugador ávido que siempre gana, sin necesidad de hacernos trampa. En 1958, el crítico de turno demolía a Charles Aznavour, recién liberado de las cadenas doradas de Édith Piaf: “Su físico irrita, sus gestos molestan, su voz… ¿qué voz?”. El tiempo dejó en ridículo al plumilla, y Aznavour ha mantenido la partida durante casi siete décadas. El pasado jueves, recién cumplidos los 90, cantó en el Liceu un sublime Désormais. Con los últimos acordes de La Bohème lanzó su pañuelo blanco al público, y abuelos y jóvenes se pelearon por el souvenir del último y seductor chansonier. El dinero es humo Los seis hijos de Sting (62 años) saben que no tendrán mucho dinero cuando su progenitor fallezca, a pesar de que haya amasado una fortuna de más de doscientos millones de euros. Ya desde los tiempos de The Police, tuvo fama de complicadito, y ahora imparte una lección moral dickensiana sobre el esfuerzo y las responsabilidades. Con su gesto se sitúa en la línea de los Gates y de aquellos millonarios que no se contentan con reducir la herencia familiar sino que lo hacen público. Otro tipo de publicidad humillante altera a los que piensan si no deberían salir al encuentro del millonario Jason Buzi, que ha anunciado que viene a Madrid a regalar dinero. Sí, más humillante es la pobreza. El benjamín con pedigrí De casta le viene al galgo, y no precisamente de la que no se le cae de la boca a Pablo Podemos Iglesias. He escuchado a Alberto Sotillos, sociólogo, hijo de periodista que fue portavoz del primer y triunfal gobierno de Felipe González, y su coraje verbal suena bien diferente al del aparato socialista en este trance de quiebra y urgencia. Veintiocho años, izquierdista (opta por la “refundación” del partido) y digital (es experto en comunicación política), considera que Madina y Sánchez “forman parte de la vieja política”. Los militantes de base han expresado su confianza en él, aunque no lo haya llamado ningún barón. Pero le faltarán los avales: “Ese sistema medieval”, ha dicho. (La Vanguardia)

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28 de junio de 2014
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Tópicos del cáncer

“Ahora la rata se llamaba carcicoma. Esta vez sí, le había tocado”, escribe Susana Koska en las primeras páginas de Tópico de cáncer, el cuaderno de bitácora que la acompañó durante su lucha contra la enfermedad, recién publicado por Ediciones B. La actriz y realizadora, la chica del Cadillac, cuando menos -tras 28 años como compañera de Loquillo-, lo afrontó. A su manera. Abajo los cuentos chinos de que el dolor te hace más fuerte y te reviste de sabiduría, esa visión de la enfermedad como redención. Aunque el suyo sea un libro “liberador”, a pesar de la ira, también es una travesía por la impudicia, que comparte con el lector. El relato de Koska es poético a ratos, ácido, punk: “Hoy es el puto día mundial contra el Cáncer, lo único aceptable que escucho hasta ahora es ‘cuando a un paciente de cáncer le dices qué buena cara tienes, nosotras pensamos: es que el cáncer no lo tengo en la cara’”. Tras el diagnóstico, hay que asumir el protocolo del pánico. Amortiguar el pálpito abismal, domesticarlo. La sabiduría popular, siempre tan bienintencionada y a la vez errática, provee de todo tipo de sandeces que traslucen desentendimiento: “Hoy esto se cura, la medicina ha avanzado mucho…”. Tan ajenos a la experiencia íntima, a lo que es en verdad acostarse cada noche con el cáncer. La sensación de vivir atravesado por el filo de la sospecha, con controles periódicos y malestares cruzados, forma parte de la convivencia con el bicho. Un bicho que sólo en EE.UU. mueve -en medicamentos- 200.000 millones de euros, con un crecimiento anual del 10%. Y eso que hay premios Nobel que han puesto en duda la quimio y radioterapia, del mismo modo que han aflorado perniciosos gurús de terapias alternativas. Por ello resulta saludable escuchar otra voz más allá de las experiencias “ejemplares”, políticamente correctas, que a menudo silencian el vacío y la deriva, el miedo al cuadrado del enfermo. Y cronifican las palabras gastadas y los lugares comunes: desde el “te libraste porque has luchado”, como si muchos de quienes sucumben no lo hubieran hecho, hasta que el cáncer viene del estrés o de un conflicto no resuelto. Del extrañamiento de una misma, la complejidad de la vida en pareja durante el trance de quimios y radios, hasta el lugar que ocupan el sexo o el trabajo, trata este testimonio que no intenta enmascarar el cáncer bajo el discurso del optimismo y que denuncia de la frialdad clínica -a menudo concentrada en la enfermedad en lugar del enfermo-. “Yo decidí escribir el día a día para no olvidarme, para que el recuerdo y haber salido me nublaran la mirada realista”. Dolor sin pudor, debidamente documentado. (La Vanguardia)

