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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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Jurar en arameo

El cine independiente no ahorra en tacos, como si el maldecir fuera una forma de hablar consigo mismo, una especie de voz interior que sale a borbotones y hace a sus personajes más auténticos y creíbles. E incluso en algunas superproducciones de Hollywood, como El Lobo de Wall Street , un histriónico espejo del disparate testosterónico-financiero que nos llevó a la crisis, la palabra fuck (joder) se pronuncia más de 500 veces como nombre, adjetivo o complemento circunstancial. ?Pareces un carretero?, se decía antiguamente al que utilizaba palabras gruesas, cuando ser malhablado era sinónimo de mala educación e incultura. Los movimientos contraculturales se apropiaron de la llave del fuck , consiguiendo asexualizar el término: era su manera de decirle ?no? al sistema, como si para radicalizarse bastara con gritar un sinónimo del acto sexual con un sentido distinto, que implica desde enfado hasta daño o humillación. Hay acuerdo, por parte de la ciencia, en que soltar una palabrota es un ejercicio liberador que oxigena de la autorrepresión y relaja los músculos. Pero no sólo en los bares y las gradas se impreca, sino que madres atacadas u hombres depilándose utilizan también blasfemias para sobrellevar mejor el dolor. Según un estudio realizado por el profesor Richard Stephens, de la universidad británica de Keele, aquellos de sus alumnos que se deslenguaron fueron capaces de mantener una mano sumergida en agua helada durante 40 segundos más, de promedio, que los que proferían palabras ?correctas?. Otros investigadores llegaron a la conclusión de que, si bien jurar a diario es nocivo y tedioso, soltar de vez en cuando una grosería en la oficina subía la moral común y rebajaba el nivel de estrés. Otro asunto es cuando palabrotas e insultos se lanzan sin pértiga desde las redes sociales y se agitan de manera enfebrecida y a la vez infértil. Hace unos días el concejal de Participación y Transparencia del Ayuntamiento de la localidad valenciana de Museros, Rafael Bazán, de Podemos, mandaba ?a la mierda? a ?los Reyes Magos, el Papá Noel y la puta madre que los parió? desde su perfil de Facebook. Ya ha dimitido y su partido ha pedido perdón. Ultrajes dañinos y machistas ?desde feas de cojones hasta putas o deslenguadas? han sido las políticamente incorrectas bienvenidas que han recibido las cuperas en Twitter, Facebook e incluso columnas firmadas por veteranos opinadores. Puede que ellos se sientan menos estreñidos insultando, pero no hay que olvidar el efecto que producen el taco y la ofensa cuando se convierten en un tic y, lejos de cubrirse de gloria, lo hacen de mierda. (La Vanguardia)

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13 de enero de 2016
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El amor es perdedor

