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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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La empatía y los Pujol

En las cenas de este verano que declina, uno de los comentarios más recurrentes sobre el caso Pujol empezaba con un nombre: Marta. “Detrás de todo está la Ferrusola”, escuchaba a los cuatro vientos. Muchos la dibujan como ambiciosa y maquiavélica, dura de pelar, la matriarca, “una bruja”, sustantivo que sigue adjetivando a las mujeres cuando se les quiere negar cualquier rasgo de feminidad. De aquellos vítores de “això és una dona” que endulzaron sus oídos en plena efervescencia del pujolismo, ha pasado al desprecio de quienes antaño la veneraron. Su causticidad, con esa media sonrisa resabiada, y su coraje inmortalizado en aquel vuelo libre, además de un parco vestuario, resumían el estilo Ferrusola: familia y nación, sacrificio y austeridad. En 1980, cuando Pujol ganó las elecciones, decidieron que con siete hijos no se iban a mudar a la Casa dels Canonges, decorada sobriamente por Bibis Salisachs en 1976, cuando la ocupó con su marido, Juan Antonio Samaranch, entonces presidente de la Diputación de Barcelona. Cuatro años después, la revista ¡Hola! solicitó un reportaje sobre la familia -hasta entonces sólo se habían ocupado de los Suárez-, y accedieron. Había que jugar fuerte en España. Los reporteros visitaron el piso de General Mitre, y ante la desalmada austeridad del crucifijo en el cabecero decidieron que el reportaje se haría en la Casa dels Canonges. La casa de los Pujol no tenía foto: ni sombra de ostentación. Durante su estancia en Queralbs, los medios han vigilado a la pareja y han mostrado a un Pujol sereno, sonriente incluso, y empático. Frente a ella, en cambio, la cámara se ha topado con un bloque de hielo. Y la imagen ha congelado el rostro de “la mala”, lo sea o no. Pero hay otro personaje que ha mutado también en estereotipo a lo largo de este caso: “la ciudadana Victoria Álvarez”. En EE.UU. probablemente sería una heroína digna de un biopic de Hollywood; aquí, lo más suave que le han dicho ha sido “mujer despechada”. De “fulana” a “montajista”, si bien ella insiste en que todo saltó, no por despecho, sino por la encerrona del micrófono oculto en La Camarga, Álvarez ha pisado todos los platós contando que no quiso ser cómplice de un saqueo de millones que iban y venían en maleteros. Pero su personaje se ha quedado en carne rosa y amarilla, con aplausos del público y cautela informativa. A pesar de ser la espoleta del culebrón, su testimonio carece de relato y su credibilidad es cuestionada, acaso por otro cliché: el de la chica del gángster. Dirán, un artículo más sobre el tratamiento de las mujeres en los medios, y sus etiquetas: buenas y brujas, monjas y putas. Se podría abundar en ello, pero lo que en verdad demuestran ambos personajes es la importancia de la empatía en el juicio público: al lado de Marta y de Victoria, Pujol pasa por un sabio despistado y alegre, un estadista ajeno a cuestiones mundanas. (La Vanguardia)

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1 de septiembre de 2014
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Entre el edén y la ?happy hour?

