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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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El placer de lo inútil

De qué nos sirve la actualidad, rendirnos a su tiranía, a las breaking news calientes protagonizadas por buenos y malos que continúan jerarquizando la información? ¿Tiene utilidad para el ciudadano medio saber que Abel Matutes compra el Fortuna a precio de ganga, que el juez Alcover mantiene encausado a Messi o que el Gobierno de Bolivia permite el trabajo infantil a partir de los diez años? ¿Viviremos con más ahínco anticipando la procesión de la familia Pujol ante la Fiscalía Anticorrupción? Las noticias languidecen como el amor breve, los girasoles en agosto o la importancia que se dan las personas poco interesantes que se creen muy interesantes y acaban produciendo vergüenza ajena. Por supuesto que hay noticias que suscitan esa misma incomodidad, aunque pronto serán arrolladas por nuevas entregas. Vivimos rodeados por personas y noticias inflacionadas, que adquieren un protagonismo desorbitado, hasta que un día amanecemos con la náusea de la nada, como si en el mundo siempre debiera de ocurrir algo trascendente. Pero la dictadura de la actualidad se olvida de las emergencias. Hace algo más de un mes saltaban las alarmas mundiales ante el secuestro de las estudiantes nigerianas a manos de un grupo de criminales integristas que pretendían canjearlas por presos, previas torturas y conversión al islamismo, sólo por el hecho de querer estudiar y prosperar en la vida. Hoy, esa noticia se ha ajado, con la herrumbre de la resignación o, mejor dicho, de la dimisión forzosa, porque los políticos, jueces, policías, periodistas o mediadores también hacen vacaciones. Pero y usted, que está al otro lado del periódico, ¿quiere volver a leer sobre las niñas nigerianas o prefiere conocer qué hizo el primer día en la celda el preso Jaume Matas? ¿Puro morbo, entretenimiento o algo más? Es probable que aunque la mayoría de las noticias no le hagan la vida más agradable, ni alivien su insomnio, puedan convertirle en un ameno conversador en las cenas veraniegas. A veces uno cree que la actualidad es más útil que la poesía o que la contemplación del paisaje. Hay un tipo de saber inmediato que te hace sentir vivo, como un certificado de que estás en el mundo, pero “lo placentero es más útil que lo útil”, decía Leopardi. Uno de los libros de este verano es, sin duda, La utilidad de lo inútil. Manifiesto (Acantilado), de Nuccio Ordine, que ha llegado a la sexta edición acaso porque apela al verdadero sentido de la vida, ya que alienta a ese hombre moderno que no tiene tiempo para nada -esclavo del utilitarismo- a volver a los clásicos, a comprender el arte o a leer versos porque, tal como Lorca ya alertó, es una imprudencia vivir sin la locura de la poesía. (La Vanguardia)

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30 de julio de 2014
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En el aire

Cuando el avión renquea por la pista, el pasajero entrega su voluntad al reposacabezas. Si es viajero frecuente, automatiza sus actos y se abrocha el cinturón sin darse cuenta, afloja los zapatos y los músculos, abre el periódico y mira de reojo a quien tiene al lado. Al fin y al cabo comparten destino. El pasajero ha superado la prueba, aunque no le da ninguna importancia; pero la tiene, porque ha demostrado una vez más su inocencia, eterno sospechoso global en un mundo cosido por detectores de metales y escáneres que ha tenido que hiperbolizar la seguridad pero aún no ha conseguido humanizar sus “protocolos”. Si llevas una prótesis, necesitarás cinco minutos más que el resto en el control de seguridad. En mi caso, pasajera habitual con un resurfacing en la cadera izquierda que me instaló el doctor González-Adrio, debo asumir que me cacheen descalza un mínimo de dos veces por semana, con mayor o menor nivel de presión y humillación. Una simpatiza con algunas guardias, pero aún y así están obligadas a meter la mano entre las dos copas del sujetador. “¿Por qué primero me inspeccionan por delante y después por detrás?”, pregunté un día. “Es el protocolo”, me respondieron. Alguna vez he fantaseado con que encontraban algo que ni yo misma conocía. Un avión es un sueño del progreso, el del azul estratosférico surcado por Boeings y McDonnell Douglas que cruzan el mundo -se calcula que hay más de 20.000 vuelos diarios-. Pero de remedo de pájaro y medio de locomoción más rápido y seguro, las aeronaves han pasado a ser un blanco perfecto, o una malévola arma mortal. Desde el atentado contra las Torres Gemelas, la vulnerabilidad de los aviones ha cobrado dramatismo, transformando por completo el acto de volar al añadirle un plus terrorífico. Solamente en este mes de julio que acaba, las víctimas de accidentes aéreos -como los de Malaysia Airlines, puede que derribado por un misil; TransAsia en Taiwán y ahora el de Swiftair- suman más de 450 personas. Una cantidad no muy lejana a los más de seiscientos muertos en Gaza cuando escribo estas líneas, aunque infinitamente inferior a la de los 45.000 fallecidos en accidentes de tráfico anuales sólo en Europa. Dejando aparte meteorologías adversas e infortunios de toda clase, detrás de la mayoría de los accidentes aéreos no sólo hay cajas negras con historias de criminales que utilizan a población civil inocente como munición masiva, sino, muchas veces, precariedad laboral, aparatos vetustos -¡incluso los de las Fuerzas Armadas Españolas!- e inexplicables fallos reglamentarios completamente ajenos a ese pasajero anónimo que dentro de un avión por fin ha empezado a dormitar en su asiento, haciéndose un cuatro.

