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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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Cuando Hutton era la reina de Tánger

Barbara Hutton debe su celebridad, antes que nada, a haber heredado una gran fortuna a los ocho años, tras la muerte de sus abuelos maternos ?su madre se había suicidado con matarratas en la suite del hotel Plaza donde residían, dos años antes, desesperada ante las continuas infidelidades de su marido, Franklyn Hutton?, lo que le valió el mediático apodo de ?pobre niña rica?. Todo lo que hay escrito sobre ella, además de una prolija crónica fotográfica, que incluye algunas obras exquisitas firmadas por su amigo Cecil Beaton, va mucho más allá de la historia de esa pobre niña rica. De la multimillonaria se dice que era bipolar, narcisista, excéntrica y desprendida; que regalaba brillantes a las criadas y deportivos a sus amantes. Hasta en la más sublime y la más absurda de sus excentricidades derramaba la necesidad de ser excepcional. ¡Y tanto que lo consiguió!, haciéndose célebre gracias a sus fiestas de verano en Tánger: ?Barbara Woolworth Hutton solicita el placer de su compañía en el palacio de Sidi Hosni. PD. En caso de viento, la anfitriona le ruega disculparla viniendo otra noche?. Así rezaba la invitación anual que, desde 1948 hasta 1975, recibían los invitados a las apoteósicas parties que se vivieron en una de las ciudades más internacionales, complejas, enigmáticas, decadentes, libertinas y artísticas del siglo XX. Orquestas, bailarinas, un verano incluso trajo treinta camelleros Reguibat desde el Sáhara para que formaran una garde d?honeur. Después de la fiesta, acabaron acampado en el jardín. Hutton le había arrebatado el mítico Sidi Hosni nada más ni nada menos que al Caudillo. Franco se había encaprichado de él, pero acostumbrada a tener todo cuanto deseaba, ella solo tuvo que doblar la cantidad: ofreció un millón de pesetas más que la oferta que el Generalísimo había hecho ?es decir, pagó dos millones de la época?. Y el palacete, en plena kasba, fue suyo. No hay otra ciudad en la que se pueda sacar a pasear al fatalismo como en ella. Hay un Tánger silencioso que bate cualquier expectativa del bullicioso. Babuchas que apenas rozan los empedrados. El sonido de un laúd que emboba la tarde. El largo té dulce. La vida entre muros. Tánger, como La Habana, ejerce un hechizo nada ostentoso, pero capaz de contagiar al visitante de una moratoria anímica que altera el tiempo. Uno de los amigos de Hutton, Truman Capote, escribía: ?Casi todo en Tánger es inusual, y antes de venir conviene hacer tres cosas: vacunarse contra el tifus, sacar los ahorros del banco y despedirse de los amigos. Dios sabe si los volverás a ver. Este consejo es bastante serio, ya que es alarmante la cantidad de viajeros que han aterrizado en ella para unas breves vacaciones y después se han establecido y han dejado pasar los años. Porque Tánger es una ciudad que atrapa, un lugar sin tiempo; los días pasan más imperceptibles que la espuma en una cascada?. No hay duda de que las garantías de exótica libertad de una ciudad abierta donde nadie cuestionaba nada contribuyeron a poner Tánger de moda, con la fantasía de exilio feliz y a la vez caníbal. Todos sus ilustres visitantes pasaban por las fiestas de Hutton: Capote y Beaton, Hubert de Givenchy, Tennessee Williams? Dos socialités españoles de la época, a los que después de muertos se ha olvidado bastante, Emilio Sanz de Soto y Pepe Carleton, dieron buena fe de ellas. La anfitriona recibía a sus invitados sentada en un trono de oro y luciendo la tiara de esmeraldas de Catalina la Grande. Otros habituales eran Jane y Paul Bowles, quien en El cielo protector logró plasmar la perversidad y el embrujo del desierto. He encontrado una hoja del hotel Sanvy de Madrid con preguntas que preparé para una entrevista, cuando Paul Bowles vino a Madrid en 1993. ?¿El cannabis y el desierto son algo parecido a la pérdida de la virginidad??, interrogaba. Años más tarde lo visité en Tánger. Vivía como un pobre en un piso atestado de recuerdos y maletas. La atmósfera, densa, que venía de la calle, se posaba en cada rincón dejando bien claro quien mandaba. A Jane siempre le pareció simpática y divertida Barbara, ligera; a Paul, en cambio, le desagradaba por sus excesos. (La Vanguardia)

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8 de agosto de 2015
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Cuando Coco Chanel tomó Biarritz

