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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales como Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), Icon de El País, Marie Claire, y Woman. Ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (El País, Vogue, la cadena SER, Onda Cero, TV3 y TVE) y ha publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Actualmente es columnista de La Vanguardia y directora del Magazine

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Pestilencias

Los viejos políticos han esnifado a los nuevos políticos y arrugado la nariz: ?Oléis mal?, les han reprochado. Curiosamente, y en un primer vistazo, han asociado indumentaria y pelambrera con hedor, como si de las axilas y la entrepierna de individuos encorbatados no emanara un tufo acebollado, agrio, muy persistente. En ocasiones se te sientan al lado en un avión, y al más mínimo movimiento se expande por el ambiente empastándolo de notas hediondas, grotescas, capaces de invalidar tu libertad olfativa. No puedes ignorarlo con unos auriculares, como se hace con un ruido molesto, ni girar la cabeza igual que cuando una visión te disgusta porque el mal olor es totalizador y contamina el momento, incluso la visión del día; se cuela en tu burbuja. Agradecida me siento hacia los chavales alérgicos a la lavadora que en sus primeros pasos por la Cámara del Congreso han traído a la actualidad este asunto. Nadie se hubiera atrevido a echárselo en cara a los miembros de una formación clásica: a decirles a los del PP o a los del PSOE ?apestáis?. Pero la defensa del decoro también exige autoexamen. Porque la alta permisividad con la que muchos seres humanos se relacionan con la pestilencia siempre me ha parecido un generoso acto de consentimiento. En oficinas y supermercados, en los vagones del tren, museos, tiendas de todo a 1 euro, pero también en las salas de juntas y las oficinas, el mal olor se instala con más alevosía que la del okupa. En plena era de glorificación del perfume, cargado de valor simbólico, en la que no sólo los individuos nos sentimos identificados por un aroma y no otro, sino que hoteles, cadenas de ropa o firmas de coches crean su propio olor corporativo ?a modo de firma inmaterial capaz de construir una experiencia y una marca?, abundan las zonas secuestradas por el mal olor. Mientras la ideología del bienestar invita a sentir placer a través de la fragancia, la falta de higiene sigue siendo una constante cotidiana. No sé cómo debe oler el Parlamento francés, teniendo en cuenta que el 43% de los franceses no se ducha a diario. Le Figaro reveló que la cantidad de jabón que utilizan sus compatriotas no supera los 600 gramos anuales (mientras los alemanes, por ejemplo, consumen el doble). En Indonesia, varias empresas de mototaxis han impuesto la condición de que sus conductores demuestren su pulcritud: una empleada se ocupa de oler sus axilas y emite veredicto. Pocas palabras como pudor ? hedor en catalán? expresan con tanta precisión fonética su significado, se resiste a la nueva sensualidad que emiten los altavoces del marketing. La higiene fue una de las grandes victorias del progreso, por ello la vida maloliente es una atrofia, producto de la dejación. Porque si algunos fueran capaces de olerse, saldrían corriendo de sí mismos. (La Vanguardia)

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25 de enero de 2016
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Véra Nabokov, el largo amor