Ambas estuvieron tocadas por un don, aunque la inseguridad se estampilló de tal forma en sus vidas que se transformó en un agónico blues de matadero. Fueron muchachas lindas, con granos, afición por la fast food y los chicos malos; escribían poesía, tocaban la guitarra, eran echadas para adelante, y sin embargo nunca abandonaron esa mirada baja con la timidez prendida en la sonrisa. A pesar de su enormidad, Janis Joplin y Amy Winehouse hicieron su carrera musical en menos de una década: a las dos las llamaba la muerte por todos los altavoces ? en los shows de Jay Leno se mofaban de las adicciones de Amy-. Las dos murieron con 27 años, la primera por unos chutes de heroína pura, la segunda con un cuerpo bulímico estragado y 416 miligramos de alcohol por decilitro de sangre. Y el desamor bajo la puerta. Esta semana se ha estrenado en Francia el musical Janis: Little Girl Blue, sobre la vida y obra de la primera estrella de rock femenina, la blanca tejana atormentada desde niña, que una vez ganó el concurso del ?hombre más feo del campus?. Fue bisexual, rebelde, precoz asaltadora de barras, como Amy, que le cantaba al Tanqueray. La voz de Cat Power lee las cartas que se han conservado de Joplin. ?Querida madre, Todo indica que voy a ser rica y famosa. ¡Increíble! ¡Soy tan afortunada! Después de dar tantos tumbos como una chica descarriada, llegar ahora a esto. Parece que finalmente algo va a salirme bien?. Lo escribió dos años antes de morir, en febrero de 1968. La historia de Perla, como la apodaban, esa mezzosoprano del rock que aullaba como una negra con margaritas en el pelo, devuelve el retrato de una generación que cambió el mundo haciendo estallar la libertad en sus manos. Fue algo más aniñada que Amy, la judía del norte de Londres que arrastraba asfalto y soul, la chavala que jugaba al billar y que de mayor quería ser camarera con patines. Su ansia de libertad fue tan bella como venenosa. Hay dos momentos musicales en el documental Amy que emborrachan el oído. El primero, con el que arranca el filme ?cosido de videos caseros, versiones inéditas y un regüeldo de responsabilidades boca arriba?, es un Moon River que interpreta una Amy de 16 años: cuando silabea ?hay tanto mundo por ver? se te agarrotan las cervicales. El segundo se halla en la versión de Love is a losing game, un directo en los Mercury Awards: si te enroscas en su quiebro ronco, te humedece los ojos. Lo más sustancial del magnífico documental de Asif Kapadia es que Winehouse nunca fue una don nadie manufacturada por la industria, ni una cabecita perdida con vestiditos de rockera y un eyeliner cincuentero. Era una chica inteligente y superdotada musicalmente. ?Estaba a la altura de Ella Fitzgerald o Billie Holiday? dijo de ella Tonny Bennett. No le interesaba nada que no fuera real. Esa es su fuerza. Sus canciones contaban su vida: ?He olvidado la alegría de los amores jóvenes? cantaba en Back to black, con su voz ?de sesenta años en el cuerpo de una niña de diecinueve?, la describieron. Le preocupaba su pelo, pero encontró un firme aliado: un moño a lo Ronettes, y, para subirse la moral, le suplicaba a su peluquera: ?¡más alto, más alto!?. Decía que la fama la enloquecería. La relación con su marido, Blake Fielder-Civil, es demoledora. Quería hacer todo lo que él hacía: cortarse, fumar crack y heroína? fue su amor y su pozo. La cadena de manipuladores que le imponen un estatus de estrella global es infinita. Janis y Amy, genios precoces, muchachas lindas sin mapa ni freno para quienes el amor era un juego de perdedores. Nostalgia tenaz / Carrie Fisher A Carrie Fisher, tras el taquillazo del año, Star wars. El despertar de la fuerza, le han afeado sus kilos, y ¡su aspecto! en la superproducción. La hija de Eddie Fisher y Debbie Reynolds, con cinco novelas y cinco maridos a sus espaldas, más una adicción la cocaína de la que ha hecho pedagogía tras superarla, ofende a la audiencia fetichista, que suspira por la princesa Leia de hace treinta años. Sus fotos de 1983 con el bikini metalizado se han hecho virales. No la quieren como es hoy. Mundo real. Cráneo y carácter / Zinedine Zidane Que un crack ?fuerza, estilo, visión de juego y carácter? subido a los altares del madridismo tras aquella volea que valió una Champions en Glasgow. De cráneo moldeado, virilidad alfa, bronco pronto y justiciero, exótico y tímido ?aunque acabara haciendo un Mango?, ha sido proclamado la esperanza blanca. Unos le critican su corto bagaje mientras Florentino pretende emular el efecto Guardiola. A diferencia de sus antecesores, tiene una excelente fotografía. Memoria viva / Robert Spitzer No sólo fue uno de los psiquiatras más influyentes del XX ?está considerado el padre de la moderna clasificación de las enfermedades mentales?, sino que también fue el responsable de uno de los avances sociales más importantes del pasado siglo: dejar de considerar la homosexualidad una enfermedad. Acaba de morir y su necrológica pesa por encima de miles historias humanas a las que les devolvió la voz: la ciencia, y el coraje del conocimiento, una vez más. (La Vanguardia)

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9 de enero de 2016
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El brujo