Entre Magaluf y Formentor no sólo hay kilómetros de olivos y enebros, acantilados pardos, bofetadas de azul cián y huertos de coles, acaso una cortina invisible que separa dos espacios morales y dos visiones del mundo. La del cuerpo extraviado y la del espíritu reencontrado. Mis padres pasaron su luna de miel en la isla, y dieciséis años más tarde pisaba los mismos empedrados que había visto en el álbum de fotos, gracias a un encuentro de jóvenes poetas que participábamos en los Jocs Florals y recitábamos versos en la playa: Carles Torner y Alfred Bosch, entre ellos. Eso ocurrió hace mucho tiempo, entre las frutas libidinosas de Ábaco y la estela mítica de la librería Cavall Verd. Después llegaron las fotos de la Mallorca de los celebrities y Marivent, de Claudia Schiffer y los Douglas en S’Estaca (este año no se les ha visto). La Mallorca de los artesanos y la cultural: los conciertos en Pollença o el Festival Chopin de música de Valldemossa. De Barenboim a Miguel Poveda. En sus calas, descansan desde la familia Swarovski, Alfonso Cortina, los Polanco o Plácido Arango hasta Madame Bettenncourt, que pasea despacio con sombrero de paja. “Mallorca tendría que ser el Palm Beach de Europa”, me cuenta el empresario y presidente de la Fundación Macba, Leopoldo Rodés , que veranea junto a su esposa, Ainhoa Grandes, en la isla desde hace doce años. “Siempre les digo a los mallorquines que han vendido muy mal la isla. Mallorca posee todas las ventajas de la civilización y ninguno de sus inconvenientes. Pero hay dos Mallorcas, su imagen internacional sigue siendo la bloques de cemento, playas llenas y borrachera, pero un 60% de Mallorca es virgen; es la mejor isla de Europa”. La misma mirada de Rodés atravesó la retina de Adan Diehl, millonario y poeta argentino. Cuando recaló en Formentor, padeció una suerte de síndrome de Stendhal: aquella belleza tenía que servir de refugio para artistas. Y con ese ímpetu levantó el hotel Formentor y los jardines tropicales que acogerían a almas elegantes en busca de nuevas palabras para nombrar la belleza. “Un lugar parecido a la felicidad”, dijo años más tarde Borges cuando le entregaron el Premio Formentor en un ex aequo de infarto: él y Samuel Beckett. En el año 31, Francesc Cambó -y su colaborador, Joan Estelrich- organizaron la Semana de la Sabiduría ante la roca telúrica, con el conde Hermann von Keyserling empeñado en comunicar “impulsos vitales” en lugar de teorías. Allí estaban, entre otros, un joven Pla y el inevitable Gómez de la Serna. Aquellos fueron los cimientos sobre los que, en 1959, se iniciarán las Conversaciones Poéticas, sobre poesía y con la poesía. En los años cincuenta el hotel fue adquirido por la familia Buadas. Y nació el Club de los Poetas. Las fotos que recoge el libro Formentor. Una utopía posible ilustran el afán de modernidad, así como la huella de unos días de vino, rosas y letras, en los que mujeres elegantes con escotes halter fumaban Gitanes. Cuando Simón Pedro Barceló adquirió el viejo hotel, era consciente del increíble legado cultural que acompañaba al mito. Había que devolver la voz a los poetas y darle a sus salones por los que pasaron Italo Calvino, Churchill, Le Corbusier o Rainiero y Grace un nuevo pulso. Con Basilio Baltasar al frente como presidente del jurado se reinstauró el Premio Formentor de las Letras en el 2011 (patrocinado por los Barceló y los Buadas). Este año, un jurado formado por Ignacio Vidal-Folch, Cristina Fernández Cubas, Eduardo Lago, Aurelio Major y Basilio Baltasar eligió a Enrique Vila-Matas, por la elegancia literaria con la que ha renovado los horizontes de la novela así como por inventar nuevos procedimientos literarios que le han valido un lugar de honor en la literatura internacional. Hoy a las ocho, cuando en Magaluf y San Antonio comiencen los viacrucis autodestructivos, con su pachanga narcotizada, mamadings y balconings: cuando los veraneantes con abarcas paseen por Port Portals, y cuando las celebrities adoradas por los paparazzis, como Carlos Moyá y Carolina Cerezuela, posen con felicidad familiar para la foto, en el otro extremo, a resguardo de la Serra de Tramontana y de la sociabilidad elitista, Enrique Vila-Matas recogerá el Formentor en la cascada de verdes que le hizo llorar de joven. Y leerá: “Este 30 de agosto del 2014 se cumplen 50 años exactos del día de 1964 en que visité, con mis padres y mis dos hermanas, este hotel y, al caer la tarde y llegar la hora de irnos, en las escalinatas que escoltadas por cipreses descienden hasta el mar, inicié un movimiento de resistencia para impedir que dejáramos el lugar. Qué pudo pasar para que incluso llorara en las escalinatas? ¿Por qué tanta desesperación al oír que nos íbamos?”, se pregunta el escritor. Apunta que esas lágrimas pertenecían a la nostalgia del futuro: en la isla vivía Paula de Parma, a quien conocería doce años después y se convertiría en su mujer. Además de ese destello de belleza que roba el corazón de quien siente su flecha, en el cabo Formentor, una gamuza de neblina abre las cortinas que separan la realidad de la ficción.

(La Vanguardia)

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30 de agosto de 2014
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?Catalonia social people?

 

