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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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Cuando Jackie se puso los capri

Jacqueline Onassis fue fotografiada desnuda el verano de 1971 en Skorpios, la isla privada del magnate griego. Cerca de una cabaña que Aristóteles Onassis hizo instalar en la playa para guardar las hamacas y ducharse, ella aparecía de pie, con su delgadez atlética, pechos pequeños, el triángulo púbico negro ?entonces nadie se depilaba? y un excelente trasero a sus 43 años. El conjunto de las imágenes transmitía la seguridad de quien se siente a salvo en su cuerpo, a pesar de todo. El autor de la foto, que accedió hasta una orilla estratégica en una pequeña motora, teleobjetivo en ristre, fue el paparazzo Settimio Garritano, que desde 1969 hasta 1973 se pegó a su sombra. Garritano era un joven italiano de camisa abierta y mucho pelo que andaba con una cámara al cuello y otra en el hombro y aires de latin lover. El desnudo se publicó en Playmen, un año y medio después. Lo alentó el hijo de Onassis, Alexander, que no la quería como madrastra. Se temía la reacción de su malhumorado padre, pero éste, impávido, declaró a la prensa: ?Algunas veces tengo que desvestirme para ponerme el traje de baño. Mi mujer hace lo mismo?. No obstante, el puritanismo anglosajón tosió escandalosamente, después de la decepción por tan ruin matrimonio con un tipo feo y bajo que iba de cabaret en cabaret con aquella estampa. Contaba el periodista Douglas Thompson que Garritano acabó vendiendo los originales a Larry Flynt, quien valoró esa transacción como ?la inversión más inteligente de mi vida?. A Jackie no debió desagradarle el resultado: le dedicó una copia a Andy Warhol, firmada como Jackie Montauk, su pseudónimo warholiano. Acaso por ello, el paparazzo, lejos de ser considerado un traidor, siguió acompañando a Jackie en sus vacaciones anuales en Capri. Siempre pasaba un mínimo de quince días allí, donde se mezclaba con la gente, entraba y salía de las tiendas y amenizaba las fiestas en exquisitas villas. ?En una ocasión me preguntó por qué la seguía siempre, y le respondí que porque ella era un mito, para mi y para todo el mundo. Me sonrío amablemente?, recordaría. Jackie en Capri es una unión deliciosa. Sus biógrafos la consideran su ?etapa feliz?. Su imagen rejuvenecía cuando se quitaba el Chanel, las perlas y el sombrerito Pill-Box y se calzaba las sandalias. Sobre la cabeza, un Hermés anudado como nadie ha conseguido imitar, entre pirata y campesina. Puso de moda las gafas de pasta retro (bautizadas por las revistas de moda como Jakie O.) y se enfundó los pantalones capri, reinventados por la diseñadora de los 70, Sonja de Lennart. Aquel sensacional coqueteo entre la sencillez y la elegancia de Jacqueline hoy forma parte de los hitos de la moda. Dicen que fue una unión interesada, de canje: reputación por protección y dinero. A los Kennedy los mataban o se morían. En los documentos gráficos de la etapa caprese de Jacqueline aparece a menudo con su hijo, John John, tan ajeno a su fatal destino, sentados en unos escalones, ella acariciándole maternalmente el pelo. Pero entre todas las imágenes destaca una que transpira glamur y libertad: la llegada a una fiesta ataviada con vestido-túnica estampado, sonriente y descalza. Capri es una isla llena de tiendas de sandalias caras pero únicas (Diana de Vreeland y Colette se vanagloriaban de haberlas exportado). En sus calles pequeñas y empinadas no pasan los Rolls Royce. En la Piazzeta conviven con normalidad las heladerías con las tiendas de Tod?s o Bulgari. Es un pueblo de pescadores de lujo tendido al mar tras unas cortinas de bruma. También es una isla idolatrada por los americanos ricos, maravillados por la bendición mediterránea y el espolón rocoso que sedimenta su leyenda desde tiempos de Homero. Azul cobalto, turquesa y blanco. Y una luz vaporosa. Lleva recibiendo celebrities y artistas bohemios, jet set y revolucionarios desde finales del siglo XIX. John Singer Sargent firmó algunos exquisitos retratos de una de sus musas, Rosina Ferrara, en la década de 1870. Lenin y Gorki también disfrutaron, entre planes y discusiones, de sus ruinas, sus grutas y el espejo del mar. Más enamorados: Pablo Neruda, Orson Welles, Graham Greene, Jean-Paul Sartre, Elizabeth Taylor y Richard Burton, Valentino, Roman Polanski… Jackie bajaba a beber una spremuta de limón a la Piazzetta, junto a su hermana Lee, seguida de cerca por Garritano. Misteriosas e inaccesibles, las hermanas eran una espléndido ejemplo de ?geishas occidentales?, en palabras de Truman Capote. Gore Vidal la describió con mayor acidez: ?Egoísta y convencida de su poder, Jackie era una presencia maliciosamente divertida?. Pero fue Charles de Gaulle el más intuitivo: ?Es una mujer con coraje y muy bien educada. Respecto a su destino, no te equivoques: es una estrella y acabará en el yate de algún petrolero?. Un guardaespaldas de Kennedy confesó años más tarde que en su primer viaje oficial a Atenas, el presidente le dijo: ?No deje que mi esposa se cruce con Aristóteles Onassis?. Cuando Jacqueline enviudó por segunda vez, fue más Bouvier que nunca. Aprendió el oficio de editora, primero en Viking Press y después en Doubleday. Publicó a Michael Jackson, Diana Vreeland o Naguib Mahfuz. Y envejeció con discreción, como una neoyorquina elegante y flaca que no quería alardear de haber sobrevivido intensamente. La huella de aquellos veranos en Capri se convirtió en su relato más luminoso. Hay iconos que, una vez instalados en el museo del imaginario colectivo, sólo cogen polvo, y otros que desafían al dicho: ?No es el tiempo el que pasa, pasamos todos nosotros?. Jackie pertenece al selecto grupo de los que no pasan de moda. (La Vanguardia)

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29 de agosto de 2015
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Cuando Laforet se perdió en Calafell