Me senté a hablar con el brujo, yo que ni creo en la lotería, en las constelaciones familiares o las bayas de Goji. Fue muy natural, como quien se pone a hablar de primos y tíos. Trabaja de camarero en una hípica rústica. Es calvo y grande, con perilla; a veces lleva pañuelo a lo pirata y le cuelgan cien amuletos del cuello. ?¿Qué quieres saber??, dice. En un instante te pasan por la cabeza muchas cosas que callas: le preguntaría por qué hay tardes en que el cielo parece un techo que se derrumba, o por qué una siente que es tan inverificable la intimidad, y en cambio es el único territorio que te explica. Le respondo: ?Nada en concreto?. ?¿Amor o trabajo??. ?Trabajo?, replico. Me toca la nuca; me pide que le muestre el ombligo, y me sorprendo a mí misma levantándome el jersey sin oponer resistencia: no hay nada mejor para arrancar el consentimiento que te pidan algo aparentemente surrealista; saca la lengua, te piden los naturópatas. Luego me agarra la mano y me asegura que llegaré a vieja. ?¿Lo ves en las líneas??, le pregunto, recordando que hace muchos años, en un bar de la calle Mallorca de Barcelona, una leedora de manos me aseguró que tendría dos hijas, y a veces me viene a la memoria la voz de aquella mujer vieja, aunque debía de tener la edad que tengo yo ahora, que acertó de pura chiripa. O no. ?Yo no sé leer las líneas de la mano, pero no me hacen falta?, me responde el mago con perilla. ?¿Y cómo lo adivinas??. ?No te lo voy a decir, hoy ni nunca?. Y entonces me habla de la envidia y de la protección. De cómo hay que mirar a la gente que no te hace el peso, la que sin darte cuenta te deja exhausta: ?Sólo de nariz hacia abajo: evita mirarles a los ojos?. No cobra, le das la voluntad. Al cabo de dos semanas, regreso a la hípica y entre el olor a carne a la brasa y a heno me regala un amuleto que tiene que pasar toda una noche dentro de un vaso con sal. Y yo, que no creo en las cartas astrales ni en la moxa ardiente en la planta de los pies, lo hago porque alguna vez en la vida hay que hacer cosas en las que no crees a fin de poner a prueba tu vanidad. ?En la contradicción está la ganancia?, decía santa Teresa. Me lo cuelgo. Y, sin pensarlo, empiezo a mirar a la nariz y barbilla de aquellos que al hablar escupen sin escupir, y que acostumbran a envidiar a los de al lado porque creen que son mucho más felices que ellos ?aunque no sea cierto?. Le doy gracias al brujo no tanto por su amuleto como porque a crédulos e incrédulos les recuerda que deben protegerse de las mezquindades cainitas que nos zarandean hasta apresarnos en una cáscara de desesperación. De nosotros depende deslizarnos como niños en una pista de hielo, aunque nos caigamos de culo. Porque ¿qué es la vida sino un juego? (La Vanguardia)

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6 de enero de 2016
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Generación Bataclán

No fue un atentado terrorista, sino fascista, aunque invocara como coartada el nombre de su dios. El de un Alá grande que, aseguran desde su integrismo, exige venganza, sangre y exterminio. Un dios a quien creen que no puedes acercarte si bebes vino, comes cerdo, escuchas rock o te acuestas con una desconocida. Ellos, los fundamentalistas, también lo hacen, aunque tomando precauciones: se casan con una prostituta o una virgen durante una noche, lo justo para follarla sin tener mala conciencia. Una vez satisfechos, se divorcian al instante para regresar a su disfraz de guardianes de la fe, encantadores padres de familia. No se fían ni de su sombra. Doctos en vicios y placeres, más de uno ha sodomizado con disimulo a su primo a fin de aliviar la tensión sexual. Algunos de los autores materiales de los hechos perseguían a rubias europeas, reventaban máquinas de juego, robaban carteras en las saunas gay y bebían cerveza de la mañana a la noche. Hasta que se convirtieron. Nadie les había llamado para una misión histórica que les hiciera sentir auténticos elegidos entre la chusma de un barrio con el objetivo de llevar adelante una misión propia del más cruento videojuego: destruir de forma real y simbólica un pedazo de Occidente. Ese recuadro elegido en el mapa fueron los distritos 10 y 11 de París. República, Bastille, el bulevar Bon Marché con sus terrazas vintage y sus tiendas cool, como Merci. Es el barrio bohemio y chic del nuevo parisien, plagado de jóvenes en bicicleta, restaurantes veganos, cartas de cervezas artesanas, jugos de hierbas o smoothies color pistacho. Unos les llaman bohos ?bohemian chic, aunque la etiqueta sea más siglo XX?, otros, hipsters o yuccies (la evolución lógica de los yuppies). A diferencia de la mentalidad años noventa, basada en una abultada cuenta corriente y una vida trepidante para masticar la ansiedad, su meta consiste en ser moderadamente felices. Son hijos del confort suburbano, criados bajo la urgencia de que sólo con la educación podrán perseguir sus sueños, y aun así tendrán que inventarse un trabajo. Estrenaron su mayoría de edad con el nuevo milenio, alimentados por la incertidumbre de un futuro que parecía lejano y borroso. En la treintena han osado renunciar a una nómina y un sueldo mensual, a fin de evitar conflictos. Pasan página en la pantalla, empujados por la idea de que siempre puede encontrarse algo mejor. La tecnología es una prótesis más de su cuerpo. Pero la vida real poco tiene que ver con la foto del Tinder. La banalización del mal, acuñada por Hannah Arendt observando a Eichmann rascarse la nariz igual que un don nadie durante su juicio en Jerusalén, sigue acechando a la humanidad. Los asesinos, macarras desquiciados, atentaron contra la vida alegre, la vie en rose, el hedonismo de un viernes por la noche con sus ensaladas de quinoa y su camembert en las terrazas del canal Saint-Martin. Dispararon contra los cigarrillos parisinos, tan slims, las perfecto de cuero, los tres besos en la mejilla, el rocanrol puro y chulesco. Pero sobre todo asesinaron simbólicamente un estilo de vida: el de la fraternidad y la alegría, las calles bulliciosas, las manos enlazadas, la cintura ondulante, la minifalda Courrèges y el perfume Guerlain. Por encima de todo, se trata de una afrenta al laicismo, que, más que nunca, pone de manifiesto la necesidad de acogerse a principios éticos universales. Porque hoy, más allá de nuestra edad, procedencia o credo, todos formamos parte de la Generación Bataclan. (Icon)