Loles Vidal era el alma de la Torre del Remei: un delicioso palacete modernista que la familia Albó encargó al arquitecto Freixa a primeros de siglo como casa de veraneo, con el fin de atenuar los estragos de un desengaño amoroso que padeció una de las hijas. Desde que lo regentara en los años noventa junto a su marido, el gran chef de Martinet, Josep M. Boix, se erigió como el centro neurálgico de la Cerdanya, esa comarca con forma de cazuela, según Josep Pla. El Remei es un hotel donde se come muy bien, con lago, ermita y unos inabarcables jardines que al atardecer se difuminan desde el verde violento hasta una neblina lechosa que recubre el bosque de los tilos. Juan Carlos I, Margaret Bush, Aznar, Querejeta, Indurain, Néstor Luján -que vivía allí la mitad del año- Eduardo Mendoza, Javier Marías (que paseaba estos días entre las apreciadas secuoyas) han recalado aquí. Loles Vidal murió el pasado 21 de julio. “No quiso ceremonia, no quiso darnos dolores de cabeza, ni necrológica siquiera”, me cuenta Josep Maria. Elegante y firme, digna, inteligente, en abril decidió que no habría más quimio. Le pidió a su hija y a sus nietos que regresaran a Estados Unidos; no son tiempos para quedarse en España. La pubilla de la armería Vidal de la Seu, una de las mejores maîtres de España, defendía los canelones de toda la vida y el estómago en calma. Se levantaba al salir el sol y se sentaba a tomar café bajo un castaño centenario. Elegía la soledad-palabra, no la soledad-sentimiento, como compañía junto a sus perros, Lluna y Boira. “¿Los lugares preferidos de Loles en La Cerdanya? El Remei -responde Josep Maria-, esto la llenaba por completo. No salía de aquí si no era para ir a Barcelona o a París”. Años noventa. Desfile de Chanel. Pocos invitados españoles. Una mano en el hombro: es ella y su pelo travieso; ella y sus botines de punta; ella y su interpretación afrancesada del zumo de naranja. El sin ti será una soledad solitaria. A los cinco días después de la muerte de la mestressa del Remei, se casaba la hija de Carles Vilarubí -marido de Sol Daurella, presidenta de Coca-Cola y una de las empresarias más poderosas; en verano sube en bicicleta la collada de Toses-. Pujol acababa de inculparse, y se desconocía aún hasta qué extremo marcaría la agenda del verano. “Que se vayan a Alemania él y sus hijos”, musitaban algunos invitados de la crème catalana, incluso quienes escuchimizaban los vínculos que durante años mantuvieron con “casa nostra”. En la Cerdanya, la burguesía catalana suele veranear durante la segunda quincena de agosto, después de haber salado su piel en las aguas de la Costa Brava o de Menorca. “El fenómeno de la tercera residencia”, me cuenta Julia Otero, que veranea en la zona. Muchas familias catalanas hacen doblete entre l’Empordà y la Cerdanya. Desde Narcís Oller con su Pilar Prim, hasta Ramon Casas o el propio Gaudí se sintieron atraídos por el magnetismo que rodea el lago medieval y el club de golf de Puigcerdà. Hará unos treinta años, se empezó a poner de moda subir de Pedralbes a Bovir. Dicen que Josep Lluís Núñez -que posee uno de los más impresionantes miradores de la zona- puso a la Cerdanya en el mapa empresarial de Catalunya. Entre la sierra de l’Albera i les Gavarres, entre el mar y la montaña, se extiende la sociabilidad catalana del veraneo. Ahí están los caminos de tierra que esconden residencias descomunales, invisibles desde fuera, como marca la proverbial discreción autóctona. En el ya clásico Mas Torrent, Antoni Vila Casas, el empresario que vendió Prodesfarma, se convirtió en mecenas y forró de buenos cuadros l’Empordà y organiza una cita cada verano. Lo que antes era el Big Rock de Palamós, ara lo es el Simpson de Llafranc -el watching people- aunque el agosto del who is who barcelonés -que no cabe en el artículo- frecuenta tan solo las cenas privadas. Se invitan entre ellos, como en el juego de la oca: de Aiguablava (Duran i Lleida, este año huésped de Enrico Letta, o Antoni Brufau) a Fonteta (Josep Esteve, Luis Conde, Sixte Cambra, Joan Verdaguer) o a Fontanilles (Emili Cuatrecasas), a S’Agaró (Albert Costafreda), a Llafranc (Josep Creuheras) o a Tamariu (Maria Reig)… Las páginas amarillas vips están inflacionadas. Aunque el 25% de la propiedad de la urbanización La Gavina es rusa y ucraniana. Ahí luce el simbólico hotel, este año de fiesta porque las hermanas Ensesa han reabierto la histórica Taverna del Mar que reingresa en el mapa gastronómico mediterráneo. Casas escondidas entre las rocas y casas soñadas, como la que en los sesenta le encarga Romy Schneider al arquitecto de moda en la Costa Brava, Prats Marsó, espinilla romántica que utiliza Màrius Carol para arrancar Un estiu a l’Empordà. “El suquet de peix de Portabella no ha sido sustituido como tal, acaso por la vendimia y el civet de Luís Conde”, cuenta Albert Arbós, periodista y autor de un viejo e interesante libro sobre Tarradellas, La conciencia de un pueblo. Entre l’Empordà y la Cerdanya, los burgueses ilustres que reciben suelen decir que no quieren nombres, sino amigos. En las noches refrescadas por el agosto otoñal, a menudo nombres y amigos intercambian los papeles. Y sin dress code ni fiestas de la espuma, se evidencia una vez más que la política también es para el verano.

(La Vanguardia)

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23 de agosto de 2014
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Atunes, ?pijipis? y flamenquito