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25 de junio de 2014
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Voyeur

Cuando el ojo captura una imagen, la transforma en impulsos nerviosos que llegan hasta el cerebro, y allí, en un mecanismo tan complejo como hermoso, millones de neuronas interpretan lo que el ojo mira. Lo que ve es otra cosa. Aunque la filosofía performativa sostenga que la subjetividad no existe, puede darse el caso de que usted siga mirando tras la puerta entreabierta có mo una mujer se abrocha un vestido. Igual que fisga a las muchachas al bajar las escaleras del metro, la brisa de mayo enredada en su falda, y por un instante se cruzan las miradas ante la trágica evidencia de que lo que usted va a perder es para siempre. En la terrazas acostumbra a ver su pie desnudo, justo cuando lo saca del zapato exhausta de tacones y lo balancea como si se insinuara, aunque solo lo relaje. También atrapa esos gestos rápidos con los que las mujeres se recolocan las bragas y que, de ser cazado, le dejarían de predador. En verdad es lo que se siente, a riesgo de que quede oscuro confesarlo. Sin perversidad, la mirada es plana como el mar en calma. Mirar de reojo implica tener cámara trasera además de frontal. Y lo que no debía ser visto añadirá a la transformación de la imagen en impulsos nerviosos un matiz de deseo furtivo. ¿Cómo no iba usted a sucumbir ante el mito de la ventana iluminada frente a la que el ojo puede imaginar cómo se viste y desviste una vida, si se acuesta de lado o boca arriba, si bebe una tisana o se zumba un whisky? Frente a cada ventana iluminada, sea digital o real, de autobús o de Facebook, la mirada tiene barra libre. Nadie podrá robarle el estupendo trabajo que han realizado sus neuronas de voyeur ni los resultados obtenidos, alcanzando la gloria gracias a una visión turbadora. Puede que a la mañana siguiente se pregunte: ¿adónde me lleva ser voyeur? Irremediablemente, al vacío. Ese es el dolor del mirón, y no hablamos de tarados sino de individuos equilibrados e inteligentes como usted, con un ojo inquieto. ?El ojo tiene que viajar?, dejó dicho Diana Vreeland, una de las editoras de moda más influyentes del mundo. Usted siempre ha querido educarlo, regalarle buenas exposiciones y paisajes para aventureros o millonarios. Le habita la certidumbre de que, para encontrase con el sumo placer de su mirada, le basta una esquina por donde cruce la mujer, o el hombre, de su vida, aunque ellos nunca lo sabrán ni usted podrá comprobarlo. Porque sabe que en el centro de las miradas en fuga, románticas o libidinosas pero siempre perversas, habita una ilusión agonizante, y su imán consiste precisamente en saber que se trata de visiones efímeras. Trallazos fugaces de deseo inhabilitados para posarse sobre un nombre. Hasta que ese nombre invade sus oídos y el resto de órganos de su cuerpo. Y su condición de voyeur se libra del vacío poseyendo al objeto de deseo que nunca más volverá a ser mirado como la primera vez.

