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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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Felipe VI, sin corte, con familia

El rey Felipe VI llegó a las cortes españolas sin corte. Uno de los mayores aciertos de su padre fue el de no regar socialmente sus jardines con aduladores y bufones, a riesgo de sentir las amargas soledades de las que hablan las crónicas del off Madrid. Don Juan Carlos, preciso en sus últimos mensajes, con muleta y medicamentos, autobautizado “viejo rockero”, dejó ayer definitivamente los focos a su hijo. “Todo para ti”, decidió, primero cediéndole la silla y después colocándose en el extremo de la foto. Felipe VI entró ya Rey, sin corte pero con familia. Con dos niñas rubias. Fotogénico, algo aniñado a pesar de su perfil griego, casado con “una reina de clase media”, que ayer proclamaba la prensa internacional. Lo acompañaba su círculo más estrecho: Jaime Alfonsín, su hombre de confianza; el general Tomé, que lo acompañaba en el Rolls, y el aristócrata teniente coronel Zuleta. Concentrado, consciente de la publicidad global que significaba para la monarquía el acto, apretaba la mandíbula con disimulo, una mezcla de orgullo y tensión, mientras su mujer, la reina Letizia, se mostraba más relajada que nunca. Con su dicha enviaba un mensaje: ante todo es madre, pero también la esposa que reinará a su lado. Tres besos rematados por una caricia son una clara declaración de cariño protector. Un “te ayudaré”, porque no tiene reparos en evidenciar que ella no se limitará a acompañar al Rey -tal y como describía su papel doña Sofía-, sino a ejercer como su colaboradora más fiel. Todo el país estaba pendiente de la elección de su traje, y ganó la fidelidad. Su modisto de cabecera, un descubrimiento de Letizia: Felipe Varela le diseñó un traje hasta la rodilla, color crudo, con abrigo bordado en degradé e incrustación de cristales de rubí, amatista, ámbar y rosa perlas crema; un recurso para sustituir los diamantes. Media trenza en lugar de tiara y zapatos salón nude de Magrit con tacón de ocho centímetros. The New York Times alabó el gusto de Letizia: “Perfection”. Y auguran que ojalá pueda impulsar a los diseñadores locales igual que hacen Michelle Obama o Kate Middleton -con quien los medios norteamericanos la comparan en multitud de ocasiones-. La princesa de Asturias y la infanta Sofía vistieron en tonos pastel como su madre, y enrarecían los colores papagayo de muchas asistentes, desde el morado y fucsia de Celia Villalobos hasta el rojo Carmen de Ana Botella. La nueva Reina instruía a sus hijas. Con los ojos más abiertos que nunca mediante un código de gestos: juntar las manos significa “junta las piernas”. O no hables. Pero a la vez las acariciaba y las alentaba. No escatimó mimos. Se impone un nuevo estilo: solemnizar lo cotidiano y modernizar la tradición. Una corona con Twitter y cine en V.O., compatible con llevar a las niñas al colegio y reactivar un país desalentado y escéptico. Sin yugos ni flechas, y sin crucifijos, Felipe VI quiso imprimir un tono austero y relajado, previsible. “El discurso es suyo, y es muy como es él”, comentó la Reina Letizia en su círculo más íntimo. Entre los invitados, pocos nombres sorprendentes, ni talentos de Palo Alto o 22@, ni escritores de la generación nocilla. Un mailing demasiado clásico, que incluía desde el Ibex 35 en pleno hasta Isabel Preysler o David Bisbal. Y un pastiche multitudinario y sudoroso en el que se mezclaban antiguos profesores, el director del CNI, los príncipes de Bulgaria, sus amistades más finas: los Fuster, los primos y una colección de periodistas vips. Había pocos cuartos de baño. Cuentan que en una ocasión la reina Sofía pidió que despidieran a un ayudante militar porque a su hijo le dijo “hola, guapo”. Esos fueron otros tiempos. Urgía empezar a escribir un nuevo capítulo de la monarquía antes de desplomarse. Quitarle rigidez y hacerla ejemplar y transparente. Felipe VI llega como una solución reformista en tiempo de miniempleos, emprendedores, reinventados y parados. Puro maquillaje según republicanos y escépticos. Ha cambiado el azul del escudo real -pureza y poder- por el carmesí -valor y liderazgo-. Mañana empieza un nuevo reinado en un país bien diferente al de los cuentos.