Hace exactamente cien años, el verano de 1915, en el Hotel du Palais de Biarritz se bailaba hasta el amanecer, lejos del barro y las trincheras. Sobre el mismo mármol que habían pisado Napoleón III y Eugenia de Montijo, una noche se sentaron a cenar Coco Chanel y su amante, el jugador de polo y político Arthur Boy Capel. Allí, el contorno del paisaje no era tan vulgar como en otros pueblos costeros: un acantilado azul atlántico ceñido por las misteriosas landas y el oleaje bravo rompiendo contra unas endemoniadas rocas, espíritus de locos suicidas, dice la leyenda, ahogados in bellezza. ?Este pueblo blanco de tejados rojos y postigos verdes edificado sobre montículos de césped, frente al bravío océano Atlántico?, escribía Victor Hugo de Biarritz, donde sus pescadores eran célebres por su pericia capturando ballenas. Los franceses lo pronuncian con acento en la i, alargando la doble erre gutural. Y acaso porque la mitad de la palabra esté compuesta por el nombre del emblemático hotel, Biarritz suena a lujo y esplendor. Trae ecos de artesonados barrocos y baños de mar; de Guitry o Ravel; del norte elegante donde la realeza y la corte, así como las buenas familias españolas, veraneaban con sombrilla y cesta de paja. Chanel también es un nombre magnético, arranca con una consonante continua, que puede ser sostenida durante varios segundos de manera balanceada en una afirmación rotunda del chic parisien. Biarritz y Chanel, una orgía fonética, este verano hace un siglo. Qué surtida herencia nos dejó aquella gran mujer delgada de cabello oscuro tan encantadora como huraña. Cuánta libertad otorgó a nuestra vestimenta, destilando el buen gusto. Lo hizo provista de la vehemencia propia de una campesina a la que nada asustaba, aunque armada con una feminidad misteriosa capaz de enamorar a terratenientes, duques, artistas, oficiales nazis, pintores y musas. Coco. Nombre de perro. Lo cantaba cuando fue cabaretera, braceando contra la miseria pero soñando con una vida hermosa: ?Qui a vu Coco??, repetía sobre el escenario del café-concert La Rotonde. Un diminutivo casquivano, dos iniciales clonadas: la doble c convertida hoy en aspiración universal. Aquel verano de 1915, Chanel y Capel celebraban que en la cosmopolita Biarritz hubieran repetido el éxito conseguido un año antes en Deauville, donde Coco abrió tienda coincidiendo con el estallido de la Primera Guerra Mundial. El nombre de Chanel pasaba de boca a oreja con admiración escandalosa porque vestía a las mujeres como nadie lo había hecho hasta entonces: rompió la silueta de reloj de arena que aprisionaba su cuerpo, las liberó de los corsés, les puso pantalones, las rejuveneció y las hizo más interesantes. Estaba obsesionada con devolverles su credibilidad gracias a la perfección de un traje con el que pudieran correr, saltar y agacharse. Y se cargó todas las plumas y miriñaques. En el Hotel du Palais ?bailes de salón, sangre azul y una eterna belle époque? las mujeres lucían sus chaneles admiradas de sí mismas. Boy Capel, a pesar de las escaseces de la guerra, actuaba como proveedor de lanas, tweeds y sedas. Y de punto. Esa fue la mayor baza: comprar ingentes cantidades al fabricante Rodier, quien les hizo un gran descuento porque pensaba que no lo llegaría a vender. Nunca se recuperó del susto: aquel tejido que, antes de la guerra, rechazaban los hombres para su ropa interior, acabaría cosiendo espectaculares trajes de alta costura. En Biarritz la guerra apenas se notaba: matrículas extranjeras en autos de lujo, príncipes rusos, cantantes de ópera y damas deseosas de jugar al golf. La vecina España era neutral. Un encantador lugar para invertir. ?Sabían correr riesgos y moverse con celeridad?, dice uno de los biógrafos de Chanel, Axel Madsen. Alquilaron a la viuda del conde Tristán de l?Hermita la Villa Larralde, situada enfrente del casino. Chanel llamó a su hermana Antoinette, además de contratar a varias modistas vascas que permanecerían fieles a ella, e incluso pediría a sus madres que las dejasen ir con ella a París. ?El 15 de julio de 1915 Coco no se limitó a abrir una tienda, sino la primera boutique de moda de Biarritz. La ciudad no había visto nunca una cosa parecida?, afirma Madsen. Los años de Biarritz fueron tremendamente prósperos para Chanel, tanto en lo creativo como en lo económico. Poco se ha analizado su inspiración española y los quince años que pasó entre París y el País Vasco francés. Aquel verano de 1915, cuando Norteamérica estaba aún muy lejos, Harper?s Bazaar publicó en portada uno de sus primeros vestidos camiseros sin cuello, su robe sans taille. Chanel, al igual que Balenciaga, se inspiró en las ropas de trabajo de los pescadores y obreros de la costa. Incluso se encasquetó la txapela, con su proverbial estilo marinero. También fue en Biarritz donde Chanel se aproximó a los ballets rusos, exiliados en Madrid y San Sebastián, que tanto influirían en su carrera. E inició una estrecha amistad con Diáguilev, a quien años más tarde financiaría, muy discretamente, La consagración de la primavera de Stravinsky, del que mademoiselle fue amante. Hace un siglo de todo ello, cuando los veranos eran más lentos, Europa se había atascado en embarrados campos de batalla y Coco Chanel había vengado a aquella pobre huérfana del hospicio de Obazine, condenando a las mujeres a vestir de negro, como sus cancerberas. No sabía aún que se jubilaría temprano, que sería una desgraciada en el amor, ni que reaparecería en París a los 71 años para convertirse en inmortal. Pero aquel verano de 1915, en Biarritz, Chanel empezó a ir con chófer y en RollsRoyce a todas partes. (La Vanguardia)