(La Vanguardia)

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28 de julio de 2014
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Una rosa y un clavel

A las filas socialistas llegan hombres amables: Miquel Iceta y Jaume Collboni. El n.º 1 lleva la curiosidad prendida en la varilla de las gafas, rojas, por supuesto; y la sagacidad en un paladar desde el que vibran verdades y dardos. Quién le hubiera dicho al fundador de Reagrupament Socialista i Democràtic, Josep Pallach, que el gay power saldría al rescate de un PSC voluble y extraviado en el maelstrom soberanista, que ha engullido ya a más de un candidato pusilánime. Iceta y Collboni forman un buen tándem: cosmopolitas, leídos, perfumados y lo suficientemente heterodoxos para cortar la hemorragia de simpatizantes y devolverle el tamaño a la palabra esperanza. Iceta, el eterno ideólogo, es de esos políticos que se preocupa en buscar sinónimos para oxigenar las repeticiones cargantes. Tiene un aire a lo Hollande: frente despejada, cara redonda, papada y gafas de diseño. “La ejecutiva del PSC será integradora, pero no una jaula de grillos”, curiosa expresión para un gay llamado a poner orden y generar empatía. Por fortuna, la política, las finanzas y la diplomacia parecen haber superado de una vez por todas la homofobia. Recuerdo a aquellos primeros ministros gais -fundada o infundadamente-, que tuvieron que soportar todo tipo de chascarrillos. Por no hablar de las disparatadas leyendas urbanas que se vertieron en su día sobre Josep Borrell, a quien se le llegó a meter en la cama con el mismísimo Ortega Cano. En cambio, es asombroso que apenas existan lesbianas. Haberlas, haylas, pero la confesión las estigmatiza y la misoginia las persigue por partida doble. Elena Anaya, Sandra Barneda -siempre magníficas- y para de contar; los armarios siguen llenos mientras las adolescentes homosexuales carecen de referentes. La política no debería dimitir de estos compromisos pendientes con la sociedad. Desconozco cuál será el papel de las jóvenes políticas de las que tanto se ha hablado para ejercer de marca blanca, como la alcaldesa Nuria Parlon, o de séniors como la mayor gobernanta del partido en Madrid, la mujer a la que Pedro Sánchez supo que tenía que llamar: Teresa Cunillera, una todoterreno a la que no le cuesta remangarse para dedicarse tanto a la fontanería como a la psicología de grupo. La tarea de Iceta y Collboni, candidato a la alcaldía de Barcelona, es titánica: el PSC aún hace política del siglo XX, y se mueve en tierra de nadie -tanto en el proceso soberanista como en la política económica-. La gran incógnita es: ¿podrán articular un mensaje tanto social como nacional que llegue a los catalanes? Los socialistas no encontraban un traje nuevo que les sentara bien ni en las rebajas, una ropa ligera, acaso una lana fría con hebras elásticas, que les permitiera cimbrear la cintura. Porque a Miquel Iceta y su cuadrilla les toca bailar una suerte de One more time con la música de siempre pero cambiando la letra para que la rosa y el clavel vuelvan a abrir la muralla. Poder pitiuso “De casta le viene al galgo”, afirma el refrán. A Abel Matutes hijo -¡qué incómoda debe ser la coletilla!- lo que le viene de casta es el emprendimiento, tanto que Eivissa entera baila, cena y se va a dormir al ritmo que el vicepresidente del Grupo Matutes y director general del Palladium Hotel Group marca. Hace unas semanas lucía familia y casa como sólo ¡Hola! -que este año celebra su 75.º aniversario- sabe hacerlo: un JASP de 36 años, que quiso ser piloto de rally, casado con una rubia norteamericana, Linda, que es directora de Marketing para la familia, y dos maravillosos hijos (el primogénito, inevitablemente, Abel III). Él sigue a pies juntillas la receta de Onassis para el éxito: bronceado, casa elegante y gustos caros. Llegan las curvys Candice Huffine es una mujer guapa que pesa 90 kilos. Uno de sus sueños consistía en aparecer en el calendario Pirelli, que sofisticó el clásico estilo para camioneros. Su apuesta por las mujeres grandes, que es como se llama ahora a las gordas, confirma lo que parece ser una oda a las curvas. Desde Bar Refaeli a Alessandra Ambrossio, o la reina de la redondez saludable, Scarlett Johanson, reivindican el canon curvy. Y firmas como Mango tienen ya marca de tallas grandes, de la 44 a la 50. ¿De verdad llega una era más curvilínea, o simplemente el negocio no puede desaprovechar el sobrepeso? Porque hoy, el mejor cumplido que puede recibir una mujer es que le digan que está más delgada. Facebook millonario Cien millones de seguidores en Facebook. Ese ha sido el último récord de Shakira, mujer y empresa. Detrás del éxito, que su equipo celebró con champán esta semana en NY, hay un catalán de Maials, Xavier Menós, un auténtico as en redes sociales que ha diseñado la estrategia: los post informativos los firman como ShakiraHQ y los personales como Shak, preservando su voz. El hijo de la colombiana y Piqué, Milan, fue el primer bebé 2.0: rompieron con el modelo de las exclusivas compartiendo con sus fans imágenes del romance, el embarazo y el nacimiento. Aunque la verdadera clave es que Shakira traspasa fronteras: gusta en todo el mundo, a hombres y mujeres, a padres y a hijos. El poderío es eso.