Pasan los años, amor, y con el tiempo nadie sabrá lo que tú y yo sabemos?. Vladimir Nabokov le dedicó esta frase a su esposa, Véra, en su autobiografía Habla memoria. En ella cristalizaba un sentimiento que se traslada a lo largo de los cientos de misivas que conforman su correspondencia, publicada cuarenta años después de su muerte. Cartas a Véra (RBA) es una exaltación del largo y bello amor, Nabokov en estado puro: una loa a la vida, chispeante, hiperbólica, arrebatada, indolora. Vladimir y Véra se conocieron en Berlín, en un baile de máscaras, el 8 de mayo de 1923, y ella empezó a recitar de memoria sus versos. Fue un autentico flechazo. Se casaron dos años más tarde, en Praga, con apenas dos testigos. ?No hay nadie que ame a otro del modo en que nosotros nos amamos?, le escribía ya al inicio de la relación. Asistieron al derrumbe de un mundo privilegiado que los convirtió en apátridas, errantes por media Europa (y después en EE.UU.) en busca de una casa con la que nunca llegarían a reemplazar el paisaje de la infancia ni a contrarrestar la nostalgia de la pérdida. Aún así, hicieron gala de una capacidad infatigable para ser felices, y vivieron sus últimas dos décadas frente a la plata pálida del lago Lemán. La mujer que salvó Lolita de la hoguera, correctora, editora, traductora, la que negociaba contratos y le acompañaba a cazar mariposas, recibió una prueba máxima de amor: todos los libros de Nabokov están dedicados a ella. ?Ama, almita, dulce amor, mi felicidad, mi soleado arcoíris?, le escribe. Su correspondencia es un catálogo de encabezamientos; aunque chocantes, algunos son interpretables ??colchoncito, cosita cálida, ovillito…??, pero otros resultan más extraños: ?grumito o verdecita?. Quien fuera un notable entomólogo explora el reino animal para crear un alfabeto íntimo: ?gansita, chimpancita, gorrioncín, mosquitín?, incluso ?larga ave del paraíso de preciosa cola?. Las cartas, líricas a ratos, irónicas otros, como la obra del autor, transpiran una fiera voluntad de permanencia en la que ambos manifiestan sacudidas de deseo. ?Hay cosas de las que cuesta hablar: es como si les quitases su maravilloso polen al rozarlas con las palabras?, razona el escritor cuando estrenan caricias. Pero a lo largo de cincuenta y cuatro años de relación, irá levantando las pátinas de polen y misterio para transformarlos en cotidianeidad. En una ocasión le fue infiel con la actriz Irina Guadanini; duró poco, él quedó más devastado que Véra. Se arrodilló y le escribió: ?Tú has sido, eres y serás mi único amor?. La biógrafa de Véra, Stacy Schiff, asegura que incluso sus detractores admiten que participó en la obra de su marido en un grado sin precedentes. ?Fue una auténtica colega creativa, nada habría sido posible sin ella?. Y sin embargo ?no era más que una esposa?. El tipo de esposa con la que todo escritor sueña. ?¿Cómo explicarte a ti, mi dicha, mi admirable felicidad de oro, hasta qué punto soy tuyo, con todos mis recuerdos, poemas, arrebatos, torbellinos interiores? Explicarte que no soy capaz de escribir una sola palabra sin escuchar cómo la pronunciarías tu?. De sus incansables horas frente a la máquina pasando a limpio todas las cuartillas de su marido y traduciendo su obra, a Véra le salió una joroba además de un sereno brillo en la mirada que se anegó cuando la desahuciaron del hotel Montreux Palace, por renovación. Sobrevivió a Nabokov catorce años y está enterrada en el pequeño cementerio suizo de Clarens, junto a su marido, cerca del muelle florido por donde paseaban cada mediodía antes de tomar un Tío Pepe. ?Mi felicidad?, se llamaban el uno al otro. La activista / Cher

En el corazón de EE.UU. no tienen agua potable desde que en 2014 las autoridades decidieron sacar agua del contaminado río Flint para ahorrar. Cher, que siempre ha seguido a rajatabla el mantra de Rimbaud (?Il faut être absolument moderne?), se ha apuntado al activismo, ha donado más de 180.000 botellas de agua a los ciudadanos afectados por el agua contaminada de plomo, y ha reñido al gobernador. Tras su iniciativa, Obama ha aprobado un programa de ayuda con un fondo de 5 millones de dólares. Golpe seco / Gabriela Ybarra

Resulta irónico que en una sociedad que pretende vivir de espaldas a la muerte, aumente la producción editorial sobre la pérdida y el vacío. El comensal (Caballo de Troya), de la joven Gabriela Ybarra, ha sido recibido como un descubrimiento. En él cuenta el asesinato de su abuelo, Emilio Ybarra ?a quien no conoció? a manos de ETA, y el cáncer de su madre. Sin cursilería y con solemnidad, consciente de que ?para construir algo y seguir adelante? hace falta valor y distancia. La opción de la ONU / Michelle Bachelet

Justo en un año, Ban Ki Mun dejará su cargo como cabeza visible de la ONU y ya hay voces que reclaman una mujer para sustituirle: en los 70 años de la organización nunca ha habido una secretaria general. La excusa de que no había ninguna candidata lo suficientemente cualificada hoy ya no sirve, y enseguida ha saltado el nombre de Michelle Bachelet, avalada por su largo recorrido, además de su carisma y compromiso, pero las diplomacias de guante fino no entienden de currículums. (La Vanguardia)

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23 de enero de 2016
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Revolucionados