(La Vanguardia)

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20 de junio de 2014
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Tirana elección

Bienvenido a la sobrecarga electoral. Porque usted no sólo debe decidir constantemente entre té y café, pan integral, blanco o de centeno, paracetamol o ibuprofeno, sino entre cientos de canales de televisión, miles de productos del supermercado o millones de ventanas que puede llegar a abrir el ordenador -y que van desde la búsqueda de trabajo hasta la de pareja-. La obsesión por elegir forma parte de nuestra configuración identitaria, auspiciada por un sistema que apela a la inteligencia y a la responsabilidad del consumidor-elector, pero también al consumo de masas. Asimismo nos convierte en seres más ansiosos y culpables, al no poder derivar responsabilidades cuando nos arrepentimos del camino escogido. Y lo más crucial: asistimos al fin de la inocencia, porque no vaya usted a creerse que elige con independencia, “dueño de sí mismo”. Un anclaje que concentra desde impulsos inconscientes hasta una lluvia de mensajes determinados por la presión del medio acabará condicionando su libertad. Se dice que escoger es descartar. Y pensamos que, en la mayor parte de las ocasiones, se trata de un dictado entre el sentido común y nuestras preferencias. Una decisión conveniente, razonada, informada, nos decimos. O intuitiva, cuando el caos acecha y cualquier argumento parece inservible. Los manuales de autoayuda para elegir bien y evitar el “impuesto mental y emocional” del error proliferan en las librerías. Pero la mayoría de estos tratados de psicología de bolsillo profundizan en explicaciones sobre lo qué nos ocurre al tener que decidir, mientras sus consejos para elegir bien no pasan de cuatro nociones elementales. Tras décadas de estudio científico acerca de esta capacidad humana que nos ha endiosado, un pequeño grupo de filósofos, teóricos legales y psicólogos que estudian el terreno de la cultura insisten en que las constantes elecciones a las que nos vemos forzados han llegado al punto de tiranizarnos. Uno de los muchos ensayos sobre el tema, el reciente Tyranny of choosing, de Renata Salecl, razona que la libertad de elegir y el inmenso catálogo de posibilidades al que nos enfrentamos no nos aportan “mayor felicidad o más justicia”. Y su conclusión es que, o cambiamos el lenguaje neoliberal de la elección en el contexto del capitalismo de mercado, o elegir será otra de esas reliquias del pasado que finiquitará el mundo emergente. Ahora bien, no hay mayor soberbia, ni sentimiento de plenitud, que el de sentirse pagado de uno mismo por haber elegido aquello que lleva acompañándonos desde hace tiempo, y aún no nos ha decepcionado. Sea un perfume, la cafetera o el marido.

(La Vanguardia)

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18 de junio de 2014
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La leyenda negra del ?trafficking?

Me empujó hasta el portal, me decía guapa y me sobaba… vi que no iba armado y me zafé de él. Conseguí que girara la llave. Su chaqueta se quedó enganchada en la puerta”. Es el relato de una joven de treinta y tantos, ocurrió el pasado viernes en Barcelona: un intento más de agresión sexual, de los tantos que, al quedarse en amago, son anécdota silenciada. A pesar del progreso, del vuelco social y los derechos ciudadanos, de nuestras “ciudades seguras”, de las cámaras de vigilancia, de las campañas de prevención y, sobre todo, del endurecimiento de la ley, el fantasma de la agresión sexual sigue acechando a las mujeres desde el umbral de la adolescencia. Como un déjà vu, un lugar común que antes se ocultaba a fin de no dejarse la piel en ello ni marcarse a fuego. Violencia sexual gratuita, criminal, banal, pasmosamente cotidiana en muchos lugares del mundo. “Pero, en realidad, ¿de qué tienes miedo?”, me preguntó mi hija de 16 años cuando la noche del viernes pactamos el horario de vuelta a casa: “De que te violen”, le respondí sin eufemismos, a sabiendas de que hay un tipo de miedo que debe de conservarse para mantener en alerta los seis sentidos. Estos días he recordado los testimonios atroces de las pequeñas que vivían en la casa de acogida de Afesip, en las afueras de Phnom Penh, fundada por Somaly Mann. Se había convertido en una activista carismática, modélica y muy valiente. Con buena foto y habilidad para conseguir apoyo internacional, se dedicó, desde 1997, a liberar a las chicas de los burdeles o la peor de las calles y rehabilitarlas. Niñas educadas para prostituirse, algunas vendidas por los padres, otras que actuaban bajo el tácito acuerdo de no preguntarse de dónde llegaba cada día el dinero para comprar arroz. Ahora se ha revelado que Somaly Mam incluyó grandes dosis de impostura en su biografía. Inventaba dramáticos casos de agresiones, como el que aseguró que había sufrido su propia hija: drogada y violada por las mafias del trafficking como vendetta. Consiguió el Príncipe de Asturias, y tenía excelentes relaciones, desde Hillary Clinton hasta la reina de España. Su fabulación es doblemente desoladora, pues significa un sabotaje a la propia causa, una lucha aún incipiente para proteger a las más inocentes, como esas escolares de Nigeria que siguen secuestradas y ultrajadas por los islamistas radicales de Boko Haram. Es verdad, como razonan sus afines, que Mam logró grandes resultados, aunque ¿algún fin justifica los medios cuando son patrañas para engordar una leyenda personal? Existen demasiados testimonios verdaderos como para socavar la credibilidad de una causa que aún dista mucho de estar controlada. ¿Por qué la mala literatura acaba dañando lo que apenas necesita adjetivos para ser contado? En España, cada hora y media se produce una agresión sexual, justo lo que dura una película.