A finales de los años cincuenta despuntaron unos jóvenes poetas ?nostálgicos y etílicos?, como describiría Carme Riera al llamado Grupo de Barcelona, que crearon escuela. Uno de ellos, Carlos Barral, recibía a los amigos en su botiga de pescadors de Calafell, junto a su mujer, la magnífica Yvonne Hortet ?fallecida este verano?. Y lo que allí se alumbró, los innumerables golpes de genio y las vanidades regadas con bourbon, ha quedado debidamente referido en crónicas y fotos de aquella gauche al sol, con pitillo, sonrisa burlona y bañador Meyba. ?Estancias sobre la conveniencia de pintar las vigas de azul?, se titula uno de los poemas de Barral en el que evoca aquel color de los veranos resignadamente alegre que luego describiría en Años de penitencia: ?Es una casa muy pequeña, con gruesas paredes de piedra y adobe, encaladas, y vigas y postigos de pino, pintados con el azul ingenuo e implacable, típico del país?. Aquel paraíso de la infancia, la casa heredada del padre, se transformaría en parada y fonda del olimpo literario que tanto gustó de las tertulias con sandalias ?desde García Márquez o Vargas Llosa, Ferrater, Goytisolo, Matute, Esther Tusquets o Juan Marsé?. Las latitudes tarraconenses siempre han tenido menos glamour que la Costa Brava; allí germinó una literatura más social y descamisada. Pero gracias a Barral, aquel trozo de costa mediterránea sencilla y espartana, se recubrió de crocante. Tanto era así, que Juan Benet, en un artículo publicado en Revista de Occidente, aseguraba que Barral ?producía a su alrededor un efecto de aceleración en virtud del cual nadie podía quedarse atrás y empujados por la fuerza centrífuga se movían como la excéntrica?. Pero hubo alguien que se quedó atrás. Que no pudo sobreponerse a su indiferencia. Ocurrió un verano de hace más de medio siglo. Una mujer agobiada por el éxito. Por el original de la nueva novela que Lara ya había pagado y esperaba pacientemente. Por la inseguridad y el extravío. Carmen Laforet. Cuando se revisan los retratos de escritoras españolas de la época, el de Laforet destaca del resto por la expresión de una modernidad apabullante en aquella España aún tan precaria en sus formas. No había entrevista que no empezara destacando su melena rubia y ondulada o su porte de niña de bien que fumaba frente a la cámara. Elegante, con un gesto esquinado y todas las cartas a su favor, podía parecer una mujer altiva, indiferente, asunto que en la apasionante biografía sobre la escritora, Carmen Laforet, una mujer en fuga (RBA) ?premio Gaziel 2009?, sus autores, Anna Caballé y Israel Rolón, liquidan de un plumazo al detallar el peso de su insoluble conflicto entre vivir y escribir. Y de qué modo las inseguridades de todo tipo, empezando por una falta de formación intelectual, fueron engrosando el bloqueo por el cual la autora de Nada ?una novela redonda que a día de hoy se sigue reeditando y prescribiendo? dimitió de la escritura hasta el extremo de padecer grafofobia. A partir de 600 cartas en las que Laforet muestra tanto sus inquietudes literarias como existenciales, Caballé y Rolón descongelaron la imagen paralizada de quien, tras ganar el Nadal con 23 años, fue rompiendo cuartillas y boicoteándose con mil excusas. Y no porque no tuviera nada que decir, sino porque luchaba contra la presión autobiográfica, amputando justo la raíz de su escritura. Carmen Laforet decidió alquilar una casa en Calafell en 1961 porque unos meses antes había coincidido en Madrid con Barral y Jaime Salinas. ?Pasamos un par de horas estupendas charlando, de esas veces en que uno se siente a gusto?, le escribió a su amigo Emilio Sanz de Soto. Hablaron de literatura y del mar, de Calafell, y la escritora empezó a fantasear con aquella nueva amistad y los proyectos que podían surgir. Por ello, aquel verano alquiló una casa muy próxima a L?Espineta, donde se instaló un 20 de junio de 1961 con sus cinco hijos, sus dos sirvientas, la emergencia de avanzar en su nueva y retrasada novela, y sobre todo, con la ilusión de frecuentar aquellos que admiraba y que podían reforzar su vocación literaria. Todo se torció cuando, recién instalada, se encontró fortuitamente con Carlos Barral en un café, hablando con Juan Marsé. ?Ella, alegre por el encuentro, se paró a saludarle?, ?escriben Caballé y Rolón?. ?Fue tan frío que me quedé azorada. Me dio la impresión de que creía que había venido a veranear a propósito, junto a su casa, para ganar con su amistad el Premio Formentor o algo así?, le escribiría unos días después Laforet a su amigo Sanz de Soto. Aquella mujer altamente vulnerable se sintió tan herida por la actitud de Barral ?procediera de la arrogancia, del desdén con el que trataban a Laforet gran parte de los intelectuales, o de un encuentro y un ánimo a destiempo? que hizo lo imposible por no volver a cruzarse con él en todo el verano. Pero sobre todo se sintió errante. ?Se acostumbró a instalarse en la terraza de un hotel donde no había más que extranjeros, ubicada en el otro extremo de la playa, lo más lejos posible de la terraza de Barral, buscando allí un poco de aire para escribir como alguien que está ahogándose?. En Calafell, Laforet alargó su sombra de gretagarbismo y corrió a acondicionar el silencio como refugio. Ni su espíritu nómada, ni las anfetaminas, ni el aliento que le dedicaban algunos amigos que creían en ella, como Ramon J. Sender, consiguieron reavivar el pulso agónico de aquella prometedora escritora a quien no le salía la voz porque otra voz le obligaba a callarse. Los veranos dejan cicatrices más hermosas que el invierno. El castillo de arena derribado por una insignificante ola. Las cenizas del primer amor. A Laforet le costaron los libros que no escribió. (La Vanguardia)

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22 de agosto de 2015
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Cuando Peggy colgó un Pollock en Venecia