Como una botella que se agita, y al dejarla en el suelo lo pesado se separa de lo ligero?, así describe Stefan Zweig a María Antonieta cuando toma conciencia de que va a tener que defenderse de la más grandiosa rebelión de la historia: brutalmente devuelta a sí misma, lejos de su corte transgresora, empieza a encontrarse sacando ?reservas sin emplear de inteligencia, de energía?. Y en contra de su leyenda, pronuncia una frase estremecida: ?Sólo en la desgracia se sabe quién se es?. Pero la figura de la víctima más célebre de la guillotina, la que pasó de una rebeldía veleidosa, mimada y a la vez retada por el destino, acabó convirtiendo su escritorio en una cancillería y su alma en un helado rictus de dignidad: su último deseo fue el de morir bien en la plaza. Curioso paradigma que la figura de María Antonieta continúe vendiendo hoy zapatos, refrescos, chocolates y perfumes: desde Kim Kardashian, transmutada en la última reina de Francia para anunciar una bebida energética, hasta la modelo Giselle, ataviada con miriñaques para publicitar una cadena de televisión en Brasil. Algunas de las estrellas de mayor éxito de la música, como Madonna, Beyoncé, Katy Perry o Nicki Minaj, han tomado a María Antonieta como inspiración. Y cómo olvidar la visión de Sofia Coppola, entre iconoclasta y kitsch, de Madame Déficit ?encarnada por la dulce Kirsten Dunst?. Por si no fuera poco, en este aflore de jacobinos, patricios y plebeyos, los videojuegos ambientados en la Francia revolucionaria han arrasado en todo el mundo. Pero ¿por qué la Revolución Francesa se ha convertido en una tendencia publicitaria que, por un lado, transmite la fuerza aguillotinadora del pueblo y evoca con nostalgia, por otro, la opulencia del antiguo régimen? Los economistas alertan constantemente sobre la brecha de desigualdad social, que está en niveles no vistos desde 1789, en vísperas de la Revolución. Hace un par de años Forbes se preguntaba en un artículo: ?¿Podría la creciente desigualdad en Estados Unidos conducir a una revuelta??. Pero dicha brecha, ensanchada por la crisis, no es ni mucho menos un fenómeno norteamericano: España es el segundo país en desigualdad económica de Europa, por detrás de Letonia. El 1% de la población española concentra más riqueza que el 30% más pobre, según datos revelados el lunes por Intermón Oxfam. Las estimaciones más recientes a escala global no son muy distintas: 62 personas tienen en sus manos la mitad de la riqueza mundial. Y luego están el titular aún reciente ?¿Hacienda somos todos?? y la llegada de los sans-culottes con rastas y bicicletas al Congreso. Todo apunta a que, entre Kardashians e Iglesias, vamos a estar revolucionados un buen tiempo. (La Vanguardia)

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20 de enero de 2016
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Riot Grrrls