(La Vanguardia)

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26 de julio de 2014
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Los 80 no son los nuevos 60

Aburridos estamos de ese cuento repetido hasta la saciedad de que los 60 son hoy los nuevos 40, y los 80 los nuevos 60, como si todos pudiéramos llegar a ser Sophia Loren o Charles Aznavour y una especie de travestismo generacional operase en la cronología de los ciudadanos del primer mundo, atiborrados de omega 3 y bayas de Goji. Una industria feroz, y a menudo fraudulenta, se ha propuesto tratar el envejecimiento como una enfermedad. En la tienda de ropa Cintia, un must de la elegancia barcelonesa, me cuentan que sus clientas compran cada vez menos trajes formales y los sustituyen por camisas y tops asimétricos de Jil Sander que bien pudieran llevar sus hijas. Un menos es más irreal marca la estética de la madurez forever young, ya que bajo la etiqueta de la naturalidad se agazapan los mil y un artificios que luchan por frenar el paso del tiempo. Eso sí, ni asomo de desesperación: la edad ha dejado de ser una frontera. Si bien es cierto para el consumo, no para las compañías de seguros, los protocolos médicos o las hipotecas, que penalizan sin remordimientos a los mayores. Poco antes de morir, la socióloga y psicoterapeuta nonagenaria Lillian B. Rubin escribía lo duro que es envejecer, sin soflamas marketinianas ni melódicas salmodias. Aseguraba que, aunque nadie se crea que los 80 son los nuevos 60, todo el mundo lo compra. “¿Qué será lo próximo, los 100 la nueva mediana edad?”. Afirmaba que la vejez, incluso cuando es lo que nunca nos hubiéramos imaginado al ganarle cantidad y calidad de tiempo a la vida, implica pérdida, deterioro y estigma. Aún existen muchos matices entre las palabras viejo y anciano. La primera es más universal, incluso la dicen de sí mismos, entre la vanidad y la lítote, muchos jóvenes: “Me estoy haciendo viejo”; nunca se atreverían a señalarse como ancianos, término que implica desvalimiento, resignación y brasero. Cumplir años y no dimitir del espejo es un triunfo de la coquetería, y de la prolija industria cosmética. Pero también de la ciencia que estudia la elasticidad del cerebro. Según la ONU, en el 2050 España será el tercer país más envejecido del planeta (más de un tercio de la población estará por encima de 65 años). Acostumbrados a gestionar las vacaciones de la tercera y cuarta edad europeas, con generosas pensiones, esta tendencia a la senectud no parece amedrentar la marca España. Un país para viejos, aunque los desprecie. Más vale que empecemos a tratar la vejez con realismo y cordura, en lugar de frivolidad y estigma. Viejuno es una palabra de moda que discrimina entre lo moderno y lo que se queda fuera porque tiene demasiado pasado, olvidando que sólo nos conforman pasado y futuro, pues el presente no es más que arena entre los dedos. (La Vanguardia)