(Icon)

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24 de junio de 2014
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Cuando aún llamaba el cartero

Hubo un tiempo en que las cartas servían como consuelo e incluso creaban adicción; podían ser un jarro de agua fría o un cuchillo afilado; también una manera de pensar con medio cuerpo volcado con intensidad y concentración sobre la cuartillla. Una conversación apasionada y a la vez silenciosa con el destinatario. El género epistolar representó una forma de civilización que alambraba la intimidad y la cosa pública. Su influencia se especializó tanto en las cartas de amor que proclamaban la imposibilidad de amar -confesando dulcemente la congoja del sentimiento no correspondido- como en las cartas históricas que alertaban sobre la guerra y buscaban la paz. Soledad, utopía, compañía, conspiración, confidencias, dolor y pérdida, peticiones, abandonos, despedidas… Qué lejos ha quedado aquel tiempo donde la hoja metálica del abrecartas rasgaba el sobre y en el gesto impaciente a veces se quebraba una esquina de papel. O en que la punta de lengua ensalivaba el triángulo gomoso para sellar el mensaje. Ese ritual que entretuvo a reyes y gobernadores, escritores y cortesanas, conspiradores, amantes y amigos, familias, gente corriente que mientras escribía a la vez se explicaba a sí misma. Hoy, los buzones de correos se han hecho invisibles. Siguen estando en las aceras, en menor cantidad, como los carteros, pero su ascendencia social ha sido reemplazada por ingenieros informáticos y sistemas operativos que parecen actuar con mayor precisión que la mente humana, aunque fallen. Ya casi nadie se manda cartas. Sólo los bancos porque incluso las administraciones abrazan la telemática. Acaso los presos que no tienen acceso ni derecho a un ordenador y que según en que países se hallen, deben de aguardar varios meses en recibir respuesta. Porque tras la revolución de internet, sólo cuatro locos románticos están dispuestos a alargar la espera sin desafiar el tiempo y la distancia que ha vencido la inmediatez de la red. “Lo que ha hecho el correo electrónico es acelerar el eclipse epistolar. Permite indudablemente la carta de larga extensión, pero de hecho la constriñe. Acostumbramos a disculparnos si enviamos un correo electrónico que consideramos de extensión excesiva. También se disculpaba uno por una carta demasiado larga, pero era parte de la retórica epistolar, y no una limitación inducida, como ocurre con el envío electrónico”, expone Valentí Puig en una deliciosa y a la vez caprichosa antología de cartas firmadas por celebridades: A la carta. Cuando la correspondencia era un arte (Elba). Gandhi a Hitler, Emilia Pardo Bazán a Galdós, Josep Pla a Lilian Hirsch, Ortega y Gasset a su padre, Elvis Presley a Nixon, Abraham Lincoln al profesor de su hijo: “enséñele si puede a reír cuando esté triste…”. No todas se encuentran en la red, de igual manera que una contraseña nunca equivaldrá al lacre para sellar un secreto. Cartas sin nostalgia pero con memoria.

(La Vanguardia)

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23 de junio de 2014
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La moda, ese oficio temerario