(La Vanguardia)

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16 de junio de 2014
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La reina, el banquero y los júniors

Madrid y Barcelona sin taxis, desprovistas por un día del zigzagueo de los autos que, desde hace un tiempo, vienen quejándose de la falta de trabajo y añoran aquellas noches de emisoras colapsadas y listas de espera. El universo de las aplicaciones llega al taxi de la misma forma que lo júnior reemplaza a lo sénior en política, y lo multirracial se cuela por los pliegues del etnocentrismo patrio. Porque un gran número de taxistas sienten la misma nostalgia que los intelectuales, la distancia de un tiempo en el que su autoridad resultaba insoslayable, a diferencia de hoy, en franca posición de marginalidad social, resignados en sus cenáculos y reclamados de vez en cuando como monos de feria para decorar un evento o una mesa redonda dominada por la generación de nativos digitales “disruptivos” que hablan en siglas. Por su parte, los políticos han empezado a abdicar en cadena: de Rubalcaba a Duran Lleida, pasando por Patxi López o Pere Navarro. Y una extraña sensación de quitarse de en medio refuerza la idea del fin de una estirpe de viejos líderes, reemplazada por el espíritu de los community managers. A una semana de la coronación de Felipe VI, el Congreso luce dispuesto para revista. La revista ¡Hola! dedica monográficos a la familia Real, buscando el equilibrio entre solemnidad y publirreportaje. Y sus miembros continúan recibiendo cerrados aplausos, como el del pasado miércoles a la Reina en el Patronato de Mujeres por África. Doña Sofía, vestida de amarillo pálido, fue ensalzada por medio Ibex 35 reunido gracias al arrojo o los favores debidos a Maria Teresa Fernández de la Vega, presidenta de la Fundación. Resultaba insólito ver a Emilio Botín que, jovial y vehementemente tomó la palabra, y a los mandamases de Endesa, Mapfre, Iberia, FCC o Florentino Pérez, comprometidos con programas para taxistas, estudiantes, víctimas sexuales africanas, o mujeres estigmatizadas como las del proyecto “Stop Fístula”, un drama que asola a quienes sufren las consecuencias de partos de riesgo. La amistad de la Reina con Graça Machel, viuda de Mandela, ha sido un importante vínculo con la causa africana. “Con vuestra incesante labor y compromiso, discreción, cercanía, os habéis ganado la admiración y reconocimiento de todos los españoles” le dijo Botín a doña Sofía. Y se cruzaron las miradas, esbozando en el aire la moviola de todo aquello que puede llegar a compartir un banquero con una reina. El Botín posibilista, el santanderino con prisas, Emilio II, tan amable con Zapatero como apoyo crucial del gobierno Rajoy, se halla inmerso en una cruzada que conecta a las mejores universidades del mundo con el talento sin recursos. En España carecemos del pedigrí de los Bill y Melinda Gates, o de los Soros, porque aquí siguen mandando las familias de banqueros de siempre que se han entregado vigorosos a la responsabilidad social. Y es que ya lo adelantó Cioran, cínico entre cínicos: “Un español siempre da la impresión de que echa de menos algo”. La fama útil Invitaban a la par, Irene Meritxell e Imanol Arias, aunque las fotografías las firmara sólo ella: Miradas de Anantapur. Pareja del actor desde hace ya más de seis años, Meritxell se ocupa de la foto fija en rodajes de televisión y cine, como en el biopic de Vicente Ferrer, al que dio vida su novio. De esa estancia en India surge esta exposición. “Nos impactó la profundidad y nobleza con las que se vive allí” dijo Imanol, que sabía que encarnar al santo laico representaba mucho más que un papel. La recaudación de la muestra servirá para crear hospitales rurales y de VIH. Esa es la utilidad de las cámaras: la mirada de los niños de Anantapur buscando futuro, en pleno barrio de Salamanca. La vida inventada Su verdadero nombre es Hokulani (estrella celestial) y han tenido que pasar 46 años, 31 películas, e incalculables pinchazos faciales para que se atreviera a confesarlo a In Style. Ni es australiana -nació en Hawái- ni sus padres la llamaron Nicole. Inventó su vida, pero no menos que las leyendas que siempre ha fabricado Hollywood para que sus estrellas brillen más. A Kidman se le acusa de ir siempre pasada de photoshop. En algunas agencias de comunicación han dado órdenes de no clipear nada sobre ella para ir borrándola de Google, y más después del errático biopic de Grace. Aunque no será tan fácil olvidar Moulin Rouge o Eyes wide shut. ¡Cuántos precipitados réquiems! 40 años no es nada Los joyeros españoles más internacionales celebraron esta semana, entre amigos, sus cuarenta años de matrimonio. Benito y Lola se conocieron en Bilbao, cuando chicos y chicas aún paseaban por la calle y se cruzaban miradas. Él heredó la tienda-taller familiar a los 36 años, cuando sus padres fallecieron en accidente de coche; ella era enfermera. Se les murió su primer hijo, pero continuaron adelante levantando una familia y una empresa que hoy extiende sus tentáculos por todo el mundo. Los Suárez son ya más madrileños que vascos, cosmopolitas y discretos en sus acciones solidarias. Esta semana regaron con amor la hierba fragante después de llover, como si acabaran de empezar. (La Vanguardia)