En el jardín veneciano de Peggy Gughenheim ?el más grande de la ciudad, en el que, según cuenta la leyenda, siglos atrás vivió un león africano? la tarde parece más ligera, desvestida de la densa humedad de la laguna. Subiendo y bajando escaleras, ojeando sus libros de huéspedes o admirando sus cuadros de Léger, Rothko o Picasso, una euforia mentolada se apodera de ti. Sientes que allí, la vida transcurrió con suma amabilidad. Que lejos de componer otro decorado más de la ciudad medio sumergida, eres el huésped de una casa museo que une cosas aparentemente incompatibles como el poder y la exaltación creativa. La gente viaja a Venecia para ser feliz. Para sentirse dentro de un Tiziano; para convertirse en u personaje mecido por los gondolieri y mimado por los bravísimos camareros del Harry?s Bar, que sirven el mejor carpaccio del mundo, que fue creado para una dama que siempre estaba a dieta. El paisaje permanece suspendido, cosido por sus bellísimas fachadas que esconden ruinas y te hacen imaginar que Henry James escribía tras los sedosos cortinajes de los ventanales que dan al canal. Los sotoporteghi y el laberinto de callejuelas, el jaleo neorrealista del mercado de Rialto, las iglesias repicantes? todo es tan melodioso y a la vez tan decadente. Ignoro si Peggy Gughenheim fue traspasada por el síndrome de Stendhal al cruzar la Piazza di San Marco. Hay demasiadas reliquias para reverenciar al pasado en Venecia, de la Galería de la Academia a los collares antiguos de cristal de Murano, los fantasmas de Thomas Mann y Visconti deambulando por las ruinas del Gran Hotel des Bains en el Lido? Pero lo que empujó a la adelantada Peggy en busca de su casillero del ser, fue la vanguardia. También la ambición de congregar a su alrededor a una generación que la atrapaba en su encrucijada estética y su búsqueda permanente. Ella pertenecía a la rama excéntrica de la célebre familia de magnates de origen judío. Adoraba a su padre, mujeriego y laxo, que se ahogó regresando de una de sus románticas escapadas a París a bordo del Titanic junto a una joven cantante, lo que significó una verdadera tragedia para una joven de trece años. Su madre tenía la costumbre de repetir cualquier palabra o frase que dijera tres veces seguidas. A pesar de que su apellido siempre se relacionara con el dinero, ella y su hermana Benita representaron la rama pobre de la dinastía, aunque en verdad mantuvieran costumbres carísimas. Peggy vivió con plenitud los años veinte: viajó por toda Europa y se codeó con artistas, a quienes invitaba a cenas regadas con champán y ayudaba a sobrevivir, como a Djuna Barnes o André Breton, pero también fue maltratada por sus maridos. No se liberaría de ese yugo hasta 1937, cuando se separó de su tercera pareja, el editor Douglas Garman, y heredó una gran fortuna a la muerte de su madre. Después de sus aventuras con las galerías Guggenheim Jeune y The Art of this Century en Londres y Nueva York, el verano de 1948 ?justo un año después de su primera llegada a la ciudad serenissima? sería definitivo en su vida. En Venecia la habían recibido como a una diva. Vivía en un apartamento alquilado, en el Palazzo Barbaro, justo en frente de la Academia, en el Gran Canal. Henry James escribió allí Las alas de la paloma, inspirado por la temprana muerte de su adorada prima Mary Minny Temple. El piso era demasiado pequeño para ella, sus inseparables perros y su famosa colección, entonces aún a medias. Por ello, y también para asegurarse de que se quedaba en Venecia, el pintor Giuseppe Santomaso propondría a Rodolfo Pallucchini, mandamás de la Biennale, que ese año expusieran sus cuadros en el certamen. ¿Pero cómo? o, mejor dicho, ¿dónde? No formaba parte de ninguna institución ni representaba a ningún país. Cuando Grecia se cayó del programa debido al estallido de su guerra civil, se presentó la ocasión. Sus pinturas surrealistas, pero sobre todo las obras de Rothko o Pollock, que nunca antes se habían expuesto fuera de Estados Unidos, se convirtieron en una de las sensaciones de la edición. Apoteósico. ?Lo que más disfruté fue ver el apellido Guggenheim en los mapas y carteles, junto a Gran Bretaña, Francia, Holanda… me sentí como si, de repente, fuese un país europeo?, recordaba encantada. Nunca abandonaría la ciudad. Ese mismo año compró el palazzo inacabado Venier dei Leoni, entre la basílica de Santa Maria della Salute y la Academia. Lo reformó y replantó el giardino, donde hizo construir un trono de piedra en el que posaría para los fotógrafos. Fue siempre un museo habitado, y ese latido perdura a día de hoy, entre los espejos venecianos y las obras de Bacon, Kandinsky, Duchamp, Brancusi, Picabia? Cada visitante al palacio debía dejar constancia de su paso con una dedicatoria en los famosos libros de huéspedes de Peggy, y ?si eran poetas o artistas, podían añadir entonces unos versos o un boceto?. Patricia Highsmith, Louise Bourgeois, Eugenio Montale, Marc Chagall, Jean Cocteau, Tennessee Williams y muchos otros lo hicieron. Y hubo quien añadió algunas notas musicales, como John Cage o Jerome Robbins. Al día siguiente de morir en un hospital de la cercana Padua, en diciembre de 1979, casi treinta años después de comprarlo, hubo agua alta en Venecia y su hijo Sindbad, predestinado a ser buen marino, tuvo que salvar los libros y algunos cuadros. La llamaron excéntrica mecenas, pero, más allá de las etiquetas, supo entender a los vagabundos anímicos que solo encontraban respuestas en el arte. Sus gafas-máscara son el perfecto símbolo de un tiempo en el que una mujer logró ser al tiempo madrina y musa de la más absoluta vanguardia. (La Vanguardia)

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15 de agosto de 2015
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Aute y Gil de Biedma: una historia de Manila