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1 de agosto de 2015
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Contar veranos

Es una pequeña ceremonia. Escribir la última columna del curso con la cartera recogida, igual que de escolares, hasta que le arrolle a una el punto final y pueda salir corriendo con esa excitación que trae la promesa de vacaciones. Las mejillas sonrosadas tan sólo con imaginar los pies en la playa. El ánimo enseñoreado. La sensación de no pertenecer a nadie, al menos durante unas semanas. Bula para hacer lo que nos venga en gana, sin exámenes ni cuentas de resultados. La humedad que reblandece las urgencias y las importancias. La comprensión universal al dimitir del mundo enladrillado; ese mundo por el que a menudo nos echamos las manos a la cabeza asombrados o espantados, como si no fuera el nuestro. Una tregua, un paréntesis, una pausa. Un estar de permiso, casi una exigencia para limpiar la rutina, y volver ?con las pilas cargadas?, decimos. Pero no avanzamos con pilas, sino gracias a un cerebro que a menudo tiembla ante la posibilidad de divorciarse del cuerpo. De noquearlo. De hacérselo pasar verdaderamente mal. De vaciarlo de ideas. De arrebatarle su brío, su trote genuino, incluso de retirarle la zanahoria que lo alienta para llegar a la meta. Contamos la vida por las muertes y los nacimientos, las parejas y las mudanzas, los trabajos y las enfermedades, las Navidades y los veranos. Estos suelen traer los recuerdos más hidratados. Tienen textura, sabor y piel: los castillos de arena, las erres rotundas de un arroz socarrat, las cosquillas de los niños, el agua transparente abrazándote entre las celdillas trazadas por el sol, el aceite de monoï. Y es que algunas grandes ideas, esas que han multiplicado nuestra vida, las hemos tenido tumbados al sol, cogiendo y soltando el hilo sin auriculares. Nos basta el gemido de las olas al morir en la orilla para soñar despiertos y convertirnos en personaje. Si la autocomplacencia es perversa, fantaseamos con nuestro funeral. Si es dulzona e histérica, nos hacemos una autoentrevista. Pero a medida que se acaban las preguntas, necesitamos confesar la verdad con la misma fe del jugador que va perdiendo en la ruleta pero aún cree en una última apuesta. Dice el libertino Fédéric Beigbeder en Una novela francesa, que leí con placer hace cuatro veranos: ?El ser humano es un explorador; posiblemente a partir de cierta edad, deja de mirar adelante y da media vuelta. Si se ha reproducido, dispone de una guía para revisar su pasado?. Andamos en estas. En dejar de correr y regresar hacia aquello que nos explica. Empezar a desandar el camino que sólo creíamos de ida. Y al que regresamos cada verano. (La Vanguardia)

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29 de julio de 2015
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Los bustos invisibles