Anna Gabriel, la política más valorada en Catalunya según las encuestas, detenta una posición corporal que neutraliza la tan parafraseada inseguridad femenina, y además tiene buenos bíceps. Bastan su mirada franca y su barbilla desafiante para visualizarla como una bayadera romántica consagrada a la danza social. Ahí están su compromiso enyesado durante años y su empuje volcado hacia el flanco más débil: la infancia. Se encaprichan en llamar ?nueva política? a lo que representa Gabriel, un término socorridamente gráfico para ilustrar otra forma de concebir la res pública, pero lo suyo viene más bien de antiguo: desde la tierna militancia antifascista hasta los cargos en la CUP, además de un abuelo minero y anarquista que, allá por los treinta, cambió Riotinto por Sallent y llegó a quemar su dinero en la plaza del pueblo, convencido de que en el orden social libertario no haría falta. De ser niña ahora, la mujer que ha hecho temblar los cimientos de la política catalana, no hubiera tenido problema con los Reyes Magos madrileños de pinypon: en su casa no había lugar para el realismo mágico. Cuida su imagen, aunque pueda parecer todo lo contrario: Gabriel es exactamente la antiArrimadas, siempre tan burguesamente correcta. De réplica engallada, ha adecentado la estética perroflauta: de la inevitable sudadera de capucha, la prenda activista global según la revista Time, y los tres aros en la oreja, a las camisetas militantes que luce superpuestas: ?Jugem tots o punxem la pilota?. Y aunque Jiménez Losantos lo denomine ?look borroka?, y haya recibido junto a sus compañeras zafios insultos por no representar la feminidad oficial, su estética tiene más reflexión que la de muchos políticos que solo eligen la corbata a juego con los colores del partido. Vean el flequillo de Jane Fonda en las fotos de sus protestas contra la guerra de Vietnam, o el de la fundadora de la Baader-Meinhof, Ulrike Meinhof: un tajo recto y protestón, a ras de frente. Como el de Anna Gabriel, portadora de un feminismo rectilíneo, de los que adoctrinan por debajo y por encima currando, el extremo más forzadamente opuesto al de las reinas de belleza de los narcocorridos, tan airados ahora tras la detención del Chapo Guzmán con escenas propias de Homeland y La reina del sur. Googleas Ana Gabriel, sin doblar la ene, y la primera que aparece es la cantante mexicana nacida en el estado de Sinaloa, tierra deslumbrante junto al mar y reino del opio, el veneno negro que trajeron los chinos. Sinaloa es el feudo del Chapo, allí donde las muchachas jóvenes empiezan a soñar con hombres malos. Le ocurrió a Emma Coronel Aispura, que ya en el comedor de su casa mamó los principios: ?Existen dos clases de riquezas, las que cuentan el dinero y las que lo pesan. Si el tuyo no es el segundo tipo de riqueza, no sabes qué es realmente el poder?, como escribe Saviano en Cero, cero, cero (Anagrama). Porque si bien la mujer clave en la captura de este hombre de metro sesenta y siete ?machito, feo, endiosado y putero? ha sido la actriz Kate del Castillo, hay otra que se esconde y calla: Emma Coronel, su esposa y madre de sus gemelas. Emma llevó corona, bikini y mini, y en las fotos, pese a su juventud, parece ya retocada: melena latina, pechos a medida y vientre de adolescente. Llaman buchoneras a las jóvenes que mitifican a los narcos y corren tras ellos, sintiendo la adrenalina al caminar por el lado salvaje con tacones de quince centímetros, armas y fajos de billetes, y se sienten diosas exhibiendo una feminidad disparatada. En nombre del padre / Duncan Jones Dejó testamento universal en su ida silenciosa, esperando a ser Lázaro ?así se titula un tema de su disco casi póstumo?. La muerte de David Bowie marca el fin de una era. Por ello, la fotografía que su hijo Duncan colgó en Twitter prendió en la nueva iconografía del dios. Duncan Jones ha sabido crearse una sólida carrera cinematográfica, lejos de los dominios de los ?hijos de…?. El peso del padre nunca lo aplastó. Y eso, en las familias de mitos, es un auténtico logro. Musa eterna / Emma Suárez Provista de un misterio asalvajado en la mirada, casi siempre al bies, Emma Suárez, a punto de cumplir los 50, recupera el foco con esplendor de la mano de Almodóvar y su última cinta, Julieta. Destino, locura, pasados que aplastan como una losa y un coro femenino alrededor: Almodóvar in extremis. La que fuera musa erótica de los alternativos 90, tan huidiza como sobria, estrena año con cuatro producciones y la íntima creencia de que la vida es un viaje por etapas. Un chulo tedioso / Leonardo Dicaprio

Acaba de conseguir su tercer Globo de Oro y aspira ?a la quinta? a hacerse con el ansiado Oscar por El renacido, pero su fama de coleccionista de modelos espigadas y fiestas en la playa acompañado de legiones de mujeres empieza a causar fatiga. En la gala de los premios fue captado burlándose de Lady Gaga cuando pasó a su lado y lo saludó: ?¡Oh Dios! ¿Entonces esto es tendencia??, profirió, para luego añadir: ?Simplemente no sabía quién estaba pasando a mi lado?. Desdichadas estrellas. (La Vanguardia)

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16 de enero de 2016
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Jurar en arameo