En el vuelo de Madrid a Jerez de la Frontera abundan las familias numerosas que parecen parientes de los Domecq, con más hípica que química en sus formas. Ellas tensan sus colas de caballo y les enderezan las perlitas a las niñas; ellos van con mocasines blandos y ansia de rebujito. También lucen las hippijas o las pijipis, aprovisionadas de canastos y raybans rumbo al hotel Hurricane de Tarifa, la meca del windsurf. En las filas de atrás se agolpan los buenos salvajes que siguen bajando a Cádiz como robinsones y que en ningún otro lugar del mundo serían tan bien recibidos, igual que los perroflautas que dormirán bajo el cielo raso en los acantilados de Caños, junto al Faro de Trafalgar, con sus pipas, guitarras y rastas. Al llegar a Jerez, el sol cae aplastado y taurino. A medida que se avanza por el autovía hasta el parque natural de los Alcornocales, los toros conforman una estampa plácida; apenas se mueven, acariciados por las garcillas, mitad garzas, mitad cigüeñas, que les lamen las garrapatas. El azul atlántico asoma de repente, como tiene que ser, desde la loma de Vejer de la Frontera. Marismas, pastelerías árabes, y flores fragantes entre las rocas. Abres la ventanilla, esnifas la brisa y entiendes el verso del poeta andaluz Vicente Núñez: “la vida no tiene más ideología que el olor”. En el tramo de costa que va del Cabo de Trafalgar a Punta Camarinal, la ruta de los atunes, se esparcen los pueblos marineros de rumba lenta que, antes incluso de los fenicios, han practicado el arte de la pesca de la almadraba. El atún aquí es una religión. Y sus sacerdotes sustituyen el palabrerío gourmet por morrillos sin homilía. La máxima autoridad en la materia es Ángel León y los veraneantes más exquisitos van en romería a Aponiente, su restaurante en El Puerto de Santa María que tras el cierre de El Bulli, se ha convertido en el nuevo templo de la experiencia gastronómico-escolástica donde, entre otros platos, se extasían con el chorizo marino o los chips de piel desgrasada de morena. Parques naturales en apenas cincuenta kilómetros de naturaleza desbordante y playas protegidas por ser zona militar, han representado la gran coartada antiladrillo. Conil, Véjer, Zahora, El Palmar, Caños de Meca y sobre todo Zahara de los Atunes componen el litoral de la Janda. “Veraneando en las playas de Cádiz”, rezan los pies de fotos de las revistas del corazón con Hugo Silva, Hiba Abouk o Francisco Rivera. El fenómeno zahareño estalló a primeros de los noventa. Para algunos afilados cronistas se convirtió en “el lounge de la socialdemocracia”, o en “la Marbella roja”. Había un buen cartel de artistas progres con casas de ensueño en la sierra Camarinal, más conocida como “la montaña de los alemanes”, ya que allí se refugiaron muchos nazis después de la Segunda Guerra Mundial antes de huir a Sudamérica. E incluso Franco les regaló terrenos. En verdad quienes llegaron primero fueron los señoritos de Jerez y Jaime Mayor Oreja, de la mano de Javier Arenas y la familia Landaluce, mucho antes que Aitana Sánchez Gijón e Imanol Arias lo pusieran en el mapa del artisteo. La actriz y su madre Fiorella hallaron pureza y dunas. Apenas había locales. Los Sánchez Gijón abrieron el chiringuito La Gata, en la playa de Zahara, y Aitana trasladó el decorado de la obra de teatro La gata sobre el tejado de zinc caliente a pie de arena. La otra cara de la Janda es el paso del Estrecho, los tres millones de autos magrebíes cargados como mulas que a mitad de agosto bordean el Cabo de la Plata. Las redadas anuales representan otro clásico: la de este verano, con 50 detenidos, incluye a dos policías y varios empresarios. Nadie quiere hablar. El trapicheo de hachís lo capitanean mujeres con bata floreada y delantal: “de algo hay que vivir en invierno”, dicen. “Esto es la gloria. Aquí no hay farolas, ni paseos marítimos, ni vallas. Es salvajismo puro”, dice Mariola Orellana, agente y mujer de Antonio Carmona. Los Carmona viven entre Madrid y Miami -triunfando y preparando nuevo sello discográfico- pero cada verano reciben a los amigos en su casa de madera de El Palmar: Carmen Machi, el clan Flores, Piedi Aguirre,hermana de Esperanza… En los chiringos actúan La Negra, Kimi-K y Lion Cortés con su Gipsy Evolution: los jóvenes han cambiado el pesar doliente por el flamenquito electrónico. Las jams y los cameos son continuos: Wyoming, Carles Benavent, Raimundo Amador, Diego Carrasco, Jerry González, cajones, congas y saxos. En El Cortijo de la Plata se han grabado varios discos, incluso David Byrne se prendó del litoral gaditano, cuenta Lala Obrero, directora artística de Solas. La oferta es tan exquisita como surrealista: allí vi los primeros kilims sobre la arena de la playa; alcancé la gloria con unos “pulpos a la escandalera” en el Ramón Pipi -un antro de pescadores-; escuché en la playa a Antonio Vega y su chica de ayer; caté caldos con Álvaro Palacios y José Andrés en el Antonio, y me sentí tan aterrada como rebautizada en las aguas salvajes que tanto gustan a los de Bilbao. Pero esa rizada idea de la libertad no sería lo mismo sin el viento. Entre el Levante y el Poniente: el uno calienta y el otro enfría, hasta despeinar el paisaje.

(La Vanguardia)

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16 de agosto de 2014
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La ?jet happy?