A mitad del siglo XX los modistos no eran aún diseñadores, y vestían bata blanca, de maestro de taller, o sujetaban los alfileres entre los labios como Coco Chanel, que medio poseída pinchaba a sus clientas cuando moldeaba los tailleurs encima de sus cuerpos. ¡Cómo le molestaba eso a Brigitte Bardot! Cuando reapareció con setenta años después de un largo autoexilio en Suiza, desmontaba mangas sin boceto previo dando indicaciones a la première d’atelier. Decía que trabajaba “en cólera”, con los nervios tensos, con la perfección pegada al aliento. Hollywood la encumbró a ella y otros couturiers, que se convirtieron en mitos. Con el boom del prêt-à-porter y la hegemonía social de la moda llegó el show. Y desde Gianni Versace y su fama leonina en los ochenta a las excentricidades de John Galliano en los noventa, se evidenció que el oficio, con la presión de las multinacionales del lujo, podía llegar a ser altamente peligroso. A Versace lo asesinaron en Miami. Un loco, dijeron, o un asunto pasional. Y Galliano acabó defenestrado por el emporio al que había entregado sus últimos 15 años, multiplicando ventas. Años de adicción que nadie, ni los propios relaciones públicas de la firma, disimulaba; y que no invalidaron el talento y barroquismo pop del creador, capaz de actualizar la siluetas años cincuenta de Dior, adormecidas y rancias. Pero una mala noche dio al traste con todo. El dictado de la industria de la moda, que exige ser genial ya no dos veces al año, sino cuatro, ha golpeado a sus criaturas más mimadas. Desde los suicidios de McQueen, L’Wren Scott o, en España, Manuel Mota, al despido de Marc Jacobs por LVMH. Ahora Galliano admite su enfermedad, pero también anuncia su revancha contra el mundo que le ha satanizado por su intempestivo “amo a Hitler” en estado catatónico. “Mi mejor colección está aún por llegar, el nuevo Galliano será más grande y más fuerte” declaró a Le Point, en una entrevista con un neuropsiquiatra. Definitivamente, los savages han sido reemplazados por minimalistas urbanos. En España, los diseñadores de pasarela, aunque no se forren, siguen manteniendo sus tres minutos de fama. Caso aparte es Felipe Varela, el descubrimiento de la reina Letizia, sin desfiles ni entrevistas, pero el único español que tiene tienda en la prohibitiva Ortega y Gasset. Varela responde a suaves y educadas maneras, y es riguroso y discreto: 45 años, casado con un cubano, Jael Norberto Vázquez, y formado en la prestigiosa escuela Esmod de París. A partir de aquel traje grosella con jaretas horizontales que Letizia llevaba al lado del Dior de Bruni, su nombre se ha internacionalizado y viste a otras realezas. Musculado -rozando la vigorexia-, con gorra y gafas de sol, este madrileño que trabaja con sus hermanos, no forma parte de la Asociación de Creadores de Moda de España. Sus colegas le reclaman ahora a la flamante Reina que rompa la exclusividad. Mientras, Varela guarda silencio, consciente de que la envidia, como señalaba Unamuno, es la gangrena del alma. Española. Chica de portada La juez Mercedes Alaya demostró que incluso las mujeres clásicas, como ella, son prácticas, y se enchufó un trolley a juego con sus trajes sastre. Severa, con la piel blanca y un rostro antiguo, adquirió fama de indomable, como ahora la define la revista Vanity Fair. Hace unos meses sentí un gran alborozo cuando la vi disfrazada de novia, renovando los votos con su marido. Ahora descubrimos que una de sus frases recurrentes es: “Vamos, que tenga yo que aguantar esto por 3.500 dichosos euros”. Pero, lejos de agrandar al personaje, esa afirmación de que no trabaja por dinero refleja la pulsión del poder y el amor por las cámaras. Pocas veces una magistrada se ha vestido de gitana en la Feria de Sevilla… ‘Something Wild’ Otra historia clásica de Hollywood. Un latin lover -que no hablaba inglés- a la conquista del Olimpo se encuentra con una rubia “algo salvaje” que se codeaba con los mejores (Arthur Penn, Sidney Lumet, Brian De Palma, Woody Allen…), y a la que le atraían los chuletas. Se enamoraron y ella se tatuó un corazón con el nombre de su amado. La carrera del encantador Antonio despegó, pero la de ella se estancaba. Griffith parecía feliz, con su dulce acento yanqui, tras la estela de Hemingway en los toros y las procesiones de Málaga. Hoy Banderas produce, dirige, apadrina… Melanie tiene 56 años y, días después de anunciar el divorcio, ha empezado a maquillarse el tatuaje y el corazón. Sin complejos “No se puede ser lo que no se puede ver” reza una máxima que ha inspirado al gigante juguetero Mattel, creador, en 1959, de la muñeca que ha adjetivado a miles de mujeres, a menudo para poner en duda su valía y credibilidad. Hoy, en cambio, las barbies de carne y hueso, esas rubias flacas con pecho y tacones, ya no deben de temer la humillación que les suponía la etiqueta. En la última feria de juguetes, se presentó ni más ni menos que la Barbie Emprendedora, con un smartphone y la tableta incluidos. Definen a esta muñeca como elegante y ¡descarada! “Si lo sueñas, lo puedes tener. #sin_complejos” reza el eslogan. No entiendo la etiqueta, tratándose de Barbie en Silicon Valley: “Muy, muy rosa”. (La Vanguardia)