El cine independiente no ahorra en tacos, como si el maldecir fuera una forma de hablar consigo mismo, una especie de voz interior que sale a borbotones y hace a sus personajes más auténticos y creíbles. E incluso en algunas superproducciones de Hollywood, como El Lobo de Wall Street , un histriónico espejo del disparate testosterónico-financiero que nos llevó a la crisis, la palabra fuck (joder) se pronuncia más de 500 veces como nombre, adjetivo o complemento circunstancial. ?Pareces un carretero?, se decía antiguamente al que utilizaba palabras gruesas, cuando ser malhablado era sinónimo de mala educación e incultura. Los movimientos contraculturales se apropiaron de la llave del fuck , consiguiendo asexualizar el término: era su manera de decirle ?no? al sistema, como si para radicalizarse bastara con gritar un sinónimo del acto sexual con un sentido distinto, que implica desde enfado hasta daño o humillación. Hay acuerdo, por parte de la ciencia, en que soltar una palabrota es un ejercicio liberador que oxigena de la autorrepresión y relaja los músculos. Pero no sólo en los bares y las gradas se impreca, sino que madres atacadas u hombres depilándose utilizan también blasfemias para sobrellevar mejor el dolor. Según un estudio realizado por el profesor Richard Stephens, de la universidad británica de Keele, aquellos de sus alumnos que se deslenguaron fueron capaces de mantener una mano sumergida en agua helada durante 40 segundos más, de promedio, que los que proferían palabras ?correctas?. Otros investigadores llegaron a la conclusión de que, si bien jurar a diario es nocivo y tedioso, soltar de vez en cuando una grosería en la oficina subía la moral común y rebajaba el nivel de estrés. Otro asunto es cuando palabrotas e insultos se lanzan sin pértiga desde las redes sociales y se agitan de manera enfebrecida y a la vez infértil. Hace unos días el concejal de Participación y Transparencia del Ayuntamiento de la localidad valenciana de Museros, Rafael Bazán, de Podemos, mandaba ?a la mierda? a ?los Reyes Magos, el Papá Noel y la puta madre que los parió? desde su perfil de Facebook. Ya ha dimitido y su partido ha pedido perdón. Ultrajes dañinos y machistas ?desde feas de cojones hasta putas o deslenguadas? han sido las políticamente incorrectas bienvenidas que han recibido las cuperas en Twitter, Facebook e incluso columnas firmadas por veteranos opinadores. Puede que ellos se sientan menos estreñidos insultando, pero no hay que olvidar el efecto que producen el taco y la ofensa cuando se convierten en un tic y, lejos de cubrirse de gloria, lo hacen de mierda. (La Vanguardia)

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13 de enero de 2016
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El amor es perdedor