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5 de enero de 2016
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Que la fuerza te acompañe

Por fin el invierno se cuela entre las medias, y la casa se hace más refugio que nunca. En los días blandos, entre fiesta y fiesta, siempre hay algún cajón por chafardear: un viejo pastillero, una pitillera de plata, un recuerdo de cuando la vida era una foto de mala calidad, como si estuviera brochada a pinceladas desvaídas y adustas. Son los ecos de un mundo antiguo en el que llegamos a participar de algunas de sus costumbres bárbaras: aquellos médicos que fumaban en los hospitales, o aquellos vecinos que mataban a los animales para comérselos, ensañándose por costumbre. El nuevo mundo quiere desasirse del vintage, pero sigue avanzando a golpe de revival y biopic, tan sediento de mitos como de predicciones. Según la biblia del color, Pantone, que organiza todas los tonalidades con nombre y número, el rosa cuarzo será el color de la primavera del 2016. Gélido y neutro, capaz de empalidecer al magenta que desde hace un siglo simbolizó la feminidad, el color rey parece haber contado con la definición de un poeta o un clérigo: ?Un tono persuasivo pero suave que expresa compasión y un sentido de la compostura?, reza el pantonario. Dos términos que en verdad simbolizan los tiempos que llegan, a los que ya nos hemos habituado a llamarles ?bisagra?. Porque el cambio climático y la amenaza ecológica, la herida de Europa, el anunciado futuro (próximo) del transhumanismo o el dilema libertad-seguridad han modificado nuestras vidas exigiendo compasión y compostura. En el 2016, un selecto grupo de científicos decidirá si cambiamos de la época actual, conocida como Holoceno (que se inició hace más de 11.700 años), a una nueva era que aún no tiene nombre, aunque gane adeptos la voz de Antropoceno (nuevo hombre). Explican los expertos que hace referencia al impacto que ese ?nuevo hombre? ha provocado en el planeta. Por otro lado, uno de los futurólogos de Google, Raymond Kurzweil, la cara mediática de la inteligencia artificial, augura que en el 2030 ?no habrá una diferencia clara entre la máquina y el ser humano en cuanto a inteligencia?. Y al fin podrán sustituirnos. Ahí hemos llegado: ni utopías ni distopías a pesar de las nuevas hornadas de antisistema empeñadas en refundar estados y cerrar definitivamente los cajones sepia del pasado. Cuentan que, en una ocasión, a la escritora Dorothy Parker el médico le dijo que si no dejaba de beber moriría; ?promesas, promesas??, le replicó con su fatal mordacidad. Cada año nos predicen un trozo de muerte, pero al tiempo los gurús modernos nos invisten de la ideología del bienestar y nos enchufan la banda sonora de Stars Wars. Donde ahora sueña profundamente un algoritmo, debería de hacerlo la belleza: esa mezcla asombrosa de angustia y alegría que sentimos al reconocer aquello que habíamos descuidado, y que nos conmueve. Que en el Holoceno, la belleza y la fuerza (en minúsculas, por favor) nos acompañen. (La Vanguardia)

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4 de enero de 2016
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Colau y Preysler, panteras blancas