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14 de junio de 2014
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?Porna? para mujeres

Hay palabras adultas como porno, palabras gueto a pesar de que su uso esté muy extendido, que un buen día se universalizan y su significante se acaba aplicando a otros significados ajenos al original, casi siempre como adjetivo. Puede que sea por su sonoridad, su provocación o por sus connotaciones periféricas. El caso es que porno ha escapado de su propia semántica y se ha infiltrado en la cocina, en la moda o en Instagram, donde la cuenta Porn for Women, que ya tiene 82.000 followers y sin gota del porno verdadero. Si teclean pornfood aparecerán delante de sus ojos una colección de platos voluptuosos y calóricos con mostazas estratégicamente regadas sobre un solomillo enrojecido, o una mantequilla de cacahuete deslizándose en meloso goteo sobre un panaché de verduras. Pero también información sobre el nyotaimori: privados de restaurantes con un kilo de sushi extendido sobre el cuerpo desnudo de una mujer que yace sobre la mesa y huele a atún. También existe hoy la etiqueta pornshoes, como si tildar a unos zapatos de pornográficos sobrepasase la más sinestésica de las fantasías. El catálogo de pornshoes no se limita a tacones de aguja con straps hasta el tobillo, incluye una amplia colección de absurdas zapatillas deportivas. Todo lo contrario que la holandesa Dusk TV, que hace un par de años creó el primer canal de televisión temático sólo para mujeres, y acuñó porna. La feminización del término implica un diferencial en los contenidos de esos filmes con respecto al clásico porno: sexo explícito, sí, pero con parejas reales, hombres guapos y mujeres sin cirugías. Y fuera las clásicas escenas de machos alfa que a ellas, lejos de considerarlas proezas eróticas, les repugnan. Historias que avanzan de la insatisfacción al descubrimiento y el éxtasis sexual, a cualquier edad, contenían la mayoría de relatos que leí como jurado del premio de literatura erótica escrita por mujeres Válgame Dios. Sus promotoras, Beatriz Santamaría -una conocida agitadora cultural de Chueca- y su hija, la actriz Candela Arroyo, decidieron alentar una reescritura del género en femenino. El resultado: dominio del ansia por descubrir el placer verdadero mezclada con torpes clasicismos y confesiones terrenales, como la de una mujer que para emprender su placer solitario recurre siempre a una foto de Arturo Pérez-Reverte. El hijo del erotómano Berlanga, Carmen Rigalt, Fernando Rodríguez Lafuente, Sandra Berneda, Javier Rioyo, Oscar Mariné, entre otros, hicieron ganadora a una historia de Adán y Eva, de Laura M Lozano, escrita al revés. Sobre la fortuna que ambos experimentan cuando se ven por primera vez desnudos. Y se gozan. Puede ser que en esto consista el porna. (La Vanguardia)