Ambas estuvieron tocadas por un don, aunque la inseguridad se estampilló de tal forma en sus vidas que se transformó en un agónico blues de matadero. Fueron muchachas lindas, con granos, afición por la fast food y los chicos malos; escribían poesía, tocaban la guitarra, eran echadas para adelante, y sin embargo nunca abandonaron esa mirada baja con la timidez prendida en la sonrisa. A pesar de su enormidad, Janis Joplin y Amy Winehouse hicieron su carrera musical en menos de una década: a las dos las llamaba la muerte por todos los altavoces ? en los shows de Jay Leno se mofaban de las adicciones de Amy-. Las dos murieron con 27 años, la primera por unos chutes de heroína pura, la segunda con un cuerpo bulímico estragado y 416 miligramos de alcohol por decilitro de sangre. Y el desamor bajo la puerta. Esta semana se ha estrenado en Francia el musical Janis: Little Girl Blue, sobre la vida y obra de la primera estrella de rock femenina, la blanca tejana atormentada desde niña, que una vez ganó el concurso del ?hombre más feo del campus?. Fue bisexual, rebelde, precoz asaltadora de barras, como Amy, que le cantaba al Tanqueray. La voz de Cat Power lee las cartas que se han conservado de Joplin. ?Querida madre, Todo indica que voy a ser rica y famosa. ¡Increíble! ¡Soy tan afortunada! Después de dar tantos tumbos como una chica descarriada, llegar ahora a esto. Parece que finalmente algo va a salirme bien?. Lo escribió dos años antes de morir, en febrero de 1968. La historia de Perla, como la apodaban, esa mezzosoprano del rock que aullaba como una negra con margaritas en el pelo, devuelve el retrato de una generación que cambió el mundo haciendo estallar la libertad en sus manos. Fue algo más aniñada que Amy, la judía del norte de Londres que arrastraba asfalto y soul, la chavala que jugaba al billar y que de mayor quería ser camarera con patines. Su ansia de libertad fue tan bella como venenosa. Hay dos momentos musicales en el documental Amy que emborrachan el oído. El primero, con el que arranca el filme ?cosido de videos caseros, versiones inéditas y un regüeldo de responsabilidades boca arriba?, es un Moon River que interpreta una Amy de 16 años: cuando silabea ?hay tanto mundo por ver? se te agarrotan las cervicales. El segundo se halla en la versión de Love is a losing game, un directo en los Mercury Awards: si te enroscas en su quiebro ronco, te humedece los ojos. Lo más sustancial del magnífico documental de Asif Kapadia es que Winehouse nunca fue una don nadie manufacturada por la industria, ni una cabecita perdida con vestiditos de rockera y un eyeliner cincuentero. Era una chica inteligente y superdotada musicalmente. ?Estaba a la altura de Ella Fitzgerald o Billie Holiday? dijo de ella Tonny Bennett. No le interesaba nada que no fuera real. Esa es su fuerza. Sus canciones contaban su vida: ?He olvidado la alegría de los amores jóvenes? cantaba en Back to black, con su voz ?de sesenta años en el cuerpo de una niña de diecinueve?, la describieron. Le preocupaba su pelo, pero encontró un firme aliado: un moño a lo Ronettes, y, para subirse la moral, le suplicaba a su peluquera: ?¡más alto, más alto!?. Decía que la fama la enloquecería. La relación con su marido, Blake Fielder-Civil, es demoledora. Quería hacer todo lo que él hacía: cortarse, fumar crack y heroína? fue su amor y su pozo. La cadena de manipuladores que le imponen un estatus de estrella global es infinita. Janis y Amy, genios precoces, muchachas lindas sin mapa ni freno para quienes el amor era un juego de perdedores. Nostalgia tenaz / Carrie Fisher A Carrie Fisher, tras el taquillazo del año, Star wars. El despertar de la fuerza, le han afeado sus kilos, y ¡su aspecto! en la superproducción. La hija de Eddie Fisher y Debbie Reynolds, con cinco novelas y cinco maridos a sus espaldas, más una adicción la cocaína de la que ha hecho pedagogía tras superarla, ofende a la audiencia fetichista, que suspira por la princesa Leia de hace treinta años. Sus fotos de 1983 con el bikini metalizado se han hecho virales. No la quieren como es hoy. Mundo real. Cráneo y carácter / Zinedine Zidane Que un crack ?fuerza, estilo, visión de juego y carácter? subido a los altares del madridismo tras aquella volea que valió una Champions en Glasgow. De cráneo moldeado, virilidad alfa, bronco pronto y justiciero, exótico y tímido ?aunque acabara haciendo un Mango?, ha sido proclamado la esperanza blanca. Unos le critican su corto bagaje mientras Florentino pretende emular el efecto Guardiola. A diferencia de sus antecesores, tiene una excelente fotografía. Memoria viva / Robert Spitzer No sólo fue uno de los psiquiatras más influyentes del XX ?está considerado el padre de la moderna clasificación de las enfermedades mentales?, sino que también fue el responsable de uno de los avances sociales más importantes del pasado siglo: dejar de considerar la homosexualidad una enfermedad. Acaba de morir y su necrológica pesa por encima de miles historias humanas a las que les devolvió la voz: la ciencia, y el coraje del conocimiento, una vez más. (La Vanguardia)

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9 de enero de 2016
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El brujo