Gumersindo Aute y Amparo Gutiérrez-Répide se conocieron en Manila. Él era un joven sin pereza que había llegado desde Barcelona, enviado por la compañía Tabacos de Filipinas. Ella era una dama española ?madre valenciana, padre de Santander? afincada en la excolonia, que hablaba tagalo e inglés: ?La mujer más bella de Oriente?, no se cansaría de repetir, desde que la conoció, el poeta Jaime Gil de Biedma. En 1943, de la unión de la pareja, nació en la capital Luis Eduardo Aute Gutiérrez, un bebé acunado por los bombardeos estratégicos de las fuerzas de liberación al mando del general MacArthur, Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas en el Frente del Pacífico del Sur. La 1.ª División de Caballería, en el norte, el 8.º de Caballería, en la zona de la universidad, la ubicua 37.ª División de Infantería y la 11.ª División Aerotransportada, en el sur, cercaron Manila durante un mes, batallando contra las tropas de defensa lideradas por el general Yamashita, hasta entrar en la ciudad y tomarla calle por calle, casa por casa. El historiador norteamericano Robert R. Smith describe el estado en que quedó Intramuros con lacónica precisión: ?prácticamente arrasada?. ­Aute, hombre de meditaciones, estilográfica y cigarrillo, recuerda aquellos ?escombros y más escombros?. Qué efecto debe de pro­ducirse en la memoria más subterránea cuando uno de los recuerdos infantiles es el de haber sobrevivido escondido con tus padres ?debajo de una cama, tapados con colchones, en el Hospital General. Había muertos alrededor, y el olor a muerto es algo que se me ha quedado grabado?. Cayeron alrededor de 150.000 civiles. Años después, en el colegio de los Hermanos de la Salle, el niño Aute sacaba malas notas menos en dibujo. A los ocho años ya quería ser pintor. En Manila, la ciudad más bombardeada en la Segunda Guerra Mundial después de Dresde, no había casi nada que hacer: ni siquiera había ciudad. Sólo había quedado intacta una librería cerca del Malecón, donde padre e hijo solían pasar las tardes. ?Mi padre iba por allí para ver revistas y yo me sentaba en una mesa donde había libros de arte, y me quedaba admirado con los cuadros de los pintores clásicos. Empecé a copiar las pinturas renacentistas, de Rubens a Botticelli. La maja desnuda de Goya me impactó mucho, sentí lo voluptuoso, lo obsceno, el vello púbico…?. En la casa entraba y salía gente, españoles que traían noticias de un país de estropajo y mordaza. Entonces Gumersindo era el jefe de la Sección de Compra de aceite de coco en Tabacos de Filipinas, y un joven Jaime Gil de Biedma, hijo del director de la compañía, viajaba con frecuencia a supervisar la tabacalera, hasta que en 1956 se instaló en Manila, en calidad de abogado y secretario general de la compañía, para realizar un informe sobre la administración general en las islas y su legislación. También escribiría el diario Las islas de Circe, que mantuvo inédito hasta su muerte y que junto al Diario de un artista seriamente enfermo, publicado en 1974, componen el volumen Retrato del artista en 1956 . ?Sin el viaje a Filipinas no me hubiera propuesto escribirlo, es verdad; pero a veces me sorprendo sospechando que si no hubiese llevado un diario no hubiese caído tuberculoso al regresar a España. Era necesario que algo ocurriese. Mil novecientos cincuenta y seis me parece un año simbólico y decisivo, y en gran parte lo atribuyo al diario?, confesaría el poeta años más tarde. Por aquel entonces, al padre de Aute ?con su familia? ya lo habían mandado de regreso a Barcelona. ?Las cosas salieron mal?, recuerda el artista. Años más tarde, cuando ya había triunfado sobre los escenarios, en sus visitas a Barcelona se reencontraba a menudo con Gil de Biedma: ?Casi siempre en Bocaccio, solía estar con Salvador Clotas, y hablábamos de poesía y de Filipinas. Era un placer conversar con él. Fue un poeta que logró la lúcida esencialidad de la poesía?. Una noche, el autor de Según sentencia del tiempo y En favor de venus le contó un proyecto: quería que él musicara algunos de sus poemas y otros de Manuel Machado para que los cantara Marisol. Había escuchado su último disco, que reunía nueve canciones compuestas por Aute exclusivamente para ella, y se había decidido a hacer realidad una idea que desde hacía tiempo le rondaba la cabeza: que Marisol le pusiera voz a sus versos. Antes, haría falta recordar qué podía representar Marisol para talantes como los protagonistas de esta historia. ?Marisol, nuestra Marisol nacional, esa especie de Brigitte Bardot adolescente en que se ha convertido la niña?. Así la introducía Paco Umbral en una semblanza de ella, Sociología de una ninfa, publicada en 1969 e inspirada en el ensayo que Simone de Beau­voir dedicó al fenómeno Bardot (Brigitte Bardot y el personaje de Lolita, 1965). El entorno de la musa y sus fans le pusieron verde por presentarla como lo que era, un fenómeno mediático cocinado por los Goyanes para conseguir el éxito de otros niños prodigio de la época, como Pablito Calvo o Joselito. En una columna posterior, en El País, en 1982, el autor de Mortal y rosa describía el paso de la niña prodigio a la mujer rebelde que pretendía matar al personaje: ?El pelo de Marisol, Pepa Flores, entre el platino/Goyanes y el castaño oscuro original, en un término medio, es un rubio pasado por la sombra del pesimismo?. ?Fue una larga tarde de verano, creo recordar, de hace algo más de treinta años?, relata Luis Eduardo Aute. ?Jaime, Pepa, Gades, mi mujer y yo nos encontramos en su casa de la calle Capitán Haya. Fue un encuentro amable, insólito en el sentido de que Jaime conoció personalmente a Pepa, a quien admiraba, además de como actriz, por la gran personalidad de su voz?. En aquella reunión de artistas genuinos se habló de poesía y de canciones, de la relación entre ambas, de la voz grave y cálida de Pepa, que Jaime encontraba muy adecuada para cantar sus poemas, también de cine. ?La conversación entre ambos fue, sobre todo, una exaltación por parte de Jaime de las cualidades interpretativas de la voz de Pepa. Esta recibía esos elogios con emoción y con mucho pudor. Luego hablamos de la diferencia entre poema y canción… y también de danza, de flamenco, de coreografías… Gades estaba presente en todos los sentidos?. El reto propuesto por Gil de Biedma les parecía a todos emocionante y encantador, aunque Aute incide en que Marisol era ?una persona muy tímida, con indisimuladas incertidumbres, y ya con la intención muy clara de alejarse definitivamente del mundo del espec­táculo. Intención que Gades apoyaba?. Los Aute viven hoy muy cerca del parque de la Quinta de la Fuente del Berro de Madrid, que celebra el talento de poetas exquisitos, de Bécquer a Pushkin. Mientras desgranamos recuerdos de un tiempo que hoy parece tan extraordinario como lejano, hacemos buena aquella frase de Shakespeare según la cual ?el pasado es un prólogo?. Al menos para nuestra historia de versos y acordes, de vivos y muertos, de olvido y recuerdo. La casa de los Aute es una especie de pequeño museo en el que el tiempo y el arte se han entrelazado para crear una atmósfera tan excelsa como irónica, oriental y afrancesada, una parada obligada para la bohemia artística de primer orden, donde hay dedicatorias desde Paul Bowles ??por favor, mándenme la canción?, firma en un dibujo? hasta las afectuosas dedicatorias de Ernesto Sábato. En las paredes cuelgan diversos dibujos de pintores, entre ellos, una cuartilla del Hotel Scribe de París, donde Jean Cocteau escribe: ?À Marichu Rosado, salut amical? junto a uno de sus esbozos característicos. Armarios antiguos conservan viejas reliquias, frascos de Bohemia, Occidente, Budas y monaguillos gigantes, sombreros en el baño, encuadernaciones francesas, cajas de caoba con dragones de la fortuna… Pero lo que permanece, incluso por encima del artesonado del techo, es la huella de sus habitantes, de la familia Aute-Rosado. Cerca de la chimenea, ocupa su trono un libro de Manila. Manila, siempre Manila, aunque no haya regresado jamás desde que se fuera, allá por 1951. Estaba a punto de embarcar hacía allí aquel fatídico 11 de septiembre en que Al Qaeda estrelló los aviones en las Torres Gemelas de Nueva York. Regresó a casa, su isla en Madrid, dice que sólo quiere volver con sus cuadros. Luis Eduardo trae junto al café una carpeta rosa. Se lee: ?Inéditas. Canciones o poemas: Jaime Gil de Biedma. Para Pepa Flores?. Aparecen un puñado de poemas: Ha venido a esa hora, llena de tachones y estrofas reescritas, comprimidas, en busca del compás de la canción; La vida a veces, impoluta, pero dedicada al pie a Marichu ?compañera eterna de Aute y mujer de ojos negros: ?Después de una conversación caótica y por lo tanto fructífera, de su amigo, Jaime?. Otro de los poemas que empezaron a salir de la carpeta para convertirse en música es A una dama joven, separada, con cesuras marcadas aquí y allá, y versos corregidos de mano del poeta: en lugar de ?y una primera, mañana?, ?y sucedió una mañana?, en vez de ?tus sentimientos más bellos?, ?tus sentimientos más tiernos?. Sorprende que Gil de Biedma, según su sobrina Inés García-Albi, que no tenía noticia de este proyecto frustrado, creyera que su poesía no era fácilmente cantable, algo con lo que Aute difiere: ?Sus poemas tienen una intensa musicalidad, contenida, clara, casi transparente. Eran unos textos de honda intimidad, por lo que pensé que la música debería brotar de la sonoridad, de la sen­cillez y la elegante tristeza de las palabras del poeta en cada texto?, cuenta. Gil de Biedma, siempre basculando entre ?la vida burguesa y la vie de chateaux? y el malditismo de su adorado Baudelaire, no pudo ver cumplido su deseo a pesar del empeño: ?Me había dado los poemas corregidos a mano por él, con la intención de que fueran más fácilmente ­adaptables a canciones. Yo había empezado a trabajar ya en las músicas. Aquella noche quedamos en ­poner en marcha el disco, pronto. Pero Pepa, en situación crítica con Gades, ya no quería grabar?. Se separaron, y Marisol se retiró con rotundidad. No quiso saber nada más del público, de la prensa, de las canciones, del olimpo de los poetas. Ansiaba ser Pepa Flores, borrar su excepcionalidad con bayeta y lejía y vivir por fin una vida ordinaria y minúscula. Parece que él hubiese escrito aquellos versos del final de Noches del mes de junio, tan autobiográficos, como anticipado epitafio a lo que pudo ser: ?La vida nos sujeta porque precisamente no es como la esperábamos?. Luis Eduardo Aute nunca grabó el disco: ?Quería respetar la idea del poeta, que los cantara Pepa?. Pero el tiempo pasa y la carpeta de poemas corregidos de Gil de Biedma sigue en esta isla filipina de Madrid. En territorio Aute todo es posible. (La Vanguardia)