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11 de junio de 2014
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El precio de una foto sexy

El fetichismo contemporáneo practica una obsesiva exhibición de la intimidad a través de los dispositivos móviles. Grabarse en vídeo para verse después y excitarse juntos, retratarse desnudos para provocar al partenaire enviándole la foto por WhatsApp o practicar el cibersexo, ocultando la identidad hasta que resulta inviable mantener el secreto, ejemplifican la portentosa desinhibición de estos tiempos, ciertamente temeraria. Cuántas muchachas se han encontrado su foto desnuda en los chats del instituto y han querido morirse -y así ha ocurrido en algunos casos extremos-, incapaces de soportar la vergüenza y el acoso. Entre las parejas, la vendetta se gasta hoy utilizando esos mimbres sin respetar la huella del amor que habitó un día entre ellos. Y es que aquel o aquella que fue tu hombro y tu sueño, tu aliento después de un mal día y tu cobijo cuando regresabas de la intemperie, el que reía contigo y se conmovía ante tu dolor o tu alegría, se ha convertido en un traidor miserable que expone tu desnudez en la inmensidad de internet. Ha de ser altamente violento para la conciencia, e incluso para la salud, humillar a tu ex violando en público lo que sólo debía de ser privado. Pero se han desdibujado los límites entre exposición y decoro, también entre original y copia. Porque traficar de esa manera con una confianza íntima ilustra el principio de incertidumbre, así como la poca experiencia en salvaguardar la propia imagen ante las redes sociales. Leo que aumentan en EE.UU. los acuerdos prenupciales que prohíben compartir imágenes personales en el infinito de la red. Se refieren a las de alto contenido sexual, por supuesto, pero también a aquellas “que puedan resultan dolorosas” por sus consecuencias o que sean humillantes. Entre los ricos de Manhattan se calcula que una infracción de este tipo puede salir por 50.000 dólares. “No es por falta de confianza, sino para proteger la privacidad”, dicen las parejas precavidas que firman estos pactos. Pero acaso lo más notorio de esta nueva tendencia sea la mancha ominosa que aún permanece sobre la desnudez, desde la signatura teológica del Génesis. Mientras las reinas del pop son cada vez más transgresoras y explícitas -riéte de Madonna con Miley Cyrus, Rihanna o Shakira-, las alumnas aventajadas de body art se autoofrendan simbólicamente. Como Deborah De Robertis, que acudió al Museo de Orsay para contemplar El origen del mundo de Gustave Courbet y, sin avisar ni anunciar su performance, se sentó en el suelo, y ante la mirada atónita de los visitantes descubrió su sexo. Lo que Robertis buscaba era todo lo contrario a lo que las parejas vengativas: sin móviles nadie se hubiera enterado de su relectura de la obra de Courbet, empeñada en que su pubis mostrara lo que “no se ve en el del cuadro”. Eso sí, tan difusa es hoy la frontera entre arte y escándalo como entre amor y escarnio. (La Vanguardia)

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9 de junio de 2014
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Empáticas y narcisistas