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23 de julio de 2014
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Lo sexy es sospechoso

Tanto tiempo prometiendo un look sexy desde las revistas femeninas, un teléfono sexy desde Apple o una vida sexy en los anuncios de coches o helados, y ahora resulta que lo sexy se penaliza. Al menos en la foto de perfil. El tan autofotografiado mundo de hoy en las redes ha reinventado la foto de carnet, afilando su códigos de forma solapada. En su agenda de contactos seguramente tendrá usted a varios hombres que en su día a día visten traje y corbata, pero excepcionalmente hallará alguno que se exhiba abrochado y con nudo. Informal, sonriente, relajado; la variedad de fotos de perfil es enorme pero al tiempo homologada, así como los gatos, perros, paisajes o hijos que ocupan el lugar del yo, sin pizca de transgresión. En una investigación realizada en la Universidad de Colorado sobre la percepción entre feminidad y competencia a través de estas imágenes, se ha evidenciado que la histórica dicotomía virgen/puta está aún lejos de haberse superado. Los dos psicólogos responsables del estudio, Daniels y Zurbriggen, crearon dos perfiles ficticios de Amanda, una chica de 20 años. Ambos con la misma información, pero muy distintas fotos de perfil: en una, Amanda iba con vestido corto rojo con un generoso escote, mientras que en la otra llevaba pantalones, camiseta y una púdica bufanda. Y si bien los encuestados encontraban a las dos amables y bonitas, juzgaban finalmente mucho menos cualificada y capaz a la que se lucía. El protocolo que rige hoy la autorrepresentación de las mujeres, lejos de flexibilizarse, ha ganado en decoro y tópicos. La corrección es un imperativo, pero también una trampa. “No llames la atención por lo que pareces, no enfoques tu mensaje en la apariencia sino en lo que eres como persona”, dicta su mandato universal. Y es sensato. Pero también pusilánime. Siguiendo esa lógica, muchas mujeres utilizan gafas cuando no las necesitan, se hacen una coleta en lugar de soltarse la melena, y se autocensuran los tacones a fin de no ser tachadas de frívolas. Para las más jóvenes, la sexualidad es una característica definitoria de su edad, que, lejos de reprimir, necesita expandirse, por lo tanto la percepción ajena de su imagen limita la construcción de su propia identidad. Choca ver a las chicas desenfadadas y divertidas en sus perfiles, en contraste con las adolescentes que lleva años fotografiando David Magnusson, siguiendo la costumbre puritana en EE.UU. de los “bailes de pureza”: chicas que prometen a sus padres mantenerse vírgenes -y ellos se comprometen a salvaguardar-, bailando pegados: un síntoma más de cómo desde el Occidente del progreso se emula al oscurantismo tribal. Lo crucial no es escandalizarse de que todavía siga penalizando la voluntad de ser atractiva, sino preguntarse por qué una mujer que luce sexy no es tomada en serio cuando nuestra sociedad sigue encumbrando el atractivo como un ideal de felicidad.

(La Vanguardia) Foto: Nuria Dillán

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21 de julio de 2014
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Mujeres sin ?brushing? ni queratina