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9 de agosto de 2015
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Cuando Hutton era la reina de Tánger

Barbara Hutton debe su celebridad, antes que nada, a haber heredado una gran fortuna a los ocho años, tras la muerte de sus abuelos maternos ?su madre se había suicidado con matarratas en la suite del hotel Plaza donde residían, dos años antes, desesperada ante las continuas infidelidades de su marido, Franklyn Hutton?, lo que le valió el mediático apodo de ?pobre niña rica?. Todo lo que hay escrito sobre ella, además de una prolija crónica fotográfica, que incluye algunas obras exquisitas firmadas por su amigo Cecil Beaton, va mucho más allá de la historia de esa pobre niña rica. De la multimillonaria se dice que era bipolar, narcisista, excéntrica y desprendida; que regalaba brillantes a las criadas y deportivos a sus amantes. Hasta en la más sublime y la más absurda de sus excentricidades derramaba la necesidad de ser excepcional. ¡Y tanto que lo consiguió!, haciéndose célebre gracias a sus fiestas de verano en Tánger: ?Barbara Woolworth Hutton solicita el placer de su compañía en el palacio de Sidi Hosni. PD. En caso de viento, la anfitriona le ruega disculparla viniendo otra noche?. Así rezaba la invitación anual que, desde 1948 hasta 1975, recibían los invitados a las apoteósicas parties que se vivieron en una de las ciudades más internacionales, complejas, enigmáticas, decadentes, libertinas y artísticas del siglo XX. Orquestas, bailarinas, un verano incluso trajo treinta camelleros Reguibat desde el Sáhara para que formaran una garde d?honeur. Después de la fiesta, acabaron acampado en el jardín. Hutton le había arrebatado el mítico Sidi Hosni nada más ni nada menos que al Caudillo. Franco se había encaprichado de él, pero acostumbrada a tener todo cuanto deseaba, ella solo tuvo que doblar la cantidad: ofreció un millón de pesetas más que la oferta que el Generalísimo había hecho ?es decir, pagó dos millones de la época?. Y el palacete, en plena kasba, fue suyo. No hay otra ciudad en la que se pueda sacar a pasear al fatalismo como en ella. Hay un Tánger silencioso que bate cualquier expectativa del bullicioso. Babuchas que apenas rozan los empedrados. El sonido de un laúd que emboba la tarde. El largo té dulce. La vida entre muros. Tánger, como La Habana, ejerce un hechizo nada ostentoso, pero capaz de contagiar al visitante de una moratoria anímica que altera el tiempo. Uno de los amigos de Hutton, Truman Capote, escribía: ?Casi todo en Tánger es inusual, y antes de venir conviene hacer tres cosas: vacunarse contra el tifus, sacar los ahorros del banco y despedirse de los amigos. Dios sabe si los volverás a ver. Este consejo es bastante serio, ya que es alarmante la cantidad de viajeros que han aterrizado en ella para unas breves vacaciones y después se han establecido y han dejado pasar los años. Porque Tánger es una ciudad que atrapa, un lugar sin tiempo; los días pasan más imperceptibles que la espuma en una cascada?. No hay duda de que las garantías de exótica libertad de una ciudad abierta donde nadie cuestionaba nada contribuyeron a poner Tánger de moda, con la fantasía de exilio feliz y a la vez caníbal. Todos sus ilustres visitantes pasaban por las fiestas de Hutton: Capote y Beaton, Hubert de Givenchy, Tennessee Williams? Dos socialités españoles de la época, a los que después de muertos se ha olvidado bastante, Emilio Sanz de Soto y Pepe Carleton, dieron buena fe de ellas. La anfitriona recibía a sus invitados sentada en un trono de oro y luciendo la tiara de esmeraldas de Catalina la Grande. Otros habituales eran Jane y Paul Bowles, quien en El cielo protector logró plasmar la perversidad y el embrujo del desierto. He encontrado una hoja del hotel Sanvy de Madrid con preguntas que preparé para una entrevista, cuando Paul Bowles vino a Madrid en 1993. ?¿El cannabis y el desierto son algo parecido a la pérdida de la virginidad??, interrogaba. Años más tarde lo visité en Tánger. Vivía como un pobre en un piso atestado de recuerdos y maletas. La atmósfera, densa, que venía de la calle, se posaba en cada rincón dejando bien claro quien mandaba. A Jane siempre le pareció simpática y divertida Barbara, ligera; a Paul, en cambio, le desagradaba por sus excesos. (La Vanguardia)