Según los antiguos, la pantera es el único animal que emana un aroma perfumado. Su don le sirve de trampa mortal para atrapar a sus víctimas: se agazapa, fragante, hasta que sus presas caen hechizadas. ?La pantera es invisible, como la mujer bajo el maquillaje. Tampoco se veía a las sirenas. El embrujo está hecho a partir de lo que está oculto?, resume con brillantez Jean Baudrillard en su ensayo De la seducción. Digamos que, en este sentido, Ada Colau e Isabel Preysler, protagonistas indiscutibles del 2015, son mujeres-pantera porque seducen desde cerca. Sonríen con los ojos, y en la distancia corta hipnotizan al de enfrente, que hasta siente cosquillas tontas en el pelo. Dos mujeres que proceden de océanos lejanos y con condiciones, misiones y visiones escandalosamente distintas; y sin embargo ambas saludan a los conserjes por su nombre de pila. La una ha ocupado portadas de periódicos y tribunas de opinión, la otra arrasa en el couché internacional y en las comidillas literarias. ?No puedo quedar porque hoy vienen a cenar los novios?, le decía Carmen Balcells poco antes de morir a una amiga refiriéndose a la pareja Preysler-Vargas Llosa, una de las noticias sociales más regocijadas del año. Colau ha logrado culminar uno de los mantras del feminismo acaso sin pretenderlo: ?Lo personal es político?. Nació el día en que mataron a Puig Antich, dato que incluye en su biografía como marca de origen. Con sus andares de monja seglar, sus chaquetas de punto roma y el pelo detrás de la oreja, cuando agarra un micrófono convierte a Pablo Iglesias en Sancho. Pregunto en el entorno de Colau si en verdad tiene carisma: ?Sólo tiene carisma y una gran intuición?. Preysler, la obsesión de la prensa rosa, icono de una España tan marujona como fantasiosa desde que se casó con Julio Iglesias, fina y exótica, educada en la paciencia y la equitación, se convirtió en la vestal socialdemócrata que convivió 26 años con Miguel Boyer y sus incunables. Ha sido musa de kiosqueros y peluqueras. Responde personalmente al teléfono, bien entrada la noche. Cada día dice que no a algo: un libro, una entrevista, una fiesta. ?No podré acompañaros, pero os mando a mis hijas?. De nuevo ha conquistado la felicidad y sigue encarnando el ideal de tantas mujeres a sus sesenta y cuatro años: ancha de hombros, estrecha de cintura, admirada por su vestuario. Las dos mueven fervor y urticaria. Que si operada como la Preysler, que si vestida de chacha como la Colau, que si mira cómo ha colocado al marido, que si vaya con la viuda alegre… También comparten su activismo social, a distintas escalas. Se han servido de una sonoridad elocuente, una hermandad que ha conseguido elevar el factor femenino al altar. Colau tiene uñas y un pasado encabronado: ahí está su foto, custodiada por dos antidisturbios y sus tuits incendiarios. Preysler tuvo que aguantar el cachondeo de Villa Meona, como Ussía bautizó a su casa con trece cuartos de baños. Obsesiva con el orden y la limpieza, es perfectísima en todo excepto en la puntualidad. Este año ha estrenado una línea de cosmética, My Cream, a fin de rentabilizar su mito. Quienes la conocen aseguran que nunca le han escuchado una palabra torcida, eso sí, es irónica e incluso mordaz, ahora afamada lectora que habla con mayor propiedad desde que comenzó su relación con el Nobel. Colau y Preysler aguantan todas las luces. Rompen la distancia proxémica. Han vivido pisando huevos, con un cuidado espantoso, como le confesaba la Preysler a su amigo Boris Izaguirre. No les bastan los dos besos: ignoran a los enemigos y abrazan a los amigos, ascéticas y epidérmicas, dichosas de no salirse del guión, aunque se dejen palmotear los riñones. Madera y talento / Garbiñe Muguruza Ataca la bola asfixiando a sus rivales. Imparable, fuerte y luchadora, a Garbiñe Muguruza se la rifan las grandes marcas internacionales. Su progresión ha sido espectacular: en un año ha pasado del puesto 23.º al tercer lugar en el ranking de la ATP, y es una de las abanderadas de la recuperación del deporte español junto Mireia Belmonte o Carolina Marín. Inicia nueva etapa en Los Ángeles, de la mano de su actual técnico, Sam Sumyk. ?The sky is the limit?. Periodismo Nobel / Svetlana Alexiévich

Ha habido pocos Nobel rusos (Bunin, Pasternak, Shólojov, Solzhenitsyn, Brodsky hace casi 30 años). Y no digamos mujeres. Su última ganadora, la periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich ?acusada de pacifista por su gobierno? ha conseguido que el periodismo, siempre en el extrarradio de la gran literatura, entrara por la puerta grande. El interés de su obra literaria se basa en el acercamiento de la historia oral surgida de Chernóbil o Afganistán y escrita a pie de obra. A mi manera / Caitlyn Jenner Representa el icono transgénero, después de que, a los 65 años, Bruce Jenner ?ex medalla olímpica de atletismo? se convirtiera en Caitlyn, en un mundo en el que los transexuales aún lo tienen difícil ?recordemos el ?asesinato social? de Alan, el adolescente de Rubí que se suicidó el día antes de Navidad?. Caitlyn con sus curvas de satén, sus abrumadores reality, su extraña familia Kardashian, ha contado con todo detalle la difícil transición de hombre a mujer, eso sí, vestida de Versace. (La Vanguardia)