Me senté a hablar con el brujo, yo que ni creo en la lotería, en las constelaciones familiares o las bayas de Goji. Fue muy natural, como quien se pone a hablar de primos y tíos. Trabaja de camarero en una hípica rústica. Es calvo y grande, con perilla; a veces lleva pañuelo a lo pirata y le cuelgan cien amuletos del cuello. ?¿Qué quieres saber??, dice. En un instante te pasan por la cabeza muchas cosas que callas: le preguntaría por qué hay tardes en que el cielo parece un techo que se derrumba, o por qué una siente que es tan inverificable la intimidad, y en cambio es el único territorio que te explica. Le respondo: ?Nada en concreto?. ?¿Amor o trabajo??. ?Trabajo?, replico. Me toca la nuca; me pide que le muestre el ombligo, y me sorprendo a mí misma levantándome el jersey sin oponer resistencia: no hay nada mejor para arrancar el consentimiento que te pidan algo aparentemente surrealista; saca la lengua, te piden los naturópatas. Luego me agarra la mano y me asegura que llegaré a vieja. ?¿Lo ves en las líneas??, le pregunto, recordando que hace muchos años, en un bar de la calle Mallorca de Barcelona, una leedora de manos me aseguró que tendría dos hijas, y a veces me viene a la memoria la voz de aquella mujer vieja, aunque debía de tener la edad que tengo yo ahora, que acertó de pura chiripa. O no. ?Yo no sé leer las líneas de la mano, pero no me hacen falta?, me responde el mago con perilla. ?¿Y cómo lo adivinas??. ?No te lo voy a decir, hoy ni nunca?. Y entonces me habla de la envidia y de la protección. De cómo hay que mirar a la gente que no te hace el peso, la que sin darte cuenta te deja exhausta: ?Sólo de nariz hacia abajo: evita mirarles a los ojos?. No cobra, le das la voluntad. Al cabo de dos semanas, regreso a la hípica y entre el olor a carne a la brasa y a heno me regala un amuleto que tiene que pasar toda una noche dentro de un vaso con sal. Y yo, que no creo en las cartas astrales ni en la moxa ardiente en la planta de los pies, lo hago porque alguna vez en la vida hay que hacer cosas en las que no crees a fin de poner a prueba tu vanidad. ?En la contradicción está la ganancia?, decía santa Teresa. Me lo cuelgo. Y, sin pensarlo, empiezo a mirar a la nariz y barbilla de aquellos que al hablar escupen sin escupir, y que acostumbran a envidiar a los de al lado porque creen que son mucho más felices que ellos ?aunque no sea cierto?. Le doy gracias al brujo no tanto por su amuleto como porque a crédulos e incrédulos les recuerda que deben protegerse de las mezquindades cainitas que nos zarandean hasta apresarnos en una cáscara de desesperación. De nosotros depende deslizarnos como niños en una pista de hielo, aunque nos caigamos de culo. Porque ¿qué es la vida sino un juego? (La Vanguardia)

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6 de enero de 2016
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Generación Bataclán

No fue un atentado terrorista, sino fascista, aunque invocara como coartada el nombre de su dios. El de un Alá grande que, aseguran desde su integrismo, exige venganza, sangre y exterminio. Un dios a quien creen que no puedes acercarte si bebes vino, comes cerdo, escuchas rock o te acuestas con una desconocida. Ellos, los fundamentalistas, también lo hacen, aunque tomando precauciones: se casan con una prostituta o una virgen durante una noche, lo justo para follarla sin tener mala conciencia. Una vez satisfechos, se divorcian al instante para regresar a su disfraz de guardianes de la fe, encantadores padres de familia. No se fían ni de su sombra. Doctos en vicios y placeres, más de uno ha sodomizado con disimulo a su primo a fin de aliviar la tensión sexual. Algunos de los autores materiales de los hechos perseguían a rubias europeas, reventaban máquinas de juego, robaban carteras en las saunas gay y bebían cerveza de la mañana a la noche. Hasta que se convirtieron. Nadie les había llamado para una misión histórica que les hiciera sentir auténticos elegidos entre la chusma de un barrio con el objetivo de llevar adelante una misión propia del más cruento videojuego: destruir de forma real y simbólica un pedazo de Occidente. Ese recuadro elegido en el mapa fueron los distritos 10 y 11 de París. República, Bastille, el bulevar Bon Marché con sus terrazas vintage y sus tiendas cool, como Merci. Es el barrio bohemio y chic del nuevo parisien, plagado de jóvenes en bicicleta, restaurantes veganos, cartas de cervezas artesanas, jugos de hierbas o smoothies color pistacho. Unos les llaman bohos ?bohemian chic, aunque la etiqueta sea más siglo XX?, otros, hipsters o yuccies (la evolución lógica de los yuppies). A diferencia de la mentalidad años noventa, basada en una abultada cuenta corriente y una vida trepidante para masticar la ansiedad, su meta consiste en ser moderadamente felices. Son hijos del confort suburbano, criados bajo la urgencia de que sólo con la educación podrán perseguir sus sueños, y aun así tendrán que inventarse un trabajo. Estrenaron su mayoría de edad con el nuevo milenio, alimentados por la incertidumbre de un futuro que parecía lejano y borroso. En la treintena han osado renunciar a una nómina y un sueldo mensual, a fin de evitar conflictos. Pasan página en la pantalla, empujados por la idea de que siempre puede encontrarse algo mejor. La tecnología es una prótesis más de su cuerpo. Pero la vida real poco tiene que ver con la foto del Tinder. La banalización del mal, acuñada por Hannah Arendt observando a Eichmann rascarse la nariz igual que un don nadie durante su juicio en Jerusalén, sigue acechando a la humanidad. Los asesinos, macarras desquiciados, atentaron contra la vida alegre, la vie en rose, el hedonismo de un viernes por la noche con sus ensaladas de quinoa y su camembert en las terrazas del canal Saint-Martin. Dispararon contra los cigarrillos parisinos, tan slims, las perfecto de cuero, los tres besos en la mejilla, el rocanrol puro y chulesco. Pero sobre todo asesinaron simbólicamente un estilo de vida: el de la fraternidad y la alegría, las calles bulliciosas, las manos enlazadas, la cintura ondulante, la minifalda Courrèges y el perfume Guerlain. Por encima de todo, se trata de una afrenta al laicismo, que, más que nunca, pone de manifiesto la necesidad de acogerse a principios éticos universales. Porque hoy, más allá de nuestra edad, procedencia o credo, todos formamos parte de la Generación Bataclan. (Icon)