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22 de junio de 2014
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Felipe VI, sin corte, con familia

El rey Felipe VI llegó a las cortes españolas sin corte. Uno de los mayores aciertos de su padre fue el de no regar socialmente sus jardines con aduladores y bufones, a riesgo de sentir las amargas soledades de las que hablan las crónicas del off Madrid. Don Juan Carlos, preciso en sus últimos mensajes, con muleta y medicamentos, autobautizado “viejo rockero”, dejó ayer definitivamente los focos a su hijo. “Todo para ti”, decidió, primero cediéndole la silla y después colocándose en el extremo de la foto. Felipe VI entró ya Rey, sin corte pero con familia. Con dos niñas rubias. Fotogénico, algo aniñado a pesar de su perfil griego, casado con “una reina de clase media”, que ayer proclamaba la prensa internacional. Lo acompañaba su círculo más estrecho: Jaime Alfonsín, su hombre de confianza; el general Tomé, que lo acompañaba en el Rolls, y el aristócrata teniente coronel Zuleta. Concentrado, consciente de la publicidad global que significaba para la monarquía el acto, apretaba la mandíbula con disimulo, una mezcla de orgullo y tensión, mientras su mujer, la reina Letizia, se mostraba más relajada que nunca. Con su dicha enviaba un mensaje: ante todo es madre, pero también la esposa que reinará a su lado. Tres besos rematados por una caricia son una clara declaración de cariño protector. Un “te ayudaré”, porque no tiene reparos en evidenciar que ella no se limitará a acompañar al Rey -tal y como describía su papel doña Sofía-, sino a ejercer como su colaboradora más fiel. Todo el país estaba pendiente de la elección de su traje, y ganó la fidelidad. Su modisto de cabecera, un descubrimiento de Letizia: Felipe Varela le diseñó un traje hasta la rodilla, color crudo, con abrigo bordado en degradé e incrustación de cristales de rubí, amatista, ámbar y rosa perlas crema; un recurso para sustituir los diamantes. Media trenza en lugar de tiara y zapatos salón nude de Magrit con tacón de ocho centímetros. The New York Times alabó el gusto de Letizia: “Perfection”. Y auguran que ojalá pueda impulsar a los diseñadores locales igual que hacen Michelle Obama o Kate Middleton -con quien los medios norteamericanos la comparan en multitud de ocasiones-. La princesa de Asturias y la infanta Sofía vistieron en tonos pastel como su madre, y enrarecían los colores papagayo de muchas asistentes, desde el morado y fucsia de Celia Villalobos hasta el rojo Carmen de Ana Botella. La nueva Reina instruía a sus hijas. Con los ojos más abiertos que nunca mediante un código de gestos: juntar las manos significa “junta las piernas”. O no hables. Pero a la vez las acariciaba y las alentaba. No escatimó mimos. Se impone un nuevo estilo: solemnizar lo cotidiano y modernizar la tradición. Una corona con Twitter y cine en V.O., compatible con llevar a las niñas al colegio y reactivar un país desalentado y escéptico. Sin yugos ni flechas, y sin crucifijos, Felipe VI quiso imprimir un tono austero y relajado, previsible. “El discurso es suyo, y es muy como es él”, comentó la Reina Letizia en su círculo más íntimo. Entre los invitados, pocos nombres sorprendentes, ni talentos de Palo Alto o 22@, ni escritores de la generación nocilla. Un mailing demasiado clásico, que incluía desde el Ibex 35 en pleno hasta Isabel Preysler o David Bisbal. Y un pastiche multitudinario y sudoroso en el que se mezclaban antiguos profesores, el director del CNI, los príncipes de Bulgaria, sus amistades más finas: los Fuster, los primos y una colección de periodistas vips. Había pocos cuartos de baño. Cuentan que en una ocasión la reina Sofía pidió que despidieran a un ayudante militar porque a su hijo le dijo “hola, guapo”. Esos fueron otros tiempos. Urgía empezar a escribir un nuevo capítulo de la monarquía antes de desplomarse. Quitarle rigidez y hacerla ejemplar y transparente. Felipe VI llega como una solución reformista en tiempo de miniempleos, emprendedores, reinventados y parados. Puro maquillaje según republicanos y escépticos. Ha cambiado el azul del escudo real -pureza y poder- por el carmesí -valor y liderazgo-. Mañana empieza un nuevo reinado en un país bien diferente al de los cuentos.