Los dos tópicos sirven: el del columnista que revolotea sobre la realidad, ávido por ver lo que nadie ve; y el del que permanece en su atalaya removiendo los estantes de internet con el hocico salaz en busca de carne para tender su crónica al sol. En verano, tanto el columnista ‘a’ como el ‘b’ tienen la sensación de escribir en pareo y así cortejar mejor las negritas, el rosa chicle de los titulares y los adjetivos en chancletas. “Algo fresco, refrescante”, reclaman los editores, que aprestan a rebajar las dosis de política y economía como si, a mitad de julio, la vida dejara de ser un país extranjero, que decía Jack Kerouac, y se convirtiera en un chiringuito. Pero la vida es un país extranjero todo el año. Hay que verla siempre cuatro pasos atrás, de perfil y en cuclillas. Y aún y así resulta fugitiva, cambiante, y muy a menudo se devalúa. Por ello, el calor agonizante de finales de julio legitima la indolencia informativa de la misma forma que a las señoras quedan eximidas del brushing. Cabellos secados al sol, con el rizo del mar, libres, sin el ahuecado urbano y oficialista. Ana Botella fue una de sus precursoras en los baños de Oropesa Ondas, tirabuzones y pelos fritos deseosos de hacer su agosto declaran la guerra a la queratina, esa lacia belleza que de reinas a socialités lucen confortables en temporada alta. Excepto aquellas que nacieron para ir a contracorriente, como Carmen Thyssen, que lleva el pelo de verano todo el año. En una ocasión la visité en su residencia de La Moraleja: En el amplio recibidor almacenaba juegos completos de maletas Vuitton, siempre a punto para viajar en Rolls (porque la baronesa tiene pavor a los aviones). De Tita me interesaba ver su biblioteca, pero no había tiempo ese día y, en su lugar, me enseñó las piernas, subiéndose la falda como hacen las flamencas. Genio y figura. A menudo he lamentado que de un portentoso personaje como este, que, según me confesó, fue acosada por Sinatra, solo se esté pendiente de sus inestables relaciones familiares. El marchamo hispano se deleita frivolizando a los frívolos, en lugar de aprovechar su excepcionalidad; pero ya saben, del fútbol puede hacerse algo profundo y enjundioso, mientras que la moda y las celebrities serán siempre una idiotez monumental. Otras mujeres sin brushing marcado en el calendario que han protagonizado la semana son la porcelanosizada Sarah Jessica Parker, cuyo rizo hippy-sexy contrastaba con el liso iluminado por Peque -la mejor peluquera de Madrid-, que asegura orgullosa que las mujeres quieren poco a su cabello y por eso se lo planchan. La princesa Lalla Salma, sin velo y con velo, también luce rizo exuberante y con hennas. Tiene en común con nuestra reina, que llevó a Marruecos un aire de El tiempo entre costuras en Mercedes vintage, ser self-made queens y haber vencido recelos dentro y fuera de palacio. La revolución de las mujeres islámicas llegará, tarde y sin brushing, pero llegará y revolcará el mundo, aunque no lleguemos a verlo. Demasiado apuesto Aunque empezó en política con Pepe Blanco y Óscar López como compañeros de viaje, se quedó descolgado del partido. También se quedó en paro y aprovechó para terminar su tesis doctoral y escribir un libro con el que recorrió las agrupaciones del partido por toda España con un Seat. Este es Pedro Sánchez, un hombre esforzado que considera que la misión del líder consiste en empujar. No hay dudas de que será candidato a la presidencia del gobierno en las primarias, y que propondrá a Chacón -que ha fichado para Goberna, la Escuela de Política de la Fundación Ortega y Gasset- un lugar destacado en la Ejecutiva. No le teme a nada, aunque su principal enemigo es su propia apostura. Rey Lear catódico Hay quienes creen que el dinero puede comprarlo todo, que solo depende del número de ceros que tenga la cifra en cuestión. El no de Time Warner al controvertido -antes visionario, seamos justos- magnate de la comunicación Rupert Murdoch, con 59.000 millones de euros sobre la mesa, demuestra que se equivocan. Murdoch ha declarado en varias ocasiones que le da igual lo que la gente piense de él, pero su gradual imagen de villano, cimentada sobre escándalos de escuchas, divorcios y estrategias sucesorias, lo catapultan como Rey Lear catódico. Extraños personajes que acaso consideran la vejez como una enfermedad que hay que curar amasando poder, y seduciendo a mujeres jóvenes. Y los paños menores ¿Qué tendrá la ropa interior que atrae a las celebrities como las flores a las diezmadas abejas? El rubísimo sueco Bjön Borg, uno de los primeros sex symbols de las canchas, fue pionero tras colgar la raqueta. Desde Beckham, Elle McPherson, Bar Refaeli, Cristiano Ronaldo, estos embajadores de lo sexy han convertido en global la tendencia underwear. Gisele Bündchen, que gana 95.000 euros al día según Forbes, ha aprovechado el Mundial para promocionar su lencería. Narcisos dichosos de mostrar piel, sí, pero lo que pesan son los más de 22.000 millones (según la consultora Global Industry Analysts) que este sector mueve al año. Me pregunto cómo será el consumidor de la ropa interior de Gisele o Ronaldo. (La Vanguardia)

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19 de julio de 2014
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Como unas castañuelas