Estamos rodeados de símbolos que, de tan visibles que son, nuestra mirada barre. Ocurre con los retratos y bustos de reyes, aristócratas, prohombres o políticos. Lejos de venerarlos, de que su efigie en grandes salones marmolados nos conmueva, acabamos por ignorar la imagen. La repetición y la costumbre suelen jugar estas malas pasadas. Como con el dibujo del papel pintado, que tanto cuesta reproducir mentalmente. En los países árabes, la foto de sus jeques y presidentes forma parte del paisaje, desde el vestíbulo del hotel al centro comercial, del aeropuerto al hospital. Pero el bombardeo de su retrato, la barba negra, los ojos pequeños, la kefia en la cabeza, no garantiza que logres identificarlo una semana después en el periódico. En la antigüedad, los emperadores se convertían en dioses tras su muerte. Porque el culto imperial era un auténtico culto a la personalidad (bien parecido al que, siglos después, se emuló en dictaduras como las de Hitler, Franco, Mussolini, Stalin, Castro, Chávez). Colgar un retrato es una forma universal de oficializar la autoridad y de rendir culto y respeto a un dignatario por parte de sus ciudadanos y en verdad súbditos. Pero en la mayoría de ocasiones, el culto a esa imagen se vive con absoluta indiferencia. De otra manera no se podría entender que durante un año, en el salón de plenos del Ayuntamiento de Barcelona haya presidido la mesa un busto de Juan Carlos I a pesar de haber abdicado. Como tampoco sería fácil justificar porqué ahora, y no hace meses, Alberto Fernández Díaz corriera a colgar la foto de Felipe VI, cual guerrilla urbana, en lugar de haberlo advertido de forma incontestable en el salón de plenos. Así es como durante un año los concejales del Ayuntamiento no han chistado; ni les ha sobrado el uno ni les ha faltado el otro porque probablemente no acertaran a verlo aunque lo tuvieran frente a sus micrófonos. El Gobierno acusa al Ayuntamiento de hacer una política de gestos y ruido. O sea, pataletas. Y el runrún conservador teme que aterrice el disparate. A que cada uno elija a su ídolo en el despacho como el alcalde de Cádiz, el mediático Kichi, de Podemos, que retiró el retrato del rey Juan Carlos para colocar en su lugar otro del anarquista Fermín Salvacochea, antecesor suyo durante la Primera República. El descuadre también ha sucedido en San Sebastián, Rúa y Moaña, Cerdanyola del Vallès y Marinaleda. Como si un júbilo experimental permitiera relajar tradición y formas. Un exceso de drama en los símbolos nacionales siempre ha sido fruto de un letal romanticismo. Y el culto al retrato representa un anacronismo más con el que convivimos a destiempo. Como tantos que, imperceptibles, nos rodean, nos gestionan y nos fastidian, bien lejos de los bustos, las estatuas, los coches, las corbatas o las misas. La insignificancia nunca ha movido el latido de las ciudades. (La Vanguardia)

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27 de julio de 2015
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Mujeres que confiesan

Me pregunto qué circunstancias confluyen ahora para que tantas mujeres confiesen haber sido víctima de abusos sexuales. No solo en el Occidente de Bill Cosby ?aumentan los testimonios de aquellas jóvenes a quienes violó con la ayuda de la metacualona? sino también en Pakistán o Egipto, donde la agresividad empieza en un cruce de miradas por la calle y acaba incluso en muerte. Ahí está el testimonio de la artista y activista india Sapna Bhavnani, que ha sorprendido a propios y extraños relatando una violación masiva cuando tenía veinticuatro que ni tan siquiera había contado a su madre. Dice que sintió que ya no podía callárselo más, acuciada por una honestidad con la que pretendía aceptarse de una vez por todas al compartirlo con otras mujeres que siguen sintiéndose sucias e incompletas cuando el sabor metálico del miedo les recuerda su pesadilla.No hay conflicto bélico donde el cuerpo de las mujeres no haya servido como arma de guerra: violaremos a vuestras mujeres, les haremos hijos-enemigos, os humillaremos y destrozaremos psicológicamente para el resto de vuestras vidas, parecen decir los verdugos. Los extremistas islámicos secuestran y ultrajan a escolares, a quienes, para empezar, condenan al analfabetismo. Incluso se regodean en la hipocresía de casarse con ellas por un día a fin de violarlas sin culpa. Los narcos latinoamericanos, antes de despedazar a las reinas de la belleza a quienes han colmado de diamantes y champán, les marcan sus iniciales sobre los pechos con un hierro caliente. En España ha saltado a los medios el caso del reputado psiquiatra sevillano Javier Criado, que presuntamente abusó de, al menos, 18 pacientes, que han referido versiones idénticas de los hechos sin conocerse entre ellas. Mujeres de buena familia vulnerables, presas de la ansiedad o de la angustia existencial, medicadas hasta las trancas por el doctor para poder mantener relaciones no consentidas con ellas, abusando de enfermas doblemente desorientadas, que incluso llegaron a tratar de suicidarse. Así lo ha contado la aristócrata Matilde Solís, exmujer del actual duque de Alba, en Facebook. A pesar del pavor que produce sabernos rodeados de predadores y secretos sórdidos en un juego de espejos donde pocos son quienes dicen ser, el outing de las víctimas es una gran noticia. Si confiesan ahora es porque el nivel de tolerancia ante la violencia sexual se ha reducido globalmente y ésta por fin ha adquirido la categoría de delito execrable. No son ellas quienes tienen que temerle a la vergüenza, al tabú, a la debilidad, sino esos diablos descontrolados que han creído que la sexualidad de las mujeres era su campo de batalla.