Empatía como antídoto al narcisismo; o, mejor dicho, remedio para apaciguar a las furiosas hidras que acaban aislando a quienes se estampan de boca contra el estanque. Así lo afirma un estudio de la Universidad de Surrey (Reino Unido), cuyas conclusiones aseguran que aprender a considerar los puntos de vista ajenos puede ayudar a los engreídos a sentir empatía. Nada nuevo: “Ponerse en la piel del otro”, esa sabia cantinela. El grupo de narcisos del estudio sólo alcanza picos de generosidad al imaginarse que son ellos quienes padecen; egocéntricos con un elevado umbral de tolerancia ante el sufrimiento ajeno, forzados a ablandarse hasta rozar la autocompasión. A veces la falta de empatía puede responder, como en el caso de Charlene de Mónaco, a la mezcla entre parálisis, susto e inhibición. “La princesa triste”, cuya visión del mundo parece limitarse a una piscina -su mirada destila agua clorada y su fundación benéfica se dedica a enseñar a nadar a los niños-, ha roto el maleficio y las sospechas de esterilidad. Parece que Charlene y Alberto tendrán gemelos, y los nubarrones se disipan en el país-casino, una especie de plató couché donde aún se celebran bailes con máscaras, rosas y circo. Ahora, si hay alguna princesa del pueblo, esa es Estefanía, amada por los monegascos hasta el punto de considerarla una más: compra en Carrefour, vive en un bloque de apartamentos, se sienta al lado de su chófer, Doudou, y no lleva bótox. En una entrevista que le hice hace más de cinco años, me aseguraba que no era de plástico. “Lo normal es que, si yo hago la comida o la compra, no acepte que alguien lo haga por mí. No me han dado ningún manual de cómo ser princesa, cada uno vive su vida como quiere. No sé en las otras familias reales, no las conozco, y no voy a juzgar a la gente que no conozco”. A Charlene, en cambio, sí le dieron un manual, e incluso le aconsejaron que fuera de plástico, para repeler a los insidiosos. En las dos últimas décadas se nos ha reeducado hacia nosotros mismos: Desde el “mímate” o “sácate partido” de las tonadillas de autoayuda hasta el ombliguismo de las redes sociales. Pocos personajes públicos, ya sea Pablo Iglesias o la hija de la Pantoja, escapan del mal narcisista. Bien lo sabe Angelina Jolie, una bestia mediática que más allá de los tatuajes, la bisexualidad y el músculo desafiante, se ha convertido en una comprometida madre de familia numerosa y global con una de las mejores imágenes públicas mundiales. Su estratega es simple: una estrella debe de ser la vez extraordinaria y ordinaria. Como Gloria Swanson, que después de lucir sus pieles con insuperable glamur preparaba la cena de sus hijos. Paladas de empatía californiana contra la egolatría narcisista, lo contrario de lo que ocurre en Mónaco con el permiso de Estefanía. Dos en uno No sé si se había entregado antes un premio Príncipe de Asturias a un escritor y su alias. Porque los méritos que glosa el jurado para concederle el galardón al irlandés John Banville incluyen al seudónimo con el que firma sus novelas negras, “turbadoras y críticas” según él mismo: Benjamin Black. Su desdoblamiento es colosal. Hace un par de años reconoció que le gustan más los thrillers de Black que muchas de las novelas serias y enjundiosas de Banville, que acaba odiando. Un verano me entregué a su obra, empezando por El mar: “Y fue como si de pronto hubiera salido de la oscuridad y entrado en una mancha de sol pálida y empapada de sal”. La soporté un minuto, menos de un minuto, esa feliz luminosidad…. La tía republicana Adora las cámaras con ese fervor tan de provincias, aunque se define “laica, roja y republicana” a los cuatro vientos, retuitea los mensajes de Podemos y apuesta, cómo no, por el referéndum. Hablamos de Henar Ortiz, a quien, de no haber sido tía de la princesa Letizia, nadie conocería. Una mujer que, de vez en cuando, sienta cátedra con sus opiniones que tanta inquina destilan: “Mi sobrina es muy lista, pero está poco preparada para reinar”, dijo en una ocasión, añadiendo que físicamente se parece a ella. Todas las familias esconden una mancha tras el cuadro, pero eso no importa tanto como empeñarse en ser oveja negra. Por mucho que sea la única manera de que te hagan caso… ¿El nuevo feminismo? Rihanna vuelve a estar en boca de todos, y no por su música sino por su permanente pose de desafío. Acudió a la gala de los premios CFDA con unas transparencias sin eufemismos, erotizando el look que, en los años veinte, inmortalizara Josephine Baker. Algunos tabloides británicos censuraron la imagen, otros solo se escandalizaron, pero su gesto también se ha defendido como un claro un mensaje feminista. La chica políticamente incorrecta que se mueve con fiebre en las caderas reafirmada en su desnudez, igual que si anduviese abrochada hasta el cuello. Tanta literatura acerca de la necesaria reformulación del viejo feminismo, y ya ven: esas chicas, Beyoncé o Rihanna, dispuestas a reivindicar con el culo al aire. (La Vanguardia)

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7 de junio de 2014
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La aristocracia del ?strip-tease?