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8 de agosto de 2015
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Cuando Coco Chanel tomó Biarritz

Hace exactamente cien años, el verano de 1915, en el Hotel du Palais de Biarritz se bailaba hasta el amanecer, lejos del barro y las trincheras. Sobre el mismo mármol que habían pisado Napoleón III y Eugenia de Montijo, una noche se sentaron a cenar Coco Chanel y su amante, el jugador de polo y político Arthur Boy Capel. Allí, el contorno del paisaje no era tan vulgar como en otros pueblos costeros: un acantilado azul atlántico ceñido por las misteriosas landas y el oleaje bravo rompiendo contra unas endemoniadas rocas, espíritus de locos suicidas, dice la leyenda, ahogados in bellezza. ?Este pueblo blanco de tejados rojos y postigos verdes edificado sobre montículos de césped, frente al bravío océano Atlántico?, escribía Victor Hugo de Biarritz, donde sus pescadores eran célebres por su pericia capturando ballenas. Los franceses lo pronuncian con acento en la i, alargando la doble erre gutural. Y acaso porque la mitad de la palabra esté compuesta por el nombre del emblemático hotel, Biarritz suena a lujo y esplendor. Trae ecos de artesonados barrocos y baños de mar; de Guitry o Ravel; del norte elegante donde la realeza y la corte, así como las buenas familias españolas, veraneaban con sombrilla y cesta de paja. Chanel también es un nombre magnético, arranca con una consonante continua, que puede ser sostenida durante varios segundos de manera balanceada en una afirmación rotunda del chic parisien. Biarritz y Chanel, una orgía fonética, este verano hace un siglo. Qué surtida herencia nos dejó aquella gran mujer delgada de cabello oscuro tan encantadora como huraña. Cuánta libertad otorgó a nuestra vestimenta, destilando el buen gusto. Lo hizo provista de la vehemencia propia de una campesina a la que nada asustaba, aunque armada con una feminidad misteriosa capaz de enamorar a terratenientes, duques, artistas, oficiales nazis, pintores y musas. Coco. Nombre de perro. Lo cantaba cuando fue cabaretera, braceando contra la miseria pero soñando con una vida hermosa: ?Qui a vu Coco??, repetía sobre el escenario del café-concert La Rotonde. Un diminutivo casquivano, dos iniciales clonadas: la doble c convertida hoy en aspiración universal. Aquel verano de 1915, Chanel y Capel celebraban que en la cosmopolita Biarritz hubieran repetido el éxito conseguido un año antes en Deauville, donde Coco abrió tienda coincidiendo con el estallido de la Primera Guerra Mundial. El nombre de Chanel pasaba de boca a oreja con admiración escandalosa porque vestía a las mujeres como nadie lo había hecho hasta entonces: rompió la silueta de reloj de arena que aprisionaba su cuerpo, las liberó de los corsés, les puso pantalones, las rejuveneció y las hizo más interesantes. Estaba obsesionada con devolverles su credibilidad gracias a la perfección de un traje con el que pudieran correr, saltar y agacharse. Y se cargó todas las plumas y miriñaques. En el Hotel du Palais ?bailes de salón, sangre azul y una eterna belle époque? las mujeres lucían sus chaneles admiradas de sí mismas. Boy Capel, a pesar de las escaseces de la guerra, actuaba como proveedor de lanas, tweeds y sedas. Y de punto. Esa fue la mayor baza: comprar ingentes cantidades al fabricante Rodier, quien les hizo un gran descuento porque pensaba que no lo llegaría a vender. Nunca se recuperó del susto: aquel tejido que, antes de la guerra, rechazaban los hombres para su ropa interior, acabaría cosiendo espectaculares trajes de alta costura. En Biarritz la guerra apenas se notaba: matrículas extranjeras en autos de lujo, príncipes rusos, cantantes de ópera y damas deseosas de jugar al golf. La vecina España era neutral. Un encantador lugar para invertir. ?Sabían correr riesgos y moverse con celeridad?, dice uno de los biógrafos de Chanel, Axel Madsen. Alquilaron a la viuda del conde Tristán de l?Hermita la Villa Larralde, situada enfrente del casino. Chanel llamó a su hermana Antoinette, además de contratar a varias modistas vascas que permanecerían fieles a ella, e incluso pediría a sus madres que las dejasen ir con ella a París. ?El 15 de julio de 1915 Coco no se limitó a abrir una tienda, sino la primera boutique de moda de Biarritz. La ciudad no había visto nunca una cosa parecida?, afirma Madsen. Los años de Biarritz fueron tremendamente prósperos para Chanel, tanto en lo creativo como en lo económico. Poco se ha analizado su inspiración española y los quince años que pasó entre París y el País Vasco francés. Aquel verano de 1915, cuando Norteamérica estaba aún muy lejos, Harper?s Bazaar publicó en portada uno de sus primeros vestidos camiseros sin cuello, su robe sans taille. Chanel, al igual que Balenciaga, se inspiró en las ropas de trabajo de los pescadores y obreros de la costa. Incluso se encasquetó la txapela, con su proverbial estilo marinero. También fue en Biarritz donde Chanel se aproximó a los ballets rusos, exiliados en Madrid y San Sebastián, que tanto influirían en su carrera. E inició una estrecha amistad con Diáguilev, a quien años más tarde financiaría, muy discretamente, La consagración de la primavera de Stravinsky, del que mademoiselle fue amante. Hace un siglo de todo ello, cuando los veranos eran más lentos, Europa se había atascado en embarrados campos de batalla y Coco Chanel había vengado a aquella pobre huérfana del hospicio de Obazine, condenando a las mujeres a vestir de negro, como sus cancerberas. No sabía aún que se jubilaría temprano, que sería una desgraciada en el amor, ni que reaparecería en París a los 71 años para convertirse en inmortal. Pero aquel verano de 1915, en Biarritz, Chanel empezó a ir con chófer y en RollsRoyce a todas partes. (La Vanguardia)

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1 de agosto de 2015
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Contar veranos