La moda casi siempre es porque sí, a pesar de que persista la manía de revolver en el pozo de los porqués en busca de respuestas que argumenten sus caprichos. El estilo, en cambio, es porque no: se acomoda y se mimetiza con el hábitat e incluso transmite ideología en un respingo de identidad retadora. De la misma forma que las mujeres catalanas presumen de vestir de manera más sobria -y más asimétrica- que las madrileñas, las diferencias estéticas entre derechas e izquierdas se evidencian más en verano, especialmente en el Sur, donde se demuestra una vez más que “la mirada crea el horizonte” (Banville). Vean sino a los ilustres veraneantes de Marbella con estilo ídem -ellas remetidas en turquesas y altas cuñas con swaroskis; ellos, polos amarillo pollito y camisas al viento- respecto a los amantes de las playas atuneras de Cádiz, amañados con un deje entre sensual y homeless: shorts con el forro de los bolsillos asomando por debajo del denim y desastradas camisetas. En tan solo dos horas y media de viaje en coche, de Málaga a Cádiz, se palpa el estereotipo, y ¡hasta qué extremo!. Del puro al porro, de las sevillanas con mantel al flamenco de chiringuito, de Terelu Campos a Aitana Sánchez Gijón. El paisaje a la altura de Sotogrande, cegadoramente encendido con un sol que al atardecer se sumerge en el mar como un huevo estrellado, resume con rectitud la casta que separa esos 27 km de costa mediterránea del Atlántico más jondo. El intelectual y bon vivant Edgar Neville, y el aristócrata español Ricardo Soriano, impulsaron la primera Marbella, un paraíso suavemente tropical bendecido por un microclima extraordinario capaz de lavar el más arduo prejuicio calvinista. Neville levantó su Malibú, con costras de leyendas hollywoodienses. Entre clínicas de adelgazamiento y lujosas villas donde recalaban Deborah Kerr, Laurence Olivier o Audrey Hepburn, el príncipe Alfonso de Hohenlohe se erigió en embajador del glamur y la nobleza. La fiesta de sesenta aniversario de su particular Ítaca: el Marbella Club, acaba de reunir ni más ni menos que a los Longoria, Orleans, los Abelló y su huésped, Jaime de Marichalar. De los duques de Kent, o Rainiero y Grace a un soplar de Antonio el bailarín y Conchita Montes, permanece un olor acre y un puñado de buenas fotos. Sucedieron los Thyssen, Von Bismarcks, Fürstenbergs, Prusia y “los choris”, así le llaman al grupo de Yeyo Llagostera, Luis Ortiz (Gunilla) y otros conseguidores. Los nuevos forajidos no se hicieron esperar. El moderno bandolerismo hizo bruñir las campanas de un mundo corrupto, un fake completo. Pero muchos madrileños le habían comprado casa a Gil y pusieron de moda ir a Puente Romano a ver pasar famosos. Este verano, en Moa, un spa del centro comercial de Guadalmina, José María Aznar ha acudido a masajearse los pies: reflexología podal. Una buena metáfora para la extensión marítima del Madrid cañí. Marbella quiere pasar página, volver a estar de moda porque sí, reivindicar su honradez -de cintura para arriba- sacudir las sobras de la ignominia en Puerto Banús y fregar sus máculas faranduleras. Este verano, en sus playas se pasean las it girls televisivas: Paula Echevarría o Amaya Salamanca; Se espera a María Teresa Campos y a su rubia familia, y se hace patente la diáspora ibicenca: los recelosos nacionalistas españoles vuelven a las raíces, como Cari Lapique y Carlos Goyanes. Aquí hay suficiente caché para que Julio Iglesias le cante el happy birthday a un millonario ruso, y motivos suficientes para que Antonio Banderas ocupe ese “espacio estético-moral” que hace años coronó a Julio en Ojén. Esta semana, el poderoso Banderas trajo a sus amigos exconvictos, Stallone y Wesley Snipes, al festival multicultural y solidario Starlite. Tal es el poder del exmarido de Melanie que le entregará un premio al hombre más rico del mundo Carlos Slim. La noticia es qué este haya aceptado recogerlo. En el Trocadero Arena, baluarte popular frecuentado por Famaztella (Josemaría y Ana), Ángel Acebes o Iñaki Oyarzábal, también le dan de comer al jefe de seguridad de François Hollande, a no demasiados metros de las fastuosas cenas de millonarios sirios en Grey Albion, donde los pisos pequeños tienen mil metros cuadrados, con búnker de seguridad en el sótano. Ignacio González, por supuesto, comanda Madrid desde Guadalmina. Si pinchan el vídeo Marbella happy also, podrán contemplar a Carmen Lomana, Manuel Santana o la propia alcaldesa, M. Ángeles Muñoz, marcando con aspavientos la cancioncilla endorfínica del año, eso sí, bailotean por calles tan inmaculadas como las de Singapur. No en vano Marbella siempre ha alardeado de “limpia”. Otra metáfora, más imperfecta. Al vídeo le hace falta Cospedal, cuya pertenencia al club marbellí quedó grabada en nuestro imaginario cuando concedió una entrevista a Efe en el 2009 acusando al Gobierno de espiar a dirigentes de su partido: Estepona-sur-Mer de fondo. Sí, el vídeo pide a gritos la presencia de Cospedal porque rubricaría con su determinación la estética de esta jet happy que echa la nuca hacia atrás, en la noche marbellí, mientras el resto de España resopla desdeñosamente.

(La Vanguardia)

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9 de agosto de 2014
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Los ?beautiful? y el postureo con chanclas