Las máquinas sustituyen a las palabras con sus protocolos metálicos acompañados de sonidos fricativos. En los aeropuertos o comedores de empresa, para pagar debes deslizar el billete por una ranura, sin intercambio humano. Pero a veces las máquinas se estropean, y entonces se requiere no sólo una mano humana, sino la gestión de los sentimientos de frustración o fastidio que produce el desencuentro y que sólo pueden expresarse con palabras. Con la mecanización de procedimientos y la nueva jerga emoticona que ofrecen los smartphones, aflora el retorno a la escritura pictográfica. Nunca la tecnología nos había situado tan cerca de la antigua Mesopotamia. Basta con seguir los pequeños signos que conforman un lenguaje universal. El mismo que, para expresar asombro o alegría a través del teléfono, dispone de un surtido de emojis que, teóricamente, simplifican el proceso de comunicación. A finales de mes aparecerán 250 nuevos ideogramas de caritas con o sin nariz, rubor o lengua, corazones y besos, que harán las delicias de sus usuarios; también se ha anunciado una nueva red social donde sólo habrá comunicación a través de estos signos. Leo en The New Republic que algunos entusiastas creen que los emojis tienen potencial literario, y que un ingeniero de datos, Fred Benenson, ha traducido cada línea de Moby Dick al emoji, e incluso la Biblioteca del Congreso norteamericano le pidió una copia. Pero ¿qué representa para el hemisferio izquierdo de nuestro cerebro seleccionar la imagen de una castañuelas y unos faralaes para informar de que se está arrebatadamente alegre o con ánimo festivo? ¿Los matices y la especificidad de un sentimiento no pierden peso ante la inmediatez de apretar un tecla que vale para varios significados? Cierto es que también existen palabras multiuso, o gastadas, pero la inflación de estos dibujitos infantiles limita el flujo comunicativo y el encanto de la palabra exacta. Borges decía que “toda palabra presupone una experiencia compartida”. Hallarla, disponer de una representación que se acerca a la idea mental de lo queremos expresar, o visualizar aquello que permanecía oculto dentro de nosotros mismos, nos ayuda a desvelar una verdad inmanente pero hasta entonces inexpresable. Ese es el poder del lenguaje. Asegurar que el uso y abuso de emoticonos transforma nuestra manera de pensar me parece una sobrevaloración del asunto. Personalmente, y a pesar de recibirlos, nunca los utilizo ya que mi presuntuosa sensibilidad prefiere escoger la palabra más cercana a la expresión del sentimiento. Pero ¿no serán más presuntuosos quienes aseguran que los emojis están enriqueciendo el lenguaje?

(La Vanguardia)

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16 de julio de 2014
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Sexo basura

Las últimas noticias de felaciones múltiples en discotecas de Palma de Mallorca o de fiestas gais anunciadas como mamadings certifican la banalización del sexo desprovisto de la intimidad dérmica que a lo largo de la historia ha subyugado a hombres y mujeres. Los concursos en locales promiscuos con premios en metálico a quien, según el jurado, tenga una mayor destreza succionadora forman parte de lo que se entiende por “locura divertida”. Sus promotores, molestos por la amenaza de expedientes de cierre, animan a que se proteste durante el próximo Salón Erótico de Barcelona. Pero, ¿estamos hablando de erotismo? Lejos de juzgar moralmente a los mayores de edad aficionados a degustar charcutería, bien ilustrada desde la antigüedad con las bacanales romanas, se advierte un pronunciado desapego lúdico del propio cuerpo que nada tiene que ver con la libertad o la transgresión, sino con el puro y duro intercambio comercial. A esas muchachas que se prestaron a practicar fellatios en cadena a cambio de copas, la prensa británica las denominó “escoria” en lugar de preguntarse qué ha fallado para que una joven estudiante se arrodille en un antro de Magaluf, rodeada por un corro de hombres, hasta que la boca se le entumece. ¿Qué placer puede haber en ello? Recuerdo la conversación que mantuve hace años con una exprostituta sevillana, hija de trianera y de un militar fascista que las abandonó. Ella practicó el alto standing hasta que logró sacar adelante a sus hijas y las “bien casó”. Y dijo: “Hubo un tiempo en que, de tanto chupársela a los señoritos, se me quitaba el jugo en el estómago”. Cómo me impactó esa frase que, a pesar del tiempo, permanece. Con su dignidad reedificada, aquella mujer confesaba el agujero que deja la náusea. Ojalá pudiera hablarles a quienes se prestan a estos números degradantes. El sexo no siempre es feliz, también puede llegar a ser desconcertante u hostil. En más de una ocasión nos hemos referido a la escasa educación sexual que reciben los jóvenes. Ser autodidacta no siempre es un plus: aprenden en bares y sitios peores, donde el sexo poco tiene que ver con el placer. Es ridículo hablar de juventud perdida y sexo basura en tono de denuncia y a la vez cruzarse de brazos (como en el vídeo de Jake Bugg Messed up kids, rodeado de una banda de chicas tocando desnudas). Las paradojas florecen, y mientras las Miley Cyrus, Rihanna y cía. corren a desnudarse con gestos procaces, como si regresáramos globalmente a la época del destape, dos cabeceras británicas, Loaded y Stuff, acabarán con los desnudos integrales de mujeres en sus portadas. Y no porque crean que es sexista, sino porque a sus lectores, según varios estudios de grupo, les avergüenza que se les identifique como onanistas habituales. En un extremo, lo erótico se repiensa y se viste, mientras en el otro, el sexo fast food desafía el tan necesario amor a uno mismo.