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22 de julio de 2015
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(A)normales y fugitivos

Ni rastro de ese bigote tan mariachi, ni de su pelo-pincho tupido, estilo peluquín. Casi como una pequeña venganza consistente en borrarle uno de los signos más vistosos de su masculinidad, la policía mostró la última foto de Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, conocido internacionalmente como el Chapo Guzmán, afeitado hasta la coronilla. El Chapo ?que viene de chaparro, por los ciento sesenta y siete centímetros de poder y terror que alza del suelo? ya se había fugado en el 2001 de un penal norteamericano, dejando muy claro quién era el rey del narcotráfico charro. Pero su nueva escapada ha empequeñecido a la más rocambolesca de las huidas. ?El estado de Sinaloa es el feudo del Chapo, un hombre que en Estados Unidos cuenta más que un ministro. Coca, marihuana, anfetaminas: la mayoría de las sustancias que los norteamericanos fuman, esnifan y tragan pasan por las manos de sus hombres?; así lo cuenta Roberto Saviano en CeroCeroCero. Cómo la cocaína gobierna al mundo, en que encuentra demasiadas analogías entre la organización y funcionamiento de los cárteles de la droga y los de la mafia. Dicen que sus hijos salieron a emborracharse para celebrar su nueva fuga: recorrió en una moto sobre rieles los 1,5 km de túnel iluminado que conecta la ducha de su celda con una caseta vecina. ¿Quién rodará la fuga del Chapo? A pesar de fumarse a la Policía Federal mexicana en pipa, el narco nunca ha querido hacer ostentación de sus mujeres o de sus posesiones, aunque le hayan construido un túnel a pie de ducha. Perfil bajo, el de un hombre aparentemente normal que, mientras cuida de las ancianas de la familia, ordena tirotear a quien le tosa. Nunca hay que confiar en los hombres normales, porque la normalidad no existe. Al ser humano, como al mercado, lo acaba delatando su USP: unic selling position. Y aunque Fernando Trueba se declarara como tal, en el programa de Julia Otero, después de recibir el Premio Nacional de Cinematografía, al instante reaccionó y dijo que también le definía la palabra ?anormal?. Culto, educado, exquisito, leal, sencillo… y por tanto un hombre completamente anormal. ?Hay que ser humilde e ir a recoger el premio?, le respondió a Otero cuando esta le preguntó si había tenido la tentación de rechazarlo. ?¡Qué viejo soy, que me dan este galardón! Me voy a comprar una boina, me disfrazo de Pla y me voy al Ampurdán?, añadió el cineasta. Igual se encontraría como otro hombre opuesto con rabia y saña a la normalidad, Gérard Depardieu, que anda de gira gastronómica por Catalunya para el canal Arte. No en vano, les une Truffaut, al que Trueba venera y con el que Depardieu hizo El último metro y La mujer de al lado. La comedia elegante, de autor, de Trueba; las fanfarronerías ebrias, histriónicas, de ese desencantado Depardieu que ha terminado pareciéndose a Strauss-Khan, a quien interpretó; y la bizarra historia del Chapo Guzmán: la anormalidad también entiende de clases. Ruiseñor o cuervo / Harper Lee Harper Lee ha sido durante años un encantador enigma literario: amiga íntima de Truman Capote, autora de una única y preciosa novela, Matar a un ruiseñor, y tan esquiva a la fama y la prensa como el mismísimo Salinger. En febrero de este año, su abogada anunció que, a sus 88 años, publicaría su inesperada segunda ficción, Ve y pon un centinela. Todo tan extraño, improbable, secreto: Harper Lee vive en una residencia de ancianos, y muchos se preguntan si será realmente consciente de su comeback editorial: un libro escrito en los años cincuenta, que narra el regreso de Scout a Maycomb, veinte años después de Matar…, para visitar a su padre, Atticus. La pregunta es: ¿por qué ahora? Y la respuesta siempre trae la palabra dinero. Monumento / Beyoncé Sabíamos que sus caderas mueven el mundo, que un baile suyo vale millones de euros, pero el fenómeno Beyoncé ha llegado incluso al paisaje global. Su silueta en el videoclip del tema Ghost servirá como modelo para un nuevo rascacielos que se perfilará en el skyline de Melbourne: una torre de 226 metros de altura que, además de un exclusivo hotel, albergará un centro comercial y cerca de 600 lujosos apartamentos. No falta en ningún ranking, ya sea el de la Billboard o en el de las mujeres más poderosas del planeta ??no soy mandona, soy jefa?, rezaba su última campaña feminista?. Y ahora, a sus 33 años, Beyoncé inaugura una nueva modalidad de mercadotecnia: anatomías arquitectónicas. No quiero ni imaginar la que se inspire en Kim Kardashian… Sin mácula / Andrea Levy Su pasado parece tan transparente como su mirada: ni tuits sospechosos, ni postpornos con los pantalones bajados. El nuevo rostro del PP tiene la tez sonrosada, un buen expediente académico, y una responsabilidad de enjundia. Andrea Lévy es osada y simbólica, llama a Artur Mas ?Atila? ??por donde pasa no vuelve a crecer la hierba??, y en su blog alerta sobre la sociedad en que vivimos, ?de clics, links y posts?. Junto con Pablo Casado es una de las apuestas de Rajoy, que tira del lugar común del ave fénix. Un ave que, más que un charrán (ahora nos hemos enterado de que no era una gaviota), es, como en la obra de Cocteau, un águila de dos cabezas. Lo importante no es tanto saber de quiénes son las cabezas como a quién pertenece el cuerpo. (La Vanguardia)