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5 de enero de 2016
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Que la fuerza te acompañe

Por fin el invierno se cuela entre las medias, y la casa se hace más refugio que nunca. En los días blandos, entre fiesta y fiesta, siempre hay algún cajón por chafardear: un viejo pastillero, una pitillera de plata, un recuerdo de cuando la vida era una foto de mala calidad, como si estuviera brochada a pinceladas desvaídas y adustas. Son los ecos de un mundo antiguo en el que llegamos a participar de algunas de sus costumbres bárbaras: aquellos médicos que fumaban en los hospitales, o aquellos vecinos que mataban a los animales para comérselos, ensañándose por costumbre. El nuevo mundo quiere desasirse del vintage, pero sigue avanzando a golpe de revival y biopic, tan sediento de mitos como de predicciones. Según la biblia del color, Pantone, que organiza todas los tonalidades con nombre y número, el rosa cuarzo será el color de la primavera del 2016. Gélido y neutro, capaz de empalidecer al magenta que desde hace un siglo simbolizó la feminidad, el color rey parece haber contado con la definición de un poeta o un clérigo: ?Un tono persuasivo pero suave que expresa compasión y un sentido de la compostura?, reza el pantonario. Dos términos que en verdad simbolizan los tiempos que llegan, a los que ya nos hemos habituado a llamarles ?bisagra?. Porque el cambio climático y la amenaza ecológica, la herida de Europa, el anunciado futuro (próximo) del transhumanismo o el dilema libertad-seguridad han modificado nuestras vidas exigiendo compasión y compostura. En el 2016, un selecto grupo de científicos decidirá si cambiamos de la época actual, conocida como Holoceno (que se inició hace más de 11.700 años), a una nueva era que aún no tiene nombre, aunque gane adeptos la voz de Antropoceno (nuevo hombre). Explican los expertos que hace referencia al impacto que ese ?nuevo hombre? ha provocado en el planeta. Por otro lado, uno de los futurólogos de Google, Raymond Kurzweil, la cara mediática de la inteligencia artificial, augura que en el 2030 ?no habrá una diferencia clara entre la máquina y el ser humano en cuanto a inteligencia?. Y al fin podrán sustituirnos. Ahí hemos llegado: ni utopías ni distopías a pesar de las nuevas hornadas de antisistema empeñadas en refundar estados y cerrar definitivamente los cajones sepia del pasado. Cuentan que, en una ocasión, a la escritora Dorothy Parker el médico le dijo que si no dejaba de beber moriría; ?promesas, promesas??, le replicó con su fatal mordacidad. Cada año nos predicen un trozo de muerte, pero al tiempo los gurús modernos nos invisten de la ideología del bienestar y nos enchufan la banda sonora de Stars Wars. Donde ahora sueña profundamente un algoritmo, debería de hacerlo la belleza: esa mezcla asombrosa de angustia y alegría que sentimos al reconocer aquello que habíamos descuidado, y que nos conmueve. Que en el Holoceno, la belleza y la fuerza (en minúsculas, por favor) nos acompañen. (La Vanguardia)

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4 de enero de 2016
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El Boomeran(g)
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