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2 de enero de 2016
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Las palabras para decirlo

Una palabra es un mundo. No sólo representa lo que trae encerrado entre sus letras, que, al pronunciarla, desenvuelves de su celofán, sino que va tan allá como uno sea capaz de hacerla volar. Algunas tienen un recorrido más corto y apenas pueden apoyarse en una imagen, mientras que otras, de tan sugerentes y abiertas, parecen deslizarse por un tobogán. Las hay que pesan, que se anegan, que se nombran con rabia. Y las hay sandungueras, zafias o reveladoras. El oído es tan subjetivo como el olfato, pero afinándolo consigues entrar en el sonido de los fonemas y masticarlos. Representar un año con una palabra resulta un ejercicio gráfico provisto de una elevada carga simbólica; otro de los rituales de síntesis que contribuyen a formatear los cambios sociales producidos a lo largo de doce meses, y que ofrece su portentosa plasticidad para discernir una voz entre todas. Pero la gloria de las palabras mediáticas suele ser pasajera, bien porque cambia el foco, bien porque de tanto nombrarlas se devalúan siguiendo la lógica de la moda. A veces su vigencia se extingue con el año: le ocurrió a escrache, palabra del 2013 según Fundéu BBVA, apenas citada ya. Otras son viejos nombres los que añaden una carga semántica a su significado original, como refugiados, la palabra elegida ?en castellano? por La Vanguardia. Desde los campos de Gaza y Cisjordania o Darfur hasta las ciudades desplazadas de Dadaab, Tamil Nadu o Urfa, las migraciones forzadas por guerras y hambrunas no son ninguna novedad en este mundo desajustado. Pero hoy, el éxodo de miles de sirios que quieren escapar del infierno ha embestido con furia la palabra que etiqueta a los últimos parias de la Tierra. Parece que aquello que no puede ser nombrado no existe ni es fotografiable. Entre las palabras elegidas por unos y otros, las hay onomatopéyicas como zasca; curiosas como gastroneta o clictivismo; coloquiales como trolear o despatarre; antiestéticas como paloselfi, amplificadas como emergentes ?que el año pasado servía para apellidar a Brasil y hoy lo hace con Podemos y Ciudadanos?; osadas como cupaire, que se ha impuesto filológicamente a podemita. Sin embargo, no siempre basta un nombre ni un individuo. Merriam-Webster, la editorial que publica el célebre diccionario anglosajón, ha escogido el sufijo ism (ismo) como la palabra más representativa del 2015. Terrorismo, yihadismo, populismo, activismo, machismo… En la antípodas de los ismos ?y las vanguardias?, el diccionario Oxford apuesta por el lado más heterodoxo del lenguaje y elige el emoji que llora de risa, olvidando que detrás de cada dibujito en un smartphone hay una palabra derrotada. (La Vanguardia)

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30 de diciembre de 2015
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Cuento de invierno

Regresamos allí donde pertenecimos un día, y aunque creamos que poco queda de aquellos niños que esperábamos las primeras nevadas para desayunar farinetes y amasar bolas de nieve igual que si fueran pan, acabamos reencontrando un no sé qué, llámalo memoria, sombra, magdalena o túnel del tiempo. Bien recuerdo aquellos inviernos en los que siempre hacía frío. Mi madre heredó de mi abuela el frío en los pies. Yo, de mi madre, el frío en los pies, y de una tía monja la heladera en el resto del cuerpo. A pesar de parecerme más bien poco a la niña soñadora que se dormía con el silbato del expreso de medianoche, conservo la marca del frío igual que una cicatriz en la rodilla. La inclemencia poseía su habitación propia y la asignación de una estufa eléctrica para calentar las manos, el trasero, la punta de la nariz. Porque el fuego de leña era una arma de doble filo: nos guarecía pero también nos adormilaba; desganados quedábamos, sin fuelle para seguir corriendo, como si supiéramos que de mayores nuestras vidas se convertirían en absurdas carreras hacia la nada. Bien lo expresa aquel personaje de Faulkner: ?Entre la pena y la nada elijo la pena?. La misma que nos saquea y nos debilita, la que nos ahueca el pecho ante las sillas vacías en la cena de Fin de Año, la pena por las palabras que callamos y los besos que no dimos. Una pena en observación, titulaba C.S. Lewis su preciosa novela sobre el duelo, que siempre es mejor que el vacío. Recuerdo que me sentí mayor de verdad cuando pude celebrar mi primer Fin de Año entre amigos en un bar de copas. Hace mucho de aquello. No sé cuánto bebí, pero mientras sonaba La chica de ayer anunciando que le echaban la persiana a la madrugada, fui incapaz de encontrar mi bolso. Al día siguiente tuve que pedirle a mi padre que me acompañara en coche hasta aquel local, sobre las ocho de la tarde, sin darle apenas explicaciones. No me preguntó nada. No hizo falta un cuento chino. Esperó paciente frente al pub, hasta que salí habiendo recuperando el bolso y la dignidad, o la lógica fracturada. Nunca hablamos de aquello. Fue nuestro secreto y a la vez nuestra frontera. También resultó una manera diferente de empezar un año y mirar la realidad con los ojos más entornados. Y aquí estamos, en el lado de la vida, evocando lo que ya no existe: nuestros muertos, de los que queremos recordar no ya su rostro, sino de qué forma pronunciaban nuestro nombre. Dicen que, al fin y al cabo, la vida consiste en desandar lo andado, en regresar al punto de partida donde se desdoblaba el camino. El amor nunca debería escribirse en mayúsculas porque a veces dura lo mismo que una vela. A mi me basta con que se convierta en esa tilde que nunca nos olvidamos porque al marcarla nos sentimos más fuertes, más a salvo, a pesar del frío. (La Vanguardia)