(La Vanguardia)

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20 de junio de 2014
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Tirana elección

Bienvenido a la sobrecarga electoral. Porque usted no sólo debe decidir constantemente entre té y café, pan integral, blanco o de centeno, paracetamol o ibuprofeno, sino entre cientos de canales de televisión, miles de productos del supermercado o millones de ventanas que puede llegar a abrir el ordenador -y que van desde la búsqueda de trabajo hasta la de pareja-. La obsesión por elegir forma parte de nuestra configuración identitaria, auspiciada por un sistema que apela a la inteligencia y a la responsabilidad del consumidor-elector, pero también al consumo de masas. Asimismo nos convierte en seres más ansiosos y culpables, al no poder derivar responsabilidades cuando nos arrepentimos del camino escogido. Y lo más crucial: asistimos al fin de la inocencia, porque no vaya usted a creerse que elige con independencia, “dueño de sí mismo”. Un anclaje que concentra desde impulsos inconscientes hasta una lluvia de mensajes determinados por la presión del medio acabará condicionando su libertad. Se dice que escoger es descartar. Y pensamos que, en la mayor parte de las ocasiones, se trata de un dictado entre el sentido común y nuestras preferencias. Una decisión conveniente, razonada, informada, nos decimos. O intuitiva, cuando el caos acecha y cualquier argumento parece inservible. Los manuales de autoayuda para elegir bien y evitar el “impuesto mental y emocional” del error proliferan en las librerías. Pero la mayoría de estos tratados de psicología de bolsillo profundizan en explicaciones sobre lo qué nos ocurre al tener que decidir, mientras sus consejos para elegir bien no pasan de cuatro nociones elementales. Tras décadas de estudio científico acerca de esta capacidad humana que nos ha endiosado, un pequeño grupo de filósofos, teóricos legales y psicólogos que estudian el terreno de la cultura insisten en que las constantes elecciones a las que nos vemos forzados han llegado al punto de tiranizarnos. Uno de los muchos ensayos sobre el tema, el reciente Tyranny of choosing, de Renata Salecl, razona que la libertad de elegir y el inmenso catálogo de posibilidades al que nos enfrentamos no nos aportan “mayor felicidad o más justicia”. Y su conclusión es que, o cambiamos el lenguaje neoliberal de la elección en el contexto del capitalismo de mercado, o elegir será otra de esas reliquias del pasado que finiquitará el mundo emergente. Ahora bien, no hay mayor soberbia, ni sentimiento de plenitud, que el de sentirse pagado de uno mismo por haber elegido aquello que lleva acompañándonos desde hace tiempo, y aún no nos ha decepcionado. Sea un perfume, la cafetera o el marido.

(La Vanguardia)

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18 de junio de 2014
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La leyenda negra del ?trafficking?