Por la mañana apareció Inglaterra, verde y desconocida entre las nubes”. Lo que hubiese dado por escribir una frase como esta. Mucho más que un arroz con bogavante en el Real Playa, un hotel rústico a cien euros la noche cuyo lujo exclusivo consiste en estar enclavado en la misma arena de la playa del Mitjorn. Incluso daría mucho más que el adictivo café con leche en Roca Bella, la mañana aún por desenvolver, donde italianas de incierta edad lucen unos hombros tremendamente elegantes y la braga del bikini subida hasta las lumbares, con las nalgas al aire. El personaje del libro que estoy leyendo, de James Salter, llega a Londres en un avión, y mientras a él se le aparece Inglaterra, nosotros, desde el ferry, contemplamos las primeras visiones de los molinos de Sant Francesc. El verde atlántico y literario de Salter frente al turquesa mediterráneo de las Pitiüses, cuyo principal embrujo consiste en la danza del levante que espuma las aguas y desangra el atardecer sobre campos de vid y olivos. Lo leído y lo vivido a veces crean gozosos paralelismos, como cuando se está enamorado y cualquier pequeña coincidencia parece una señal del destino. Avistar el perfil de Formentera, dejando atrás el yate negro como un bloque de pisos, de Armani, o el The Shark de Cavalli en aguas ebrias de Dom Pérignon, es un alivio de presunta sencillez. El slow summer de Formentera contrasta con el vértigo ibicenco, donde las discotecas, los dj, y las drogas químicas asociadas al clubbing, han alcanzado la categoría de atractivo turístico internacional. Existen varias webs inglesas que publicitan permisos de conducir falsos para que los menores puedan entrar en los clubs. En Platja d’en Bossa, los chiringuitos de siempre se han convertido en beach clubs, arrastrados por la fama de las últimas adquisiciones de Matutes: el Hard Rock o el Usuaïha Los adultos ricos cuentan con un surtido más sofisticado desde que Eivissa ha apostado por el turismo de lujo compitiendo con Cerdeña o Santorini. Porque el objetivo no son los europeos de siempre atraídos por las reliquias del flower power, sino los magnates rusos acompañados de una decena de escorts que reservan mesa en Lío -el espectacular cabaret dirigido por el actor de Tricicle Joan Gràcia- o en Cipriani. En el mar residen desde Naomi Campbell, Kate Moss, a Andrea Casiraghi, Bruce Springsteen, Puff Daddy, Orlando Bloom o Di Caprio. Cuando hay una buena fiesta, en la residencia de Pino Saglioco, desembarcan a tierra. Entre los patrios, la baronesa Thyssen, Cayetana Guillén Cuervo, Rosa Clarà -cuyo barco se llama White- o Eugenia Martínez de Irujo, son algunas de las asiduas a este mito cultural del mediterráneo donde aún se aplaude la salida y la puesta de sol. A tan sólo media hora de crucero, los payeses de Formentera me cuentan sus alianzas con los ecologistas para proteger sus parques naturales de las empanadas de cemento y caviar. En bicicleta por Ses Salines, advierto lo sufrida que es la gente que ni en verano puede replegarse como un cangrejo al sol. La beautiful people pertenece al siglo XX. Ahora se le llama “postureo”, eso sí, con esas nefastas chanclas globales. Bellinis universales Giuseppe Cipriani era un afamado camarero en la Venecia de los años treinta que gracias al pago de la deuda de un americano, Harry Pickering, abrió el Harry’s Bar, donde inventó el bellini y el carpaccio (en honor a Giambellio y Vittore Carpaccio). Su nieto, que se llama como él, ha franquiciado la marca familiar como se hace a menudo con las firmas de lujo. El Cipriani de Eivissa -abrió en el 2012- a 300 euros el cubierto, es un must y su propietario uno de los hombres influyentes de la fauna y flora local, este verano amigo especial de la modelo Esther Cañadas. En el Cirpiani, esta semana llegaron a las manos Orlando Bloom y el juguete roto Justin Bieber. Dicen que Di Caprio se puso de pie y aplaudió la torta. Acroyoga viral Carles Sans, junto a su mujer Maria Antònia Rodríguez, son un clásico de la isla que, nada más llegar a Eivissa, se visten de blanco con guayabera y túnica, respectivamente. Hace unos días, fueron a cenar a Lío junto a Carles Puyol y Vanesa Lorenzo, donde asistieron a un espectáculo representado por unos virtuosos acróbatas rumanos. Al día siguiente, Puyol -7 millones de seguidores en Twitter colgó una foto de su pareja -experimentada yogui- sobre las palmas de sus manos y se la mandó a Tricicle. Este le replicó con otra foto: mandíbula apretada y una Barbie encima de sus manos. Puyol, muerto de risa, la colgó en sus redes y el efecto ventilador no se hizo esperar. El acroyoga es trending topic. Dos tallas menos Lo conocí hace quince años en Nueva York, a través de Paulina Rubio, entonces muy cowboy girl que colaboraba en sus campañas. Enseguida escuché que Roberto Cavalli no era diseñador, sino estilista, una diferencia que tienen muy en cuenta italianos y franceses. Pero Cavalli resucitó el animal print -dicho sin manías, el estampado leopardo- los drapeados y conceptualizó el uniforme de las MILF. El caso es que mientras otros se hundían, el imperio Cavalli se extendía desde China a Miami o Dubái -donde ya tiene tiene sendos restaurantes. El tercero lo acaba de abrir en Eivissa, a sus 73 años, dispuesto a robarle mesas a Giuseppe Cipriani y a seguir detestando a las mujeres que visten como un hombre. (La Vanguardia)

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2 de agosto de 2014
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El placer de lo inútil

De qué nos sirve la actualidad, rendirnos a su tiranía, a las breaking news calientes protagonizadas por buenos y malos que continúan jerarquizando la información? ¿Tiene utilidad para el ciudadano medio saber que Abel Matutes compra el Fortuna a precio de ganga, que el juez Alcover mantiene encausado a Messi o que el Gobierno de Bolivia permite el trabajo infantil a partir de los diez años? ¿Viviremos con más ahínco anticipando la procesión de la familia Pujol ante la Fiscalía Anticorrupción? Las noticias languidecen como el amor breve, los girasoles en agosto o la importancia que se dan las personas poco interesantes que se creen muy interesantes y acaban produciendo vergüenza ajena. Por supuesto que hay noticias que suscitan esa misma incomodidad, aunque pronto serán arrolladas por nuevas entregas. Vivimos rodeados por personas y noticias inflacionadas, que adquieren un protagonismo desorbitado, hasta que un día amanecemos con la náusea de la nada, como si en el mundo siempre debiera de ocurrir algo trascendente. Pero la dictadura de la actualidad se olvida de las emergencias. Hace algo más de un mes saltaban las alarmas mundiales ante el secuestro de las estudiantes nigerianas a manos de un grupo de criminales integristas que pretendían canjearlas por presos, previas torturas y conversión al islamismo, sólo por el hecho de querer estudiar y prosperar en la vida. Hoy, esa noticia se ha ajado, con la herrumbre de la resignación o, mejor dicho, de la dimisión forzosa, porque los políticos, jueces, policías, periodistas o mediadores también hacen vacaciones. Pero y usted, que está al otro lado del periódico, ¿quiere volver a leer sobre las niñas nigerianas o prefiere conocer qué hizo el primer día en la celda el preso Jaume Matas? ¿Puro morbo, entretenimiento o algo más? Es probable que aunque la mayoría de las noticias no le hagan la vida más agradable, ni alivien su insomnio, puedan convertirle en un ameno conversador en las cenas veraniegas. A veces uno cree que la actualidad es más útil que la poesía o que la contemplación del paisaje. Hay un tipo de saber inmediato que te hace sentir vivo, como un certificado de que estás en el mundo, pero “lo placentero es más útil que lo útil”, decía Leopardi. Uno de los libros de este verano es, sin duda, La utilidad de lo inútil. Manifiesto (Acantilado), de Nuccio Ordine, que ha llegado a la sexta edición acaso porque apela al verdadero sentido de la vida, ya que alienta a ese hombre moderno que no tiene tiempo para nada -esclavo del utilitarismo- a volver a los clásicos, a comprender el arte o a leer versos porque, tal como Lorca ya alertó, es una imprudencia vivir sin la locura de la poesía. (La Vanguardia)