Un cabaret en permanente búsqueda. La atracción turística más sofisticada detout París. Quince flequillos y quince pares de stilettos con la suela roja de Christian Loubutin encima de un escenario. El templo de los cuerpos perfectos, custodiado por una legión de cancerberos. Un antro añejo en el que su fundador, el libertino Alain Bernadin, dejó docenas de mensajes escritos en sus paredes. ?Los italianos no pueden llevarse a las bailarinas a casa?, rezaba uno de ellos. Cortinas de terciopelo rojo y dos estatuas de estilo griego lacadas en oro enmarcan el escenario. Voilà, el Crazy Horse. Para acceder a su backstage, debe rellenar una instancia. Las restricciones para fotografiar son superiores a las del Ministerio de Defensa. Hay que mantener intactas la imagen y el misterio de la marca, dicen sus responsables. Y proteger a las bailarinas. Porque formar parte del cuerpo de baile del Crazy significa alcanzar un estatus en la profesión. A cambio, a la chica la rebautizan, la pesan cada semana ?si gana o pierde más de dos kilos, la echan? y se le prohíbe relacionarse con ningún espectador, aunque este pertenezca a la realeza. ?Nuestros jefes nos dicen: sois mitos, no estáis disponibles. Sí, recibimos botellas de champán y cajas de bombones y nos encanta tener admiradores, pero nos está prohibido cruzar palabra con ellos?, explica la vasca Patricia Díaz-González, una de sus estrellas, rebautizada artísticamente Nahia Vigorosa. Desde hace tres años tiene contrato de exclusividad con la compañía. ?Nahia significa deseo en euskera?, aclara. Sus compañeras se apodan Psykko Tico, Fasty Wizz o Fiamma Rosa. El bautizo es todo un ritual de iniciación para devenir una crazy girl. Los camerinos son puro kitsch. El pequeño hall con canapé 2001: Una odisea del espacio huele a comida calentada en microondas. Está prohibida la entrada a cualquier hombre. En las paredes, una foto del Papa Wojtyla junto a una postal con palmeras caribeñas. Cada bailarina tiene asignado un cubículo del tamaño de un locutorio, donde guarda sus pelucas, medias de rejilla, cadenas, jabones, ositos de peluche, post-its con mensajes tipo ?besos, Zou Zou?. Un collage de decadencia naif. Nahia se maquilla frente al espejo de vedette. Del ballet clásico en Gaztetxo y Biarritz pasó a hacer bolos en Disneyland París y Port Aventura. Le propusieron presentarse a las pruebas del Crazy. “¿Qué es eso?”, preguntó. ?Es ante todo la exaltación de la feminidad. Te sentirás una auténtica actriz, no una muñeca?, le respondieron. Cuando le dio la noticia a su madre, por teléfono, tuvo que añadir: ?Pero es en topless?. A una bailarina del Crazy Horse se le exigen cinco condiciones: un cuerpo bello y natural ?sin cirugía estética?; unos glúteos redondos; entre 1,68 y 1,72 metros de altura y una talla 36 o 38; un nivel alto de baile, desde clásico a jazz, y carisma. Alain Bernadin aseguraba que, aquí, ?si una bailarina no tiene mirada, ya se puede ir a casa?. La perversa y elegante cueva que creó en el sótano de un inmueble de la Avenue George V se vanagloria de haber reinventado el género al ritmo de las vanguardias. Nada que ver con el Moulin Rouge o el Lido. Este es un espectáculo para estetas. De la Nouvelle Vague al Pop-Art, de Aznavour a David Lynch, los artistas invitados a colaborar con esta reformulación del cabaret a la americana han aportado fetichismo, glamour parisino y moda. La show manager y bailarina Svetlana Kostantinova insiste: ?No provocamos, seducimos, hacemos soñar a los espectadores, los conducimos hasta sus fantasías”. Sensualidad, y no sexualidad. Se levanta el telón. Las bailarinas, disfrazadas de soldados de la Guardia Real británica, marcan paso levantando la rodilla hasta el techo, y ponen el culo en pompa. La escena es demasiado perfecta para el morbo. Y el público es extremadamente educado.

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5 de junio de 2014
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La renuncia