Es una pequeña ceremonia. Escribir la última columna del curso con la cartera recogida, igual que de escolares, hasta que le arrolle a una el punto final y pueda salir corriendo con esa excitación que trae la promesa de vacaciones. Las mejillas sonrosadas tan sólo con imaginar los pies en la playa. El ánimo enseñoreado. La sensación de no pertenecer a nadie, al menos durante unas semanas. Bula para hacer lo que nos venga en gana, sin exámenes ni cuentas de resultados. La humedad que reblandece las urgencias y las importancias. La comprensión universal al dimitir del mundo enladrillado; ese mundo por el que a menudo nos echamos las manos a la cabeza asombrados o espantados, como si no fuera el nuestro. Una tregua, un paréntesis, una pausa. Un estar de permiso, casi una exigencia para limpiar la rutina, y volver ?con las pilas cargadas?, decimos. Pero no avanzamos con pilas, sino gracias a un cerebro que a menudo tiembla ante la posibilidad de divorciarse del cuerpo. De noquearlo. De hacérselo pasar verdaderamente mal. De vaciarlo de ideas. De arrebatarle su brío, su trote genuino, incluso de retirarle la zanahoria que lo alienta para llegar a la meta. Contamos la vida por las muertes y los nacimientos, las parejas y las mudanzas, los trabajos y las enfermedades, las Navidades y los veranos. Estos suelen traer los recuerdos más hidratados. Tienen textura, sabor y piel: los castillos de arena, las erres rotundas de un arroz socarrat, las cosquillas de los niños, el agua transparente abrazándote entre las celdillas trazadas por el sol, el aceite de monoï. Y es que algunas grandes ideas, esas que han multiplicado nuestra vida, las hemos tenido tumbados al sol, cogiendo y soltando el hilo sin auriculares. Nos basta el gemido de las olas al morir en la orilla para soñar despiertos y convertirnos en personaje. Si la autocomplacencia es perversa, fantaseamos con nuestro funeral. Si es dulzona e histérica, nos hacemos una autoentrevista. Pero a medida que se acaban las preguntas, necesitamos confesar la verdad con la misma fe del jugador que va perdiendo en la ruleta pero aún cree en una última apuesta. Dice el libertino Fédéric Beigbeder en Una novela francesa, que leí con placer hace cuatro veranos: ?El ser humano es un explorador; posiblemente a partir de cierta edad, deja de mirar adelante y da media vuelta. Si se ha reproducido, dispone de una guía para revisar su pasado?. Andamos en estas. En dejar de correr y regresar hacia aquello que nos explica. Empezar a desandar el camino que sólo creíamos de ida. Y al que regresamos cada verano. (La Vanguardia)

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29 de julio de 2015
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Los bustos invisibles

Estamos rodeados de símbolos que, de tan visibles que son, nuestra mirada barre. Ocurre con los retratos y bustos de reyes, aristócratas, prohombres o políticos. Lejos de venerarlos, de que su efigie en grandes salones marmolados nos conmueva, acabamos por ignorar la imagen. La repetición y la costumbre suelen jugar estas malas pasadas. Como con el dibujo del papel pintado, que tanto cuesta reproducir mentalmente. En los países árabes, la foto de sus jeques y presidentes forma parte del paisaje, desde el vestíbulo del hotel al centro comercial, del aeropuerto al hospital. Pero el bombardeo de su retrato, la barba negra, los ojos pequeños, la kefia en la cabeza, no garantiza que logres identificarlo una semana después en el periódico. En la antigüedad, los emperadores se convertían en dioses tras su muerte. Porque el culto imperial era un auténtico culto a la personalidad (bien parecido al que, siglos después, se emuló en dictaduras como las de Hitler, Franco, Mussolini, Stalin, Castro, Chávez). Colgar un retrato es una forma universal de oficializar la autoridad y de rendir culto y respeto a un dignatario por parte de sus ciudadanos y en verdad súbditos. Pero en la mayoría de ocasiones, el culto a esa imagen se vive con absoluta indiferencia. De otra manera no se podría entender que durante un año, en el salón de plenos del Ayuntamiento de Barcelona haya presidido la mesa un busto de Juan Carlos I a pesar de haber abdicado. Como tampoco sería fácil justificar porqué ahora, y no hace meses, Alberto Fernández Díaz corriera a colgar la foto de Felipe VI, cual guerrilla urbana, en lugar de haberlo advertido de forma incontestable en el salón de plenos. Así es como durante un año los concejales del Ayuntamiento no han chistado; ni les ha sobrado el uno ni les ha faltado el otro porque probablemente no acertaran a verlo aunque lo tuvieran frente a sus micrófonos. El Gobierno acusa al Ayuntamiento de hacer una política de gestos y ruido. O sea, pataletas. Y el runrún conservador teme que aterrice el disparate. A que cada uno elija a su ídolo en el despacho como el alcalde de Cádiz, el mediático Kichi, de Podemos, que retiró el retrato del rey Juan Carlos para colocar en su lugar otro del anarquista Fermín Salvacochea, antecesor suyo durante la Primera República. El descuadre también ha sucedido en San Sebastián, Rúa y Moaña, Cerdanyola del Vallès y Marinaleda. Como si un júbilo experimental permitiera relajar tradición y formas. Un exceso de drama en los símbolos nacionales siempre ha sido fruto de un letal romanticismo. Y el culto al retrato representa un anacronismo más con el que convivimos a destiempo. Como tantos que, imperceptibles, nos rodean, nos gestionan y nos fastidian, bien lejos de los bustos, las estatuas, los coches, las corbatas o las misas. La insignificancia nunca ha movido el latido de las ciudades. (La Vanguardia)

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27 de julio de 2015
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Mujeres que confiesan

Me pregunto qué circunstancias confluyen ahora para que tantas mujeres confiesen haber sido víctima de abusos sexuales. No solo en el Occidente de Bill Cosby ?aumentan los testimonios de aquellas jóvenes a quienes violó con la ayuda de la metacualona? sino también en Pakistán o Egipto, donde la agresividad empieza en un cruce de miradas por la calle y acaba incluso en muerte. Ahí está el testimonio de la artista y activista india Sapna Bhavnani, que ha sorprendido a propios y extraños relatando una violación masiva cuando tenía veinticuatro que ni tan siquiera había contado a su madre. Dice que sintió que ya no podía callárselo más, acuciada por una honestidad con la que pretendía aceptarse de una vez por todas al compartirlo con otras mujeres que siguen sintiéndose sucias e incompletas cuando el sabor metálico del miedo les recuerda su pesadilla.No hay conflicto bélico donde el cuerpo de las mujeres no haya servido como arma de guerra: violaremos a vuestras mujeres, les haremos hijos-enemigos, os humillaremos y destrozaremos psicológicamente para el resto de vuestras vidas, parecen decir los verdugos. Los extremistas islámicos secuestran y ultrajan a escolares, a quienes, para empezar, condenan al analfabetismo. Incluso se regodean en la hipocresía de casarse con ellas por un día a fin de violarlas sin culpa. Los narcos latinoamericanos, antes de despedazar a las reinas de la belleza a quienes han colmado de diamantes y champán, les marcan sus iniciales sobre los pechos con un hierro caliente. En España ha saltado a los medios el caso del reputado psiquiatra sevillano Javier Criado, que presuntamente abusó de, al menos, 18 pacientes, que han referido versiones idénticas de los hechos sin conocerse entre ellas. Mujeres de buena familia vulnerables, presas de la ansiedad o de la angustia existencial, medicadas hasta las trancas por el doctor para poder mantener relaciones no consentidas con ellas, abusando de enfermas doblemente desorientadas, que incluso llegaron a tratar de suicidarse. Así lo ha contado la aristócrata Matilde Solís, exmujer del actual duque de Alba, en Facebook. A pesar del pavor que produce sabernos rodeados de predadores y secretos sórdidos en un juego de espejos donde pocos son quienes dicen ser, el outing de las víctimas es una gran noticia. Si confiesan ahora es porque el nivel de tolerancia ante la violencia sexual se ha reducido globalmente y ésta por fin ha adquirido la categoría de delito execrable. No son ellas quienes tienen que temerle a la vergüenza, al tabú, a la debilidad, sino esos diablos descontrolados que han creído que la sexualidad de las mujeres era su campo de batalla.