Me empujó hasta el portal, me decía guapa y me sobaba… vi que no iba armado y me zafé de él. Conseguí que girara la llave. Su chaqueta se quedó enganchada en la puerta”. Es el relato de una joven de treinta y tantos, ocurrió el pasado viernes en Barcelona: un intento más de agresión sexual, de los tantos que, al quedarse en amago, son anécdota silenciada. A pesar del progreso, del vuelco social y los derechos ciudadanos, de nuestras “ciudades seguras”, de las cámaras de vigilancia, de las campañas de prevención y, sobre todo, del endurecimiento de la ley, el fantasma de la agresión sexual sigue acechando a las mujeres desde el umbral de la adolescencia. Como un déjà vu, un lugar común que antes se ocultaba a fin de no dejarse la piel en ello ni marcarse a fuego. Violencia sexual gratuita, criminal, banal, pasmosamente cotidiana en muchos lugares del mundo. “Pero, en realidad, ¿de qué tienes miedo?”, me preguntó mi hija de 16 años cuando la noche del viernes pactamos el horario de vuelta a casa: “De que te violen”, le respondí sin eufemismos, a sabiendas de que hay un tipo de miedo que debe de conservarse para mantener en alerta los seis sentidos. Estos días he recordado los testimonios atroces de las pequeñas que vivían en la casa de acogida de Afesip, en las afueras de Phnom Penh, fundada por Somaly Mann. Se había convertido en una activista carismática, modélica y muy valiente. Con buena foto y habilidad para conseguir apoyo internacional, se dedicó, desde 1997, a liberar a las chicas de los burdeles o la peor de las calles y rehabilitarlas. Niñas educadas para prostituirse, algunas vendidas por los padres, otras que actuaban bajo el tácito acuerdo de no preguntarse de dónde llegaba cada día el dinero para comprar arroz. Ahora se ha revelado que Somaly Mam incluyó grandes dosis de impostura en su biografía. Inventaba dramáticos casos de agresiones, como el que aseguró que había sufrido su propia hija: drogada y violada por las mafias del trafficking como vendetta. Consiguió el Príncipe de Asturias, y tenía excelentes relaciones, desde Hillary Clinton hasta la reina de España. Su fabulación es doblemente desoladora, pues significa un sabotaje a la propia causa, una lucha aún incipiente para proteger a las más inocentes, como esas escolares de Nigeria que siguen secuestradas y ultrajadas por los islamistas radicales de Boko Haram. Es verdad, como razonan sus afines, que Mam logró grandes resultados, aunque ¿algún fin justifica los medios cuando son patrañas para engordar una leyenda personal? Existen demasiados testimonios verdaderos como para socavar la credibilidad de una causa que aún dista mucho de estar controlada. ¿Por qué la mala literatura acaba dañando lo que apenas necesita adjetivos para ser contado? En España, cada hora y media se produce una agresión sexual, justo lo que dura una película.

(La Vanguardia)

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16 de junio de 2014
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La reina, el banquero y los júniors