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29 de diciembre de 2015
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Entre las rosas y el barro

Todo estaba en su voz, el resto no importaba. Le bastaba un vestido negro, siempre negro, por debajo de la rodilla. La desnudez escénica, los brazos caídos, las cejas finas, los puños cerrados, apretados igual que cuando dormía, según contaron sus amantes. Hija de unos padres alcohólicos y perdidos, recién estallada la Gran Guerra fue confiada a su abuela, que regentaba un burdel en Normandía. Las putas la cuidaban en habitaciones a media luz, cargadas de whisky y perfume barato, acaso cortando el pan a pedacitos y pintándole los labios. Cómo debieron de aplaudirla las que sobrevivieron, cuando años después, y atravesada por el don, era aclamada como la gran chansonnière ?por encima de Trenet y Chevalier, Montand y compañía? de una Francia tan libre y compleja como ella. De niña recorrió circos ambulantes con su padre y juntos cantaban en la calle, hasta que Louis Leplée la descubrió en la plaza Pigalle. Le cambió el nombre a Édith Piaf ?gorrión? por su prodigiosa voz y su aire desvalido, y empezó a actuar en su Cabaret. Édith le llamaba ?papá?. Pero Leplée fue asesinado: la sordidez de los bajos fondos insistía en agarrársele al cuello, siempre tan digno. Regresó a los cafés-concierto y tuvo infinidad de amores, a los que ayudaba hasta desangrarse, aunque les fuera infiel. Hasta que en el Moulin Rouge un joven Yves Montand se conmovió ante aquella extraña criatura. Y tuvieron un romance de desbordante realismo poético. También mantuvo idilios con Raymond Asso, Georges Moustaki o el boxeador Marcel Cerdan, su gran amor, que murió en un accidente de avión cuando regresaba a París de un combate para encontrarse con su amada. Piaf anestesió el dolor con morfina, hasta engancharse. Hace unos meses, en Madrid, Charles Aznavour desmentía haber tenido un idilio con la Piaf. ?Debí ser el único de su círculo que no fue amante suyo. Bromeábamos diciendo que ella no era mi tipo, pero en realidad mi físico no me facilitaba las cosas. Vivimos juntos como amigos durante más de ocho años: fui su chófer, telonero, compositor, acompañante y paño de lágrimas?, relató Aznavour. No era guapa, pero el desamparo que arrojaba su mirada la hacía única. Tenía una mueca de payaso triste, a veces hierática como las máscaras del kabuki, pero que en sus días felices mudaba en carcajada de diosa. La risa de la Piaf era gruesa y honda, inocente a pesar de haber recorrido todos los lados salvajes de la condición humana. Siempre pareció mayor, y en cambio murió joven: 47 años. Un año antes de su muerte salvó a un amenazado teatro Olympia con la recaudación de sus conciertos apoteósicos y su La vie en rose. Cuando llamaron a Cocteau para darle la noticia de su muerte, él dijo: ?El barco acaba de hundirse. Este es mi último día en esta tierra. Nunca he conocido un ser más desprendido de su alma. Ella no entregaba su alma, ella la regalaba, ella tiraba oro por las ventanas?. Horas después caía fulminado por un ataque al corazón. Hay un consejo que le da Dietrich a su amiga Piaf ?muchos mantienen que tuvieron un romance lésbico durante años?: ?No puedes tener un orgasmo cada vez que subes a un escenario?. Su desgarro partía en dos mitades al público. Ahora que se cumplen cien años de su nacimiento y que se suceden los homenajes, leer sobre ella y escuchar despaciosamente Je ne regrette rien crea un microclima y provoca un estado de ánimo. Es el prodigio de quien, con su voz, llegó donde solo pocos lo consiguen: hasta el hueso del alma. La gran dama / Meryl Streep Acaba de estrenarse en nuestras pantallas Sufragistas, una película sobre la lucha de las mujeres por su derecho al voto realizada por mujeres. En ella, Meryl Streep da vida a Emmeline Pankhurst, pionera del movimiento, pero no le hacía falta ningún papel para recuperar la memoria de la lucha por la igualdad. Fue la primera en alzar la voz contra la marginación de las actrices maduras o la desigualdad salarial. Basta pronunciar su nombre para conectar mentalmente con su carisma: a todas nos gusta Meryl. Moda de provincias / María Teresa Turrión