“Quién es el hombre para hacer planes!”, exclama lord Chandos en su carta de despedida al canciller lord Bacon en la que le explica por qué ha dejado de escribir, profundizando en la incapacidad de toda literatura para expresar la realidad. Se trata de una joya literaria a menudo olvidada, que abre una nueva dimensión de la percepción artística. La existencia tenía sentido hasta que, un día, la embriaguez se transforma en tribulación y después en renuncia. El personaje de Hugo von Hofmannsthal cambia aplausos y elevadas responsabilidades por una existencia trivial, si bien dotada de momentos sublimes, desde la visión de un perro tumbado al sol hasta la de un rastrillo abandonado. Y los vive. Encendiendo otras plumas. Palabras elevadas que dejan atrás antiguas arrogancias y enaltecen al que se compara con Craso cuando lloró al morir un pez de su estanque. Una épica de la renuncia que, lejos de emborracharse de nostalgia, estimula la conciencia. Asistimos desde hace un tiempo a un relevo generacional en el cual se anuncia la caída de árboles gigantes, al que la abdicación real ha dado un nuevo impulso. En unas horas, tras renunciar a su corona, hemos presenciado la humanización del personaje y del símbolo. El Rey, con una despedida cuya solemnidad ha quedado reservada al significado en lugar de a la forma, ha recuperado su dimensión humana. En su mensaje vibra el subtexto: ahora que ya me he recuperado, ahora que he viajado al petrodesierto en busca de prosperidad, después de cumplir 76 años, sé que es la hora de “una nueva generación” que “reclama con justa causa un papel protagonista” y que “merece pasar a la primera línea”. Tras los rigores de la crisis y la mutación digital, el mundo ha visto quebradas muchas de sus estructuras, y se plantea si no ha llegado la hora de que los delfines reemplacen a los elefantes sin intentar imitarlos y convertirse también en paquidermos. Con otra forma de hacer y de comunicar, sin viejos vicios y buenas dosis de astucia y formatos insólitos, han sido capaces de descorchar la llamada generación tapón. La urgencia de dominar unos tiempos en permanente cambio se une a una conciencia ciudadana más crítica. La hora, dice el Rey, de que comanden las naves una generación de no tan jóvenes, que, con cuarenta años, están sobradamente preparados para encarar el futuro y ejercer otro tipo de liderazgo. A pesar de sus méritos les ha costado llegar a la orilla. Hasta que el Rey ha anunciado que abdica la corona en su hijo, presumiblemente se acelerarán los relevos. Ha llegado la hora de que los elefantes disfruten de la visión, como lord Chandos, de un perro tumbado al sol.

(La Vanguardia)

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4 de junio de 2014
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Y al séptimo descansó

“Y al séptimo día, descansó”. Los domingos se convirtieron en una jornada sagrada, una institución del calendario para rendirle culto a Dios. Incluso los payeses no madrugaban el domingo para ir al campo, día de agua y jabón, traje, misa, vermut y canalones. De tardes largas con el eco del Carrusel deportivo y el aire impregnado de habanos. Las ciudades recogidas a la hora de la siesta. Las meriendas de amigas con suizo y café con leche condensada. Hasta que la semana, invisiblemente, empezó a arrancar en sus tardes yermas y melancólicas. En ellas se gestaría, anticipando planes, citas y quimeras. Los centros comerciales rugían con promociones de perfumes y vales descuento al tiempo que algunos salones de belleza empezaron a abrir los domingos y cerrar los lunes, igual que los restaurantes. Y la tarde libre de los viernes se convirtió en una nueva conquista del Estado de bienestar. Mientras para los eurodiputados la semana es de martes a jueves, y para multitud de teleoperadoras es de viernes a lunes, se ha ido trastocando el orden mental de lo que entendíamos por “semana”, una línea continua y homologada. Hace unos días leía en Slate un artículo que resaltaba la vigencia de la semana de siete ideas, esa institución tan sólidamente instalada en nuestras sociedades como poco cuestionada. “Ya es hora de abolir la semana”, titulaba, y repasaba la historia de la organización temporal humana y su relación con los ciclos solares y lunares, afirmando que esta división del tiempo ha quedado obsoleta. Los ciclos de siete días -un número vinculado tradicionalmente a la buena suerte- que inventaron babilonios y judíos, con uno libre (para los primeros un día de mal augurio, para los segundos el preceptivo sabbat), fueron normativizados por el cristianismo. Pero no fue hasta 1926 cuando el magnate industrial Henry Ford inventó el fin de semana al cerrar sus fábricas los sábados a fin de que sus obreros tuvieran tiempo de dar una vuelta con la familia en sus Ford. Cuántas tradiciones semanales en el marco de un mercado laboral mutante y nómada, y en pleno declive de la práctica religiosa, se han desvanecido. Internet ha derribado el sentido de la temporalidad: basta un clic para ver el siguiente capítulo de tu serie preferida sin necesidad de esperar ansiosamente siete días, y en la tele siempre hay fútbol, no sólo los domingos. La sensación de que el fin de semana se extiende plácidamente de viernes a lunes parece cada vez más un espejismo. En México o Japón los sábados son laborables. Y, en Europa, los empresarios, tras los resultados de las últimas elecciones, reclaman a sus gobiernos más mano dura: “opciones políticas valientes” de cara a una mayor “consolidación fiscal”, es decir, más ajustes y reformas estructurales. Ellos quieren abolir el fin de semana, justo cuando nos preguntamos si el martes no debería de ser como un domingo y el domingo como un lunes.

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2 de junio de 2014
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El Boomeran(g)
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