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18 de julio de 2015
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Iker

He pasado adelante y atrás el vídeo de la rueda de prensa de Iker Casillas en el papel más difícil de su vida. Solo, con la única compañía de sus lágrimas y un photocall ebrio de logos ?Emirates, Adidas, Bwin, Mahou, Audi?, dispuesto a demostrar quién manda hoy en el fútbol, porque incluso en su sentimental despedida tenía que respetar el protagonismo del espónsor. Cómo le costó a Iker arrancar el folio. La voz se le aguaba, igual que una mayonesa que no liga y se queda en yema aceitosa. Bebió agua un par de veces para deshacer la piedra que le cerraba la garganta. Y dejó claro que se había propuesto despedirse como quería: cumplir con los suyos, a pesar de la cerrada solitud que ejemplifica algo desdichadamente frecuente en esta España cainita: la patada a sus mitos. Deberían pasar este vídeo en las escuelas. Explicar a los estudiantes que incluso llegando a semidiós puedes acabar despreciado y deshecho, como un villano. Porque durante mucho tiempo Casillas fue un talismán. Era el santo, el que decidía solo un partido cuando su equipo flojeaba. En la España que se precipitaba al abismo de la crisis de dineros y valores, en la que los deportistas eran los únicos que daban alguna alegría, Iker brillaba como una superestrella. Un castizo made in Spain, guapete, solidario, que al igual que Xavi o Puyol representaba la sencillez del campeón en un jardín en ruinas. Hasta que se rompió su baraka. Dicen que Florentino le cogió manía. Y Mourinho se sintió capaz de humillarlo. Desde que lo sentó en el banquillo se agrandó su leyenda negra. Si en la vida te topas con individuos tan metódicos como egocéntricos, que penalizan el talento y que no creen en las segundas oportunidades, ojalá que, al menos, las musas amortigüen tu caída. No fue el caso. Los envidiosos que se complacen ante las desgracias ajenas se adueñaron del terreno mientras se agrandaba su melancolía. El calvario de Iker incluía mofas ?incluso a su hijo recién nacido?, rumores e insultos de vago, interesado o pesetero. ¿Cuánto dinero habrá hecho ganar al Real? Si alguien quiere saber del sufrimiento del otrora emblema del madridismo, que vea el vídeo. No es un dolor narcisista, de quien tocó el cielo con victorias y copas y ahora ingresa en el club de los has been. Es el dolor de un hombre a quien han herido y dañado. Se han destacado, y con razón, las diferencias entre su salida y la de Xavi en el Barça. El Madrid reaccionó tarde y mal, tratando de resucitar a una alma en pena. Pero la pena no se va con quitamanchas: precisa de un duelo y de un punto final. Iker terminó de forma limpia, como una parada seca, corta y perfecta: ?C?est fini?. (La Vanguardia)

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15 de julio de 2015
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La bolsa hormonada

Con la mandíbula apretada y el alma encogida en el auricular del teléfono, los brókers que estos días deben soportar como tiembla el mercado después del caos griego corren un severo peligro: ser víctimas del cortisol, una hormona que aumenta cuando el estrés asfixia. Y también de la testosterona que tanto envalentona. La neurociencia siempre ha secundado la tesis defendida por la literatura desde aquella novela de Rona Jaffe, Lo mejor de la vida, que inspiró Mad men, en la cual las primeras mujeres que se incorporaban a la vida profesional tenían que sobreponerse no tanto a su inexperiencia como al combate con una masculinidad agitada y temeraria que por un lado quería alcanzar el cielo y por otro las trataba como ceniceros. El hombre del traje gris, de Sloan Wilson, relata la experiencia de aquellos norteamericanos que sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial, confundidos por el materialismo del progreso, los dry martinis y, de nuevo, el cortisol, que les hacía ganar mucho dinero y perder a la familia. El mito de los valores masculinos frente a los femeninos ?competitividad contra empatía, sueños napoleónicos frente al aprovechamiento de recursos, riesgo ante prudencia? ha dado mucho de sí. No son pocos los gurús empresariales que apuestan por la horizontalidad de sus organizaciones, los horarios racionales y la transformación de viejas estructuras por nuevas (y flexibles) fórmulas. Pero este no es, de ningún modo, el ánimo que late en Wall Street. El año en que estalló la crisis, el 2008, un profesor de neurociencia de Cambridge demostró que los brókers con niveles más altos de testosterona eran también los más aguerridos ante el riesgo, y quienes provocaban una mayor inestabilidad en las bolsas. Endocrinólogos y economistas se han puesto de acuerdo ahora para examinar las causas de la volatilidad de esa abstracción llamada mercado de valores, que rige el orden económico mundial, a menudo mediante decisiones irracionales engendradas por un subidón de ?hombría?. Carlos Cuevas, profesor en la Universidad de Alicante, que convirtió su laboratorio en un simulacro de la City londinense, acaba de publicar su estudio en Scientific Reports: los voluntarios que se pusieron el traje del bróker, tomaron cortisol y se aplicaron gel de testosterona ganaban en optimismo y temeridad, asumiendo mayores riesgos y desafiando incluso a dudosos activos. El economista Cuevas ha sugerido una solución para que el baile de cotizaciones y precios no dependa de las subidas hormonales de los varones: contar con más mujeres brókers, a quienes el estrés les afecta de otra manera, afinando su prudencia. Puede que la atenta mirada de Merkel y Lagarde sea después de todo una medida profiláctica. Ahí está el repetidísimo chiste hembrista de Lehman Sisters. ¡Ay, la crisis, sí! La de la hormona. (La Vanguardia)