(La Vanguardia)

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14 de julio de 2014
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Es la genética, estúpida

La maternidad ideal no existe, por mucho que el despliegue en las revistas de famosas con sus cachorritos en las playas se empeñe en demostrar lo contrario. Ahí están, pocos meses después de parir y sin rastro de tripa ni estrías, como si su belleza viniera con certificado de garantía postparto. A muchas mujeres les irrita esa exhibición de realismo mágico: “Un año para que el cuerpo vuelva a su sitio” dicen las madres, mientras que Sara Carbonero, Elsa Pataky o Eugenia Silva parecen, en bikini, bendecidas por su prodigiosa naturaleza, más delgadas que antes de dar a luz, bronceadas y sin manchas. “Es la genética”, dicen algunas, asegurando que comen de todo; otras, como Elsa Pataky -tres críos en apenas un par de años-, confiesan obligarse a no mirar la carta y pedir un sencillo plato de pescado. Incluso Hale Berry, madre a los 47, viste ceñida a los nueve meses del parto, eso sí, sin enfajar los restos de redondez en su tripa para rubricar que la naturalidad es un gesto sensato. Pero no sólo es físico el descontento de las madres de clase media, con cinco o siete kilos más, un pliegue en el abdomen, los misterios de la leche y el pecho caído, sino también anímico. Encapsulada queda su soledad, difícil de trasladar a palabras, con su colección de desencuentros y contradicciones. El momento más hermoso de la vida, regado de ternura y esplendor, contiene a la vez las sombras del miedo servidas como una colección de matrioskas, abriendo una brecha entre amor y culpabilidad, felicidad y vacío. Y paro. Por ello abundan los blogs de malas madres, en los que confiesan todo tipo de barbaridades, incluso el deseo de administrarles una doble dosis de Dalsy a sus bebés para que dejen de llorar. En algunos foros norteamericanos no se cortan, llegando a compartir nombres de tranquilizantes para conseguir un plácido y profundo sueño y poder escaparse a la discoteca. La banalización global también halla un hueco en las madres irresponsables y desculpabilizadas. Madres amantísimas, débiles, dominantes, hippies, tristes, los estereotipos de la maternidad se han acompañado de muchas aristas en la ficción. Todos recordamos con mayor rapidez ejemplos de madres funestas, y no abnegadas, en el cine o en la literatura. Ojalá no solo se midiera la huella de ser madre en el cuerpo, sino en cómo llega a modificar nuestra cabeza. El antiepicúreo Si es innegable que internet ha variado nuestra forma de pensar, tener un hijo trastoca la arquitectura neuronal. Parir es un milagro que la fuerza de la costumbre empequeñece. Una pócima de renuncias se agita en el tarro de las satisfacciones. Y la responsabilidad, dispuesta a borrar una parte de quienes un día fuimos, sobrecarga los hombros. Pocas escuelas hallamos en la vida para aprender a rebajar presuntuosas expectativas ante el amor, la maternidad o el éxito. Pero existen muchas madres con estrías dispuestas a desenmascarar, sin tópicos, todo aquello que aún no vende ni adelgaza. Una alumna de un taller de periodismo me entregó un artículo titulado “Podemos vestir bien”, en el que se interrogaba acerca del conflicto de la izquierda con la elegancia, a excepción de un ala de la gauche francesa. Aunque más que dificultad se trate de un complejo enraizado en el viejo prejuicio de que el (buen) gusto es una imposición burguesa. El tema surgió después de que Pablo Iglesias contara que compraba la ropa en Alcampo (ahora también ha trascendido que comparte habitación y viaja en autobús). Unos aplauden su encomiable gesto a lo InterRail y otros se cuestionan si su desprecio a la estética no implica pobreza espiritual. Pero, ¿es que acaso Iglesias no ha marcado su propia estética? Millonario non grato Mónaco de nuevo se acordona, con su guardia blanca y sus baños de mar. El acogedor paraíso de millonarios ha vetado en la entrada al financiero norteamericano Adam Hock, que será detenido inmediatamente si se atreve a pisar suelo monegasco. En 2012 le rompió la mandíbula a puñetazos al sobrino del rey Alberto II en una pelea en un selecto club del West Village neoyorquino, el Double Seven. También participaron en la juerga-trifulca Vladimir Restoin Roitfeld, marchante de arte e hijo de Carine Roitfeld, y Stavros Niarchos III, heredero de los armadores griegos. A lo largo de los años, si hay algo que no varia es la miserable estampa de millonarios con el ego herido peleándose a puñetazo a limpio. El ojo del glamour Siempre hay risas a su alrededor. Y pantalones blancos. Y mujeres altas, que a menudo tienden a doblarse como muñecas, con sus armaduras de seda y sus tacones temblorosos. Mario Testino, fotógrafo peruano adorado por las socialités y las modelos, se ha convertido -desde que inmortalizó a Diana de Gales para Vanity Fair- en el ojo del glamur. O mejor dicho, en el mejor cirujano de la imagen, capaz de revertir la fealdad en belleza con su iluminación, su flow y su aire de aristócrata con los pies descalzos. Ahora Vogue España le reconoce como mejor fotógrafo del mundo, en los premios Who’s on Next. Cuántos directores de arte que en su día lo despreciaron se han echado las manos a la cabeza… (La Vanguardia)