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22 de julio de 2015
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(A)normales y fugitivos

Ni rastro de ese bigote tan mariachi, ni de su pelo-pincho tupido, estilo peluquín. Casi como una pequeña venganza consistente en borrarle uno de los signos más vistosos de su masculinidad, la policía mostró la última foto de Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, conocido internacionalmente como el Chapo Guzmán, afeitado hasta la coronilla. El Chapo ?que viene de chaparro, por los ciento sesenta y siete centímetros de poder y terror que alza del suelo? ya se había fugado en el 2001 de un penal norteamericano, dejando muy claro quién era el rey del narcotráfico charro. Pero su nueva escapada ha empequeñecido a la más rocambolesca de las huidas. ?El estado de Sinaloa es el feudo del Chapo, un hombre que en Estados Unidos cuenta más que un ministro. Coca, marihuana, anfetaminas: la mayoría de las sustancias que los norteamericanos fuman, esnifan y tragan pasan por las manos de sus hombres?; así lo cuenta Roberto Saviano en CeroCeroCero. Cómo la cocaína gobierna al mundo, en que encuentra demasiadas analogías entre la organización y funcionamiento de los cárteles de la droga y los de la mafia. Dicen que sus hijos salieron a emborracharse para celebrar su nueva fuga: recorrió en una moto sobre rieles los 1,5 km de túnel iluminado que conecta la ducha de su celda con una caseta vecina. ¿Quién rodará la fuga del Chapo? A pesar de fumarse a la Policía Federal mexicana en pipa, el narco nunca ha querido hacer ostentación de sus mujeres o de sus posesiones, aunque le hayan construido un túnel a pie de ducha. Perfil bajo, el de un hombre aparentemente normal que, mientras cuida de las ancianas de la familia, ordena tirotear a quien le tosa. Nunca hay que confiar en los hombres normales, porque la normalidad no existe. Al ser humano, como al mercado, lo acaba delatando su USP: unic selling position. Y aunque Fernando Trueba se declarara como tal, en el programa de Julia Otero, después de recibir el Premio Nacional de Cinematografía, al instante reaccionó y dijo que también le definía la palabra ?anormal?. Culto, educado, exquisito, leal, sencillo… y por tanto un hombre completamente anormal. ?Hay que ser humilde e ir a recoger el premio?, le respondió a Otero cuando esta le preguntó si había tenido la tentación de rechazarlo. ?¡Qué viejo soy, que me dan este galardón! Me voy a comprar una boina, me disfrazo de Pla y me voy al Ampurdán?, añadió el cineasta. Igual se encontraría como otro hombre opuesto con rabia y saña a la normalidad, Gérard Depardieu, que anda de gira gastronómica por Catalunya para el canal Arte. No en vano, les une Truffaut, al que Trueba venera y con el que Depardieu hizo El último metro y La mujer de al lado. La comedia elegante, de autor, de Trueba; las fanfarronerías ebrias, histriónicas, de ese desencantado Depardieu que ha terminado pareciéndose a Strauss-Khan, a quien interpretó; y la bizarra historia del Chapo Guzmán: la anormalidad también entiende de clases. Ruiseñor o cuervo / Harper Lee Harper Lee ha sido durante años un encantador enigma literario: amiga íntima de Truman Capote, autora de una única y preciosa novela, Matar a un ruiseñor, y tan esquiva a la fama y la prensa como el mismísimo Salinger. En febrero de este año, su abogada anunció que, a sus 88 años, publicaría su inesperada segunda ficción, Ve y pon un centinela. Todo tan extraño, improbable, secreto: Harper Lee vive en una residencia de ancianos, y muchos se preguntan si será realmente consciente de su comeback editorial: un libro escrito en los años cincuenta, que narra el regreso de Scout a Maycomb, veinte años después de Matar…, para visitar a su padre, Atticus. La pregunta es: ¿por qué ahora? Y la respuesta siempre trae la palabra dinero. Monumento / Beyoncé Sabíamos que sus caderas mueven el mundo, que un baile suyo vale millones de euros, pero el fenómeno Beyoncé ha llegado incluso al paisaje global. Su silueta en el videoclip del tema Ghost servirá como modelo para un nuevo rascacielos que se perfilará en el skyline de Melbourne: una torre de 226 metros de altura que, además de un exclusivo hotel, albergará un centro comercial y cerca de 600 lujosos apartamentos. No falta en ningún ranking, ya sea el de la Billboard o en el de las mujeres más poderosas del planeta ??no soy mandona, soy jefa?, rezaba su última campaña feminista?. Y ahora, a sus 33 años, Beyoncé inaugura una nueva modalidad de mercadotecnia: anatomías arquitectónicas. No quiero ni imaginar la que se inspire en Kim Kardashian… Sin mácula / Andrea Levy Su pasado parece tan transparente como su mirada: ni tuits sospechosos, ni postpornos con los pantalones bajados. El nuevo rostro del PP tiene la tez sonrosada, un buen expediente académico, y una responsabilidad de enjundia. Andrea Lévy es osada y simbólica, llama a Artur Mas ?Atila? ??por donde pasa no vuelve a crecer la hierba??, y en su blog alerta sobre la sociedad en que vivimos, ?de clics, links y posts?. Junto con Pablo Casado es una de las apuestas de Rajoy, que tira del lugar común del ave fénix. Un ave que, más que un charrán (ahora nos hemos enterado de que no era una gaviota), es, como en la obra de Cocteau, un águila de dos cabezas. Lo importante no es tanto saber de quiénes son las cabezas como a quién pertenece el cuerpo. (La Vanguardia)

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18 de julio de 2015
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