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13 de julio de 2015
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Jarrones chinos

El uno pasó de oficiar de seductor a convertirse en un aguafiestas, mientras el otro hizo el camino inverso: de insulsa sombra a maraton man. Uno de los teóricos de la condición de expresidente, predecesor de ambos, Felipe González, desenfundó aquella teoría de los incómodos ?jarrones chinos? en casas pequeñas. ¡Cuánta gracia nos hizo aquello! En los comideros aún gusta bambolear con lo de reina madre o el jarrón de la dinastía Ming al que hay que buscarle un sitio adecuado, para que, una vez colocado, sólo tenga que lucir. Todo lo contrario que los ex presidentes españoles, llámense González, Aznar o Zapatero, que padecen de incontinencia oral y se resisten a pasar a la hemeroteca. Cómo les gusta que en Casa Lucio les pongan la servilleta en las rodillas y les llamen ?presidente? mientras cenan con el Rey emérito, que difundieron la foto ellos mismos. ?Con cariño?. Los mismos que tanta energía emplearon en clavarse palillos en los ojos compartiendo huevos estrellados y complicidades, acicalando la soledad real. Aznar, castellano iron man, lleva años criticando al delfín Rajoy y su PP, y abogando por el cambio. Cada vez se parece más a un trainer de élite: aparece y reaparece haciendo valer su caché, cobra caras las conferencias y enfoca su metalenguaje al votante de derechas trémulo y abatido como si le diera una palmada en la espalda: ?Chaval, tienes razón. Hay que sacar a Rajoy?. Con qué énfasis riñó al partido por portarse mal con su doña, y esquinarla. Ahí sí se puso en plan Frank Underwood, de House of cards, aunque con prosa débil: ?Querida alcaldesa, querida Ana, enhorabuena y gracias?. Zapatero, tras unos años de admirable y a la vez recomendado silencio, está en campaña, rememorando la ley del Matrimonio Homosexual o la de Memoria Histórica, rescatada por Carmena en Madrid. Zapatero es un jarrón, sí, pero no chino sino de Lladró. Al igual que Felipe ?que en su día lo despreciaba, como hoy a Pedro Sánchez?, se ha rebelado contra la candidata madrileña del secretario general del PSOE. Ambos siguen moviendo los hilos de la opción Madina, que no cuajó en primarias a fin de conseguir no sé sabe qué. Cuando eran líderes, no aceptaron disensiones y exigían cuadrarse a la coreana ante ellos. Hoy demuestran hasta que punto los establishment de los partidos se mantienen. Si no, la ejecutiva de Ferraz no recuperaría a Jordi Sevilla y otros vestigios de Zapatero de cara a las generales, y Rajoy podría reírse de las puyas de Aznar en vez de tener que hacerle la pelota. Algo funciona mal cuando estos exlíderes siguen repitiendo estilo mantra ?¡qué bien lo hicimos!? en lugar de ayudar a remendar las costuras abiertas de nuestra democracia: de la unidad de España a la desigualdad social, de la corrupción al inmovilismo constitucional, del envejecimiento del sistema político al despiadado desempleo. ¿Porcelana china? No, agua y arcilla. Y Tania dijo «Sí» / Tania Sánchez

Hay mujeres que colocan las piernas de forma impecable cuando salen en la tele: simétricas e inclinadas. Tania Sánchez, en cambio, lo hace con las manos: las junta, aladas, estirando los brazos, y así dulcifica su piercing. Cuando saltó a la arena político-mediática nos pareció muy lista, muy rubia y muy prometedora, distinta a la ancienne politique. Hasta que empezó a hablar como por walkie-talkie: ?No, punto. No vamos a entrar en Podemos, punto?. Su mayor problema ha sido su exnovio, del que se separó o la separaron, ese hombre de mirada helada y aura de predicador, cuyo afán de protagonismo le hace incluso bailar la conga en el Orgullo Gay. Ahora, limpia de mácula judicial, anuncia lo todos sabíamos: que se integra en las filas moradas como una superheroína de Marvel. En mayúsculas / Leopoldo Rodés