Madrid y Barcelona sin taxis, desprovistas por un día del zigzagueo de los autos que, desde hace un tiempo, vienen quejándose de la falta de trabajo y añoran aquellas noches de emisoras colapsadas y listas de espera. El universo de las aplicaciones llega al taxi de la misma forma que lo júnior reemplaza a lo sénior en política, y lo multirracial se cuela por los pliegues del etnocentrismo patrio. Porque un gran número de taxistas sienten la misma nostalgia que los intelectuales, la distancia de un tiempo en el que su autoridad resultaba insoslayable, a diferencia de hoy, en franca posición de marginalidad social, resignados en sus cenáculos y reclamados de vez en cuando como monos de feria para decorar un evento o una mesa redonda dominada por la generación de nativos digitales “disruptivos” que hablan en siglas. Por su parte, los políticos han empezado a abdicar en cadena: de Rubalcaba a Duran Lleida, pasando por Patxi López o Pere Navarro. Y una extraña sensación de quitarse de en medio refuerza la idea del fin de una estirpe de viejos líderes, reemplazada por el espíritu de los community managers. A una semana de la coronación de Felipe VI, el Congreso luce dispuesto para revista. La revista ¡Hola! dedica monográficos a la familia Real, buscando el equilibrio entre solemnidad y publirreportaje. Y sus miembros continúan recibiendo cerrados aplausos, como el del pasado miércoles a la Reina en el Patronato de Mujeres por África. Doña Sofía, vestida de amarillo pálido, fue ensalzada por medio Ibex 35 reunido gracias al arrojo o los favores debidos a Maria Teresa Fernández de la Vega, presidenta de la Fundación. Resultaba insólito ver a Emilio Botín que, jovial y vehementemente tomó la palabra, y a los mandamases de Endesa, Mapfre, Iberia, FCC o Florentino Pérez, comprometidos con programas para taxistas, estudiantes, víctimas sexuales africanas, o mujeres estigmatizadas como las del proyecto “Stop Fístula”, un drama que asola a quienes sufren las consecuencias de partos de riesgo. La amistad de la Reina con Graça Machel, viuda de Mandela, ha sido un importante vínculo con la causa africana. “Con vuestra incesante labor y compromiso, discreción, cercanía, os habéis ganado la admiración y reconocimiento de todos los españoles” le dijo Botín a doña Sofía. Y se cruzaron las miradas, esbozando en el aire la moviola de todo aquello que puede llegar a compartir un banquero con una reina. El Botín posibilista, el santanderino con prisas, Emilio II, tan amable con Zapatero como apoyo crucial del gobierno Rajoy, se halla inmerso en una cruzada que conecta a las mejores universidades del mundo con el talento sin recursos. En España carecemos del pedigrí de los Bill y Melinda Gates, o de los Soros, porque aquí siguen mandando las familias de banqueros de siempre que se han entregado vigorosos a la responsabilidad social. Y es que ya lo adelantó Cioran, cínico entre cínicos: “Un español siempre da la impresión de que echa de menos algo”. La fama útil Invitaban a la par, Irene Meritxell e Imanol Arias, aunque las fotografías las firmara sólo ella: Miradas de Anantapur. Pareja del actor desde hace ya más de seis años, Meritxell se ocupa de la foto fija en rodajes de televisión y cine, como en el biopic de Vicente Ferrer, al que dio vida su novio. De esa estancia en India surge esta exposición. “Nos impactó la profundidad y nobleza con las que se vive allí” dijo Imanol, que sabía que encarnar al santo laico representaba mucho más que un papel. La recaudación de la muestra servirá para crear hospitales rurales y de VIH. Esa es la utilidad de las cámaras: la mirada de los niños de Anantapur buscando futuro, en pleno barrio de Salamanca. La vida inventada Su verdadero nombre es Hokulani (estrella celestial) y han tenido que pasar 46 años, 31 películas, e incalculables pinchazos faciales para que se atreviera a confesarlo a In Style. Ni es australiana -nació en Hawái- ni sus padres la llamaron Nicole. Inventó su vida, pero no menos que las leyendas que siempre ha fabricado Hollywood para que sus estrellas brillen más. A Kidman se le acusa de ir siempre pasada de photoshop. En algunas agencias de comunicación han dado órdenes de no clipear nada sobre ella para ir borrándola de Google, y más después del errático biopic de Grace. Aunque no será tan fácil olvidar Moulin Rouge o Eyes wide shut. ¡Cuántos precipitados réquiems! 40 años no es nada Los joyeros españoles más internacionales celebraron esta semana, entre amigos, sus cuarenta años de matrimonio. Benito y Lola se conocieron en Bilbao, cuando chicos y chicas aún paseaban por la calle y se cruzaban miradas. Él heredó la tienda-taller familiar a los 36 años, cuando sus padres fallecieron en accidente de coche; ella era enfermera. Se les murió su primer hijo, pero continuaron adelante levantando una familia y una empresa que hoy extiende sus tentáculos por todo el mundo. Los Suárez son ya más madrileños que vascos, cosmopolitas y discretos en sus acciones solidarias. Esta semana regaron con amor la hierba fragante después de llover, como si acabaran de empezar. (La Vanguardia)

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14 de junio de 2014
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El Boomeran(g)
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