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30 de julio de 2014
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En el aire

Cuando el avión renquea por la pista, el pasajero entrega su voluntad al reposacabezas. Si es viajero frecuente, automatiza sus actos y se abrocha el cinturón sin darse cuenta, afloja los zapatos y los músculos, abre el periódico y mira de reojo a quien tiene al lado. Al fin y al cabo comparten destino. El pasajero ha superado la prueba, aunque no le da ninguna importancia; pero la tiene, porque ha demostrado una vez más su inocencia, eterno sospechoso global en un mundo cosido por detectores de metales y escáneres que ha tenido que hiperbolizar la seguridad pero aún no ha conseguido humanizar sus “protocolos”. Si llevas una prótesis, necesitarás cinco minutos más que el resto en el control de seguridad. En mi caso, pasajera habitual con un resurfacing en la cadera izquierda que me instaló el doctor González-Adrio, debo asumir que me cacheen descalza un mínimo de dos veces por semana, con mayor o menor nivel de presión y humillación. Una simpatiza con algunas guardias, pero aún y así están obligadas a meter la mano entre las dos copas del sujetador. “¿Por qué primero me inspeccionan por delante y después por detrás?”, pregunté un día. “Es el protocolo”, me respondieron. Alguna vez he fantaseado con que encontraban algo que ni yo misma conocía. Un avión es un sueño del progreso, el del azul estratosférico surcado por Boeings y McDonnell Douglas que cruzan el mundo -se calcula que hay más de 20.000 vuelos diarios-. Pero de remedo de pájaro y medio de locomoción más rápido y seguro, las aeronaves han pasado a ser un blanco perfecto, o una malévola arma mortal. Desde el atentado contra las Torres Gemelas, la vulnerabilidad de los aviones ha cobrado dramatismo, transformando por completo el acto de volar al añadirle un plus terrorífico. Solamente en este mes de julio que acaba, las víctimas de accidentes aéreos -como los de Malaysia Airlines, puede que derribado por un misil; TransAsia en Taiwán y ahora el de Swiftair- suman más de 450 personas. Una cantidad no muy lejana a los más de seiscientos muertos en Gaza cuando escribo estas líneas, aunque infinitamente inferior a la de los 45.000 fallecidos en accidentes de tráfico anuales sólo en Europa. Dejando aparte meteorologías adversas e infortunios de toda clase, detrás de la mayoría de los accidentes aéreos no sólo hay cajas negras con historias de criminales que utilizan a población civil inocente como munición masiva, sino, muchas veces, precariedad laboral, aparatos vetustos -¡incluso los de las Fuerzas Armadas Españolas!- e inexplicables fallos reglamentarios completamente ajenos a ese pasajero anónimo que dentro de un avión por fin ha empezado a dormitar en su asiento, haciéndose un cuatro.

(La Vanguardia)

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28 de julio de 2014
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Una rosa y un clavel