Leopoldo Rodés, entre otras muchas y descomunales cosas, fue un hombre de sonrisa giocondana. Bastaba con un minúsculo rictus para sonreír estando serio. Mucho se ha glosado el empaque de su figura. Pero acaso lo más asombroso era esa cordialidad con la que lograba alejar la exquisitez de la intimidación. Ayudó a mucha gente, sin atajos, sostenidamente. Empleó sus dotes conciliadoras y tendió puentes con el mismo encanto con qué regó las 69 cenas que le valieron a Barcelona los Juegos Olímpicos. De lo que más se jactaba últimamente era de cómo preparaba los dry martini: lo hacía con un cuidado exquisito, como una forma más de querer a los amigos y alcoholizar atinadamente la conversación. Para él, vivir no era una condición sino un arte, junto a la mujer que amaba. Caleidoscopio / Carlos Puig Fotografiar lugares por donde caminas y multiplicar su belleza: ese es el punto de partida del proyecto Being Psicoldelic de Carlos Puig, diletante y multitasking, anfitrión durante años en París de fashionistas presto a conseguirles la mejor mesa. Hasta finales de agosto, en los ventanales del hotel Majestic, cuelgan sus fotos, que se empeñan en reinventar lugares alterando la percepción del tiempo. El placer de la repetición, magnético como las teclas del piano de Glenn Gould o los versos de Perec, atrapa en estas visiones de París, Lisboa, Barcelona o Bahia. ?Un ejercicio de papiroflexia virtual?, dice Outumuro. ?Imágenes que beben indistintamente del constructivismo ruso como de las psicodelias de los sesenta?, asegura Juan Gatti. La vida es una alterada composición de fragmentos.

La Vanguardia

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11 de julio de 2015
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Los días arden

Calor de tontuna, que adormece las manos y expande su hormigueo hasta la planta de los pies. Calor que arrebata la mañana blanca, el día por estrenar al privarlo de brisa: más de treinta y cinco grados a la hora del primer café. Cómo echamos de menos las corrientes: el cruce de aires que produce una especie de frescor mentolado parecido al dentífrico. Calor de derrota, de hastío; calor resignado, hacedor de un sentimiento de prórroga que no quiere entender nada de urgencias, ni siquiera urgencias de amor. Yacer, desmayarse, contar las horas que faltan para que regrese el movimiento que ha paralizado el paisaje y bailen de nuevo las ramas de los árboles, y vuelvan a correr gatos, perros y runners. ?¡Qué calor!?, decimos en el ascensor, en la oficina, en el tren… Desconocidos pero solidarios ante este clima que rigoriza el guión para azotarnos. El calor insiste en descomponer al viandante que, sin saber cómo, avanza con los bolsillos del pantalón vueltos hacia fuera, la camiseta empapada, y las sandalias ennegrecidas por el asfalto que se funde. Sofocado, con el reverso de la mano intentando secar la frente, el paseante musita que la atmósfera es irrespirable, ardiente. ?Mejor no moverse?, aconsejan las viejas del barrio de Santa Cruz cuando Sevilla arde a más de cuarenta y cinco grados a la sombra. La lucha frente al calor es un arte: cubos de agua para mojar el piso de buena mañana, corrientes cruzadas que baten repetidamente los porticones, trapos húmedos por toda la casa. En los lugares de clima de contraste saben bien cuántos estragos causa la calima, sobre todo si llega antes de hora. Granjas de pollos convertidas en cementerios porque se averió el aire. La sed de los animales produce desazón, mientras que la humana es pura rendición y derrota. Calles sin un alma, tiendas cerradas, viviendas que invitan a todos sus fantasmas, reales e imaginados, a vagar entre sombras. El calor altera, enloquece. Tennessee Williams y Elia Kazan, que empaparon aquella camiseta de Brando que aún enciende pasiones en Un tranvía llamado Deseo, podrían corroborarlo. Y es imborrable también la búsqueda bigger than life de aquel marido que atraviesa desiertos a los acordes de Ry Cooder en Paris, Texas. O el ?Riégueme, riégueme más?? ardoroso de Carmen Maura en La ley del deseo. Camus mostró en El extranjero el calor catalizador de lo peor del ser humano. Y Bulgákov eligió un día de bochorno para que el diablo se corporizase en Moscú. Porque los seres humanos edificamos sueños y rascacielos, pero cuando el termómetro se dispara nos convertimos en unos malhumorados sonámbulos que pierden el sentido de la vida. (La Vanguardia)

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8 de julio de 2015
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El Boomeran(g)
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