Siempre nos intrigaron las niñeras de alta alcurnia, pero pocas, no obstante, pueden abandonar el anonimato como María Teresa Turrión, la niñera de los principitos ingleses. Dicen que apuntaba maneras de monja, pero al final se fue a estudiar inglés. Ahora se ha convertido en la mejor embajadora de la moda infantil española. Todo lo que les compra en Valladolid o Palencia para los nenes, arrasa: en provincias siempre se ha vestido a los niños muy inglesitos. Ácido y huraño / David Bowie

Vive atrincherado en el Soho, donde la modelo Iman le cocina tortillas. No vuela en avión, solo viaja a Europa en barco. Bowie el misántropo, con un halo de replicante en las fotos, presentará pronto nuevo disco: Blackstar, grabado con músicos de jazz. En él canta con rabia sobre el infarto que padeció en Berlín: ?Está viviendo como un rey, gastando el dinero que le da la gana y que sólo ve el culo del infarto?. El último héroe de una época que se fue, a sus 69 años sigue buscando el sabor de la diferencia. (La Vanguardia)

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26 de diciembre de 2015
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Ticket regalo

Hay un gesto embarazoso al abrir un regalo, como si una desastrada torpeza se instalara entre los dedos que luchan contra el papel y el celo. ?¡Qué bien envuelto está!?, se acostumbra a decir, buscando refugio en el lugar común ante la incomodidad de sentirse observado. De poco sirven los lazos y las pegatinas, detalles que soporta mal la impaciencia del agasajado, deseoso de resolver con dignidad lo previsible y horrendo, o de dejarse sorprender por el éxtasis de lo inesperado y hermoso. Hay obsequiadores eficaces, capaces de registrar cualquier expresión de deseo, que utilizarán algún día al regalar. Memoria y cariño siempre han formado una pareja ganadora a la hora de elegir un detalle, porque cualquier clarividencia acerca de las aficiones o debilidades del otro afianza la muestra de afecto. Es probable que quienes acostumbran a fracasar con sus regalos sean personas demasiado idealistas, aquellas que rechazan el llamado regalo ?práctico? y quieren poner a prueba su rapto de originalidad. En el acto de regalar disfrutan tanto o más que el obsequiado, aplastando con su vehemencia la personalidad del otro. Quien regala es el jefe, manda, transfiere al otro un sentimiento de culpa o de deuda, lucha a su manera contra el olvido. También están quienes únicamente cumplen un trámite, y más que comprar un presente regalan un ticket regalo, esa nueva variable del marketing directo que ya se ofrece en todas las cajas a fin de evitar que el acongojado receptor tenga que sufrir el calvario de las devoluciones. La ceremonia del regalo es uno de los rituales paganos más universales. Si usted no hace regalos le asesinarán, se titulaba el primer libro de Vicente Verdú, que fue secuestrado durante ocho meses, en 1972, porque, según los censores, alentaba a la subversión. Aunque el libro glosaba sobre el bien y el mal, el amor, la rutina ?y la revolución, sí?, Verdú se predecía a sí mismo acerca del mandato social, cada vez más prosaico, en el que se ha convertido uno de los más sofisticados actos de elegancia social. ?Poco importa que el objeto elegido vaya o no a gustar, sea apropiado o un adefesio: en su interior posee el resorte para obtener el canje?, escribía. Estas Navidades, los españoles gastarán, de media, 235 euros por persona en regalos; un 16% los comprará por internet, sin oler ni tocar el objeto elegido. Y una gran mayoría los adquirirá en establecimientos clonados en todas las ciudades, que insistirán en su voluntad uniformizadora para que sigamos calzando las mismas zapatillas o leyendo la misma novela infumable. Cierto es que los regalos arriesgados pueden hundir a su destinatario, pero los de trámite vienen envueltos en una estresada soledad. (La Vanguardia)

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24 de diciembre de 2015
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El Boomeran(g)
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