A las filas socialistas llegan hombres amables: Miquel Iceta y Jaume Collboni. El n.º 1 lleva la curiosidad prendida en la varilla de las gafas, rojas, por supuesto; y la sagacidad en un paladar desde el que vibran verdades y dardos. Quién le hubiera dicho al fundador de Reagrupament Socialista i Democràtic, Josep Pallach, que el gay power saldría al rescate de un PSC voluble y extraviado en el maelstrom soberanista, que ha engullido ya a más de un candidato pusilánime. Iceta y Collboni forman un buen tándem: cosmopolitas, leídos, perfumados y lo suficientemente heterodoxos para cortar la hemorragia de simpatizantes y devolverle el tamaño a la palabra esperanza. Iceta, el eterno ideólogo, es de esos políticos que se preocupa en buscar sinónimos para oxigenar las repeticiones cargantes. Tiene un aire a lo Hollande: frente despejada, cara redonda, papada y gafas de diseño. “La ejecutiva del PSC será integradora, pero no una jaula de grillos”, curiosa expresión para un gay llamado a poner orden y generar empatía. Por fortuna, la política, las finanzas y la diplomacia parecen haber superado de una vez por todas la homofobia. Recuerdo a aquellos primeros ministros gais -fundada o infundadamente-, que tuvieron que soportar todo tipo de chascarrillos. Por no hablar de las disparatadas leyendas urbanas que se vertieron en su día sobre Josep Borrell, a quien se le llegó a meter en la cama con el mismísimo Ortega Cano. En cambio, es asombroso que apenas existan lesbianas. Haberlas, haylas, pero la confesión las estigmatiza y la misoginia las persigue por partida doble. Elena Anaya, Sandra Barneda -siempre magníficas- y para de contar; los armarios siguen llenos mientras las adolescentes homosexuales carecen de referentes. La política no debería dimitir de estos compromisos pendientes con la sociedad. Desconozco cuál será el papel de las jóvenes políticas de las que tanto se ha hablado para ejercer de marca blanca, como la alcaldesa Nuria Parlon, o de séniors como la mayor gobernanta del partido en Madrid, la mujer a la que Pedro Sánchez supo que tenía que llamar: Teresa Cunillera, una todoterreno a la que no le cuesta remangarse para dedicarse tanto a la fontanería como a la psicología de grupo. La tarea de Iceta y Collboni, candidato a la alcaldía de Barcelona, es titánica: el PSC aún hace política del siglo XX, y se mueve en tierra de nadie -tanto en el proceso soberanista como en la política económica-. La gran incógnita es: ¿podrán articular un mensaje tanto social como nacional que llegue a los catalanes? Los socialistas no encontraban un traje nuevo que les sentara bien ni en las rebajas, una ropa ligera, acaso una lana fría con hebras elásticas, que les permitiera cimbrear la cintura. Porque a Miquel Iceta y su cuadrilla les toca bailar una suerte de One more time con la música de siempre pero cambiando la letra para que la rosa y el clavel vuelvan a abrir la muralla. Poder pitiuso “De casta le viene al galgo”, afirma el refrán. A Abel Matutes hijo -¡qué incómoda debe ser la coletilla!- lo que le viene de casta es el emprendimiento, tanto que Eivissa entera baila, cena y se va a dormir al ritmo que el vicepresidente del Grupo Matutes y director general del Palladium Hotel Group marca. Hace unas semanas lucía familia y casa como sólo ¡Hola! -que este año celebra su 75.º aniversario- sabe hacerlo: un JASP de 36 años, que quiso ser piloto de rally, casado con una rubia norteamericana, Linda, que es directora de Marketing para la familia, y dos maravillosos hijos (el primogénito, inevitablemente, Abel III). Él sigue a pies juntillas la receta de Onassis para el éxito: bronceado, casa elegante y gustos caros. Llegan las curvys Candice Huffine es una mujer guapa que pesa 90 kilos. Uno de sus sueños consistía en aparecer en el calendario Pirelli, que sofisticó el clásico estilo para camioneros. Su apuesta por las mujeres grandes, que es como se llama ahora a las gordas, confirma lo que parece ser una oda a las curvas. Desde Bar Refaeli a Alessandra Ambrossio, o la reina de la redondez saludable, Scarlett Johanson, reivindican el canon curvy. Y firmas como Mango tienen ya marca de tallas grandes, de la 44 a la 50. ¿De verdad llega una era más curvilínea, o simplemente el negocio no puede desaprovechar el sobrepeso? Porque hoy, el mejor cumplido que puede recibir una mujer es que le digan que está más delgada. Facebook millonario Cien millones de seguidores en Facebook. Ese ha sido el último récord de Shakira, mujer y empresa. Detrás del éxito, que su equipo celebró con champán esta semana en NY, hay un catalán de Maials, Xavier Menós, un auténtico as en redes sociales que ha diseñado la estrategia: los post informativos los firman como ShakiraHQ y los personales como Shak, preservando su voz. El hijo de la colombiana y Piqué, Milan, fue el primer bebé 2.0: rompieron con el modelo de las exclusivas compartiendo con sus fans imágenes del romance, el embarazo y el nacimiento. Aunque la verdadera clave es que Shakira traspasa fronteras: gusta en todo el mundo, a hombres y mujeres, a padres y a hijos. El poderío es eso.

(La Vanguardia)

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26 de julio de 2014
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Los 80 no son los nuevos 60

Aburridos estamos de ese cuento repetido hasta la saciedad de que los 60 son hoy los nuevos 40, y los 80 los nuevos 60, como si todos pudiéramos llegar a ser Sophia Loren o Charles Aznavour y una especie de travestismo generacional operase en la cronología de los ciudadanos del primer mundo, atiborrados de omega 3 y bayas de Goji. Una industria feroz, y a menudo fraudulenta, se ha propuesto tratar el envejecimiento como una enfermedad. En la tienda de ropa Cintia, un must de la elegancia barcelonesa, me cuentan que sus clientas compran cada vez menos trajes formales y los sustituyen por camisas y tops asimétricos de Jil Sander que bien pudieran llevar sus hijas. Un menos es más irreal marca la estética de la madurez forever young, ya que bajo la etiqueta de la naturalidad se agazapan los mil y un artificios que luchan por frenar el paso del tiempo. Eso sí, ni asomo de desesperación: la edad ha dejado de ser una frontera. Si bien es cierto para el consumo, no para las compañías de seguros, los protocolos médicos o las hipotecas, que penalizan sin remordimientos a los mayores. Poco antes de morir, la socióloga y psicoterapeuta nonagenaria Lillian B. Rubin escribía lo duro que es envejecer, sin soflamas marketinianas ni melódicas salmodias. Aseguraba que, aunque nadie se crea que los 80 son los nuevos 60, todo el mundo lo compra. “¿Qué será lo próximo, los 100 la nueva mediana edad?”. Afirmaba que la vejez, incluso cuando es lo que nunca nos hubiéramos imaginado al ganarle cantidad y calidad de tiempo a la vida, implica pérdida, deterioro y estigma. Aún existen muchos matices entre las palabras viejo y anciano. La primera es más universal, incluso la dicen de sí mismos, entre la vanidad y la lítote, muchos jóvenes: “Me estoy haciendo viejo”; nunca se atreverían a señalarse como ancianos, término que implica desvalimiento, resignación y brasero. Cumplir años y no dimitir del espejo es un triunfo de la coquetería, y de la prolija industria cosmética. Pero también de la ciencia que estudia la elasticidad del cerebro. Según la ONU, en el 2050 España será el tercer país más envejecido del planeta (más de un tercio de la población estará por encima de 65 años). Acostumbrados a gestionar las vacaciones de la tercera y cuarta edad europeas, con generosas pensiones, esta tendencia a la senectud no parece amedrentar la marca España. Un país para viejos, aunque los desprecie. Más vale que empecemos a tratar la vejez con realismo y cordura, en lugar de frivolidad y estigma. Viejuno es una palabra de moda que discrimina entre lo moderno y lo que se queda fuera porque tiene demasiado pasado, olvidando que sólo nos conforman pasado y futuro, pues el presente no es más que arena entre los dedos. (La Vanguardia)

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23 de julio de 2014
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El Boomeran(g)
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