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12 de julio de 2014
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El ring del PSOE

Pedro Sánchez y Eduardo Madina representan el liderazgo con tejanos y sin tripa, aspecto interesante para acometer la imprescindible renovación socialista. Ambos espigados: alabado por su hechura, Sánchez es “guapísimo” según Esperanza Aguirre, quien debería saber que la edad no exime de contar hasta cinco antes de piropear a los señores; y Madina, más indie y viajado, con manejo de la neuropolítica, experiencia en el aparato y grandes amigos como Patxi López o el propio Rubalcaba. Fuera quedaron las mujeres de la contienda, mejor dicho, se autocensuraron: Susana Díaz prefirió el plácido acomodo timbrado de azahar y palmas amigas en su feudo andaluz, y Chacón ha asumido su nuevo estatus de profesora en Miami, aguardando escenarios más propicios, escarmentada por el vodevil de barones y delegados que vivió en Sevilla. En el anticipo del congreso, los dos candidatos que pelearán por el cinturón socialista huyeron del debate, protagonizando en su lugar una sesión de sparring, un calentamiento para llegar al atril el próximo domingo con alianzas, confianza y soltura. Aunque ambos tengan experiencia con el micrófono -uno como profesor, el otro como político y tertuliano-, transmitir fiabilidad y solvencia en política es una tarea ardua. Los especialistas en dominar el terror a hablar en público señalan que es necesario aceptar la ansiedad y reutilizar la adrenalina como impulso para proyectar la voz y el mensaje. Además, hay que trabajar el ritmo del texto, tener los músculos a tono y los reflejos a flor de piel, dominar la presión de los intestinos y, sobre todo, confiar en el público, que no está ahí para hundirte. El lenguaje del mitin requiere más redaños que dientes. Su oratoria se construye sobre la repetición y la vehemencia: “Recorreremos kilómetros para trabajar, trabajar, trabajar”, jaleaba un pragmático Sánchez para quien el hecho de ser hasta hace un par de meses un perfecto desconocido suma a su favor, como los actores revelación. “Me veo en vosotros -decía en cambio el idealista Madina-, soñad, soñad… vuestros sueños serán imparables”. Norman Mailer escribió que “tarde o temprano las metáforas pugilísticas, al igual que los entrenadores de boxeo, o bien se vuelven sentimentales, o se vuelven militares”, y tenía razón. La estrategia de Sánchez, que nunca ha pertenecido a la Ejecutiva ni al Comité Federal del PSOE, ha sido la de la blitzkrieg: el que pega primero gana. Madina, por su parte, apuesta por el control y la autoridad. Al final de su actuación, dio una fuerte palmada en el atril y se dijo a sí mismo “vamos”, una muletilla que tanto puede tener que ver con el entrenamiento, como con la emoción o los intestinos. (La Vanguardia)

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9 de julio de 2014
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El Boomeran(g)
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